miércoles, 9 de junio de 2010

Joaquín Navarro-Valls y Juan Pablo II

Joaquín Navarro-Valls, el que fuera uno de los representantes más famoso de El Vaticano, durante el cercano y largo Pontificado de Juan Pablo II, a excepción del propio Papa, es un español de 72 años que estudió Medicina y acabó ejerciendo de periodista. El Dr. Joaquín Navarro-Valls, fue desde 1984 hasta 2006, Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Primer laico y no italiano que, ocupó ese alto cargo. Durante 15 meses y hasta su dimisión en julio de 2006, también trabajó a las órdenes del actual Papa Benedicto XVI.

“Tengo 73 años. Nací en Cartagena y vivo en Roma. Soltero. Doctor en Psiquiatría y licenciado en Periodismo. Presido un comité asesor de la facultad de Medicina de Roma. Hoy no se sabe quién es el ser humano, pero se legisla sobre él. Me considero un ser creado.”

¿Deseaba trabajar en el Vaticano?
Un día recibí una llamada: "Tiene usted que almorzar con el Papa". Pensé que era una broma, jamás me lo había planteado.

Permaneció 22 años, ¿apasionante?
Sí, increíble, ves la historia mientras se está haciendo y por quien la está haciendo.

¿Cómo era Juan Pablo II?
Poseía una alegría profunda. En las situaciones más tremendas y duras hacía reír a sus colaboradores.

¿Nunca le oyó levantar el tono?
Se enfadaba cuando veía seres humanos humillados y violentados física y moralmente. No podía soportar los abusos.

¿Wojtyla tenía sentido del humor?
El día que le comenté que no era bueno que una misma persona estuviera tantos años en mi puesto, él fingió que pensaba seriamente y luego dijo como para sí: "El doctor Navarro ha dicho una cosa muy importante que hay que reflexionar muy bien. Recuérdemelo dentro de cinco años". Bromeó hasta el momento de su muerte.

Su relación era estrecha...
Cada noche cenábamos juntos. Un día fui buscarlo y estaba en su capilla. Entré de puntillas y lo vi frente al sagrario cantando canciones populares polacas. ¿Quería distraer a Dios?... Era tremendamente humano.

¿Afectuoso y tierno con Dios?
Sí. Recibía miles de cartas conmovedoras de todo el mundo, la mayoría, para que rezara por alguien. Dio la orden de que le hicieran de cada carta un pequeño papelito con el nombre de la persona, país y tema, y los guardaba en el reclinatorio de su capilla privada. Sus oraciones iban destinadas a ellos.

No perder el humor y la inocencia es una capacidad de grandes hombres.
Cierto, escribí un artículo sobre el buen humor de los santos: si crees de verdad que Dios te creó y que está abierto a que tú le hables, esa seguridad de no estar solo te lleva a pensar que, pase lo que pase en tu vida, el final es un final feliz.

Durante los 22 años que fue portavoz de Juan Pablo II, ¿escribió un diario?
Un diario propiamente dicho no, pero tomé notas. En mi ordenador debo de tener unas 600 páginas de apuntes.

¿Se ha planteado publicarlas?
Hace un año y medio un agente estadounidense me ofreció un millón y medio de dólares por escribir ese libro. El problema en parte es que he aceptado en estos años una serie de compromisos profesionales que me absorben. Tendría que dejar todo eso y pasarme un año y medio encerrado en mi habitación para escribir ese libro. Para mí sería un imperativo moral hacerlo, porque Juan Pablo II era muy querido pero no del todo conocido.

El suyo fue un trabajo de 24 horas.
Nada que ver con el del Papa, que, además, era mayor, por eso le empujé en algunas ocasiones a irnos a esquiar. Una página de la historia: el Papa atravesando el caos del tráfico de Roma en un coche sin identificar, parando en todos los semáforos. Yo cruzaba los dedos para que nadie lo reconociese.

¿Según Ud. qué desconocemos más de Juan Pablo II?
Pienso que no se conoce suficientemente a la persona, su carácter. Por ejemplo, tenía un grandísimo sentido del humor. Incluso cuando había que tratar problemas dramáticos no perdía su visión positiva.

¡Santo súbito!, gritaba la gente tras la muerte de Juan Pablo II. ¿Cuánto cree que falta para que sea elevado a lo altares?
Desde el punto de vista estrictamente técnico, podría estar todo listo antes de que acabe el año. Los dos pasos que quedan, técnicamente hablando, son el decreto de virtudes y la declaración del milagro, del que se le atribuyen varios, uno especialmente claro. A partir de ahí, todo depende del Santo Padre.
Solo nos queda rogar a Dios, para que pronto se produzca esa gran noticia que se pueda venerar al Siervo de Dios Juan Pablo II “El Grande” como Santo. Sin duda esa será una gran noticia que le corresponde a S.S. El Papa Benedicto XVI.



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