La Virgen María en la Resurrección de Jesús
Es legítimo pensar que
verosímilmente Jesús Resucitado se apareció a su Madre en primer lugar. La
ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al
sepulcro (ver Mc 16,1; Mt 28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de
que Ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada
también por el dato de que las primeras testigos de la Resurrección, por
Voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie
de la Cruz y, por tanto, más firmes en la fe.
La Virgen santísima,
presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el
cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada
también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos
los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo
resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr
su plena realización mediante la resurrección de los muertos.
En el tiempo pascual la
comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse:
«Regina caeli, laetare. Alleluia».
«¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!». Así recuerda el gozo de María por la
resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el «¡Alégrate!» que le dirigió
el ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en «causa de alegría» para
la humanidad entera.
San
Juan Pablo II
21 de mayo de 1997
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