San Juan Pablo II: "Preparad los caminos del Señor"
«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas»
(Lc 3, 4). Con estas palabras, hoy, segundo Domingo de Adviento, el Evangelio
nos exhorta a disponer el corazón para acoger al Señor que viene. Y la liturgia
de este día nos propone como modelo de esa preparación interior la figura
austera de Juan Bautista, que predica en el desierto invitando a la conversión.
Su testimonio sugiere que, para salir al encuentro
del Señor es preciso crear dentro de nosotros y a nuestro alrededor espacios de
desierto: ocasiones de renuncia a lo superfluo, búsqueda de lo esencial, y un
clima de silencio y oración.
San Juan Bautista invita, sobre todo, a volver a
Dios, huyendo con decisión del pecado, enfermedad del corazón del hombre, que
le impide la alegría del encuentro con el Señor.
El tiempo de Adviento es especialmente apto para
hacer experiencia del Amor divino que salva. Y es sobre todo en el Sacramento
de la Reconciliación donde el cristiano puede hacer esa experiencia,
redescubriendo a la luz de la palabra de Dios la verdad de su propio ser y
gustando la alegría de recuperar la paz consigo mismo y con Dios.
Juan en el desierto anuncia la venida del Salvador.
El desierto hace pensar también en muchas situaciones contemporáneas graves: la
indiferencia moral y religiosa, el desprecio hacia la vida humana que nace o
que se encamina a su última meta natural, el odio racial, la violencia, la
guerra y la intolerancia, son algunas de las causas de ese desierto de
injusticia, de dolor y de desesperación que avanza en nuestra sociedad.
Frente a ese escenario, el creyente, como Juan
Bautista, debe ser la voz que proclama la salvación del Señor, adhiriéndose
plenamente a su Evangelio y testimoniándolo visiblemente en el mundo.
En nuestros días, tiempo de nueva evangelización, es
urgente que los padres cristianos pongan atención especial en la educación de
sus hijos para ser testigos valientes del Salvador en el mundo de hoy.
Convirtiéndose en los primeros catequistas de sus hijos, pueden suscitar más
fácilmente en ellos un amor singular a la palabra de Dios, y adecuando
diariamente su vida al Evangelio, los estimulan en las decisiones coherentes y
generosas, que son propias de todo auténtico discípulo del Señor.
Oremos para que cada familia cristiana sea una
pequeña iglesia misionera y una escuela de evangelizadores. Encomendemos esta
misión de todos los núcleos familiares creyentes así como sus alegrías y
sufrimientos, a la Virgen Inmaculada, cuya solemnidad celebraremos el jueves
próximo. Que María sea nuestro ejemplo y nuestra guía, especialmente ejemplo y
guía de las familias.
San Juan Pablo II
4-diciembre-1994
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