¿Por qué viene el Señor? Meditaciones de Adviento
Vivir
de la Iglesia
Vuelvo
a tocar el tema del Adviento siguiendo el ritmo de la liturgia que nos
introduce en la vida de la Iglesia del modo más sencillo y, a la vez, más profundo.
El Concilio Vaticano II, que nos ha dado una doctrina rica y universal sobre la
Iglesia, atrajo nuestra atención también hacia la liturgia. A través de ésta no
sólo conocemos qué es la Iglesia, sino que experimentamos día a día de qué
vive. También nosotros vivimos de ella, pues somos la Iglesia: «La liturgia…
contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a
los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera
Iglesia. Es característico de la Iglesia ser a la vez humana y divina, visible
y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina» (Sacrosanctum
Concilium 2).
La
liturgia del Adviento
La
Iglesia ahora está viviendo el Adviento, y por ello nuestros encuentros de los
miércoles se centran en este período litúrgico. Adviento significa «venida».
Para penetrar en la realidad del Adviento, hasta ahora hemos procurado mirar en
dirección de quién es el que viene y para quién viene. Hemos hablado, por lo
tanto, de un Dios que al crear el mundo se revela a Sí mismo: un Dios Creador.
Y el miércoles pasado hablamos del hombre. Hoy seguiremos adelante para hallar
respuesta más completa a la pregunta: ¿por qué el «Adviento»?, ¿por qué viene
Dios?, ¿por qué quiere venir hasta el hombre?
La
liturgia del Adviento se funda principalmente en textos de los profetas del
Antiguo Testamento. En ella habla casi todos los días el profeta Isaías. En la
historia del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, él era un «intérprete»
particular de la promesa que este pueblo había recibido de Dios hacía tiempo en
la persona del fundador de su estirpe: Abraham. Como todos los demás profetas,
y quizá más que todos, Isaías reforzaba en sus contemporáneos la fe en las
promesas de Dios confirmadas por la alianza al pie del monte Sinaí. Inculcaba
sobre todo la perseverancia en la expectación y la fidelidad: «Pueblo de Sión, el Señor vendrá a salvar a los pueblos y
hará oír su voz majestuosa para dar gozo a vuestro corazón» (cf. Is 30, 19.30).
Cuando
Cristo estaba en el mundo aludió una y otra vez a las palabras de Isaías. Decía
claramente: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21).
Los
primeros capítulos del libro del Génesis
La
liturgia del Adviento es de carácter histórico. La expectación de la venida del
Ungido (Mesías) fue un proceso histórico. De hecho impregnó toda la historia de
Israel, que fue elegido precisamente para preparar la venida del Salvador.
Pero en
cierto modo nuestras consideraciones van más allá de la liturgia diaria del
Adviento. Volvamos, pues, a la pregunta fundamental: ¿Por qué viene Dios” ¿Por
qué quiere venir al hombre, a la humanidad? Busquemos respuestas adecuadas a
estas preguntas; y busquémoslas en los orígenes mismos, es decir, antes de que
comenzara la historia del pueblo elegido.
Por lo
tanto, buscando una respuesta a la pregunta ¿«por qué» el Adviento?, debemos
volver a leer otra vez atentamente toda la descripción de la creación del
mundo, y en particular de la creación del hombre. Es significativo (y ya he
tenido ocasión de aludir a ello) cómo cada uno de los días de la creación
termina comprobando: «vio Dios ser bueno»; y después de la creación del hombre:
«…vio ser muy bueno». Esta comprobación se enlaza con la bendición de la
creación, y sobre todo con la bendición explícita del hombre.
En toda
esta descripción está ante nosotros un Dios que se complace en la verdad y en
el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Cor 13, 6). Allí donde está la
alegría que brota del bien, allí está el amor. Y sólo donde hay amor existe la
alegría que procede del bien. El libro del Génesis, desde los primeros
capítulos, nos revela a Dios, que es amor (si bien esta expresión la utilizará
San Juan mucho más tarde). Es amor porque goza con el bien. Por consiguiente,
la creación es a la vez donación auténtica: donde hay amor, hay don.
Dios
Salvador
Qué
relación tiene todo esto con el Adviento, podemos preguntarnos con razón.
Contesto: El Adviento se delineó por vez primera en el horizonte de la historia
del hombre cuando Dios se reveló a Sí mismo como Aquel que se complace en el
bien, que ama y da. En este don al hombre, Dios no se limitó a «darle» el mundo
visible —esto está claro desde el principio—, sino que al dar al hombre el
mundo visible, Dios quiere darse también a Sí mismo, tal como el hombre es
capaz de darse, tal como «se da a sí mismo» a otro hombre: de persona a
persona; es decir, darse a Sí mismo a él, admitiéndolo a la participación en
sus misterios o, mejor aún, a la participación en su vida. Esto se lleva a
efecto de modo palpable en las relaciones entre familiares: marido, mujer, padres,
hijos. He aquí por qué los profetas se refieren muy a menudo a tales relaciones
para mostrar la imagen verdadera de Dios.
El
orden de la gracia es posible sólo «en el mundo de las personas». Y se refiere
al don que tiende siempre a la formación y comunión de las personas; de hecho,
el libro del Génesis nos presenta tal donación. En él, la forma de esta
«comunión de las personas» está delineada ya desde el principio. El hombre está
llamado a la familiaridad con Dios, a la intimidad y amistad con Él. Dios
quiere estar cercano a él. Quiere hacerle partícipe de sus designios. Quiere
hacerle partícipe de su vida. Quiere hacerle feliz con su misma felicidad (con
su mismo Ser).
Para
todo ello es necesaria la Venida de Dios y la expectación del hombre: la
disponibilidad del hombre.
Sabemos
que el primer hombre, que disfrutaba de la inocencia original y de una
particular cercanía de su Creador, no mostró tal disponibilidad. La primera
alianza de Dios con el hombre quedó interrumpida, pero nunca cesó de parte de
Dios la voluntad de salvar al hombre. No se quebrantó el orden de la gracia, y
por eso el Adviento dura siempre.
La
realidad del Adviento está expresada, entre otras, en las palabras siguientes
de San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4).
Este
«Dios quiere» es justamente el Adviento y se encuentra en la base de todo
Adviento.
San Juan Pablo II
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