La Ascensión del Señor
"Dios asciende entre aclamaciones" (Antífona del Salmo
responsorial). Estas palabras de la liturgia de hoy nos introducen en la
solemnidad de la Ascensión del Señor. Revivimos el momento en que Cristo, cumplida
su misión terrena, vuelve al Padre. Esta fiesta constituye el coronamiento de
la glorificación de Cristo, realizada en la Pascua. Representa también la
preparación inmediata para el don del Espíritu Santo, que sucederá en
Pentecostés. Por tanto, no hay que considerar la Ascensión del Señor como un
episodio aislado, sino como parte integrante del único misterio pascual.
En realidad, Jesús resucitado no deja
definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de relación
con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente
como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una
profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del
Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los discípulos a
reconocerlo: en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia,
comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante misión
evangelizadora a lo largo de los siglos.
La liturgia nos exhorta hoy a mirar al cielo, como
hicieron los Apóstoles en el momento de la Ascensión, pero para ser los
testigos creíbles del Resucitado en la tierra (cf. Hch 1, 11), colaborando con
él en el crecimiento del reino de Dios en medio de los hombres. Nos invita, además,
a meditar en el mandato que Jesús dio a los discípulos antes de subir al cielo:
predicar a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc
24, 47).
Todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo
están llamados a dar su contribución a vuestra acción de compromiso apostólico
y de renovación eclesial. Pienso de modo especial en vosotros, amadísimos
jóvenes… Con la misma alegría id al encuentro de vuestros coetáneos, y sed
acogedores y abiertos con ellos. Además, también podéis hacer mucho por los
ancianos. Es sabido que entre jóvenes y ancianos se crea a menudo un vínculo
que puede resultar para vosotros un óptimo camino de profundización de la fe, a
la luz de su experiencia. Asimismo, podéis comunicar a los ancianos el
entusiasmo típico de vuestra edad, para que vivan mejor el otoño de su
existencia. De este modo se realiza un útil intercambio de dones en beneficio
de toda la comunidad. Que la comprensión y la cooperación recíprocas entre
todos sean el estilo permanente de vuestra vida familiar y parroquial.
"Yo os enviaré lo que mi Padre ha
prometido" (Lc 24, 49). Jesús habla aquí de su Espíritu, el Espíritu Santo.
También nosotros, al igual que los discípulos, nos disponemos a recibir este
don en la solemnidad de Pentecostés. Sólo la misteriosa acción del Espíritu
puede hacernos nuevas criaturas; sólo su fuerza misteriosa nos permite anunciar
las maravillas de Dios. Por tanto, no tengamos miedo; no nos encerremos en
nosotros mismos. Por el contrario, con pronta disponibilidad colaboremos con
él, para que la salvación que Dios ofrece en Cristo a todo hombre lleve a la
humanidad entera al Padre.
Permanezcamos en espera de la venida del Paráclito,
como los discípulos en el Cenáculo, juntamente con María. Que ella, como Reina
de nuestro corazón, haga de todos los creyentes una familia unida en el amor y
en la paz.
San Juan Pablo II
Festividad de la Ascensión del Señor 2001
Imagen tomada de Google
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