Carta de San Juan Pablo II a las mujeres
Te doy gracias, mujer-madre, que te
conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una
experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la
luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de
referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes
irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca
entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana,
que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las
riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que
participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural,
artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la
elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una
concepción de la vida siempre abierta al sentido del «misterio», a la
edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que, a
ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado,
te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a
toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa
maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer… ¡Por el hecho mismo de
ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión
del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
San Juan Pablo II
(1995)
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