Hoy,
sábado 27 de abril, se cumplen diez años de la canonización de Juan Pablo II,
elevado al rango de santo por el Papa Francisco al mismo tiempo que Juan XXIII.
Desde entonces,
cada jueves por la mañana, exactamente a las 7h10 -para que pueda ser
retransmitido por Radio Vaticano-, los polacos del Vaticano y los que
peregrinan a Roma se reúnen para celebrar una Misa ante la tumba de Juan Pablo
II, “su” Papa, el hombre que devolvió la dignidad a un pueblo aplastado por el
yugo comunista.
Situar
el legado de Juan Pablo II en Roma es, pues, ante todo reconocer las banderas
rojas y blancas de los numerosos grupos polacos, visibles todos los días, y
durante todos los Ángelus y audiencias generales. Para millones de polacos de
todas las generaciones, la peregrinación a Roma es una experiencia ineludible,
incluso para las personas de medios modestos que ahorran varios años para
realizar este viaje tras las huellas de su Papa, que reinó durante más de un
cuarto de siglo.
La Misa
del jueves por la mañana ante la tumba de Juan Pablo II suele celebrarla el
cardenal Konrad Krajewski, actual Prefecto del Dicasterio para el Servicio de
la Caridad. Sirvió íntimamente al Pontífice polaco como celebrante ceremonial
papal durante los últimos años de su vida, cuando su enfermedad requería gran
delicadeza e ingenio para ponerle los ornamentos litúrgicos y sostenerle
físicamente durante las celebraciones. La mirada atenta y preocupada de
monseñor Krajewski aún puede verse en muchas fotos de aquella época.
Juan
Pablo II siguió siendo popular en el corazón de los romanos. En los alrededores
del Vaticano y en la ciudad de Roma, el rostro de Juan Pablo II sigue
apareciendo en muchas tiendas de recuerdos, comunidades religiosas y
parroquias.
En
abril de 2025, se celebrará el 20º aniversario de la muerte de Juan Pablo II. Esta
conmemoración será sin duda la ocasión para que sus colaboradores más antiguos
y el Papa le rindan un sentido homenaje al santo pontífice polaco.
Extractado de Aleteia. Autor Cyprien Viet
“El Buen Pastor, según las palabras de
Cristo, es precisamente el que "viendo venir al lobo", no huye, sino
que está dispuesto a exponer la propia vida, luchando con el ladrón, para que
ninguna de las ovejas se pierda. Si no estuviese dispuesto a esto, no sería
digno del nombre de Buen Pastor. Sería mercenario, pero no pastor”
San Juan Pablo II
Audiencia General
Miércoles 9 de mayo de 1979
Coincidentemente con el Domingo del Buen Pastor, la
Iglesia dedica este día a la Oración por las Vocaciones Sacerdotales y
Religiosas. La siguiente es una oración compuesta por san Juan Pablo II:
Padre Bueno, en Cristo tu Hijo nos revelas tu amor,
nos abrazas como a tus hijos y nos ofreces la posibilidad de descubrir, en tu
voluntad, los rasgos de nuestro verdadero rostro.
Padre santo, Tú nos llamas a ser santos como Tú eres
santo. Te pedimos que nunca falten a tu Iglesia ministros y apóstoles santos
que, con la palabra y con los sacramentos, preparen el camino para el encuentro
contigo.
Padre misericordioso, da a la Humanidad extraviada,
hombres y mujeres, que, con el testimonio de una vida transfigurada, a imagen
de tu Hijo, caminen alegremente con todos los demás hermanos y hermanas hacia
la patria celestial.
Padre nuestro, con la voz de tu Espíritu Santo, y
confiando en la materna intercesión de María, te pedimos ardientemente: manda a
tu Iglesia sacerdotes, que sean testimonios valientes de tu infinita bondad.
¡Amén!
Era el 29 de febrero de 1944. Karol Wojtyła,
estudiante de segundo año en un seminario secreto de la Facultad de Teología,
regresaba de la fábrica Solvay después de un doble turno, de día y de noche.
Caminaba por la acera, cerca de la terminal del
tranvía «3». Estaba cansado y no vio el camión alemán. Entonces se produjo un
accidente. El auto lo enganchó con el guardabarros, pero el conductor no se dio
cuenta de la situación y siguió adelante.
El hecho fue presenciado por una señora, Józefa
Florek, que en ese momento viajaba en un tranvía. Al principio, pensó que el golpe que estaba
escuchando lo provocó algo que había caído del camión en movimiento. Pero no
estaba segura.
Se bajó del tranvía y caminó hacia el lugar. Era
temprano en la tarde en Cracovia, alrededor de las 3:00 pm. En la calle entre Borek Fałęcki y Mateczny,
vio a un joven que yacía en el suelo, con ropa de trabajador y zuecos. No se
movía, no mostraba signos de vida.
Józefa se quedó sin saber qué hacer y lo único que
le vino a la mente fue pararse entre los autos tirados y los autos que iban a
toda velocidad por la carretera. Así que se colocó ahí de pie y lo protegió con
su propio cuerpo. No sabía quién era ni qué había pasado.
Al poco tiempo, otro automóvil alemán, esta vez un
automóvil de pasajeros, se detuvo en la calle. Ella se asustó porque de salió
de él un oficial uniformado. Le ordenó que trajera agua de deshielo de la
zanja. Ella trajo agua mezclada con lodo, y trataron de humedecer la boca del
hombre que yacía allí y refrescarle la cabeza.
Al cabo de un rato, el oficial comprobó que el joven
estaba vivo. Detuvo a un camión que transportaba madera y ordenó al conductor
que llevara a la víctima al hospital. En efecto, en el libro de admisiones de
la Clínica de Cirugía, con fecha 29 de febrero de 1944, se ingresa un paciente.
«Wojtyla Karol b. 1920 residente en Cracovia, ul. Tyniecka 40».
Y aunque hubo un error en la dirección de la nota,
el resto de los datos son ciertos. Józefa Florek y un oficial alemán
desconocido salvaron al futuro Papa. También consta que el paciente padecía
heridas en la cabeza y conmociones cerebrales.
El paciente pasó menos de dos semanas en el
hospital, se registró el alta el 12 de marzo de 1944. Tras el accidente, Karol
Wojtyła se recuperaba en casa de una familia escocesa de buenos amigos. Józefa
guardó unas cartas en las que Wojtyła le agradecía haberle salvado la vida .
Muchos años después, cuando Karol Wojtyła era
arzobispo en Cracovia, Franciszek Wójcik, un colega de trabajo en la fábrica de
productos químicos Solvay, agregó algunos detalles del momento del accidente.
Él escribió:
“Realicé las mismas funciones en Solvay que el
arzobispo, solo que en un turno diferente. A menudo nos sustituíamos unos a
otros, y el trabajo de algunos días lo hacía uno y luego el otro. Mientras
tanto, yo ayudaba trabajando en casa y él necesitaba ese tiempo para estudiar.
Estuve en el hospital, lo visité cuando estaba acostado en un accidente. Iba
caminando del trabajo y un automóvil lo atropelló cerca de Mateczny. Después
del hospital, volvió al trabajo. La comida era escasa, solo había rebanadas de
pan secas. Pero él no se avergonzó, trajo café de la cocina y tomaba eso. En
ese momento, la sala de calderas estaba bajo la supervisión del capataz Czaja.
Recuerdo hasta el día de hoy que le debo al arzobispo el salario de un día, que
él trabajó para mí…”
(Agmoesja Bugala en
Aleteia - Imagen SobreHistoria.com)