Un
sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en
una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo.
Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que
conocía a aquel hombre. ¡Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el
mismo día que él! Ahora mendigaba por las calles.
El
sacerdote, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo
había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
Al
día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de
asistir a la Misa privada del Papa al que podría saludar al final de la
celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso
de arrodillarse ante el santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero
de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.
Un
día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la
que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió
a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el
mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de
asearse.
El
Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote de Nueva York que los dejara
solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado,
respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez
sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de
presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo
encargar de eso", dijo el Papa.
El
hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara
su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II
le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente
del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.
1. "No
tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo". (El 16 de octubre de 1978, día
de su elección como Papa)
2. "La
peor prisión es un corazón cerrado".
3. "Que
nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan
deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene
acompañada de equidad, verdad, justicia, y solidaridad”.
4. "La
familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez
primera los valores que les guían”.
5. "Dios
se deja conquistar por el humilde y rechaza la arrogancia del orgulloso".
6. "Ahora
más que nunca es urgente que seáis los centinelas del mañana, los vigías que
anuncian la luz del alba y la nueva primavera del Evangelio, de la que ya se
ven los brotes". (Mensaje de Juan Pablo II para la XVIII Jornada Mundial
de la Juventud. 25 de julio 2002)
7. "No
hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón". (Mensaje de Juan Pablo
II para la celebración de la XXXV Jornada Mundial de la Jornada Mundial de la
Paz. 1 de enero de 2002)
8. "Hoy
más que nunca la Iglesia necesita sacerdotes santos cuyo ejemplo diario de
conversión inspire en los demás el deseo de buscar la santidad".
9. "La
paz exige cuatro condiciones esenciales: Verdad, justicia, amor y
libertad".
10.
"Dejadme ir a la casa del Padre". (2 de abril de 2005. Sus últimas
palabras)
Queridos hermanos y
hermanas:
Con interés especial hoy os
pido a los que estáis aquí reunidos, para rezar conmigo el Ángelus [1 Nov 1978], que os
detengáis un momento a reflexionar sobre el misterio de la liturgia del día.
La Iglesia vive con una gran
perspectiva, la acompaña siempre, la forja continuamente y la proyecta hacia la
eternidad. La liturgia del día pone en evidencia la realidad escatológica, una
realidad que brota de todo el plan de salvación y, a la vez de la historia del
hombre, realidad que da el sentido último a la existencia misma de la Iglesia y
a su misión.
Por esto vivimos con tanta
intensidad la Solemnidad de todos los Santos, así como también el día de
mañana, Conmemoración de los Difuntos. Estos dos días engloban en sí de modo
muy especial la fe en la "vida eterna" (últimas palabras del Credo
apostólico). Si bien estos dos días enfocan ante los ojos de nuestra alma lo
ineludible de la muerte, dan también al mismo tiempo testimonio de la vida.
El hombre que está
"condenado a muerte", según las leyes de la naturaleza, el hombre que
vive con la perspectiva de la aniquilación de su cuerpo, este hombre desarrolla
su existencia al mismo tiempo con perspectivas de vida futura y está llamado a
la gloria.
La Solemnidad de todos los
Santos pone ante los ojos de nuestra fe a los que han alcanzado ya la plenitud
de su llamada a la unión con Dios. El día de la Conmemoración de los Difuntos
hace converger nuestros pensamientos en quienes, después de dejar este mundo,
en la expiación esperan alcanzar la plenitud de amor que requiere la unión con
Dios.
Se trata de dos días grandes
en la Iglesia que "prolonga su vida" de cierta manera en sus santos y
en todos los que se han preparado a esa vida sirviendo a la verdad y al amor.
Por ello los primeros días
de noviembre la Iglesia se une de modo especial a su Redentor, que nos ha
introducido en la realidad misma de esa vida a través de su Muerte y
Resurrección. Al mismo tiempo ha hecho de nosotros "un reino de sacerdotes"
para su Padre.
Por ello, a nuestra oración
común uniré una intención especial por las vocaciones sacerdotales en la
Iglesia de todo el mundo. Me dirijo a Cristo para que llame a muchos jóvenes y
les diga: "Ven y sígueme". Y pido a los jóvenes que no se opongan,
que no contesten "no". A todos ruego que oren y colaboren en favor de
las vocaciones.
La mies es grande. La
Solemnidad de todos los Santos nos dice precisamente que la mies es abundante.
No la mies de la muerte, sino la de la salvación; no la mies del mundo que
pasa, sino la mies de Cristo que perdura a través de los siglos.
San
Juan Pablo II
Ángelus 1 Nov
1978
Fuente: El
Camino de María