sábado, 27 de agosto de 2011

Juan Pablo II y la sanación de un médico argentino



“Yo creo en los milagros, sé que fui parte de un milagro; soy médico y tengo conciencia de hasta dónde llega la ciencia, por eso estoy seguro de que Dios me dio la oportunidad de seguir viviendo a través de las oraciones a Juan Pablo II”.

El médico de Salta, Argentina, Jorge Llaya tiene la voz serena, es padre de cuatro niños, una nena de 9, un varón de 6 y dos mellizas de 3 años. Su esposa, una ferviente devota de la Virgen de los Tres Cerritos, estuvo a su lado sin perder la fe ni un segundo. Dice que en esta segunda oportunidad que se le ha dado, tiene “una misión que cumplir”.

El principio

El 7 de mayo de este año, Jorge se presentó en la línea de largada del maratón North Face Endurance Challenge en Salta. Una prueba de 21 kilómetros que en principio no representaba un imposible para un deportista de alma como siempre fue.

Sin embargo, a los 8 kilómetros tuvo una convulsión, fue auxiliado, trasladado a un hospital donde la situación se agravó de tal manera que debieron inducirle el coma para sostenerle la vida. Más tarde se supo que padecía de una insuficiencia renal y hepática fulminante.

Lo trasladaron al Hospital Italiano e ingresó inmediatamente a la lista de espera para un trasplante hepático. Estuvo dos veces en emergencia nacional.

“Tenía más chances de morir que de recibir un trasplante porque mi condición era muy grave”, dice Jorge. Lo cierto fue en el transcurso de esos terribles 19 días, su familia recurrió a la oración. Su esposa María José Gubaira acudió a doña María Livia de la Virgen de los Tres Cerritos. Ella vino a verlo, le tomó la mano y rezó por él. En Santiago y en Salta, se organizaron cadenas de oración para pedir por su salud.

“Mis colegas médicos le decían a mi esposa: ´Hicimos todo lo posible´, y así era, soy médico y sé hasta dónde puede llegar la ciencia”, admite.

Su foto en la tumba

Por esos días, el mundo celebraba la beatificación de Juan Pablo II en Roma. Un amigo de la familia tuvo la idea: enviar a través de un conocido que viajaba a Italia, una foto de Jorge para que la depositara en la Basílica de San Pedro como ofrenda para pedir la intercesión del Papa por su salud. Al llegar, aquella persona se dio con que estaba terminantemente prohibido dejar objetos en ese lugar. Como pudo alcanzó a esconder la fotografía entre unas columnas y el muro de la iglesia “para que al menos estuviera cerca”.

“Dos días después, otro amigo salteño que estaba en Roma, se comunicó con mi familia para dar la noticia de que había visto la foto sobre la tumba de Juan Pablo II; no sabemos cómo llegó allí ni quién la trasladó, pero así fue”, cuenta Jorge.

El 25 de mayo de 2011, el hígado de Jorge comenzó a funcionar por sus propios medios, no quedaron vestigios de la enfermedad. Su sanación no tiene explicación científica. No había entonces, ningún indicio de que su situación se resolvería de esa manera. Por el contrario el hecho de que el hígado no aparecía para hacer realidad el trasplante, hacía presuponen lo peor.

“Mis opciones en ese momento eran, la muerte o el trasplante, si hubiera sido trasplantado, mi vida hubiera sido otra… pero pude salir adelante, creo en los milagros y sé que soy parte de un milagro, si me preguntas si fue Juan Pablo II o la Virgen de los Tres Cerritos, diría que fue el mismo Dios, por la intercesión de Juan Pablo y de la Virgen a quienes mucha gente les pidió por mí”.

Jorge sigue hablando: “Cuando un médico dice que ya hizo todo lo posible por un paciente, el paciente queda dependiendo del mismo Dios; yo estoy vivo y sin trasplante; si Dios me ha dado esta segunda oportunidad es sin dudas porque estoy aquí para cumplir una misión, yo no sé qué misión es, pero estoy predispuesto a encontrarla y a concretarla”.

El doctor Jorge Alfredo Llaya está hoy en Salta, donde se encuentra abocado a conseguir que la fundación del Hospital Italiano se instale en Salta. “Quisiera que los salteños tengan acá el tratamiento que me permitió sobrevivir esos 19 días”, señala.

Fuente: diario El Liberal
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sábado, 13 de agosto de 2011

María asunta al cielo


¡Ave María, Mujer humilde,
bendecida por el Altísimo!
Virgen de la esperanza, profecía de tiempos nuevos,
nosotros nos unimos a tu cántico de alabanza
para celebrar las misericordias del Señor,
para anunciar la venida del Reino
y la plena liberación del hombre.

¡Ave María, humilde Sierva del Señor,
gloriosa Madre de Cristo!
Virgen fiel, morada santa del Verbo,
enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra,
a ser dóciles a la voz del Espíritu Santo,
atentos a sus llamados en la intimidad de la conciencia
y a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.

¡Ave María, Mujer de dolor,
Madre de los vivientes!
Virgen Esposa ante la Cruz, Eva nueva,
sed nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos a vivir y a difundir el Amor de Cristo,
a detenernos contigo ante las innumerables cruces
en las que tu Hijo aún está crucificado.

¡Ave María, Mujer de fe,
primera entre los discípulos!
Virgen Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre
razón de la esperanza que habita en nosotros,
confiando en la bondad del hombre y en el Amor del Padre.
Enséñanos a construir el mundo desde adentro:
en la profundidad del silencio y de la oración,
en la alegría del amor fraterno,
en la fecundidad insustituible de la Cruz.

Santa María, Madre de los creyentes,
Nuestra Señora de Lourdes,
ruega por nosotros.


Oración del Beato Juan Pablo II
al finalizar el rezo del Santo Rosario.
14.agosto.2004

Fuente: "El camino de María"
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miércoles, 10 de agosto de 2011

Oración por la paz para el mundo


En estos tiempos de violencia y descontrol en tantos países de la Tierra, es oportuno recordar esta oración por la Paz que pronunció Juan Pablo II el día 1º de enero de 2002, consagrado como Día Mundial por la Paz.

Oremos junto al amado Beato:

Oh, Dios, Creador del universo, que extiendes tu preocupación paternal sobre cada criatura y que guías los eventos de la historia a la meta de la salvación; reconocemos tu amor paternal que a pesar de la resistencia de la humanidad y, en un mundo dividido por la disputa y la discordia, Tú nos haces preparar para la reconciliación.

Renueva en nosotros las maravillas de tu misericordia; envía tu Espíritu sobre nosotros, para que él pueda obrar en la intimidad de nuestros corazones; para que los enemigos puedan empezar a dialogar; para que los adversarios puedan estrecharse las manos; y para que las personas puedan encontrar entre sí la armonía.

Para que todos puedan comprometerse en la búsqueda sincera por la verdadera paz; para que se eliminen todas las disputas, para que la caridad supere el odio, para que el perdón venza el deseo de venganza.

Juan Pablo II
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sábado, 6 de agosto de 2011

La Madre de Dios nos indica el camino


En medio de las dificultades de la vida, el cristiano cuenta con una ayuda única: la figura de la Madre de Dios «que indica el camino, es decir, Cristo, único mediador que lleva en plenitud al Padre».

Juan Pablo II profundizó en la fuerza que puede infundir en un corazón azorado la figura de la Virgen.

Al levantar la mirada hacia Ella, explicó el Santo Padre, "podemos afirmar que María, junto a su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y la liberación de la humanidad y el cosmos"

Queridos hermanos:

Recordemos una de las páginas del Apocalipsis. La mujer encinta que da a luz un hijo, ante un dragón rojo, como la sangre enfurecido con ella y con su hijo. Si el nacimiento del niño representa la venida del Mesías, la mujer personifica la Iglesia.

Contra María y la Iglesia se levanta el dragón, que evoca el mal, el color rojo es signo de guerra, de masacre; las «siete cabezas» coronadas indican poder inmenso; los «diez cuernos» evocan la fuerza impresionante del poder que amenaza a la historia.

María, su Hijo y la Iglesia representan la aparente debilidad y pequeñez del amor, de la verdad, de la justicia. Contra ellos se desencadena la monstruosa energía devastadora de la violencia. El canto que sella el pasaje nos recuerda que el veredicto definitivo es confiado a  Cristo.

Ciertamente la Iglesia puede verse obligada a refugiarse en el desierto. El desierto es refugio tradicional de los perseguidos, el ámbito secreto y sereno donde se ofrece la protección divina. En este refugio la mujer permanece durante un período de tiempo limitado, el tiempo de angustia, persecución y prueba no es definitivo.

Contemplando este misterio desde una perspectiva mariana, podemos afirmar que María, junto a su Hijo, es la imagen perfecta de la liberación. La Iglesia deber mirar hacia ella, su madre, para comprender el sentido de su propia misión. Fijemos la mirada en María, imagen de la Iglesia peregrina en el desierto de la historia. La Iglesia honra a la Madre de Dios como la que «indica el camino». En su inmaculada concepción, María es el modelo perfecto de la criatura humana.

La meta última de la vicisitud llegará cuando «Dios sea todo en todo», cuando «el mar deje de existir». El signo del caos destructor y del mal será eliminado. Esa será la hora del amor sin fisuras. Pero ya desde ahora, al mirar a la Virgen, la Iglesia comienza a experimentar la alegría que le será ofrecida en plenitud al final de los tiempos.

Juan Pablo II
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