Llamado
a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24)
San José está ante nosotros
como el hombre de fe y de oración. La liturgia le aplica la Palabra de Dios en
el salmo 88: “Él me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora”
Ciertamente, cuántas veces, durante
las largas jornadas de trabajo, José habrá elevado su pensamiento a Dios, para
invocarlo, para ofrecerle sus fatigas, para implorar luz, ayuda y consuelo.
¡Cuántas veces! Pues bien,
este hombre que con toda su vida parecía gritar a Dios “Tú eres mi Padre”,
obtuvo esta gracia particularísima: el Hijo de Dios en la tierra, lo trató como
padre.
José invoca a Dios con todo
el ardor de su corazón creyente: “Padre mío”, y Jesús, que trabaja a su lado
con las herramientas de carpintero, se dirigía a él llamándolo “padre”.
Misterio profundo: Cristo,
que en cuanto Dios, tenía directamente la experiencia de la Paternidad divina
en el seno de la Santísima Trinidad, vivió esta experiencia en cuanto hombre, a
través de la persona de José, su padre putativo. Y José, a su vez, ofreció en
la casa de Nazaret al niño que crecía a su lado, el apoyo de su equilibrio
viril, de su clarividencia, de su valentía, de las dotes propias de todo buen
padre, sacándolas de esa fuente suprema, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra.
...Él mi invocará: “Tú eres
mi Padre”. Como san José, invocad también vosotros con una oración asidua y
fervorosa al Padre celestial y también vosotros experimentareis como él, la
verdad de las siguientes palabras del salmo: “le mantendré eternamente mi favor
y mi alianza con él será estable”.
San Juan Pablo II
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