Karol Wojtyla seminarista se salvó de ser fusilado por los soviéticos
Karol Wojtyla y Joseph Stalin
Juan Pablo II no hubiera
llegado a ser Papa si, en el año 1945, en Cracovia, un oficial de la Armada
Roja de la Unión Soviética, culto y amante de la historia, no hubiera decidido
salvar la vida, a pesar de las órdenes de Stalin, a un joven seminarista llamado
Karol Wojtyla, que le había ayudado a traducir libros sobre la caída del
Imperio romano. Este episodio, poco conocido
de la vida del Papa, fue narrado al semanario italiano «Famiglia Cristiana» por
el protagonista, el mayor Vasilyi Sirotenko. Sirotenko, profesor de
historia medieval, formó parte de la 59ª Armada del general Ivan Stepanovich
Konev que arrebató a los alemanes Cracovia el 17 de enero de 1945. Al día
siguiente el soldado se encontraba entre los hombres que ocuparon una mina de
piedra de la empresa Solvay a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. «También
allí los alemanes se rindieron y escaparon casi inmediatamente -recuerda-. Los
obreros polacos se habían escondido: cuando llegamos comenzamos a gritar: sois
libres, salid, salid, estáis libres. Cuando los contamos, eran ochenta. Poco
después descubrí que 18 de ellos eran seminaristas». La guerra de Stalin no era
un banquete de gala. Los soldados robaban lo que podían: dinero, relojes, ropa…
Los primeros rusos que entraron a Cracovia lo único que buscaban era comida.
Sirotenko, sin embargo, causó en más de alguno un dejo de risa: él buscaba
libros en latín y alemán. Por este motivo, al ver a
los seminaristas se puso muy contento. «Llamé a uno de ellos y le pregunté si
era capaz de traducir del latín y del italiano -revela Sirotenko-. Me dijo que
no era muy bueno en estas materias, que había estudiado poco. Estaba
aterrorizado, e inmediatamente añadió que tenía un compañero muy inteligente y
capaz para los idiomas. Un cierto Karol Wojtyla». «Entonces di la orden de
encontrar a ese tal Karol», continúa diciendo el antiguo soldado. «Descubrí que
era bastante bueno en ruso pues su madre era una "russinka", es decir
una "ukrainka" con raíces rusas. Por eso le hice traducir también
documentos del ruso al polaco». Vasilyj se hizo amigo de
Karol y pidió que le tradujera también artículos sobre la caída del Imperio
romano, que era fruto de todo tipo de interpretaciones por parte de Stalin.
Fueron tan amigos que un día el comisario político Lebedev convocó al oficial
soviético: «Camarada mayor, ¿qué hace usted con ese seminarista? ¿Piensa
ignorar las órdenes de Stalin? ¿La disposición del 23 de agosto de 1940 sobre
los oficiales, maestros y seminaristas polacos no le convence?». Sirotenko respondió: «No
puedo fusilarlo. Es demasiado útil. Sabe idiomas y conoce la ciudad». Y añade:
El comisario sabía que era verdad, pero no quería correr riesgos. De modo que
me dijo que la responsabilidad era mía». Después, salieron los
primeros carros de prisioneros hacia Siberia, personas que no volverían nunca
más. Los seminaristas de la cantera Solvay estaban entre los primeros de la
lista. Sirotenko, sin embargo, les salvó la vida. La misma excusa volvió a
convencer a Lebedev. Ahora al mayor no le gusta
reconocer que sabía lo que significaba partir al destierro. «Escribí una orden
en la que, por exigencias relativas a las operaciones militares que tenían
lugar en Cracovia, Wojtyla y los demás no deberían ser deportados». Cuando en 1978 fue elegido Papa
un cierto Karol Wojtyla, Sirotenko era el único que conocía ese nombre en
Rusia, a excepción del KGB. Cuando Sirotenko cumplió 85 años, recibió una carta
del Papa Juan Pablo II en la que le felicitaba por sus 85 años. El viejo
profesor de historia y antiguo oficial de la Armada Roja miró la carta y dijo:
«Los dos hemos tenido una vida muy intensa».
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