“Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el
cielo y en la tierra, Padre, que eres Amor y Vida, haz que en cada familia
humana sobre la tierra se convierta, por medio de tu Hijo, Jesucristo,
"nacido de Mujer", y del Espíritu Santo, fuente de caridad divina, en
verdadero santuario de la vida y del amor para las generaciones porque siempre
se renuevan.
Haz que tu gracia guíe a los pensamientos y las
obras de los esposos hacia el bien de sus familias y de todas las familias del
mundo.
Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la
familia un fuerte apoyo para su humanidad y su crecimiento en la verdad y en el
amor.
Haz que el amor, corroborado por la gracia del
sacramento del matrimonio, se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y
cualquier crisis, por las que a veces pasan nuestras familias.
Haz finalmente, te lo pedimos por intercesión de la
Sagrada Familia de Nazaret, que la Iglesia en todas las naciones de la tierra
pueda cumplir fructíferamente su misión en la familia y por medio de la
familia. Tú, que eres la Vida, la Verdad y El Amor, en la unidad del Hijo y del
Espíritu santo. Amén”
Vivir
de la Iglesia Vuelvo
a tocar el tema del Adviento siguiendo el ritmo de la liturgia que nos
introduce en la vida de la Iglesia del modo más sencillo y, a la vez, más profundo.
El Concilio Vaticano II, que nos ha dado una doctrina rica y universal sobre la
Iglesia, atrajo nuestra atención también hacia la liturgia. A través de ésta no
sólo conocemos qué es la Iglesia, sino que experimentamos día a día de qué
vive. También nosotros vivimos de ella, pues somos la Iglesia: «La liturgia…
contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a
los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera
Iglesia. Es característico de la Iglesia ser a la vez humana y divina, visible
y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina» (Sacrosanctum
Concilium 2). La
liturgia del Adviento La
Iglesia ahora está viviendo el Adviento, y por ello nuestros encuentros de los
miércoles se centran en este período litúrgico. Adviento significa «venida».
Para penetrar en la realidad del Adviento, hasta ahora hemos procurado mirar en
dirección de quién es el que viene y para quién viene. Hemos hablado, por lo
tanto, de un Dios que al crear el mundo se revela a Sí mismo: un Dios Creador.
Y el miércoles pasado hablamos del hombre. Hoy seguiremos adelante para hallar
respuesta más completa a la pregunta: ¿por qué el «Adviento»?, ¿por qué viene
Dios?, ¿por qué quiere venir hasta el hombre? La
liturgia del Adviento se funda principalmente en textos de los profetas del
Antiguo Testamento. En ella habla casi todos los días el profeta Isaías. En la
historia del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, él era un «intérprete»
particular de la promesa que este pueblo había recibido de Dios hacía tiempo en
la persona del fundador de su estirpe: Abraham. Como todos los demás profetas,
y quizá más que todos, Isaías reforzaba en sus contemporáneos la fe en las
promesas de Dios confirmadas por la alianza al pie del monte Sinaí. Inculcaba
sobre todo la perseverancia en la expectación y la fidelidad: «Pueblo de Sión, el Señor vendrá a salvar a los pueblos y
hará oír su voz majestuosa para dar gozo a vuestro corazón» (cf. Is 30, 19.30). Cuando
Cristo estaba en el mundo aludió una y otra vez a las palabras de Isaías. Decía
claramente: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21). Los
primeros capítulos del libro del Génesis La
liturgia del Adviento es de carácter histórico. La expectación de la venida del
Ungido (Mesías) fue un proceso histórico. De hecho impregnó toda la historia de
Israel, que fue elegido precisamente para preparar la venida del Salvador. Pero en
cierto modo nuestras consideraciones van más allá de la liturgia diaria del
Adviento. Volvamos, pues, a la pregunta fundamental: ¿Por qué viene Dios” ¿Por
qué quiere venir al hombre, a la humanidad? Busquemos respuestas adecuadas a
estas preguntas; y busquémoslas en los orígenes mismos, es decir, antes de que
comenzara la historia del pueblo elegido. Por lo
tanto, buscando una respuesta a la pregunta ¿«por qué» el Adviento?, debemos
volver a leer otra vez atentamente toda la descripción de la creación del
mundo, y en particular de la creación del hombre. Es significativo (y ya he
tenido ocasión de aludir a ello) cómo cada uno de los días de la creación
termina comprobando: «vio Dios ser bueno»; y después de la creación del hombre:
«…vio ser muy bueno». Esta comprobación se enlaza con la bendición de la
creación, y sobre todo con la bendición explícita del hombre. En toda
esta descripción está ante nosotros un Dios que se complace en la verdad y en
el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Cor 13, 6). Allí donde está la
alegría que brota del bien, allí está el amor. Y sólo donde hay amor existe la
alegría que procede del bien. El libro del Génesis, desde los primeros
capítulos, nos revela a Dios, que es amor (si bien esta expresión la utilizará
San Juan mucho más tarde). Es amor porque goza con el bien. Por consiguiente,
la creación es a la vez donación auténtica: donde hay amor, hay don. Dios
Salvador Qué
relación tiene todo esto con el Adviento, podemos preguntarnos con razón.
Contesto: El Adviento se delineó por vez primera en el horizonte de la historia
del hombre cuando Dios se reveló a Sí mismo como Aquel que se complace en el
bien, que ama y da. En este don al hombre, Dios no se limitó a «darle» el mundo
visible —esto está claro desde el principio—, sino que al dar al hombre el
mundo visible, Dios quiere darse también a Sí mismo, tal como el hombre es
capaz de darse, tal como «se da a sí mismo» a otro hombre: de persona a
persona; es decir, darse a Sí mismo a él, admitiéndolo a la participación en
sus misterios o, mejor aún, a la participación en su vida. Esto se lleva a
efecto de modo palpable en las relaciones entre familiares: marido, mujer, padres,
hijos. He aquí por qué los profetas se refieren muy a menudo a tales relaciones
para mostrar la imagen verdadera de Dios. El
orden de la gracia es posible sólo «en el mundo de las personas». Y se refiere
al don que tiende siempre a la formación y comunión de las personas; de hecho,
el libro del Génesis nos presenta tal donación. En él, la forma de esta
«comunión de las personas» está delineada ya desde el principio. El hombre está
llamado a la familiaridad con Dios, a la intimidad y amistad con Él. Dios
quiere estar cercano a él. Quiere hacerle partícipe de sus designios. Quiere
hacerle partícipe de su vida. Quiere hacerle feliz con su misma felicidad (con
su mismo Ser). Para
todo ello es necesaria la Venida de Dios y la expectación del hombre: la
disponibilidad del hombre. Sabemos
que el primer hombre, que disfrutaba de la inocencia original y de una
particular cercanía de su Creador, no mostró tal disponibilidad. La primera
alianza de Dios con el hombre quedó interrumpida, pero nunca cesó de parte de
Dios la voluntad de salvar al hombre. No se quebrantó el orden de la gracia, y
por eso el Adviento dura siempre. La
realidad del Adviento está expresada, entre otras, en las palabras siguientes
de San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Este
«Dios quiere» es justamente el Adviento y se encuentra en la base de todo
Adviento. San Juan Pablo II
Amadísimos hermanos y
hermanas, la liturgia de hoy nos recuerda que la verdad sobre Cristo Rey
constituye el cumplimiento de las profecías de la antigua alianza. El profeta Daniel anuncia la
venida del Hijo del hombre, a quien dieron "poder real, gloria y dominio;
todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no
pasa, su reino no tendrá fin" (Dn 7, 14). Sabemos bien que todo esto
encontró su perfecto cumplimiento en Cristo, en su Pascua de muerte y de
resurrección. La solemnidad de Cristo, Rey
del universo, nos invita a repetir con fe la invocación del Padre nuestro, que
Jesús mismo nos enseñó: "Venga tu reino". ¡Venga tu reino, Señor!
"Reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de
justicia, de amor y de paz". Hemos escuchado en el
evangelio la pregunta que Poncio Pilato hace a Jesús: "¿Eres tú el rey de
los judíos?" (Jn 18, 33). Jesús responde, preguntando a su vez:
"¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" (Jn 18,
34). Y Pilato replica: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos
sacerdotes te han entregado a mí: ¿qué has hecho?" (Jn 18, 35). En este momento del diálogo,
Cristo afirma: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este
mundo mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero
mi reino no es de aquí" (Jn 18, 36). Ahora todo es claro y
transparente. Frente a la acusación de los sacerdotes, Jesús revela que se
trata de otro tipo de realeza, una realeza divina y espiritual. Pilato le pide
una confirmación: "Conque, ¿tú eres rey?" (Jn 18, 37). Aquí Jesús,
excluyendo cualquier interpretación errónea de su dignidad real, indica la
verdadera: "Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al
mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi
voz" (Jn 18, 37). Él no es rey como lo
entendían los representantes del Sanedrín, pues no aspira a ningún poder
político en Israel. Por el contrario, su reino va más allá de los confines de
Palestina. Todos los que son de la verdad escuchan su voz (cf. Jn 18 37), y lo
reconocen como rey. Este es el ámbito universal del reino de Cristo y su
dimensión espiritual. La solemnidad de Jesucristo,
Rey del universo, nos invita a repetir con fe: "¡Venga tu Reino!" San
Juan Pablo II (Extracto de
la homilía en la celebración de 1997)
1. ¡Dios te salve, María, llena de gracia, Madre del
Redentor! Ante tu imagen de la Pura y Limpia Concepción,
Virgen de Luján, Patrona de Argentina, me postro en este día aquí, en Buenos
Aires, con todos los hijos de esta patria querida, cuyas miradas y cuyos
corazones convergen hacia Ti; con todos los jóvenes de Latinoamérica que
agradecen tus desvelos maternales, prodigados sin cesar en la evangelización
del continente en su pasado, presente y futuro; con todos los jóvenes del
mundo, congregados espiritualmente aquí, por un compromiso de fe y de amor;
para ser testigos de Cristo tu Hijo en el tercer milenio de la historia
cristiana, iluminados por tu ejemplo, joven Virgen de Nazaret, que abriste las
puertas de la historia al Redentor del hombre, con tu fe en la Palabra, con tu
cooperación maternal. 2. ¡Dichosa tú porque has creído! En el día del triunfo de Jesús, que hace su entrada
en Jerusalén manso y humilde, aclamado como Rey por los sencillos, te aclamamos
también a Ti, que sobresales entre los humildes y pobres del Señor; son éstos
los que confían contigo en sus promesas, y esperan de Él la salvación. Te
invocamos como Virgen fiel y Madre amorosa, Virgen del Calvario y de la Pascua,
modelo de la fe y de la caridad de la Iglesia, unida siempre, como Tú, en la
cruz y en la gloria, a su Señor. 3. ¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia! Te acogemos en nuestro corazón, como herencia
preciosa que Jesús nos confió desde la cruz. Y en cuanto discípulos de tu Hijo,
nos confiamos sin reservas a tu solicitud porque eres la Madre del Redentor y
Madre de los redimidos. Te encomiendo y te consagro, Virgen de Luján, la
patria argentina, pacificada y reconciliada, las esperanzas y anhelos de este
pueblo, la Iglesia con sus Pastores y sus fieles, las familias para que crezcan
en santidad, los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación, humana
y cristiana, en una sociedad que cultive sin desfallecimiento los valores del
espíritu. Te encomiendo a todos los que sufren, a los pobres,
a los enfermos, a los marginados; a los que la violencia separó para siempre de
nuestra compañía, pero permanecen presentes ante el Señor de la historia y son
hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida. Haz que Argentina entera sea fiel al Evangelio, y
abra de par en par su corazón a Cristo, el Redentor del hombre, la Esperanza de
la humanidad. 4. ¡Dios te salve, Virgen de la Esperanza! Te encomiendo a todos los jóvenes del mundo,
esperanza de la Iglesia y de sus Pastores; evangelizadores del tercer milenio,
testigos de la fe y del amor de Cristo en nuestra sociedad y entre la juventud. Haz que, con la ayuda de la gracia, sean capaces de
responder, como Tú, a las promesas de Cristo, con una entrega generosa y una
colaboración fiel. Haz que, como Tú, sepan interpretar los anhelos de
la humanidad; para que sean presencia saladora en nuestro mundo Aquel que, por
tu amor de Madre, es para siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros, y por la
victoria de su cruz y de su resurrección está ya para siempre con nosotros,
hasta el final de los tiempos. Amén. San Juan Pablo II Buenos Aires, Argentina Domingo 12 de abril de 1987
¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre
ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando
con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por
amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para
verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en
sus instrumentos. ¿No ha sido quizás para tomar contacto con este manantial
vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos celebrado el Año jubilar? El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una
vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt
28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a
tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello
podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés
y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza « que no defrauda » (Rm
5,5). ¡Caminemos con esperanza! Nuestra andadura, al
principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer los senderos
del mundo. Los caminos, por los que cada uno de nosotros y cada una de nuestras
Iglesias camina, son muchos, pero no hay distancias entre quienes están unidos
por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan
Eucarístico y de la Palabra de Vida. Cristo Resucitado nos convoca cada Domingo
como en el Cenáculo, donde al atardecer del día «primero de la semana» (Jn
20,19) se presentó a los suyos para «exhalar» sobre de ellos el don vivificante
del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización. ¡Caminemos con esperanza! Nos acompaña en este
camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos meses, junto con muchos
Obispos llegados a Roma desde todas las partes del mundo, he confiado el tercer
milenio. Muchas veces en estos años la he presentado e invocado como «Estrella
de la nueva evangelización». La indico aún como aurora luminosa y guía segura
de nuestro camino. «Mujer, he aquí tus hijos», le repito, evocando la voz misma
de Jesús (cf. Jn 19,26), y haciéndome voz, ante Ella, del cariño filial de toda
la Iglesia. Que Jesús Resucitado, que también nos acompaña en
nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir
el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su
Rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio:«¡Hemos
visto al Señor!» (Jn 20,25). San Juan Pablo II Enero de 2001
- Pronunciada en ocasión de su último viaje a Siria
y Tierra Santa -
Dios de infinita misericordia y bondad, con corazón
agradecido te invocamos hoy en esta tierra que en otros tiempos recorrió San
Pablo y proclamó a las naciones la verdad de que en Cristo Dios reconcilió al
mundo consigo. Que tu voz resuene en el corazón de todos los
hombres y mujeres, cuando los llames a seguir el camino de reconciliación y
paz, y a ser misericordiosos como Tú. Señor, Tú diriges palabras de paz a tu pueblo y a
todos los que se convierten a Tí de corazón. Te pedimos por los pueblos de Oriente Próximo.
Ayúdales a derribar las barreras de la hostilidad y de la división y a
construir juntos un mundo de justicia y solidaridad. Señor, tú creas cielos nuevos y una tierra nueva. Te encomendamos a los jóvenes de estas tierras. En
su corazón aspiran a un futuro más luminoso; fortalece su decisión de ser
hombres y mujeres de paz y heraldos de una nueva esperanza para sus pueblos. Padre, tú haces germinar la justicia en la tierra. Te pedimos por las autoridades civiles de esta
región, para que se esfuercen por satisfacer las justas aspiraciones de sus
pueblos y eduquen a los jóvenes en la justicia y en la paz. Impúlsalos a trabajar generosamente por el bien
común y a respetar la dignidad inalienable de toda persona y los derechos
fundamentales que derivan de la imagen y semejanza del Creador impresa en todo
ser humano. Te pedimos de modo especial por las autoridades de
esta noble tierra de Siria. Concédeles sabiduría, clarividencia y
perseverancia; no permitas que se desanimen en su ardua tarea de construir la
paz duradera, que anhelan todos los pueblos. Padre celestial, en este lugar donde se produjo la
conversión del apóstol San Pablo, te pedimos por todos los que creen en el
evangelio de Jesucristo. Guía sus pasos en la verdad y en el amor. Haz que
sean uno, como tú eres uno con el Hijo y el Espíritu Santo. Que testimonien la
paz que supera todo conocimiento y la luz que triunfa sobre las tinieblas de la
hostilidad, del pecado y de la muerte. Señor del cielo y de la tierra, Creador de la única
familia humana, te pedimos por los seguidores de todas las religiones. Que busquen tu voluntad en la oración y en la pureza
del corazón, y te adoren y glorifiquen tu santo nombre. Ayúdales a encontrar en
Tí la fuerza para superar el miedo y la desconfianza, para que crezca la
amistad y vivan juntos en armonía. Padre misericordioso, que todos los creyentes
encuentren la valentía de perdonarse unos a otros, a fin de que se curen las
heridas del pasado y no sean un pretexto para nuevos sufrimientos en el
presente. Concédenos que esto se realice sobre todo en Tierra
Santa, esta tierra que bendijiste con tantos signos de tu Providencia y donde
te revelaste como Dios de amor. A la Madre de Jesús, la bienaventurada siempre
Virgen María, le encomendamos a los hombres y a las mujeres que viven en la
tierra donde vivió Jesús. Que, al seguir su ejemplo, escuchen la palabra de
Dios y tengan respeto y compasión por lo demás, especialmente por los que son
diversos de ellos. Que, con un solo corazón y una sola mente, trabajen
para que todo el mundo sea una verdadera casa para todos sus pueblos. ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz! Amén. . San Juan Pablo II
¡Oh San
Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición! Bendice
a la Iglesia, que tú has amado, servido, y guiado, animándola a caminar con
coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a
Jesús. Bendice
a los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a
mirar hacia lo alto para encontrar la luz, que ilumina los caminos de la vida
en la tierra. Bendice
las familias, ¡bendice cada familia! Tú
advertiste el asalto de Satanás contra esta preciosa e indispensable chispita
de Cielo, que Dios encendió sobre la tierra. San Juan Pablo, con tu oración
protege las familias y cada vida que brota en la familia. Ruega
por el mundo entero, todavía marcado por tensiones, guerras e injusticias. Tú
te opusiste a la guerra invocando el diálogo y sembrando el amor: ruega por
nosotros, para que seamos incansables sembradores de paz. Oh San
Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz
descender sobre todos nosotros la bendición de Dios. Amén.
Un 16 de
octubre de 2002 el Papa San Juan Pablo II publicó la carta apostólica Rosarium
Virginis Mariae, por la que incorporó cinco nuevos misterios, los
luminosos, a los tradicionales 15 meditados en el Rosario.
Los
misterios luminosos están referidos a la vida pública de Jesús y son: el
Bautismo del Señor en el Jordán; la autorrevelación en las bodas de Caná; el
anuncio del Reino invitando a la conversión; la Transfiguración y la
institución de la Eucaristía. En esta
carta apostólica, el Santo Padre explica que el Rosario, “aunque se distingue
por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología” que tuvo
“un puesto importante” durante sus años de juventud en su vida espiritual. De
hecho, dos semanas después de ser elevado a la Cátedra de Pedro, San Juan Pablo
II confesó de modo público: “El Rosario es mi oración predilecta”. El Papa
propuso los misterios luminosos para “resaltar el carácter cristológico del
Rosario”. Se trata de misterios referidos “a la vida pública de Cristo desde el
Bautismo a la Pasión”, explica el Santo Padre. Así, en
estos misterios “contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como
revelador definitivo de Dios”, afirma el Papa, ya que es Él “quien, declarado
Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del
Reino, dando testimonio de Él con sus obras y proclamando sus exigencias”. San
Juan Pablo II consideró en esta carta apostólica además que “durante la vida
pública, es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como
misterio de luz”. Así,
para que el Rosario sea “plenamente compendio del Evangelio”, el Papa considera
conveniente que “la meditación se centre también en algunos momentos
significativos de la vida pública”, tras haber contemplado la encarnacióny la vida oculta en los misterios de gozo y
antes de considerar los de la Pasión (misterios dolorosos) y el triunfo de la
Resurrección (en los gloriosos). El Papa
advierte que esta incorporación se realiza “sin prejuzgar ningún aspecto
esencial de la estructura tradicional de esta oración” y con la intención de
“hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como
verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y
de luz, de dolor y de gloria”. Misterios
que revelan la luz del Reino San
Juan Pablo II detalla que, cada uno de los misterios de luz “revela el Reino ya
presente en la persona misma de Jesús”. Esta
presencia se manifiesta de manera particular en cada uno de los misterios
luminosos. 1) En
el Bautismo, Cristo “se hace ‘pecado’ por nosotros”, el Padre lo proclama Hijo
Predilecto y el Espíritu Santo “desciende sobre él para investirlo de la misión
que le espera”. 2) En
las bodas de Caná, Cristo, al transformar el agua en vino, “abre el corazón de
los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera
creyente”. 3) Con
la predicación del Reino y la llamada a la conversión, Jesús inicia “el
misterio de la misericordia” que continúa a través del “sacramento de la
Reconciliación confiado a la Iglesia”. 4) Para
San Juan Pablo II, la Transfiguración es el “misterio de luz por excelencia” ya
que “la gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el
Padre lo acredita ante los apóstoles”. 5) La
institución de la Eucaristía es también misterio de luz porque al hacerse
alimento bajo las especies del pan y el vino, Cristo da “testimonio de su amor
por la humanidad ‘hasta el extremo’ y por cuya salvación se ofrecerá en
sacrificio”. María
en los misterios de luz El
Santo Padre afirma que “excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia
de María queda en el trasfondo”. Sin embargo, “el cometido que desempeña en
Caná acompaña toda la misión de Cristo” con su invitación materna: “Haced lo
que Él os diga”. San
Juan Pablo II considera que esta es “una exhortación que introduce muy bien las
palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de
fondo de todos los misterios de luz”. El Papa
propuso desde entonces contemplar estos misterios de luz los jueves de cada
semana.
«Oh
Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor
que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno,
puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro
consuelo en la hora de la agonía. Para Ti el último beso de la vida que se
apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina
del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores,
oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y
siempre, en la tierra y en el Cielo». ( San Juan Pablo II: "Rosarium
Virginis Mariae", 43)
El
Papa Francisco se hizo devoto del Santo Rosario junto a San Juan Pablo II. El
testimonio le fue descrito de puño y letra por el entonces Cardenal Bergoglio a
la periodista Stefania Falasca, quien escribió al respecto estas líneas en el
diario Avvenire de Italia. "Cuando
Juan Pablo II murió, el 2 de abril de 2005, toda la Iglesia y el mundo entero
le rindió homenaje. Su enseñanza y su persona habían dejado una huella profunda
e indeleble para siempre. Una avalancha de comentarios, conmemoraciones,
análisis, destacaron el valor histórico y eclesial del largo pontificado de
Wojtyla. Fue
entonces que Giulio Andreotti, director de la revista "30 Giorni",
para la que escribía entonces, tuvo la idea de invitarme a producir una breve
memoria del Papa polaco pidiendo testimonio a los cardenales que llegaban a la
ciudad para participar en el Cónclave. Así entonces tomé contacto con el
cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien todavía estaba en Buenos Aires. Presenté
la solicitud y cuando estuvo en Roma me dio una página escrita a mano y me dijo
que la había compilado en el avión. El testimonio eran sólo unas pocas líneas,
pero muy elocuente. El arzobispo argentino no paró de valorar el pontificado
que acababa de terminar. Pero el breve texto entrelazaba todo con una historia
más íntima, totalmente espiritual y comenzaba recordando una noche romana de
años pasados…" Cita
del texto del entonces Cardenal Bergoglio:
"Si
no recuerdo mal, era 1985. Una noche fui a rezar el Santo Rosario que dirigía
el Santo Padre. Estaba delante de todos, de rodillas. El grupo era grande, veía
al Santo Padre por la espalda y, poco a poco, me sumergí en la oración. No
estaba solo. Oraba entre el pueblo de Dios al que yo pertenecía, y todos los
que estaban allí, dirigidos por nuestro Pastor. En
el medio de la oración, me distraje, mirando la figura del Papa: su piedad, su
devoción, ¡eran todo un testimonio! Y el tiempo se desvaneció, y empecé a
imaginar el joven sacerdote, seminarista, el poeta, el trabajador, el niño de
Wadowice... en la misma posición en que estaba en ese momento, orando Ave María
tras Ave María. Su testimonio me impactó. Sentí que este hombre, elegido para
dirigir la Iglesia, había recorrido un camino de regreso hasta su Madre del
Cielo, un proceso iniciado desde su infancia. Y allí me di cuenta de la
densidad que tenían las palabras de la Madre de Guadalupe a San Juan Diego:
"No temas, ¿no soy acaso tu madre?" Comprendí así la presencia de
María en la vida del Papa, que no dejó de testimoniar ni un instante. Desde
entonces recito todos los días los quince misterios del Rosario". En
el punto 17 de la Carta Apostólica "Rosarium Virginis Mariae", San
Juan Pablo II, expresa que "La Virgen del Rosario continúa su obra de
anunciar a Cristo". El siguiente es
el texto completo de dicho punto: "...El
Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el
misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la
experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de
modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo
del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación
eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y
los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben
saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra
de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido
utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la
Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos.
¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de
quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un
recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador..."
Santo padre Pío, enséñanos
también a nosotros, te pedimos, la humildad del corazón para formar parte de
los pequeños del Evangelio, a quienes el Padre les ha prometido revelar los
misterios de su Reino. Ayúdanos a rezar sin
cansarnos nunca, seguros de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se
lo pidamos. Danos una mirada de fe capaz
de capaz de reconocer con prontitud en los pobres y en los que sufren el rostro
mismo de Jesús. Apóyanos en la hora del
combate y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del
sacramento del perdón. Transmítenos tu tierna
devoción a María, Madre de Jesús y nuestra. Acompáñanos en la
peregrinación terrena hacia la patria bienaventurada, donde esperamos llegar
también nosotros para contemplar para siempre la Gloria del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. (Oración pronunciada por
Juan Pablo II en la Misa de canonización del padre Pío)
Para orar por los sacerdotes o por alguno en
particular.
(De la exhortación apostólica Pastores dabo
vobis de san Juan Pablo II)
OhMaría, Madre de Jesucristo y Madre de los
sacerdotes: acepta este título con el que hoy te honramos para exaltar tu
maternidad y contemplar contigo el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus
hijos, oh Santa Madre de Dios. Madre
de Cristo, que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne por la unción del
Espíritu Santo para salvar a los pobres y contritos de corazón: custodia en tu
seno y en la Iglesia a los sacerdotes, oh Madre del Salvador. Madre
de la fe, que acompañaste al templo al Hijo del hombre, en cumplimiento de las
promesas hechas a nuestros Padres: presenta a Dios Padre, para su gloria, a los
sacerdotes de tu Hijo, oh Arca de la Alianza. Madre
de la Iglesia, que con los discípulos en el Cenáculo implorabas el Espíritu
para el nuevo Pueblo y sus Pastores: alcanza para el orden de los presbíteros
la plenitud de los dones, oh Reina de los Apóstoles. Madre
de Jesucristo, que estuviste con Él al comienzo de su vida y de su misión, lo
buscaste como Maestro entre la muchedumbre, lo acompañaste en la cruz, exhausto
por el sacrificio único y eterno, y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo:
acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su
formación y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio, oh Madre de los
sacerdotes. Amén ¡Rogad al dueño de los sembrados, que envíe más trabajadores para la cosecha!
Durante su primer viaje a Polonia, en 1979, el
recién elegido papa Juan Pablo II acudió inmediatamente al santuario mariano de
Chestochowa: «Hoy, por los inescrutables designios de la
Providencia divina, presente aquí en Jasna Góra, en mi patria terrena, Polonia,
deseo confirmar ante todo los actos de consagración y de confianza, que en
diversos momentos —numerosas veces y de varias formas— han pronunciado el
cardenal primado y el Episcopado polaco. De modo muy especial deseo confirmar y
renovar el acto de consagración pronunciado en Jasna Góra, el 3 de mayo de
1966, con ocasión del milenio de Polonia; con este acto los obispos polacos,
entregándose a ti, Madre de Dios, "a tu materna esclavitud de amor",
querían servir a la gran causa de la libertad de la Iglesia (…). "Virgen santa, que defiendes la clara
Czestochowa...". Me vienen de nuevo a la mente estas palabras del poeta
Mickiewicz, que, al comienzo de su obra Pan Tadeusz, en una invocación a la
Virgen ha expresado lo que palpitaba y palpita en el corazón de todos los
polacos. (…) Hemos venido aquí tantas veces, a este santo lugar,
en vigilante escucha pastoral para oír latir el corazón de la Iglesia y de la
patria en el corazón de la Madre. (…) Permitid que confíe todo esto a María.
Permitid que se lo confíe de modo nuevo y solemne. Soy hombre de gran
confianza. He aprendido a serlo aquí». Homilía en Jasna Gora
(Polonia), 4 de junio de 1979
La
fiesta que celebramos el Domingo II de Pascua es dedicada a la Divina
Misericordia. Jesús
habló por primera vez a Santa Faustina de instituir esta fiesta el 22 de
febrero de 1931 en Plock el mismo día en que le pidió que pintara su imagen y
le dijo: “Yo deseo que haya una Fiesta de la Divina Misericordia. Quiero que
esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer
Domingo después de la Pascua de Resurrección; ese Domingo debe ser la Fiesta de
la Misericordia”. Durante
los años posteriores, Jesús le repitió a Santa Faustina este deseo en catorce
ocasiones, definiendo precisamente la ubicación de esta fiesta en el calendario
litúrgico de la Iglesia, el motivo y el objetivo de instituirla, el modo de
prepararla y celebrarla, así como las gracias a ella vinculada. El 30
de abril del año 2000, coincidiendo con la canonización de Santa Faustina,
“Apóstol de la Divina Misericordia”, San Juan Pablo II instituyó oficialmente
la Fiesta de la Divina Misericordia a celebrarse todos los años en esa misma
fecha: Domingo siguiente a la Pascua de Resurrección. Luego
de su homilía, Juan Pablo II anunció: «En todo el mundo, el segundo Domingo de
Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación
perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia
divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años
venideros». Con la
institución de esta Fiesta, San Juan Pablo II concluyó la tarea asignada por
Nuestro Señor Jesús a Santa Faustina en Polonia, 69 años atrás, cuando en
febrero de 1931 le dijo: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia”. Dicha
Fiesta constituye uno de los elementos centrales del Mensaje de la Divina
Misericordia según le fuera revelado por nuestro Señor a Sor Faustina. «Es
el Amor que convierte los corazones y dona la paz» -escribió San Juan Pablo
II– destacando que «el mundo tiene mucha necesidad de comprender y acoger la
Divina Misericordia».
1.«Jesús
(...) fue llevado por el Espíritu al desierto, y tentado allí por el diablo
durante cuarenta días» (Lc 4, 1-2). Antes de comenzar su actividad pública,
Jesús, llevado por el Espíritu Santo, se retira al desierto durante cuarenta
días. Allí, como leemos hoy en el Evangelio, el diablo lo pone a prueba,
presentándole tres tentaciones comunes en la vida de todo hombre: el atractivo
de los bienes materiales, la seducción del poder humano y la presunción de
someter a Dios a los propios intereses. La
lucha victoriosa de Jesús contra el tentador no termina con los días pasados en
el desierto; continúa durante los años de su vida pública y culmina en los
acontecimientos dramáticos de la Semana Santa. Precisamente con su muerte en la
Cruz, el Redentor triunfa definitivamente sobre el mal, liberando a la
humanidad del pecado y reconciliándola con Dios. Parece que San Lucas quiere
anunciar, ya desde el comienzo, el cumplimiento de la salvación en el Gólgota.
En efecto, concluye la narración de las tentaciones mencionando a Jerusalén,
donde precisamente se sellará la victoria pascual de Jesús. La
escena de las tentaciones de Cristo en el desierto se renueva cada año al
comienzo de la Cuaresma. La liturgia invita a los creyentes a entrar con Jesús
en el desierto y a seguirlo en el típico itinerario penitencial de este tiempo
cuaresmal, que ha comenzado el miércoles pasado con el austero rito de la
ceniza. 2.«Si
tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo
resucitó de entre los muertos, te salvarás» (Rm 10, 9).Las palabras del apóstol Pablo, que acabamos
de escuchar, ilustran bien el estilo y las modalidades de nuestra peregrinación
cuaresmal. ¿Qué es la penitencia sino un regreso humilde y sincero a las
fuentes de la fe, rechazando prontamente la tentación y el pecado, e
intensificando la intimidad con el Señor en la oración? En
efecto, sólo Cristo puede liberar al hombre de lo que lo hace esclavo del mal y
del egoísmo: de la búsqueda ansiosa de los bienes materiales, de la sed de
poder y dominio sobre los demás y sobre las cosas, de la ilusión del éxito
fácil, y del frenesí del consumismo y el hedonismo que, en definitiva,
perjudican al ser humano. Queridos
hermanos y hermanas, esto es lo que nos pide claramente el Señor para entrar en
el clima auténtico de la Cuaresma. Quiere que en el desierto de estos cuarenta
días aprendamos a afrontar al enemigo de nuestras almas, a la luz de su palabra
de salvación. Pidamos al Espíritu Santo que vivifique nuestra oración, para que
estemos dispuestos a afrontar con valentía la incesante lucha de vencer el mal
con el bien. 3.«Entonces
clamamos al Señor (...), y el Señor escuchó nuestra voz» (Dt 26, 7). La
profesión de fe del pueblo de Israel, narrada en la primera lectura, presenta
el elemento fundamental alrededor del cual gira toda la tradición del Antiguo
Testamento: la liberación de la esclavitud de Egipto y el nacimiento del pueblo
elegido. La
Pascua de la antigua Alianza constituye la preparación y el anuncio de la
Pascua definitiva, en la que se inmolará el Cordero que quita el pecado del
mundo. Queridos
hermanos y hermanas, al comienzo del itinerario cuaresmal volvemos a las raíces
de nuestra fe para prepararnos, con la oración, la penitencia, el ayuno y la
caridad, a participar con corazón renovado interiormente en la Pascua de
Cristo. Que la
Virgen Santísima nos ayude en esta Cuaresma a compartir con dignos frutos de
conversión el Camino de Cristo, desde el desierto de las tentaciones hasta
Jerusalén, para celebrar con Él la Pascua de nuestra redención. San Juan Pablo
II Homilía en la Santa Misa del 1er. Domingo de Cuaresma. 1 de marzo de1998
El miércoles de ceniza se abre una
estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que quiera
prepararse dignamente para el misterio pascual, o sea, el recuerdo de la
Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico se
caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra:
"matanoeiete", es decir "Convertíos". Este imperativo es
propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la imposición de
ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el
Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo
volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión,
recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana,
sujeta a la muerte. La sugestiva ceremonia de la Ceniza eleva
nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y
fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en efecto, sino
un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible
de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana
del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y
que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de
Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia. Sinónimo de "conversión" es así
mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio de
mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el
seguimiento de Cristo. San Juan Pablo II Miércoles de Ceniza de 1983
El papa emérito Benedicto XVI, el
primer papa en 600 años en renunciar, ha muerto. A continuación, algunos
momentos sobresalientes de su vida. 16 de abril de 1927: Nació con el
nombre de Joseph Alois Ratzinger en Marktl am Inn, Alemania, el más pequeño de
tres hijos de Joseph y María Ratzinger. 1943-1945: Asistente en la
defensa antiaérea de Alemania y soldado de infantería; es encarcelado en 1945
en el campamento estadounidense para prisioneros de guerra en Neu-Ulm. 29 de junio de 1951: Es ordenado
sacerdote junto con su hermano Georg Ratzinger en Frisinga. 1969-1977: Profesor en la
Universidad de Ratisbona. 25 de marzo de 1977: Nombrado
arzobispo de Münich y Frisinga. 27 de junio de 1977: El papa Pablo
VI lo ordena cardenal. 25 de noviembre de 1981: Nombrado
prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por el papa Juan Pablo
II; toma el puesto en marzo de 1982. 2 de abril de 2005: Muere el papa
Juan Pablo II. 8 de abril de 2005: Como decano
del Colegio Cardenalicio, Ratzinger preside el funeral de Juan Pablo II. 19 de abril de 2005: Es elegido
como el 265º papa en uno de los cónclaves más rápidos en la historia. Escoge el
nombre de Benedicto XVI por ser meramente un “sencillo y humilde trabajador en
la viña del Señor”. 24 de abril de 2005: Es instalado
como pontífice con una misa. 18 al 21 de agosto de 2005:
Primer viaje al extranjero para el Día Internacional de la Juventud en Colonia,
Alemania. 24 de septiembre de 2005: Se
reúne con el teólogo disidente Hans Kung en la residencia de verano del papa. 25 de diciembre de 2005: Firma la
primera encíclica “Dios es amor”, publicada el 25 de enero de 2006. 28 de mayo de 2006: Durante un
viaje a Polonia, visita el campo de concentración Auschwitz. 12 de septiembre de 2006: Durante
una visita a Alemania, da un discurso en la Universidad de Ratisbona que
enfurece a musulmanes; citando a un emperador bizantino que calificó algunas de
las enseñanzas del profeta Mahoma de “malvadas e inhumanas”, en especial “su
mandato de propagar la fe por medio de la espada”. 16 de abril de 2007: Completa el
primer tomo de “Jesús de Nazaret” en su cumpleaños número 80. 27 de mayo de 2007: Firma carta
para católicos de China en la que los exhorta a unirse bajo su autoridad,
publicada el 30 de junio. 7 de julio de 2007: Elimina
restricciones para celebrar la antigua misa en latín en un gesto importante a
los católicos tradicionales. 20 de abril de 2008: Durante una
visita a Estados Unidos, ora para las víctimas de los ataques del 11 de
septiembre de 2001 en la zona cero. 19 de julio de 2008: Durante una
visita a Australia para el Día Internacional de la Juventud, se reúne con
víctimas de abuso sexual por el clero y durante una misa pide disculpas por su
sufrimiento. 21 de enero de 2009: Elimina la
excomunión del obispo negacionista del Holocausto Richard Williamson y de otros
tres obispos ultratradicionalistas de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. El
decreto fue difundido el 24 de enero. 10 de marzo de 2009: Reconoce los
errores del Vaticano en el caso Williamson y dice que el Vaticano debe hacer
mejor uso del internet para evitar futuras controversias. La carta fue
publicada el 12 de marzo. 17 de marzo de 2009: Camino a
Camerún, le dice a la prensa a bordo del avión papal que los condones no son la
solución al sida y que pueden empeorar el problema, lo que provocó extensas
críticas. 11 de mayo de 2009: Durante una
visita a Tierra Santa, coloca una corona en el monumento de Yad Vashen en
Jerusalén, dice que las víctimas del Holocausto “perdieron sus vidas, pero
nunca perderán sus nombres”. 29 de junio de 2009: Firma la
tercera encíclica “Caridad en la verdad”, publicada el 7 de julio de 2009. 17 de julio de 2009: Se fractura
la muñeca derecha una noche de otoño en la casa de verano del papa. 20 de octubre de 2009: El
Vaticano anuncia que el papa facilita a los anglicanos la conversión masiva al
catolicismo. 19 de marzo de 2010: Reprende a
obispos irlandeses por “graves errores de juicio” en el manejo del abuso sexual
por parte del clero, pero no menciona la responsabilidad del Vaticano en una
carta a los feligreses irlandeses que fue publicada el 20 de marzo. 1 de mayo de 2010: Ordena una
gran reforma de los Legionarios de Cristo después de que una investigación del
Vaticano determinara que el fundador era un fraude. 16 al 19 de septiembre de 2010:
Durante la primera visita oficial de un papa a Gran Bretaña, se reúne con la
reina Isabel II, el arzobispo de Canterbury Rown Williams y beatifica al
converso anglicano John Harry Newman. 2 de marzo de 2011: Emite una
extensa exoneración a los judíos por la muerte de Cristo en el libro “Jesús de
Nazaret, Parte II”, publicado el 10 de marzo . 1 de mayo de 2011: Beatifica a
Juan Pablo II ante 1,5 millones de personas. 28 de junio de 2011: Tuitea por
primera vez, y anuncia el lanzamiento del portal de noticias del Vaticano. 6 de octubre de 2012: El antiguo
mayordomo del papa es declarado culpable de cargos por robar cartas privadas
del pontífice y filtrarlas a la prensa. 11 de febrero de 2013: Revela en
latín que dejará el papado el 28 de febrero durante una reunión de cardenales
del Vaticano, lo que sorprende incluso a sus colaboradores más cercanos. 28 de febrero de 2013: Sale de
Ciudad del Vaticano en un helicóptero rumbo a Castel Gandolfo, en donde
comienza su viaje final como un “simple peregrino”. 23 de marzo de 2013: Recibe al
papa Francisco para almorzar en Castel Gandolfo; los dos hombres oran lado a
lado y Francisco declara: “Somos hermanos”. 28 de abril de 2014: Se une a
Francisco en el altar para canonizar a san Juan Pablo II y san Juan XXIII, la
primera vez que un papa en funciones y un papa retirado celebran misa juntos. 11 de abril de 2019: En un
ensayo, culpa el escándalo de abuso sexual por parte del clero a la revolución
sexual de la década de 1960 y a una ausencia de Dios. Enero de 2020: Contribuye a un
libro que ratifica el celibato para los sacerdotes en un momento en que
Francisco consideraba una excepción, lo que provocó llamados para elaborar
normas que rijan a futuros “papas eméritos”. 18 de junio de 2020: Viaja a
Alemania para visitar a su hermano enfermo, el reverendo Georg Ratzinger, quien
muere dos semanas después, el 1 de julio. 16 de julio de 2021: El papa
Francisco revierte la relajación de restricciones para la celebración de la
misa en latín. 21 de enero de 2022: Es censurado
por su manejo de cuatro casos de abuso sexual mientras era obispo en Münich en
las décadas de 1970 y 1980 en un informe independiente encargado por la Iglesia
alemana. 8 de febrero de 2022: Pide perdón
por cualquier “falta grave” en el manejo del caso de los sacerdotes de Münich,
pero niega haber cometido alguna infracción a nivel personal o de forma
específica. 28 de diciembre de 2022: El papa
Francisco anuncia que Benedicto XVI está “muy grave”, pide oración especial y
lo visita en su casa. 31 de diciembre de 2022:
Benedicto XVI muere a las 9:34 de la mañana en su casa en los jardines del
Vaticano a los 95 años.