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sábado, 28 de abril de 2012
miércoles, 25 de abril de 2012
Dios, creador del cielo y de la tierra, Padre de Jesús y
Padre nuestro
Bendito seas Señor, Padre que estás en el Cielo, porque
en tu infinita Misericordia te has inclinado sobre la miseria del hombre y nos
has dado a Jesús, tu Hijo, nacido de mujer, nuestro salvador y amigo, hermano y
Redentor. Gracias, Padre bueno, por el don de este año; haz que sea un tiempo
favorable, el año del gran retorno a la casa paterna, donde Tú, lleno de Amor,
esperas a tus hijos descarriados para darles el abrazo del perdón y sentarlos a
tu mesa, vestidos con el traje de fiesta.
¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!
Padre Clemente, que en este año se fortalezca nuestro
amor a Ti y al prójimo: que los discípulos de Cristo promuevan la justicia y la
paz; se anuncie a los pobres la Buena Nueva y que la Madre Iglesia haga sentir
su amor de predilección a los pequeños y marginados.
¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!
Padre Justo, que este año sea una ocasión propicia para
que todos los católicos descubran el gozo de vivir en la escucha de tu Palabra,
abandonándose a tu Voluntad; que experimenten el valor de la comunión fraterna
partiendo juntos el pan y alabándote con himnos y cánticos espirituales.
¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!
Padre Misericordioso, que este año sea un tiempo de
apertura, de diálogo y de encuentro con todos los que creen en Cristo y con los
miembros de otras religiones: en tu inmenso Amor, muestra generosamente tu
Misericordia con todos.
¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!
Padre Omnipotente, haz que todos tus hijos sientan que en
su caminar hacia Ti, meta última del hombre, los acompaña bondadosamente la
Virgen María, icono del Amor puro, elegida por Ti para ser Madre de Cristo y de
la Iglesia.
¡A Ti, Padre, nuestra alabanza por siempre!
A Ti, Padre de la vida, Principio sin principio, suma
Bondad y eterna Luz, con el Hijo y el Espíritu, honor y gloria, alabanza y
gratitud por los siglos sin fin. Amén.
Juan Pablo II
Oración para la celebración del Gran Jubileo del año
2000
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domingo, 22 de abril de 2012
María Mediadora
Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la
Iglesia, el capítulo VIII de la Lumen gentium recuerda el de «Mediadora».
Aunque algunos padres conciliares no compartían plenamente esa elección (cf.
Acta Synodalia III, 8, 163-164), este apelativo fue incluido en la constitución
dogmática sobre la Iglesia, confirmando el valor de la verdad que expresa.
Ahora bien, se tuvo cuidado de no vincularlo a ninguna teología de la
mediación, sino sólo de enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían
a María.
El mismo Concilio quiso responder a las dificultades
manifestadas por algunos padres conciliares sobre el término «Mediadora»,
afirmando que María «es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium,
61). Recordemos que la mediación de María es cualificada fundamentalmente por
su maternidad divina. Además, el reconocimiento de su función de mediadora está
implícito en la expresión «Madre nuestra», que propone la doctrina de la
mediación mariana, poniendo el énfasis en la maternidad. Por último, el título
«Madre en el orden de la gracia» aclara que la Virgen coopera con Cristo en el
renacimiento espiritual de la humanidad.
La mediación materna de María no hace sombra a la única y
perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después de haberse
referido a María «mediadora», precisa a renglón seguido: «Lo cual, sin embargo,
se entiende de tal manera que no quite ni añada nada a la dignidad y a la
eficacia de Cristo, único Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el
conocido texto de la primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y
también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre
también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm 2,5-6).
Así pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la
única mediación de Cristo, María pone de relieve su fecundidad y su eficacia.
«En efecto, todo el influjo de la santísima Virgen en la salvación de los
hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo
quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su
mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia» (ib.).
Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2,5-6), el
texto de la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra mediación
paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, antes de subrayar la
única y exclusiva mediación de Cristo, el autor recomienda «que se hagan
plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres» (1
Tm 2,1). ¿No son, acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, según
san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a promover otras
mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamando la unicidad de la de
Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualquier mediación autónoma o en
competencia, pero no otras formas compatibles con el valor infinito de la obra
del Salvador.
¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino un
don del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «La Iglesia no
duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la
recomienda al corazón de sus fieles» (ib.).
María realiza su acción materna en continua dependencia
de la mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón quiere dar a
los hombres. La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta
«continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el orden de la
gracia».
Catequesis de Juan Pablo II (1-X-97)
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miércoles, 18 de abril de 2012
sábado, 14 de abril de 2012
Domingo de la Misericordia Divina
En la meditación antes del rezo del Regina Coeli del
Domingo 23 de abril de 1995, Juan Pablo II expresó:
«Hoy concluye la octava de Pascua, durante la cual la
Iglesia repite con júbilo las palabras del salmo: «Éste es el día en que actuó
el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118, 24). Toda la octava es
como un único día, el día nuevo, el día de la nueva creación. Venciendo la
muerte Cristo creó un mundo nuevo (cf. Ap 21, 5). De la Pascua brotan para los
creyentes novedad de vida, paz y alegría.
Sin embargo, la paz y la alegría de la Pascua no son sólo
para la Iglesia: son para el mundo entero. La alegría es la victoria sobre el
miedo, sobre la violencia y sobre la muerte. La paz es lo contrario de la
angustia. Saludando a los Apóstoles atemorizados y desalentados por su pasión y
muerte, el Resucitado les dice: «La paz con vosotros» (Jn 20, 19). Cuando
Cristo se aparece a san Juan en la isla de Patmos, le dirige esta invitación:
«No temas, soy Yo, el Primero y el Último, el que Vive; estuve muerto, pero
ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte
y del infierno» (Ap 1, 17-18).
La Pascua vence el miedo del hombre, porque da la única
respuesta verdadera a uno de sus problemas mayores: la muerte. La Iglesia,
anunciando la Resurrección de Jesús, quiere transmitir a la humanidad la fe en
la resurrección de los muertos y en la vida eterna. El anuncio cristiano es
esencialmente evangelio de la vida.
«Dad gracias al Señor porque es bueno» (Sal 118, 1). Este
domingo es, de modo particular, un día de acción de gracias por la bondad que
Dios muestra al hombre en todo el misterio pascual. Por eso se le llama Domingo de la Misericordia Divina. En su
esencia, la Misericordia de Dios, como ayuda a comprender mejor la experiencia
mística de Faustina Kowalska, revela precisamente esta verdad: el bien vence al
mal, la vida es más fuerte que la muerte y el Amor de Dios es más poderoso que
el pecado. Todo esto se manifiesta en el misterio pascual de Cristo. Aquí Dios
se muestra como es: un Padre de infinita ternura, que no se rinde frente a la
ingratitud de sus hijos, y que siempre está dispuesto a perdonar.
Debemos experimentar personalmente esta Misericordia, si
queremos ser también nosotros misericordiosos. ¡Aprendamos a perdonar! Sólo el
milagro del perdón puede interrumpir la espiral del odio y de la violencia, que
ensangrienta el camino de tantas personas y de tantas naciones.
Que María obtenga a toda la humanidad este don de la
Misericordia divina, para que los hombres y los pueblos, tan probados por
enfrentamientos y guerras fratricidas, venzan el odio y adopten actitudes concretas
de reconciliación y de paz"
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sábado, 7 de abril de 2012
Ha resucitado ¡Aleluya!
"Ha resucitado del sepulcro el Señor, que por
nosotros fue colgado de la cruz" ¡Aleluya! Resuena alegre el anuncio pascual: ¡Cristo ha resucitado,
ha resucitado verdaderamente! El que "padeció bajo el poder de Poncio
Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado", Jesús, el Hijo de Dios
nacido de la Virgen María, "resucitó al tercer día, según las
Escrituras" (Credo).
Este anuncio es el fundamento de la esperanza de la
humanidad. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, no sólo sería vana
nuestra fe (cf. 1 Co 15,14), sino también nuestra esperanza, porque el mal y la
muerte nos tendrían a todos como rehenes. Con su muerte, Jesús ha quebrantado y
vencido la férrea ley de la muerte, extirpando para siempre su raíz ponzoñosa.
"¡Paz a vosotros!" (Jn 20,19.20). Éste es el
primer saludo del Resucitado a sus discípulos; saludo que hoy repite al mundo
entero. ¡Oh Buena Noticia tan esperada y deseada! ¡Oh anuncio consolador para
quien está oprimido bajo el peso del pecado y de sus múltiples estructuras!
Para todos, especialmente para los pequeños y los pobres, proclamamos hoy la
esperanza de la paz, de la paz verdadera, basada en los sólidos pilares del
amor y de la justicia, de la verdad y de la libertad.
"Pacem en
terris....". "La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la
humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni
consolidarse sino se respeta fielmente el orden establecido por Dios"
(Enc. Pacem in terris, Introd.). Con estas palabras comienza la histórica
Encíclica, con la cual hace cuarenta años el beato Papa Juan XXIII indicó al
mundo el camino de la paz. Son palabras actuales como nunca al alba del tercer
milenio, tristemente oscurecido por violencias y conflictos.
Que se trunque la cadena del odio que amenaza el
desarrollo ordenado de la familia humana. Que Dios nos conceda ser liberados
del peligro de un dramático choque entre las culturas y las religiones. Que la
fe y el amor a Dios hagan a los creyentes de cada religión valientes artífices
de comprensión y perdón, pacientes constructores de un provechoso diálogo
interreligioso, que inaugure un era nueva de justicia y de paz.
Como a los Apóstoles asustados en la tempestad del lago,
Cristo repite a los hombres de nuestro tiempo: "¡Ánimo, soy yo, no
temáis!" (Mc 6,50). Si Él está con nosotros, ¿por qué tener miedo? Aunque
parezco muy oscuro el horizonte de la humanidad, hoy celebramos el triunfo
esplendoroso de la alegría pascual. Si un viento contrario obstaculiza el
camino de los pueblos, si se hace borrascoso el mar de la historia, ¡que nadie
ceda al desaliento y a la desconfianza! Cristo ha resucitado; Cristo está vivo
entre nosotros; realmente presente en el sacramento de la Eucaristía, Él se
ofrece como Pan de salvación, como Pan de los pobres, como Alimento de los
peregrinos.
¡Oh divina presencia de amor, oh vivo memorial de Cristo
nuestra Pascua, Tú eres viático para los que sufren y los que mueren, para
todos eres prenda segura de vida eterna! María, primer tabernáculo de la
historia, Tú, testigo silencioso de los prodigios pascuales, ayúdanos a cantar
con la vida tu mismo "Magnificat" de alabanza y agradecimiento,
porque hoy "ha resucitado del sepulcro el Señor, que por nosotros fue
colgado de la cruz".
Ha resucitado Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza. Ha
resucitado. ¡Aleluya!
Beato Juan Pablo II
Homilía 20-Abril-2003
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