jueves, 28 de febrero de 2013

Sede vacante


Escucha Señor nuestra oración
 y concede a tu pueblo
 un pastor que en nombre de Cristo
 presida la Iglesia
 y acreciente la unidad de la fe
 y los vínculos del amor de todos los obispos
 y de sus Iglesias esparcidas por el mundo entero.
 Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.

sábado, 23 de febrero de 2013

Benedicto XVI ha sido un gran amigo de Juan Pablo II


Con gran seriedad y emoción, el cardenal arzobispo de Cracovia, Stanislaw Dziwisz acogió la decisión del Santo Padre Benedicto XVI de renunciar al gobierno de la Iglesia y poner en manos del colegio cardenalicio el cuidado del futuro de la Iglesia.

El cardenal Dziwisz, que fue secretario particular de Juan Pablo II, ha negado cualquier comparación de Benedicto XVII con Juan Pablo II, según informaron algunos medios de comunicación, tergiversando sus palabras: Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger fueron dos grandes amigos, cada uno tenía su carisma. Juan Pablo II abrió la Iglesia al mundo, Benedicto XVI ha profundizado la fe y las raíces cristianas, los pontificados se complementan entre sí. Benedicto XVI es un gran Papa, a él va mi gran gratitud, yo lo respeto y lo amo. He recibió la noticia de la renuncia con gran tristeza y sorpresa. Benedicto XVI es un hombre de gran lealtad a Jesucristo. Recuerdo su gran fidelidad y amistad con Juan Pablo II. Estamos felices y tenemos suerte de haber tenido, uno detrás de otro) dos papas de gran talla".

El cardenal arzobispo de Cracovia ha declarado en otra entrevista a Radio Vaticano que entiende las razones de la renuncia del papa Ratzinger. Benedicto XVI dirigió la Iglesia de Cristo después de la muerte de Juan Pablo II con gran seriedad y sabiduría que fluían de su excepcional capacidad intelectual y también de su profunda fe. Doy las gracias al Santo Padre por todos sus esfuerzos encaminados a la renovación de la Iglesia en el espíritu de lealtad al Maestro de Nazaret.

El cardenal, Stanislaw Dziwisz, como obispo de Polonia, ha agradecido a Benedicto XVI la amistad que tuvo con Juan Pablo II, el apoyo que ofreció para la beatificación del Papa Karol Wojtyla y también por la benevolencia que ha tenido, en estos casi ocho años de pontificado, con la nación polaca. “Personalmente, siempre seré fiel y agradecido por todo lo que he recibido de él. La Iglesia de Cracovia siempre estará agradecida al Pedro de nuestra época Benedicto XVI. Gratitud y lealtad. Permaneceremos unidos en la oración y dedicación, junto con el Santo Padre”.

Fuente: Foro Juan Pablo II

miércoles, 20 de febrero de 2013

Mensaje para Cuaresma del Beato Juan Pablo II


Hermanos y Hermanas:

1. El tiempo de la Cuaresma rememora los 40 años que Israel pasó en el desierto mientras se encaminaba hacia la tierra prometida. En aquel período el pueblo experimentó lo que era vivir en una tienda, sin domicilio fijo y con una total falta de seguridad. Muchas veces estuvo tentado de volver a Egipto, donde al menos tenía asegurado el pan, aunque fuera la comida de los esclavos. En la precariedad del desierto fue Dios mismo quien suministraba el agua y el alimento a su pueblo, protegiéndolo así de los peligros. De este modo, la experiencia de la dependencia total de Dios se convirtió para los hebreos en camino de liberación de la esclavitud y de la idolatría de las cosas materiales.

El tiempo cuaresmal pretende ayudar a los creyentes a revivir, mediante el compromiso de purificación personal, este mismo itinerario espiritual, tomando conciencia de la pobreza y de la precariedad de la existencia, y redescubriendo la intervención providencial del Señor que llama a tener los ojos abiertos ante las penurias de los hermanos más necesitados. Así, la Cuaresma es también el tiempo de la solidaridad ante las situaciones precarias en las que se encuentran personas y pueblos de tantos lugares del mundo.

2. Para la Cuaresma de 1997, primer año de preparación al Gran Jubileo del Año 2000, quisiera reflexionar sobre la condición dramática de los que viven sin casa. Propongo como tema de meditación las siguientes palabras del Evangelio de san Mateo: Venid, benditos de mi Padre, porque estaba sin casa y me alojasteis (cf. 25,34-35). La casa es el lugar de la comunión familiar, el hogar doméstico donde del amor entre marido y mujer nacen los hijos y aprenden las costumbres de la vida y los valores morales y espirituales fundamentales, que harán de ellos los ciudadanos y cristianos del mañana. En la casa, el anciano y el enfermo encuentran una atmósfera de cercanía y de afecto que ayuda a soportar los días del sufrimiento y del desgaste físico.

Sin embargo, ¡cuántos son, por desgracia, los que viven lejos del clima de calor humano y de acogida propio del hogar! Pienso en los refugiados, en los prófugos, en las víctimas de las guerras y de las catástrofes naturales, así como en las personas sometidas a la llamada emigración económica. Y ¿qué decir de las familias desahuciadas o de las que no logran encontrar una vivienda, del ingente número de ancianos a los cuales las pensiones sociales no les permiten obtener un alojamiento digno a un precio justo? Son situaciones penosas que generan a veces otras auténticas calamidades como el alcoholismo, la violencia, la prostitución o la droga. […]

3. Son muchos los pasajes bíblicos que ponen de relieve el deber de socorrer las necesidades de los que carecen de casa.

Ya en el Antiguo Testamento, según la Torah, el forastero y, en general, quien no tiene un techo donde cobijarse, al estar expuesto a cualquier peligro, merece una atención especial por parte del creyente. Más aún, Dios no ceja de recomendar la hospitalidad y la generosidad con el extranjero (cf. Dt 24, 17-18; 10, 18-19; Nm 15,15 etc.), recordando la precariedad sufrida por Israel mismo. Jesús, además, se identifica con quien no tiene casa: "era forastero, y me acogisteis" (Mt 25, 35), enseñando que la caridad para con quien se encuentra en esta necesidad será premiada en el cielo. Los Apóstoles del Señor recomiendan la hospitalidad recíproca a las diversas comunidades fundadas por ellos como signo de comunión y de novedad de la vida en Cristo.

Del amor de Dios aprende el cristiano a socorrer al necesitado, compartiendo con él los propios bienes materiales y espirituales. Esta solicitud no representa sólo una ayuda material para quien está en dificultad, sino que es también una ocasión de crecimiento espiritual para el mismo que la practica, que así se ve alentado a despegarse de los bienes terrenos. En efecto, existe una dimensión más elevada, indicada por Cristo con su ejemplo: "El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20). De este modo quería El expresar su total disponibilidad hacia el Padre celestial, cuya voluntad deseaba cumplir sin dejarse atar por la posesión de los bienes terrenos, pues existe el peligro constante de que en el corazón del hombre las realidades terrenas ocupen el lugar de Dios.

La Cuaresma es, pues, una ocasión providencial para llevar a cabo ese desapego espiritual de las riquezas para abrirse así a Dios, hacia el Cual el cristiano debe orientar toda la vida, consciente de no tener morada fija en este mundo, porque "somos ciudadanos del cielo" (Flp. 3, 20). En la celebración del misterio pascual, al final de la Cuaresma, se pone de relieve cómo el camino cuaresmal de purificación culmina con la entrega libre y amorosa de sí mismo al Padre. Este es el camino por el que el discípulo de Cristo aprende a salir de sí mismo y de sus intereses egoístas para encontrar a los hermanos con el amor.

4. La llamada evangélica a estar junto a Cristo "sin casa" es una invitación a todo bautizado a reconocer la propia realidad y a mirar a los hermanos con sentimientos de solidaridad concreta y hacerse cargo de sus dificultades. Mostrándose abiertos y generosos, los cristianos pueden servir, comunitaria e individualmente, a Cristo presente en el pobre y dar testimonio del amor del Padre. En este camino nos precede Cristo. Su presencia es fuerza y estímulo: El nos libera y nos hace testigos del Amor.

Queridos Hermanos y Hermanas: vayamos sin miedo con El hasta Jerusalén (cf. Lc 18,31), acogiendo su invitación a la conversión para adherirnos más profundamente a Dios, santo y misericordioso, sobre todo durante el tiempo de gracia que es la Cuaresma. Deseo que este tiempo lleve a todos a escuchar la llamada del Señor que invita a abrir el corazón hacia quienes se encuentran en necesidad. Invocando la celeste protección de María, especialmente sobre quienes carecen de casa, imparto a todos con afecto la Bendición Apostólica.

Beato Juan Pablo II 
Mensaje para la Cuaresma de 1997 

sábado, 16 de febrero de 2013

Juan Pablo II y Benedicto XVI


El Padre Donato Jiménez Sanz, docente de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima señaló que tanto la decisión del Beato Papa Juan Pablo II, de no renunciar al pontificado hasta su muerte, como la del Papa Benedicto XVI, son “aparentemente opuestas”, sin embargo fueron tomadas “desde la misma rectitud de conciencia, desde una sola Fe, desde un mismo Señor, y un mismo Espíritu”.

En un artículo remitido a ACI Prensa, titulado “Los Dos”, el P. Jiménez indicó que, tal como lo expresó el Papa Benedicto XVI en su renuncia al ministerio petrino, el Santo Padre “lo ha pensado repetidas veces ante el Señor, y con total sinceridad, ante el Santísimo”.

“¡Qué cosas no Le habrá dicho en la hondura de su oración! ¡Cómo habrá sido la extensión e intensidad de su oración!”, dijo.

El sacerdote teólogo indicó que el Santo Padre “muy probablemente se ha puesto en la necesidad y actitud de los pobres del Evangelio cuando le pedían, le clamaban, le suplicaban al Señor Jesús que pasaba”.

“Habrá llorado de agradecimientos como se llora agradecido ante el Padre. El Papa habrá consultado, sin duda, con alguno de sus más cercanos consejeros y, lo doy por supuesto, también con sus médicos”, señaló.

Para el P. Jiménez, el Papa Benedicto XVI “ha tenido la lucidez, la humildad, la fortaleza, el Don de Fortaleza, y la plena rectitud de conciencia, de decirle al Señor y a toda la Iglesia en el mundo, que sus fuerzas se han debilitado notablemente y que no puede ya llevar la carga y responsabilidad de tan grande ministerio petrino. ¡Gracias, Santo Padre!”.

El P. Jiménez recordó que “con la misma plena rectitud de conciencia” con la que ha actuado Benedicto XVI “vimos y oímos al ya beato Juan Pablo II, asumir y reasumir, aceptar y cargar hasta el último aliento la pesada cruz de ese mismo ministerio petrino”.

“De Juan Pablo II, habíamos conocido su juventud, la vitalidad, el nervio, la energía de su voz, la firmeza como los montes de su Fe, el arrastre de las gentes de todos los niveles y gamas sociales y culturales, de lenguas, colores y pueblos. Fue grito universal: ‘Juan Pablo II, te quiere todo el mundo’”, indicó.

El teólogo recordó “el fascinante tirón de los jóvenes que por todo el planeta lo siguieron prendidos-prendados de su palabra, que los encendía en un fervor nuevo, a quienes no calló nada, y de quien oyeron las palabras más bellas, las sentencias más verdaderas y los proyectos o planes más personalizantes y humanizadores”.

“También lo fuimos viendo decaer”, indicó, como consecuencia “del incalificable crimen del Mal contra su persona, y de la incansable actividad de su increíble apostolado paulino ad gentes, sin dejar de mostrar el ejercicio de su ministerio petrino ad greges”.

El Beato Papa Juan Pablo II, dijo el sacerdote, “quiso enseñarnos desde la impotencia y la pérdida de fuerzas y salud, cómo se lleva la enfermedad, el valor inconmensurable e infinito de la enfermedad, el oficio y beneficio redentor que en cristiano y para el mundo tiene el sufrimiento y la enfermedad… hasta la muerte”.

“Los jóvenes no se equivocaron: no dejaban de clamar con fuerza inequívoca: ¡Santo súbito!”, señaló.

ACI/EWTN Noticias

miércoles, 13 de febrero de 2013

Juan Pablo II y el Miércoles de Ceniza


El miércoles de ceniza se abre una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para [revivir] el misterio pascual, o sea, el recuerdo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra: "matanoeiete", es decir "Convertíos". Este imperativo es propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.

La sugestiva ceremonia de la Ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia.

Sinónimo de "conversión" es así mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.

(Beato Juan Pablo II - 16-2-1983)


"...La Cuaresma, que se inicia con el austero y significativo rito de la imposición de las cenizas, constituye un momento privilegiado para intensificar un compromiso de conversión a Cristo. El itinerario cuaresmal se convertirá, de este modo, en ocasión propicia para examinarse a sí mismos con sinceridad y verdad, para volver a poner en orden la propia vida, así como las relaciones con los demás y con Dios. «Convertíos y creed en el Evangelio» (Marcos 1, 15).
Que en este exigente camino espiritual nos apoye la Virgen, Madre de Dios. Que nos haga dóciles a la escucha de la palabra de Dios, que nos empuja a la conversión personal y a la fraterna reconciliación. Que María nos guíe hacia el encuentro con Cristo en el misterio pascual de su Muerte y Resurrección."

(Beato Juan Pablo II, Ángelus 22-2-2004)


María,
Madre de Misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la Cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en Misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que Él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

Beato Juan Pablo II
"Veritatis splendor", 120

miércoles, 6 de febrero de 2013

Vocación original al matrimonio


Catequesis del Beato Juan Pablo II (1980)     

La meditación siguiente presupone cuanto ya se sabe por los diversos análisis hechos hasta ahora. Estos brotan de la respuesta que dio Jesús a sus interlocutores (Evangelio de San Mateo, 19, 3-9 y de San Marcos, 10, 1-12), que le habían presentado una cuestión sobre el matrimonio, sobre su indisolubilidad y unidad. El Maestro les había recomendado considerar atentamente lo que era «desde el principio». Y precisamente por esto, en el ciclo de nuestras meditaciones hasta hoy, hemos intentado reproducir de algún modo la realidad de la unión, o mejor, de la comunión de personas, vivida «desde el principio» por el hombre y por la mujer. A continuación hemos tratado de penetrar en el contenido del conciso versículo 25 del Génesis 2: «Estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello».

Independientemente de una cierta diversidad de interpretación, parece bastante claro que «la experiencia del cuerpo», como podemos deducir del texto arcaico del Gén 2, 23, y más aún del Gén 2, 25, indica un grado de «espiritualización» del hombre, diverso del de que habla el mismo texto después del pecado (cf. Gén 3) y que nosotros conocemos por la experiencia del hombre «histórico». Es una medida diversa de «espiritualización», que comporta otra composición de las fuerzas interiores del hombre mismo, como otra relación cuerpo-alma, otras proporciones internas entre la sensitividad, la espiritualidad, la afectividad, es decir, otro grado de sensibilidad interior hacia los dones del Espíritu Santo. Todo esto condiciona el estado de inocencia originaria del hombre y a la vez lo determina, permitiéndonos también comprender el relato del Génesis. La teología y también él Magisterio de la Iglesia han dado una forma propia a estas verdades fundamentales.

Al emprender el análisis del «principio» según la dimensión de la teología del cuerpo, lo hacemos basándonos en las palabras de Cristo, con las que El mismo se refirió a ese «principio». Cuando dijo: «¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer?» (Mt 19, 4), nos mandó y nos manda siempre retornar a la profundidad del misterio de la creación. Y lo hacemos teniendo plena conciencia del don de la inocencia originaria, propia del hombre antes del pecado original. Aunque una barrera insuperable nos aparte de lo que el hombre fue entonces como varón y mujer, mediante el don de la gracia unida al misterio de la creación, y de lo que ambos fueron el uno para el otro, como don recíproco, sin embargo, intentamos comprender ese estado de inocencia originaria en conexión con el estado histórico del hombre después del pecado original: «status naturæ lapsæ simul et redemptæ».

Por medio de la categoría del «a posteriori histórico», tratamos de llegar al sentido originario del cuerpo, y de captar el vínculo existente entre él y la índole de la inocencia originaria en la «experiencia del cuerpo», como se hace notar de manera tan significativa en el relato del libro del Génesis. Llegamos a la conclusión de que es importante y esencial precisar este vínculo, no sólo en relación con la «prehistoria teológica» del hombre, donde la convivencia del varón y de la mujer estaba casi completamente penetrada por la gracia de la inocencia originaria, sino también en relación a su posibilidad de revelarnos las raíces permanentes del aspecto humano y sobre todo teológico del ethos del cuerpo.

El hombre entra en el mundo y casi en la trama íntima de su porvenir y de su historia, con la conciencia del significado esponsalicio del propio cuerpo, de la propia masculinidad y feminidad. La inocencia originaria dice que ese significado está condicionado «étnicamente» y además que, por su parte, constituye el porvenir del ethos humano. Esto es muy importante para la teología del cuerpo: es la razón por la que debemos construir esta teología «desde el principio», siguiendo cuidadosamente las indicaciones de las palabras de Cristo.

En el misterio de la creación, el hombre y la mujer han sido «dados» por el Creador, de modo particular, el uno al otro, y esto no sólo en la dimensión de la primera pareja humana y de la primera comunión de personas, sino en toda la perspectiva de la existencia del género humano y de la familia humana. El hecho fundamental de esta existencia del hombre en cada una de las etapas de su historia es que Dios «los creó varón y mujer»; efectivamente, siempre los crea de este modo y siempre son así. La comprensión de los significados fundamentales, encerrados en el misterio mismo de la creación, como el significado esponsalicio del cuerpo (y de los condicionamientos fundamentales de este significado) es importante e indispensable para conocer quién es el hombre y quién debe ser, y por lo tanto cómo debería plasmar la propia actividad. Es cosa esencial e importante para el porvenir del ethos humano.

El Génesis 2, 24 constata que los dos, varón y mujer, han sido creados para el matrimonio: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne». De este modo se abre una gran perspectiva creadora: que es precisamente la perspectiva de la existencia del hombre, que se renueva continuamente por medio de la «procreación» (se podría decir de la «autorreprodución»). Esta perspectiva está profundamente arraigada en la conciencia de la humanidad (cf. Gén 2, 23) y también en la conciencia particular del significado esponsalicio del cuerpo (cf. Gén 2, 25). El varón y la mujer, antes de convertirse en marido y esposa (en concreto hablará de ello a continuación el Gén 4, 1) surgen del misterio de la creación ante todo como hermano y hermana en la misma humanidad. La comprensión del significado esponsalicio del cuerpo en su masculinidad y feminidad revela lo íntimo de su libertad, que es libertad de don. De aquí arranca esa comunión de personas, en la que ambos se encuentran y se dan recíprocamente en la plenitud de su subjetividad. Así ambos crecen como personas-sujetos, y crecen recíprocamente el uno para el otro, incluso a través de su cuerpo y a través de esa «desnudez» libre de vergüenza. En esta comunión de personas está perfectamente asegurada toda la profundidad de la soledad originaria del hombre (del primero y de todos) y, al mismo tiempo, esta soledad viene a ser penetrada y ampliada de modo maravilloso por el don del «otro». Si el hombre y la mujer dejan de ser recíprocamente don desinteresado, como lo eran el uno para el otro en el misterio de la creación, entonces se da cuenta de que «están desnudos» (cf. Gén 3). Y entonces nacerá en sus corazones la vergüenza de esa desnudez, que no habían sentido en el estado de inocencia originaria.

sábado, 2 de febrero de 2013

Oración a Cristo, escrita para el Jubileo del año 2000


Gloria y Alabanza a ti, oh Cristo, ahora y por siempre

Señor Jesús, Plenitud de los tiempos y Señor de la historia, danos un corazón humilde y sencillo para que contemplemos con renovado asombro el misterio de la Encarnación, por el que Tú, Hijo del Altísimo, en el Seno de la Virgen, Santuario del Espíritu, te hiciste nuestro Hermano.

Gloria y alabanza a Ti, oh Cristo, ahora y por siempre.

Jesús, Principio y Perfección del hombre nuevo, convierte nuestros corazones a Ti, para que, abandonando las sendas del error, caminemos tras Tus huellas por el sendero que conduce a la vida. Haz que, fieles a las promesas del Bautismo, vivamos con coherencia nuestra fe, dando testimonio constante de Tu palabra, para que en la familia y en la sociedad resplandezca la luz vivificante del Evangelio.

Gloria y alabanza a Ti, oh Cristo, ahora y por siempre.

Jesús, Fuerza y Sabiduría de Dios, enciende en nosotros el amor a la divina Escritura, donde resuena la Voz del Padre, que ilumina e inflama, alimenta y consuela. Tú, Palabra del Dios vivo, renueva en la Iglesia el ardor misionero, para que todos los pueblos lleguen a conocerte, verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre, único Mediador entra Dios y el hombre.

Gloria y alabanza a Ti, oh Cristo, ahora y por siempre.

Jesús, Fuente de unidad y de paz, fortalece la comunión en Tu Iglesia, da vigor al movimiento ecuménico, para que con la fuerza de Tu Espíritu, todos tus discípulos sean uno. Tú que nos has dado como norma de vida el mandamiento nuevo del amor, haznos constructores de un mundo solidario, donde la guerra sea vencida por la paz, la cultura de la muerte por el compromiso en favor de la vida.

Gloria y alabanza a Ti, oh Cristo, ahora y por siempre.

Jesús, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, Luz que ilumina a todo hombre, da a quien te busca con corazón sincero la abundancia de Tu Vida. A Ti, Redentor del hombre, Principio y Fin del tiempo y del cosmos, al Padre, Fuente inagotable de todo bien, y al Espíritu Santo, Sello del infinito Amor, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Beato Juan Pablo II

Fuente: El camino de María
Imagen: Google