San Juan Pablo II devoto de la Virgen del Carmen
Todos los 16 de julio se
celebra una de las advocaciones marianas más celebradas y arraigadas: la de la
Virgen del Carmen, con millones de devotos. Uno de los más conocidos y que más
habló del escapulario y de la importancia de María fue San Juan Pablo II.
Muchas son las referencias
que muestran cómo a lo largo de toda la vida del santo polaco, desde que era
niño, en su corazón estaba la Virgen del Carmen. Cari Filii News recuerda esta
devoción:
En el año 2001 se celebraba
el 750º aniversario de la entrega del Escapulario del Carmen a San Simón Stock,
y con ese motivo el Papa reinante, San Juan Pablo II, proclamó un Año Mariano
Carmelitano. El 25 de marzo, festividad de la Anunciación, dirigió una
carta-mensaje a la Orden del Carmen donde hacía una confesión: “También yo llevo sobre mi corazón, desde
hace mucho tiempo, el escapulario del Carmen”.
“Desde
mi juventud“, reiteró el 16 de julio de 2003 en Castelgandolfo, “llevo en el cuello el escapulario de la
Virgen y me refugio con confianza bajo el manto de la Bienaventurada Virgen
María, Madre de Jesús. Espero que el escapulario sea para todos,
particularmente para los fieles que lo llevan, ayuda y defensa en los peligros,
sello de paz y signo del auxilio de María”.
Para entonces ya era bien
conocida esta devoción del Papa polaco a la Virgen del Carmen, que está en la
raíz de su interés por San Juan de la Cruz. Siendo estudiante universitario
leyó las obras del místico español y pensó ingresar en un convento carmelita
donde solía hacer con los religiosos los ejercicios espirituales. No llegó a
cumplir ese deseo (fue el cardenal Stefan Sapieha, arzobispo de Cracovia, quien
disipó sus dudas, confesaría luego), pero sí le consagró su tesis doctoral,
defendida años después en el Angelicum de Roma. Había, pues, un plan de Dios,
como había reconocido él mismo en 1988 al coronar (como haría varias veces a lo
largo de su pontificado) una imagen de Nuestra Señora del Carmen o del Monte
Carmelo, en aquella ocasión la que se venera en Czerna. Fue durante su viaje
apostólico a su Polonia natal, y no dudó en afirmar: “Hoy admiro los designios de la Providencia, que me ha incorporado a la
espiritualidad carmelitana… Mi primer escapulario, al que he permanecido fiel,
y el cual constituye mi fuerza“.
Así explicó él mismo la influencia
de la espiritualidad carmelitana en sus primeros años: “Al referirme a los orígenes de mi vocación sacerdotal, no puedo
olvidar la trayectoria mariana, La veneración a la Madre de Dios en su forma
tradicional me viene de la familia, y de la parroquia de Wadowice… En Wadowice
había sobre la colina un monasterio carmelita, cuya fundación se remontaba a
los tiempos de San Rafael Kalinowski. Muchos habitantes de Wadowice acudían
allí, y esto tenía un reflejo en la difundida devoción al Escapulario de la
Virgen del Carmen. También yo lo recibí, creo que cuando tenía diez años; y aún
lo llevo. Se iba a los carmelitas también para las confesiones. De ese modo,
tanto en la iglesia parroquial, como en la del Carmen se formó mi devoción
mariana durante los años de la infancia y de la adolescencia”.
Ya como Papa, esa devoción
se tradujo en un hecho significativo, que recuerda el padre carmelita Enrique
Llamas: “Él ostenta el récord entre todos los Papas por el número de documentos
marianos publicados, y en particular por el número de documentos sobre la
Virgen del Carmen, el Escapulario, y los Carmelitas”.
Y otro dato: cuando la
reforma litúrgica implantada por el San Pablo VI en 1969 relegó la festividad
de la Virgen del Carmen al rango litúrgico de “memoria libre”, Karol Wojtyla,
ya arzobispo de Cracovia, fue uno de los numerosos obispos del mundo que
escribieron a la Santa Sede que fuese restablecida y conservase al menos el
rango de “memoria obligatoria“, como finalmente se hizo.
La razón de esta preferencia
por la advocación del Carmen no es solamente pietista o referida a su devoción
infantil, sino profundamente teológica, en cuanto arraiga en el simbolismo
bíblico del Monte Carmelo. Así lo expresó el mismo san Juan Pablo II el 16 de
julio de 2000, en el rezo del Angelus en el Valle de Aosta, donde se encontraba
pasando unos días de descanso: “Al
contemplar estas montañas mi mente acude hoy al Monte Carmelo, cantado en la
Biblia por su belleza. Y es que celebramos la fiesta de la bienaventurada
Virgen del Monte Carmelo. Sobre ese monte, el santo profeta Elías defendió con
arrojo la integridad y la pureza de la fe del pueblo elegido del Dios vivo. En
esta misma montaña reuniéronse algunos ermitaños que se dedicaron a la
contemplación y a la penitencia. El Carmelo indica simbólicamente el monte de
la plena adhesión a la voluntad divina. Todos estamos llamados a escalar esta
montaña…”.
Si alguien encarna esa
adhesión a la voluntad divina es la mujer del Fiat a la Encarnación redentora. Y si alguien encarna el auxilio
para encaramarnos a ese monte, es la mediadora de todas las gracias. La Virgen
del Carmen, esa que, según propia confesión, constituía “toda la fuerza” del
Papa Wojtyla.
(Religión
en Libertad)
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