Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos.
Señor Jesús, ¡quédate con nosotros!
Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de
nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche.
Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros
pasos por la vía del bien.
Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y
particularmente a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas
consagradas. Bendice a toda la humanidad.
En la Eucaristía te has hecho “remedio de inmortalidad”: danos el gusto
de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos
seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin.
¡Quédate con nosotros, Señor!
¡Quédate con nosotros! Amén!
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