miércoles, 27 de agosto de 2014

Virgen del Magníficat

Oh Virgen Santísima Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, con alegría y admiración nos unimos a tu Magníficat, a tu canto de amor agradecido.

Contigo damos gracias a Dios, «cuya Misericordia se extiende de generación en generación», por la espléndida vocación y por la multiforme misión confiada a los fieles laicos, por su nombre llamados por Dios a vivir en comunión de amor y de santidad con Él y a estar fraternalmente unidos en la gran familia de los hijos de Dios, enviados a irradiar la luz de Cristo y a comunicar el fuego del Espíritu por medio de su vida evangélica en todo el mundo.

Virgen del Magníficat, llena sus corazones de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión.

Tú que has sido, con humildad y magnanimidad, «la esclava del Señor», danos tu misma disponibilidad para el servicio de Dios y para la salvación del mundo.
Abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas del Reino de Dios y del anuncio del Evangelio a toda criatura.

En tu Corazón de Madre están siempre presentes los muchos peligros y los muchos males que aplastan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Pero también están presentes tantas iniciativas de bien, las grandes aspiraciones a los valores, los progresos realizados en el producir frutos abundantes de salvación.

Virgen valiente, inspira en nosotros fortaleza de ánimo y confianza en Dios, para que sepamos superar todos los obstáculos que encontremos en el cumplimiento de nuestra misión. Enséñanos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios, de los nuevos cielos y de la nueva tierra.

Tú que junto a los Apóstoles has estado en oración en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu de Pentecostés, invoca su renovada efusión sobre todos los fieles laicos, hombres y mujeres, para que correspondan plenamente a su vocación y misión, como sarmientos de la verdadera vid, llamados a dar mucho fruto para la vida del mundo.

Virgen Madre, guíanos y sostennos para que vivamos siempre como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.

San Juan Pablo II

domingo, 24 de agosto de 2014

Oración a San Juan Pablo II

¡Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición.
Bendice a la Iglesia, que tú has amado, servido y guiado, animándola a caminar con coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos, y a todos a Jesús.
Bendice a los jóvenes, que fueron tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a mirar hacia lo alto para encontrar la luz que ilumina los caminos de la vida en la tierra.
Bendice a las familias, ¡bendice cada familia! Tú advertiste el asalto de Satanás contra esta preciosa e indisoluble chispita de cielo que Dios encendió sobre la Tierra. San Juan Pablo, con tu oración protege las familias y a cada vida que brota en la familia.
Ruega por el mundo entero, todavía marcado por tensiones, guerras e injusticias. Tú te opusiste a la guerra invocando el diálogo y sembrando el amor: ruega por nosotros, para que seamos incansables sembradores de paz.
Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz descender sobre todos nosotros la bendición de Dios. Amén
Cadenal Angelo Comastri 

martes, 19 de agosto de 2014

Soy todo tuyo, María

Virgen María, Madre mía.
Me consagro a ti y confío en tus manos toda mi existencia.
Acepta mi pasado con todo lo que fue.
Acepta mi presente con todo lo que es.
Acepta mi futuro con todo lo que será.

Con esta total consagración, te confío cuanto tengo y cuanto soy, 
todo lo que he recibido de Dios.
Te confío mi inteligencia,
Mi voluntad, mi corazón.

Deposito en tus manos mi libertad;
mis ansias y mis temores;
mis esperanzas y mis deseos;
mis tristezas y mis alegrías.

Custodia mi vida y todos mis actos para que le sea más fiel al Señor,
y con tu ayuda alcance la salvación.

Te confío ¡Oh María!
Mi cuerpo y mis sentidos
para que se conserven puro
y me ayuden en el ejercicio de las virtudes.

Te confío mi alma para que Tú la preserves del mal.
Hazme partícipe de una santidad, igual a la tuya.
Hazme conforme a Cristo, ideal de mi vida.

Te confío mi entusiasmo
y el ardor de mi juventud,
Para que Tú me ayudes
a no envejecer en la fe.

Te confío mi capacidad y deseo de amar,
Enséñame y ayúdame a amar como Tú has amado
y como Jesús quiere que se ame.

Te confío mi incertidumbres y angustias,
para que en tu corazón yo encuentre
seguridad, sostén y luz,
en cada instante de mi vida.

Con esta consagración
me comprometo a imitar tu vida.
Acepto las renuncias y sacrificios
que esta elección comporta,

Y te prometo, con la gracia de Dios
y con tu ayuda,
ser fiel al compromiso asumido.
Oh María, soberana de mi vida
y de mi conducta

Dispón de mí y de todo lo que me pertenece,
para que camine siempre junto al Señor
bajo tu mirada de Madre.

¡Oh María!
Soy todo tuyo
y todo lo que poseo te pertenece
Ahora y siempre.
Amén

San Juan Pablo II

viernes, 15 de agosto de 2014

San Juan Pablo II y la Asunción de María

El Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, manifestó:

"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (JP II, 2-julio-97).

"Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia Divina con respecto a la humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera criatura humana que realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos" (JP II , Audiencia General del 9-julio-97).

Continúa el Papa: "María Santísima nos muestra el destino final de quienes ‘oyen la Palabra de Dios y la cumplen' (Lc. 11, 28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria celestial" (JP II, 15-agosto-97)

lunes, 11 de agosto de 2014

María Santisima, Mujer Eucarística

«Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió “por obra del Espíritu Santo” era el “Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino. “Feliz la que ha creído” (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en “tabernáculo” - el primer “tabernáculo” de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el Rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

San Juan Pablo II
(Fuente: "El Camino de María")

viernes, 8 de agosto de 2014

De San Juan Pablo II a los sacerdotes

Si tenemos el deber de ayudar a los demás a convertirse, lo mismo debemos hacer continuamente en nuestra vida.

Convertirse significa retornar a la gracia misma de nuestra vocación, meditar la inmensa bondad y el amor infinito de Cristo, que se ha dirigido a cada uno de nosotros y, llamándonos por nuestro nombre, ha dicho: “Sígueme”.

Convertirse quiere decir dar cuenta en todo momento de nuestro servicio, de nuestro celo, de nuestra fidelidad ante el Señor de nuestros corazones, para que seamos “ministros del Cristo y administradores de los misterios de Dios”.

Convertirse significa dar cuenta también de nuestras negligencias y pecados, de la cobardía, de la falta de fe y esperanza, de pensar únicamente “de modo humano” y no “divino”.  Recordemos a este propósito la advertencia hecha por Cristo al mismo Pedro.

Convertirse quiere decir para nosotros buscar de nuevo el perdón y la fuerza de Dios en el Sacramento de la reconciliación y así volver a empezar siempre, avanzar cada día, dominarnos, realizar conquistas espirituales y dar alegremente, porque “Dios ama al que da con alegría”.

Convertirse quiere decir “orar en todo tiempo y no desfallecer”. La oración es en cierta manera la primera y última condición de la conversión, del progreso espiritual y de la santidad. Es la oración la que señala el  estilo esencial del sacerdocio; sin ella, el estilo se desfigura.

La oración nos ayuda a encontrar siempre la luz que nos ha conducido desde el comienzo de nuestra vocación sacerdotal, y que sin cesar nos dirige, aunque alguna vez da la impresión de perderse en la oscuridad. La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en estado de constante tensión hacia Dios, que es indispensable si queremos conducir a los demás a Él. La oración nos ayuda a creer, a esperar y amar, incluso cuando nos lo dificulta nuestra debilidad humana.

sábado, 2 de agosto de 2014

¡No tengáis miedo!

«El nuevo Sucesor de Pedro en la Sede de Roma eleva hoy una oración fervorosa, humilde y confiada:

 ¡Oh Cristo! ¡Haz que yo me convierta en servidor, y lo sea, de tu única potestad! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce ocaso! ¡Haz que yo sea un siervo! Más aún, siervo de tus siervos.

¡Hermanos y hermanas! ¡No tengan miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!

¡Ayuden al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!

¡No tengan miedo! ¡Abran -aún más- abran de par en par las puertas a Cristo!

Abran a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo El lo conoce!

Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación.

Permitan, pues, -se lo ruego, lo imploro con humildad y con confianza- permitan que Cristo hable al hombre.

¡Sólo El tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!

Mi pensamiento se dirige ahora hacia el mundo de lengua española, una porción tan considerable de la Iglesia de Cristo. A vosotros, hermanos e hijos queridos, llegue en este momento solemne el afectuoso saludo del nuevo Papa. Unidos por los vínculos de una común fe católica, sed fieles a vuestra tradición cristiana, hecha vida en un clima cada vez más justo y solidario, mantened vuestra conocida cercanía al Vicario de Cristo y cultivad intensamente la devoción a nuestra Madre, María Santísima.

Y me dirijo una vez más a todos los hombres, a cada uno de los hombres - ¡y con qué veneración el apóstol de Cristo debe pronunciar esta palabra: hombre! - ¡Recen por mí! ¡Ayúdenme para que pueda servirlos! Amén».

San Juan Pablo II
(Homilía 22 de octubre de 1978)