miércoles, 27 de noviembre de 2013

Oración a la Virgen de la Medalla Milagrosa por Juan Pablo II

“Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos”

Esta es la oración que tú inspiraste, oh María, a Santa Catalina Labouré, y esta invocación, grabada en la Medalla la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por el mundo entero.

¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada tú que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en Ti! ¡La maravilla de tu Maternidad divina! Y con vistas a ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La maravilla de tu fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a la Cruz de nuestro Salvador!

Tu Corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos. Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos abiertas. Con la única condición de que nos atrevamos a pedírtelas, de que nos acerquemos a Ti con la confianza, osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.

Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para estar al servicio del designio de salvación actuado por tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano, que la comunión supere todos los gérmenes de división que la esperanza cobre nueva vida en los que están desalentados. Te pedimos por los que padecen pruebas particulares, físicas o morales, por los que están tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por la duda de un clima de incredulidad, y también por los que padecen persecución a causa de su fe.

Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

S.S. Juan Pablo II
31 de mayo de  1980

domingo, 24 de noviembre de 2013

Jesucristo, Mesías Rey

El Evangelista Mateo concluye su genealogía de Jesús, Hijo de María, colocada al comienzo de su Evangelio, con las palabras “Jesús, llamado Cristo” (Mt 1, 16). El término “Cristo” es el equivalente griego de la palabra hebrea “Mesías”, que quiere decir “Ungido”. Israel, el pueblo elegido por Dios, vivió durante generaciones en la espera del cumplimiento de la promesa del Mesías, a cuya venida fue preparado a través de la historia de la Alianza. El Mesías, es decir el “Ungido” enviado por Dios, había de dar cumplimiento a la vocación del pueblo de la Alianza, al cual, por medio de la Revelación se le había concedido el privilegio de conocer la verdad sobre el mismo Dios y su proyecto de salvación.

La palabra “Mesías”, incluyendo la idea de unción, sólo puede comprenderse en conexión con la institución religiosa de la unción con el aceite, que era usual en Israel y que -como bien sabemos- pasó de la Antigua Alianza a la Nueva. En la historia de la Antigua Alianza recibieron esta unción personas llamadas por Dios al cargo y a la dignidad de rey, o de sacerdote o de profeta.

La verdad sobre el Cristo-Mesías hay que volverá a leer, pues, en el contexto bíblico de este triple “munus”, que en la Antigua Alianza se confería a los que estaban destinados a guiar o a representar al Pueblo de Dios. En esta catequesis intentamos detenernos en el oficio y la dignidad de Cristo en cuanto Rey.

Cuando el ángel Gabriel anuncia a la Virgen María que había sido escogida para ser la Madre del Salvador, le habla de la realeza de su Hijo: “...le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33)… el sentido pleno de la promesa iba más allá de los confines de un reino terreno y se refería no sólo a un futuro lejano, sino ciertamente a una realidad que iba más allá de la historia, del tiempo y del espacio: “Yo estableceré su trono por siempre” (2 Sam 7, 13).

Otro hecho significativo es que, al entrar en Jerusalén en vísperas de su Pasión, Jesús cumple, tal como destacan los Evangelistas Mateo (21, 5) y Juan (12, 15), la profecía de Zacarías, en la que se expresa la tradición del “Rey mesiánico”: “Alégrate sobremanera, hoja de Sión. Grita exultante, hija de Jerusalén. He aquí que viene tu Rey, justo y victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna” (Zac 9, 9). “Decid a la hija de Sión: he aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga” (Mt 21, 5).

El momento decisivo de esta clarificación se da en el diálogo de Jesús con Pilato, que trae el Evangelio de Juan. Puesto que Jesús ha sido acusado ante el gobernador romano de “considerarse rey” de los judíos, Pilato le hace una pregunta sobre esta acusación que interesa especialmente a la autoridad romana porque, si Jesús realmente pretendiera ser “rey de los judíos” y fuese reconocido como tal por sus seguidores, podría constituir una amenaza para el imperio. Pilato, pues, pregunta a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos? Responde Jesús: ¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de Mí?”; y después explica: “Mi Reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi Reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí”. Ante la insistencia de Pilato: “Luego, ¿tú eres rey?”, Jesús declara: “Tú dices que soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad; todo el que es de la Verdad oye mi Voz” (cf. Jn 18, 33-37). Estas palabras inequívocas de Jesús contienen la afirmación clara de que el carácter o munus real, unido a la misión del Cristo-Mesías enviado por Dios, no se puede entender en sentido político como si se tratara de un poder terreno, ni tampoco en relación al “pueblo elegido”, Israel.

La continuación del proceso de Jesús confirma la existencia del conflicto entre la concepción que Cristo tiene de Sí mismo como “Mesías-Rey” y la terrestre o política, común entre el pueblo. Jesús es condenado a muerte bajo la acusación de que “se ha considerado rey”. La inscripción colocada en la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, probará que para la autoridad romana éste es su delito. Precisamente los judíos que, paradójicamente, aspiraban al restablecimiento del “reino de David”, en sentido terreno, al ver a Jesús azotado y coronado de espinas, tal como se lo presentó Pilato con las palabras: “¡Ahí tenéis a vuestro rey!”, habían gritado: “¡Crucifícale!... Nosotros no tenemos más rey que al Cesar” (Jn 19, 15).

Finalmente, en el Calvario un último episodio ilumina la condición mesiánico-real de Jesús. Uno de los dos malhechores crucificados junto con Jesús manifiesta esta verdad de forma penetrante, cuando dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc 23, 42). En este diálogo encontramos casi una confirmación última de las palabras que el Ángel había dirigido a María en la Anunciación: Jesús “reinará... y su Reino no tendrá fin” (Lc 1, 33).

Beato Juan Pablo II (1987)

lunes, 18 de noviembre de 2013

Habla la protagonista del milagro que hará santo a Juan Pablo II

La costarricense protagonista del milagro que determinó la canonización del Beato Juan Pablo II, Floribeth Mora, expresó una vez más su gran admiración por aquel “joven huérfano que fue creciendo en soledad pero amando a su madre María como si fuera su propia madre, para mí era algo admirable”.

La Congregación para las Causas de los Santos aprobó el pasado martes 2 de julio la milagrosa curación de Mora luego que los médicos en Costa Rica le diagnosticaron un aneurisma cerebral. Floribeth se encomendó a Juan Pablo II el día de su beatificación, 1 de mayo de 2011, el aneurisma desapareció.

En una entrevista concedida a Radio María de Costa Rica, Mora resaltó que siempre ha creído que el Beato Juan Pablo II “ha sido una persona santa, aun cuando estaba vivo”.

Relató que cuando tenía 20 años “lo conocí cuando vino a Costa Rica no personalmente sino cuando pasó por las calles de San José” y describió que el beato “irradiaba una presencia diferente”.

Mora contó que “sufrí bastante con su muerte porque era una persona a la que admiraba y a la que aprendí a querer”.

Durante su pontificado “veía su historia” y le admiraba mucho… su humildad era algo increíble lo reflejaba, nos daba tanto, nos enseñaba a amar a Cristo como él lo amó y nos reflejaba eso siempre a todos”, resaltó.

Mora reflexionó sobre la importancia de la fe y como Dios pone intercesores, “yo me tomé de la mano de Juan Pablo porque era una persona que yo siempre había admirado”.

“Le decía: tú que estás tan cerca del Señor, dile que no me quiero morir, porque indigna como soy, tengo que pedirte que me ayudes”, y agregó “yo pecadora e indigna como soy, no me sentía capaz de pedírselo directamente a mi Dios”.

Expresó también su emoción y orgullo de poder ir al Vaticano el día de la canonización (27 de abril de 2014), y llevarse consigo una bandera grande de su país para que ondee junto a las otras banderas del mundo y dar a conocer que “este país tan pequeño ha sido bendecido, porque la bendición no es sólo mía es para todos” los costarricenses.

Además calificó como “cosa más bella” que 50 años después de su beatificación (1963) Juan XXIII será canonizado, “yo nací hace 50 años”.

En la entrevista también participó su esposo, Edwin Arce, y señaló que “la fe fue lo que nos ayudó a nosotros a salir adelante… creer en un Dios, creer en los santos porque los santos existen y un Dios tan grande que todo él lo da hacia nosotros, lo único es tener bastante fe”, remarcó.

Mora también enfatizó en la confianza e invitó a todas las personas a que tengan fe en Dios, “día a día son duras las pruebas pero los que vivimos en la fe sabemos que lo vamos a pasar… todo saldrá bien, pero llenémonos de fe y no de desesperanza tengamos paciencia que todo será  cuando Dios diga”.

(ACI/EWTN Noticias)

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Juan Pablo II, viajero y mensajero de Dios

Quizá más de uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes apostólicos que ha realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando sus viajes al exterior como al interior de Italia):

«En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!»). Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica (Redemptoris missio)».

Asimismo dirá el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias: «la experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es un deber exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia primordial. Veinte años de experiencia me han hecho comprender que, gracias a las visitas parroquiales del obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la más vasta arquitectura de la Iglesia y, de este modo, se adhiere más íntimamente a Cristo».

domingo, 10 de noviembre de 2013

Recordando siempre a Juan Pablo II

¿Recuerdas a Juan Pablo II? ¿Te fijaste, amigo lector, con qué cariño hemos celebrado en todo el mundo -empezando por Roma-, la festividad del beato Juan Pablo II? Sí, es el 22 de octubre el día de su fiesta. Pero el año que viene por estas fechas será ya a San Juan Pablo II a quien celebraremos.

¿Recuerdas? Fue el 1 de mayo de 2011 cuando Benedicto XVI lo beatificó, seguido en sus pantallas de televisión por millones de personas en todo el mundo: “Concedemos que el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, Papa –escuchamos todos-, a partir de este momento pueda ser llamado beato. Y que es posible celebrar su fiesta en los lugares y según las normas establecidas por la ley, cada año el 22 de octubre”.

Este 30 de septiembre el papa Francisco anunció su fecha de la canonización en la que será declarado oficialmente santo: el próximo 27 de abril 2014. El milagro que ha permitido la canonizarlo ocurrió en Costa Rica el mismo día de su beatificación. Por eso este 22 de octubre ha sido la tercera y última vez que se celebre la fiesta de Juan Pablo II como Beato.

El 22 de octubre de 1978, Juan Pablo II inauguraba su pontificado desde la Plaza de San Pedro. Falleció en el año 2005 en la víspera de la Solemnidad de la Divina Misericordia, que ha sido la elegida por el Papa Francisco para canonizarlo junto con Juan XXIII. Efectivamente, el próximo 27 de abril de 2014 es el Domingo de la Divina Misericordia, Solemnidad establecida en el año 2000 por el mismo Papa Juan Pablo II.

El 22 de octubre de 1978 dio comienzo a su ministerio como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Aquel día el Papa dijo: “el nuevo Sucesor de Pedro en la Sede de Roma eleva hoy una oración fervorosa, humilde y confiada: ¡Oh Cristo, haz que yo me convierta en servidor, y lo sea, de tu única potestad! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce ocaso! ¡Haz que yo sea un siervo! Más aún, siervo de tus siervos”. Y añadió:

“¡No tengan miedo! ¡Abran –aún más–, abran de par en par las puertas a Cristo! Abran a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!”

Como recordó el Papa Francisco, este año se cumplió el 35 aniversario de la elección de Karol Wojtyla a la Sede de Pedro. “Encomiendo a todos los que están presentes aquí y a sus seres queridos a la celestial intercesión del Beato Juan Pablo II, en el trigésimo quinto aniversario de su elección a la Cátedra de Pedro y los bendigo de corazón ¡Alabado sea Jesucristo!”, dijo el Pontífice argentino.

Su pontificado ha sido uno de los más largos y fructíferos de la historia de la Iglesia. Ha durado casi 27 años. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales en nueve consistorios. Uno de los cardenales creados por Juan Pablo II fue Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco.

Cuatro años después, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Iglesia Argentina, celebraba la Santa Misa en memoria de Juan Pablo II, destacando la coherencia de su corazón a la voluntad de Dios: “Recordamos a un hombre coherente que una vez nos dijo que este siglo no necesita de maestros, necesita de testigos, y el coherente es un testigo. Un hombre que pone su carne en el asador y avala con su carne y con su vida entera, con su transparencia, aquello que predica”

En 2005, el Papa Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficial y felizmente el Cardenal Camillo Ruini, vicario general entonces para la diócesis de Roma, el 28 de junio de ese año. Luego llegaría la beatificación el 1 de mayo de 2011, y ahora esperamos gozosos su canonización el próximo 27 de abril de 2014, domingo de la Divina Misericordia.

Fuente: foro Juan Pablo II

jueves, 7 de noviembre de 2013

De Juan Pablo II a María Medianera de todas las gracias

María es Madre de la humanidad en el orden de la Gracia. El Concilio Vaticano II destaca este papel de María, vinculándolo a su cooperación en la Redención de Cristo. Ella, «por decisión de la divina Providencia, fue en la tierra la excelsa Madre del Divino Redentor, la compañera más generosa de todas y la humilde esclava del Señor» (LG 61). Con estas afirmaciones, la Constitución Lumen Gentium pretende poner de relieve, como se merece, el hecho de que la Virgen estuvo asociada íntimamente a la Obra redentora de Cristo, haciéndose «la compañera» del Salvador «más generosa de todas». María coopera libremente en la obra de la salvación de la humanidad, en profunda y constante sintonía con su Divino Hijo.

El Concilio pone de relieve también que la cooperación de María estuvo animada por las virtudes evangélicas de la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad, y se realizó bajo el influjo del Espíritu Santo. Además, recuerda que precisamente de esa cooperación le deriva el don de la maternidad espiritual universal: asociada a Cristo en la Obra de la Redención, que incluye la regeneración espiritual de la humanidad, se convierte en Madre de los hombres renacidos a una vida nueva.

Esta misión maternal de María Santísima se ejerce en el contexto de su singular relación con la Iglesia. Con su solicitud hacia todo cristiano, más aún, hacia toda criatura humana, Ella guía la fe de la Iglesia hacia una acogida cada vez más profunda de la palabra de Dios, sosteniendo su esperanza, animando su caridad y su comunión fraterna, y alentando su dinamismo apostólico.

María, durante su vida terrena, manifestó su maternidad espiritual hacia la Iglesia por un tiempo muy breve. Sin embargo, esta función suya asumió todo su valor después de la Asunción, y está destinada a prolongarse en los siglos hasta el fin del mundo. El Concilio afirma expresamente: «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la Cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos» (LG 62).

El Padre ha querido poner a María cerca de Cristo y en comunión con Él, que puede «salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Hb 7,25): a la intercesión sacerdotal del Redentor ha querido unir la intercesión maternal de la Virgen. Es una función que Ella ejerce en beneficio de quienes están en peligro y tienen necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la salvación eterna: «Con su Amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz. Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).

Estos apelativos, sugeridos por la fe del pueblo cristiano, ayudan a comprender mejor la naturaleza de la intervención de la Madre del Señor en la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles. El título de «Abogada» se remonta a San Ireneo… María ejerce su papel de «Abogada», cooperando tanto con el Espíritu Paráclito como con Aquel que en la Cruz intercedía por sus perseguidores (cf. Lc 23,34) y al que Juan llama nuestro «Abogado ante el Padre» (cf. 1 Jn 2,1). Como Madre, Ella defiende a sus hijos y los protege de los daños causados por sus mismas culpas.

Los cristianos invocan a María como «Auxiliadora», reconociendo su amor materno, que ve las necesidades de sus hijos y está dispuesto a intervenir en su ayuda, sobre todo cuando está en juego la salvación eterna. La convicción de que María está cerca de cuantos sufren o se hallan en situaciones de peligro grave, ha llevado a los fieles a invocarla como «Socorro». La misma confiada certeza se expresa en la más antigua oración mariana con las palabras: «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita» (Breviario romano).

Como Mediadora maternal, María presenta a Cristo nuestros deseos, nuestras súplicas, y nos transmite los dones divinos, intercediendo continuamente en nuestro favor.

Beato Juan Pablo II
Audiencia general del 24-9-97