miércoles, 6 de junio de 2012

Recuerdos de Don Estanislao


(…) Mi privilegio más grande fue el de poder estar durante treinta y nueve años al lado de Karol Wojtyla, primero como obispo metropolitano de Cracovia, y luego, a partir del 16 de octubre del año 1978, como Representante de Cristo en la tierra. Fui testigo cotidiano de su profunda fe, de su ardiente oración y de su incansable servicio a Dios y al ser humano. En él, todo se integró y concentró en ese servicio

El apostolado se volvió el contenido de su vida. Hizo realidad en su vida las palabras de San Pablo: “En realidad, ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor” (Romanos 14, 7-8). Juan Pablo II vivió y se empeñó para Dios y murió para Dios. Por esa razón, su vida, su servicio, y también su muerte bendita, enriquecieron a toda la Iglesia, consolidaron la fe de millones de hombres en el mundo entero. Y sigue invitando a la gente a la fe y a la santidad. El símbolo de su acción es la larga fila de todos los días a su tumba.

El contenido, el ideal de vida de Karol Wojtyla y Juan Pablo II fue Jesucristo. Él encontraba en el Maestro de Nazaret su identidad y su motivación más profunda para servir a los demás. Lo expresó en la primera encíclica de su pontificado, Redemptor hominis.

Igualmente la espiritualidad mariana del Papa fue profundamente cristológica. María lo condujo a su Hijo, pero también Jesús lo condujo a su Madre conforme al espíritu del Evangelio. Un símbolo particular mariano de Juan Pablo II fue el Rosario. Lo rezó constantemente. Me resulta difícil decir cuántas veces diarias. Con el Rosario “envolvía” diferentes asuntos que le concernían o le preocupaban, y muchas veces eran asuntos importantes y difíciles.

Juan Pablo II pasó a la historia del Rosario enriqueciéndolo con los misterios de luz. Porque quiso contemplar junto con María los misterios de la vida pública de Jesús. Como escribió en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae: “Pasando de la infancia y de la vida en Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial “misterios de luz”.

En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es “la luz del mundo” (Juan 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el Evangelio del Reino. Por eso el Papa indicó a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios de luz–  de esta etapa de la vida de Cristo.

Además, otro signo de la piedad particular de Karol Wojtyla a María, desde los años más juveniles, fue el escapulario. Lo llevó durante toda la vida y se fue con él al otro mundo.

Tomado del libro “Juan Pablo II, su legado espiritual”
Escrito por Monseñor Estanislao Dziwisz
(secretario personal de Juan Pablo II por 39 años)
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