domingo, 31 de diciembre de 2023
domingo, 3 de diciembre de 2023
¿Por qué viene el Señor? Meditaciones de Adviento
Vivir
de la Iglesia
Vuelvo
a tocar el tema del Adviento siguiendo el ritmo de la liturgia que nos
introduce en la vida de la Iglesia del modo más sencillo y, a la vez, más profundo.
El Concilio Vaticano II, que nos ha dado una doctrina rica y universal sobre la
Iglesia, atrajo nuestra atención también hacia la liturgia. A través de ésta no
sólo conocemos qué es la Iglesia, sino que experimentamos día a día de qué
vive. También nosotros vivimos de ella, pues somos la Iglesia: «La liturgia…
contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a
los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera
Iglesia. Es característico de la Iglesia ser a la vez humana y divina, visible
y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina» (Sacrosanctum
Concilium 2).
La
liturgia del Adviento
La
Iglesia ahora está viviendo el Adviento, y por ello nuestros encuentros de los
miércoles se centran en este período litúrgico. Adviento significa «venida».
Para penetrar en la realidad del Adviento, hasta ahora hemos procurado mirar en
dirección de quién es el que viene y para quién viene. Hemos hablado, por lo
tanto, de un Dios que al crear el mundo se revela a Sí mismo: un Dios Creador.
Y el miércoles pasado hablamos del hombre. Hoy seguiremos adelante para hallar
respuesta más completa a la pregunta: ¿por qué el «Adviento»?, ¿por qué viene
Dios?, ¿por qué quiere venir hasta el hombre?
La
liturgia del Adviento se funda principalmente en textos de los profetas del
Antiguo Testamento. En ella habla casi todos los días el profeta Isaías. En la
historia del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, él era un «intérprete»
particular de la promesa que este pueblo había recibido de Dios hacía tiempo en
la persona del fundador de su estirpe: Abraham. Como todos los demás profetas,
y quizá más que todos, Isaías reforzaba en sus contemporáneos la fe en las
promesas de Dios confirmadas por la alianza al pie del monte Sinaí. Inculcaba
sobre todo la perseverancia en la expectación y la fidelidad: «Pueblo de Sión, el Señor vendrá a salvar a los pueblos y
hará oír su voz majestuosa para dar gozo a vuestro corazón» (cf. Is 30, 19.30).
Cuando
Cristo estaba en el mundo aludió una y otra vez a las palabras de Isaías. Decía
claramente: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21).
Los
primeros capítulos del libro del Génesis
La
liturgia del Adviento es de carácter histórico. La expectación de la venida del
Ungido (Mesías) fue un proceso histórico. De hecho impregnó toda la historia de
Israel, que fue elegido precisamente para preparar la venida del Salvador.
Pero en
cierto modo nuestras consideraciones van más allá de la liturgia diaria del
Adviento. Volvamos, pues, a la pregunta fundamental: ¿Por qué viene Dios” ¿Por
qué quiere venir al hombre, a la humanidad? Busquemos respuestas adecuadas a
estas preguntas; y busquémoslas en los orígenes mismos, es decir, antes de que
comenzara la historia del pueblo elegido.
Por lo
tanto, buscando una respuesta a la pregunta ¿«por qué» el Adviento?, debemos
volver a leer otra vez atentamente toda la descripción de la creación del
mundo, y en particular de la creación del hombre. Es significativo (y ya he
tenido ocasión de aludir a ello) cómo cada uno de los días de la creación
termina comprobando: «vio Dios ser bueno»; y después de la creación del hombre:
«…vio ser muy bueno». Esta comprobación se enlaza con la bendición de la
creación, y sobre todo con la bendición explícita del hombre.
En toda
esta descripción está ante nosotros un Dios que se complace en la verdad y en
el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Cor 13, 6). Allí donde está la
alegría que brota del bien, allí está el amor. Y sólo donde hay amor existe la
alegría que procede del bien. El libro del Génesis, desde los primeros
capítulos, nos revela a Dios, que es amor (si bien esta expresión la utilizará
San Juan mucho más tarde). Es amor porque goza con el bien. Por consiguiente,
la creación es a la vez donación auténtica: donde hay amor, hay don.
Dios
Salvador
Qué
relación tiene todo esto con el Adviento, podemos preguntarnos con razón.
Contesto: El Adviento se delineó por vez primera en el horizonte de la historia
del hombre cuando Dios se reveló a Sí mismo como Aquel que se complace en el
bien, que ama y da. En este don al hombre, Dios no se limitó a «darle» el mundo
visible —esto está claro desde el principio—, sino que al dar al hombre el
mundo visible, Dios quiere darse también a Sí mismo, tal como el hombre es
capaz de darse, tal como «se da a sí mismo» a otro hombre: de persona a
persona; es decir, darse a Sí mismo a él, admitiéndolo a la participación en
sus misterios o, mejor aún, a la participación en su vida. Esto se lleva a
efecto de modo palpable en las relaciones entre familiares: marido, mujer, padres,
hijos. He aquí por qué los profetas se refieren muy a menudo a tales relaciones
para mostrar la imagen verdadera de Dios.
El
orden de la gracia es posible sólo «en el mundo de las personas». Y se refiere
al don que tiende siempre a la formación y comunión de las personas; de hecho,
el libro del Génesis nos presenta tal donación. En él, la forma de esta
«comunión de las personas» está delineada ya desde el principio. El hombre está
llamado a la familiaridad con Dios, a la intimidad y amistad con Él. Dios
quiere estar cercano a él. Quiere hacerle partícipe de sus designios. Quiere
hacerle partícipe de su vida. Quiere hacerle feliz con su misma felicidad (con
su mismo Ser).
Para
todo ello es necesaria la Venida de Dios y la expectación del hombre: la
disponibilidad del hombre.
Sabemos
que el primer hombre, que disfrutaba de la inocencia original y de una
particular cercanía de su Creador, no mostró tal disponibilidad. La primera
alianza de Dios con el hombre quedó interrumpida, pero nunca cesó de parte de
Dios la voluntad de salvar al hombre. No se quebrantó el orden de la gracia, y
por eso el Adviento dura siempre.
La
realidad del Adviento está expresada, entre otras, en las palabras siguientes
de San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4).
Este
«Dios quiere» es justamente el Adviento y se encuentra en la base de todo
Adviento.
San Juan Pablo II
domingo, 26 de noviembre de 2023
¡Venga tu Reino!
Amadísimos hermanos y
hermanas, la liturgia de hoy nos recuerda que la verdad sobre Cristo Rey
constituye el cumplimiento de las profecías de la antigua alianza.
El profeta Daniel anuncia la
venida del Hijo del hombre, a quien dieron "poder real, gloria y dominio;
todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no
pasa, su reino no tendrá fin" (Dn 7, 14). Sabemos bien que todo esto
encontró su perfecto cumplimiento en Cristo, en su Pascua de muerte y de
resurrección.
La solemnidad de Cristo, Rey
del universo, nos invita a repetir con fe la invocación del Padre nuestro, que
Jesús mismo nos enseñó: "Venga tu reino".
¡Venga tu reino, Señor!
"Reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de
justicia, de amor y de paz".
Hemos escuchado en el
evangelio la pregunta que Poncio Pilato hace a Jesús: "¿Eres tú el rey de
los judíos?" (Jn 18, 33). Jesús responde, preguntando a su vez:
"¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" (Jn 18,
34). Y Pilato replica: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos
sacerdotes te han entregado a mí: ¿qué has hecho?" (Jn 18, 35).
En este momento del diálogo,
Cristo afirma: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este
mundo mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero
mi reino no es de aquí" (Jn 18, 36).
Ahora todo es claro y
transparente. Frente a la acusación de los sacerdotes, Jesús revela que se
trata de otro tipo de realeza, una realeza divina y espiritual. Pilato le pide
una confirmación: "Conque, ¿tú eres rey?" (Jn 18, 37). Aquí Jesús,
excluyendo cualquier interpretación errónea de su dignidad real, indica la
verdadera: "Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al
mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi
voz" (Jn 18, 37).
Él no es rey como lo
entendían los representantes del Sanedrín, pues no aspira a ningún poder
político en Israel. Por el contrario, su reino va más allá de los confines de
Palestina. Todos los que son de la verdad escuchan su voz (cf. Jn 18 37), y lo
reconocen como rey. Este es el ámbito universal del reino de Cristo y su
dimensión espiritual.
La solemnidad de Jesucristo,
Rey del universo, nos invita a repetir con fe: "¡Venga tu Reino!"
San
Juan Pablo II
(Extracto de
la homilía en la celebración de 1997)
domingo, 12 de noviembre de 2023
Consagración de Argentina a la Virgen de Luján por San Juan Pablo II
1. ¡Dios te salve, María, llena de gracia, Madre del
Redentor!
Ante tu imagen de la Pura y Limpia Concepción,
Virgen de Luján, Patrona de Argentina, me postro en este día aquí, en Buenos
Aires, con todos los hijos de esta patria querida, cuyas miradas y cuyos
corazones convergen hacia Ti; con todos los jóvenes de Latinoamérica que
agradecen tus desvelos maternales, prodigados sin cesar en la evangelización
del continente en su pasado, presente y futuro; con todos los jóvenes del
mundo, congregados espiritualmente aquí, por un compromiso de fe y de amor;
para ser testigos de Cristo tu Hijo en el tercer milenio de la historia
cristiana, iluminados por tu ejemplo, joven Virgen de Nazaret, que abriste las
puertas de la historia al Redentor del hombre, con tu fe en la Palabra, con tu
cooperación maternal.
2. ¡Dichosa tú porque has creído!
En el día del triunfo de Jesús, que hace su entrada
en Jerusalén manso y humilde, aclamado como Rey por los sencillos, te aclamamos
también a Ti, que sobresales entre los humildes y pobres del Señor; son éstos
los que confían contigo en sus promesas, y esperan de Él la salvación. Te
invocamos como Virgen fiel y Madre amorosa, Virgen del Calvario y de la Pascua,
modelo de la fe y de la caridad de la Iglesia, unida siempre, como Tú, en la
cruz y en la gloria, a su Señor.
3. ¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia!
Te acogemos en nuestro corazón, como herencia
preciosa que Jesús nos confió desde la cruz. Y en cuanto discípulos de tu Hijo,
nos confiamos sin reservas a tu solicitud porque eres la Madre del Redentor y
Madre de los redimidos.
Te encomiendo y te consagro, Virgen de Luján, la
patria argentina, pacificada y reconciliada, las esperanzas y anhelos de este
pueblo, la Iglesia con sus Pastores y sus fieles, las familias para que crezcan
en santidad, los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación, humana
y cristiana, en una sociedad que cultive sin desfallecimiento los valores del
espíritu.
Te encomiendo a todos los que sufren, a los pobres,
a los enfermos, a los marginados; a los que la violencia separó para siempre de
nuestra compañía, pero permanecen presentes ante el Señor de la historia y son
hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida.
Haz que Argentina entera sea fiel al Evangelio, y
abra de par en par su corazón a Cristo, el Redentor del hombre, la Esperanza de
la humanidad.
4. ¡Dios te salve, Virgen de la Esperanza!
Te encomiendo a todos los jóvenes del mundo,
esperanza de la Iglesia y de sus Pastores; evangelizadores del tercer milenio,
testigos de la fe y del amor de Cristo en nuestra sociedad y entre la juventud.
Haz que, con la ayuda de la gracia, sean capaces de
responder, como Tú, a las promesas de Cristo, con una entrega generosa y una
colaboración fiel.
Haz que, como Tú, sepan interpretar los anhelos de
la humanidad; para que sean presencia saladora en nuestro mundo Aquel que, por
tu amor de Madre, es para siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros, y por la
victoria de su cruz y de su resurrección está ya para siempre con nosotros,
hasta el final de los tiempos.
Amén.
San Juan Pablo II
Buenos Aires, Argentina
Domingo 12 de abril de 1987
domingo, 5 de noviembre de 2023
¡Caminemos con esperanza!
¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre
ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando
con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por
amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para
verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en
sus instrumentos. ¿No ha sido quizás para tomar contacto con este manantial
vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos celebrado el Año jubilar?
El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una
vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt
28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a
tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello
podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés
y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza « que no defrauda » (Rm
5,5).
¡Caminemos con esperanza! Nuestra andadura, al
principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer los senderos
del mundo. Los caminos, por los que cada uno de nosotros y cada una de nuestras
Iglesias camina, son muchos, pero no hay distancias entre quienes están unidos
por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan
Eucarístico y de la Palabra de Vida. Cristo Resucitado nos convoca cada Domingo
como en el Cenáculo, donde al atardecer del día «primero de la semana» (Jn
20,19) se presentó a los suyos para «exhalar» sobre de ellos el don vivificante
del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización.
¡Caminemos con esperanza! Nos acompaña en este
camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos meses, junto con muchos
Obispos llegados a Roma desde todas las partes del mundo, he confiado el tercer
milenio. Muchas veces en estos años la he presentado e invocado como «Estrella
de la nueva evangelización». La indico aún como aurora luminosa y guía segura
de nuestro camino. «Mujer, he aquí tus hijos», le repito, evocando la voz misma
de Jesús (cf. Jn 19,26), y haciéndome voz, ante Ella, del cariño filial de toda
la Iglesia.
Que Jesús Resucitado, que también nos acompaña en
nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir
el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su
Rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio:«¡Hemos
visto al Señor!» (Jn 20,25).
San Juan Pablo II
Enero de 2001
domingo, 29 de octubre de 2023
Oración por la PAZ de San Juan Pablo II
- Pronunciada en ocasión de su último viaje a Siria
y Tierra Santa -
Dios de infinita misericordia y bondad, con corazón
agradecido te invocamos hoy en esta tierra que en otros tiempos recorrió San
Pablo y proclamó a las naciones la verdad de que en Cristo Dios reconcilió al
mundo consigo.
Que tu voz resuene en el corazón de todos los
hombres y mujeres, cuando los llames a seguir el camino de reconciliación y
paz, y a ser misericordiosos como Tú.
Señor, Tú diriges palabras de paz a tu pueblo y a
todos los que se convierten a Tí de corazón.
Te pedimos por los pueblos de Oriente Próximo.
Ayúdales a derribar las barreras de la hostilidad y de la división y a
construir juntos un mundo de justicia y solidaridad.
Señor, tú creas cielos nuevos y una tierra nueva.
Te encomendamos a los jóvenes de estas tierras. En
su corazón aspiran a un futuro más luminoso; fortalece su decisión de ser
hombres y mujeres de paz y heraldos de una nueva esperanza para sus pueblos.
Padre, tú haces germinar la justicia en la tierra.
Te pedimos por las autoridades civiles de esta
región, para que se esfuercen por satisfacer las justas aspiraciones de sus
pueblos y eduquen a los jóvenes en la justicia y en la paz.
Impúlsalos a trabajar generosamente por el bien
común y a respetar la dignidad inalienable de toda persona y los derechos
fundamentales que derivan de la imagen y semejanza del Creador impresa en todo
ser humano.
Te pedimos de modo especial por las autoridades de
esta noble tierra de Siria. Concédeles sabiduría, clarividencia y
perseverancia; no permitas que se desanimen en su ardua tarea de construir la
paz duradera, que anhelan todos los pueblos.
Padre celestial, en este lugar donde se produjo la
conversión del apóstol San Pablo, te pedimos por todos los que creen en el
evangelio de Jesucristo.
Guía sus pasos en la verdad y en el amor. Haz que
sean uno, como tú eres uno con el Hijo y el Espíritu Santo. Que testimonien la
paz que supera todo conocimiento y la luz que triunfa sobre las tinieblas de la
hostilidad, del pecado y de la muerte.
Señor del cielo y de la tierra, Creador de la única
familia humana, te pedimos por los seguidores de todas las religiones.
Que busquen tu voluntad en la oración y en la pureza
del corazón, y te adoren y glorifiquen tu santo nombre. Ayúdales a encontrar en
Tí la fuerza para superar el miedo y la desconfianza, para que crezca la
amistad y vivan juntos en armonía.
Padre misericordioso, que todos los creyentes
encuentren la valentía de perdonarse unos a otros, a fin de que se curen las
heridas del pasado y no sean un pretexto para nuevos sufrimientos en el
presente.
Concédenos que esto se realice sobre todo en Tierra
Santa, esta tierra que bendijiste con tantos signos de tu Providencia y donde
te revelaste como Dios de amor.
A la Madre de Jesús, la bienaventurada siempre
Virgen María, le encomendamos a los hombres y a las mujeres que viven en la
tierra donde vivió Jesús. Que, al seguir su ejemplo, escuchen la palabra de
Dios y tengan respeto y compasión por lo demás, especialmente por los que son
diversos de ellos.
Que, con un solo corazón y una sola mente, trabajen
para que todo el mundo sea una verdadera casa para todos sus pueblos.
¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!
Amén.
.
San Juan Pablo II
domingo, 22 de octubre de 2023
Oración a San Juan Pablo II
¡Oh San
Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición!
Bendice
a la Iglesia, que tú has amado, servido, y guiado, animándola a caminar con
coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a
Jesús.
Bendice
a los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a
mirar hacia lo alto para encontrar la luz, que ilumina los caminos de la vida
en la tierra.
Bendice
las familias, ¡bendice cada familia!
Tú
advertiste el asalto de Satanás contra esta preciosa e indispensable chispita
de Cielo, que Dios encendió sobre la tierra. San Juan Pablo, con tu oración
protege las familias y cada vida que brota en la familia.
Ruega
por el mundo entero, todavía marcado por tensiones, guerras e injusticias. Tú
te opusiste a la guerra invocando el diálogo y sembrando el amor: ruega por
nosotros, para que seamos incansables sembradores de paz.
Oh San
Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz
descender sobre todos nosotros la bendición de Dios. Amén.
sábado, 14 de octubre de 2023
San Juan Pablo II y los misterios luminosos del Rosario
Un 16 de octubre de 2002 el Papa San Juan Pablo II publicó la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, por la que incorporó cinco nuevos misterios, los luminosos, a los tradicionales 15 meditados en el Rosario.
Los
misterios luminosos están referidos a la vida pública de Jesús y son: el
Bautismo del Señor en el Jordán; la autorrevelación en las bodas de Caná; el
anuncio del Reino invitando a la conversión; la Transfiguración y la
institución de la Eucaristía.
En esta
carta apostólica, el Santo Padre explica que el Rosario, “aunque se distingue
por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología” que tuvo
“un puesto importante” durante sus años de juventud en su vida espiritual.
De
hecho, dos semanas después de ser elevado a la Cátedra de Pedro, San Juan Pablo
II confesó de modo público: “El Rosario es mi oración predilecta”.
El Papa
propuso los misterios luminosos para “resaltar el carácter cristológico del
Rosario”. Se trata de misterios referidos “a la vida pública de Cristo desde el
Bautismo a la Pasión”, explica el Santo Padre.
Así, en
estos misterios “contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como
revelador definitivo de Dios”, afirma el Papa, ya que es Él “quien, declarado
Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del
Reino, dando testimonio de Él con sus obras y proclamando sus exigencias”.
San
Juan Pablo II consideró en esta carta apostólica además que “durante la vida
pública, es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como
misterio de luz”.
Así,
para que el Rosario sea “plenamente compendio del Evangelio”, el Papa considera
conveniente que “la meditación se centre también en algunos momentos
significativos de la vida pública”, tras haber contemplado la encarnación y la vida oculta en los misterios de gozo y
antes de considerar los de la Pasión (misterios dolorosos) y el triunfo de la
Resurrección (en los gloriosos).
El Papa
advierte que esta incorporación se realiza “sin prejuzgar ningún aspecto
esencial de la estructura tradicional de esta oración” y con la intención de
“hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como
verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y
de luz, de dolor y de gloria”.
Misterios
que revelan la luz del Reino
San
Juan Pablo II detalla que, cada uno de los misterios de luz “revela el Reino ya
presente en la persona misma de Jesús”.
Esta
presencia se manifiesta de manera particular en cada uno de los misterios
luminosos.
1) En
el Bautismo, Cristo “se hace ‘pecado’ por nosotros”, el Padre lo proclama Hijo
Predilecto y el Espíritu Santo “desciende sobre él para investirlo de la misión
que le espera”.
2) En
las bodas de Caná, Cristo, al transformar el agua en vino, “abre el corazón de
los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera
creyente”.
3) Con
la predicación del Reino y la llamada a la conversión, Jesús inicia “el
misterio de la misericordia” que continúa a través del “sacramento de la
Reconciliación confiado a la Iglesia”.
4) Para
San Juan Pablo II, la Transfiguración es el “misterio de luz por excelencia” ya
que “la gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el
Padre lo acredita ante los apóstoles”.
5) La
institución de la Eucaristía es también misterio de luz porque al hacerse
alimento bajo las especies del pan y el vino, Cristo da “testimonio de su amor
por la humanidad ‘hasta el extremo’ y por cuya salvación se ofrecerá en
sacrificio”.
María
en los misterios de luz
El
Santo Padre afirma que “excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia
de María queda en el trasfondo”. Sin embargo, “el cometido que desempeña en
Caná acompaña toda la misión de Cristo” con su invitación materna: “Haced lo
que Él os diga”.
San
Juan Pablo II considera que esta es “una exhortación que introduce muy bien las
palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de
fondo de todos los misterios de luz”.
El Papa
propuso desde entonces contemplar estos misterios de luz los jueves de cada
semana.
(ACIprensa)
domingo, 8 de octubre de 2023
María Reina del Santo Rosario
«Oh
Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor
que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno,
puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro
consuelo en la hora de la agonía. Para Ti el último beso de la vida que se
apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina
del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores,
oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y
siempre, en la tierra y en el Cielo». ( San Juan Pablo II: "Rosarium
Virginis Mariae", 43)
El
Papa Francisco se hizo devoto del Santo Rosario junto a San Juan Pablo II. El
testimonio le fue descrito de puño y letra por el entonces Cardenal Bergoglio a
la periodista Stefania Falasca, quien escribió al respecto estas líneas en el
diario Avvenire de Italia.
"Cuando
Juan Pablo II murió, el 2 de abril de 2005, toda la Iglesia y el mundo entero
le rindió homenaje. Su enseñanza y su persona habían dejado una huella profunda
e indeleble para siempre. Una avalancha de comentarios, conmemoraciones,
análisis, destacaron el valor histórico y eclesial del largo pontificado de
Wojtyla.
Fue
entonces que Giulio Andreotti, director de la revista "30 Giorni",
para la que escribía entonces, tuvo la idea de invitarme a producir una breve
memoria del Papa polaco pidiendo testimonio a los cardenales que llegaban a la
ciudad para participar en el Cónclave. Así entonces tomé contacto con el
cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien todavía estaba en Buenos Aires. Presenté
la solicitud y cuando estuvo en Roma me dio una página escrita a mano y me dijo
que la había compilado en el avión. El testimonio eran sólo unas pocas líneas,
pero muy elocuente. El arzobispo argentino no paró de valorar el pontificado
que acababa de terminar. Pero el breve texto entrelazaba todo con una historia
más íntima, totalmente espiritual y comenzaba recordando una noche romana de
años pasados…"
Cita
del texto del entonces Cardenal Bergoglio:
"Si
no recuerdo mal, era 1985. Una noche fui a rezar el Santo Rosario que dirigía
el Santo Padre. Estaba delante de todos, de rodillas. El grupo era grande, veía
al Santo Padre por la espalda y, poco a poco, me sumergí en la oración. No
estaba solo. Oraba entre el pueblo de Dios al que yo pertenecía, y todos los
que estaban allí, dirigidos por nuestro Pastor. En
el medio de la oración, me distraje, mirando la figura del Papa: su piedad, su
devoción, ¡eran todo un testimonio! Y el tiempo se desvaneció, y empecé a
imaginar el joven sacerdote, seminarista, el poeta, el trabajador, el niño de
Wadowice... en la misma posición en que estaba en ese momento, orando Ave María
tras Ave María. Su testimonio me impactó. Sentí que este hombre, elegido para
dirigir la Iglesia, había recorrido un camino de regreso hasta su Madre del
Cielo, un proceso iniciado desde su infancia. Y allí me di cuenta de la
densidad que tenían las palabras de la Madre de Guadalupe a San Juan Diego:
"No temas, ¿no soy acaso tu madre?" Comprendí así la presencia de
María en la vida del Papa, que no dejó de testimoniar ni un instante. Desde
entonces recito todos los días los quince misterios del Rosario".
En
el punto 17 de la Carta Apostólica "Rosarium Virginis Mariae", San
Juan Pablo II, expresa que "La Virgen del Rosario continúa su obra de
anunciar a Cristo". El siguiente es
el texto completo de dicho punto:
"...El
Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el
misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la
experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de
modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo
del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación
eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y
los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben
saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra
de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido
utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la
Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos.
¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de
quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un
recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador..."
sábado, 23 de septiembre de 2023
Oración al Santo Padre Pío compuesta por San Juan Pablo II
Santo padre Pío, enséñanos
también a nosotros, te pedimos, la humildad del corazón para formar parte de
los pequeños del Evangelio, a quienes el Padre les ha prometido revelar los
misterios de su Reino.
Ayúdanos a rezar sin
cansarnos nunca, seguros de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se
lo pidamos.
Danos una mirada de fe capaz
de capaz de reconocer con prontitud en los pobres y en los que sufren el rostro
mismo de Jesús.
Apóyanos en la hora del
combate y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del
sacramento del perdón.
Transmítenos tu tierna
devoción a María, Madre de Jesús y nuestra.
Acompáñanos en la
peregrinación terrena hacia la patria bienaventurada, donde esperamos llegar
también nosotros para contemplar para siempre la Gloria del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo.
(Oración pronunciada por
Juan Pablo II en la Misa de canonización del padre Pío)
domingo, 27 de agosto de 2023
San Juan Pablo II reza por los sacerdotes
(De la exhortación apostólica Pastores dabo
vobis de san Juan Pablo II)
Oh María, Madre de Jesucristo y Madre de los
sacerdotes: acepta este título con el que hoy te honramos para exaltar tu
maternidad y contemplar contigo el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus
hijos, oh Santa Madre de Dios.
Madre
de Cristo, que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne por la unción del
Espíritu Santo para salvar a los pobres y contritos de corazón: custodia en tu
seno y en la Iglesia a los sacerdotes, oh Madre del Salvador.
Madre
de la fe, que acompañaste al templo al Hijo del hombre, en cumplimiento de las
promesas hechas a nuestros Padres: presenta a Dios Padre, para su gloria, a los
sacerdotes de tu Hijo, oh Arca de la Alianza.
Madre
de la Iglesia, que con los discípulos en el Cenáculo implorabas el Espíritu
para el nuevo Pueblo y sus Pastores: alcanza para el orden de los presbíteros
la plenitud de los dones, oh Reina de los Apóstoles.
Madre
de Jesucristo, que estuviste con Él al comienzo de su vida y de su misión, lo
buscaste como Maestro entre la muchedumbre, lo acompañaste en la cruz, exhausto
por el sacrificio único y eterno, y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo:
acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su
formación y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio, oh Madre de los
sacerdotes. Amén
¡Rogad al dueño de los sembrados, que envíe más trabajadores para la cosecha!
San Juan Pablo II
domingo, 25 de junio de 2023
San Juan Pablo II: «Estoy lleno de una inmensa confianza»
Durante su primer viaje a Polonia, en 1979, el
recién elegido papa Juan Pablo II acudió inmediatamente al santuario mariano de
Chestochowa:
«Hoy, por los inescrutables designios de la
Providencia divina, presente aquí en Jasna Góra, en mi patria terrena, Polonia,
deseo confirmar ante todo los actos de consagración y de confianza, que en
diversos momentos —numerosas veces y de varias formas— han pronunciado el
cardenal primado y el Episcopado polaco. De modo muy especial deseo confirmar y
renovar el acto de consagración pronunciado en Jasna Góra, el 3 de mayo de
1966, con ocasión del milenio de Polonia; con este acto los obispos polacos,
entregándose a ti, Madre de Dios, "a tu materna esclavitud de amor",
querían servir a la gran causa de la libertad de la Iglesia (…).
"Virgen santa, que defiendes la clara
Czestochowa...". Me vienen de nuevo a la mente estas palabras del poeta
Mickiewicz, que, al comienzo de su obra Pan Tadeusz, en una invocación a la
Virgen ha expresado lo que palpitaba y palpita en el corazón de todos los
polacos. (…)
Hemos venido aquí tantas veces, a este santo lugar,
en vigilante escucha pastoral para oír latir el corazón de la Iglesia y de la
patria en el corazón de la Madre. (…) Permitid que confíe todo esto a María.
Permitid que se lo confíe de modo nuevo y solemne. Soy hombre de gran
confianza. He aprendido a serlo aquí».
Homilía en Jasna Gora
(Polonia), 4 de junio de 1979
domingo, 11 de junio de 2023
Solemnidad del Corpus Christi
Hoy la Iglesia muestra al mundo el Corpus Christi,
el Cuerpo de Cristo, e invita a adorarlo: “Venite, adoremus, Venid, adoremos”
La mirada de los creyentes se concentra en el Sacramento, donde Cristo se nos
da totalmente a sí mismo: cuerpo, sangre, alma y divinidad. Por eso siempre ha
sido considerado el más santo: el "antísimo Sacramento", memorial
vivo del sacrificio redentor.
En la solemnidad del Corpus Christi volvemos a aquel
"jueves" que todos llamamos "santo", en el que el Redentor
celebró su última Pascua con los discípulos: fue la última Cena, culminación de
la cena pascual judía e inauguración del rito eucarístico. La la solemnidad del Corpus Christi, es fiesta de adoración, de contemplación y de exaltación. Fiesta en la que el
pueblo de Dios se congrega en torno al tesoro más valioso que heredó de Cristo,
el sacramento de su misma presencia, y lo alaba, lo canta, lo lleva en procesión por las calles de la ciudad.
En la santa Eucaristía está realmente presente
Cristo, muerto y resucitado por nosotros. En el pan y en el vino consagrados
permanece con nosotros el mismo Jesús de los evangelios, que los discípulos
encontraron y siguieron, que vieron crucificado y resucitado, y cuyas llagas
tocó Tomás, postrándose en adoración y exclamando: "Señor mío y Dios
mío" (Jn 20, 28; cf. 20, 17-20).
En el Sacramento del altar se ofrece a nuestra
contemplación amorosa toda la profundidad del misterio de Cristo, el Verbo y la
carne, la gloria divina y su tienda entre los hombres. Ante él no podemos dudar
de que Dios está "con nosotros", que asumió en Jesucristo todas las
dimensiones humanas, menos el pecado, despojándose de su gloria para
revestirnos a nosotros de ella (cf. Jn 20, 21-23).
En su cuerpo y en su sangre se manifiesta el rostro
invisible de Cristo, el Hijo de Dios, con la modalidad más sencilla y, al mismo
tiempo, más elevada posible en este mundo. A los hombres de todos los tiempos,
que piden perplejos: "Queremos ver
a Jesús" (Jn 12, 21), la comunidad eclesial responde repitiendo el gesto
que el Señor mismo realizó para los discípulos de Emaús: parte el pan. Al partir
el pan se abren los ojos de quien lo busca con corazón sincero. En la
Eucaristía la mirada del corazón reconoce a Jesús y su amor inconfundible, que
se entrega "hasta el extremo" (Jn 13, 1). Y en él, en ese gesto suyo,
reconoce el rostro de Dios.
Con este pan nos alimentamos para convertirnos en
testigos auténticos del Evangelio. Necesitamos este pan para crecer en el amor,
condición indispensable para reconocer el rostro de Cristo en el rostro de los
hermanos.
San Juan Pablo II
Corpus Christi 2001
sábado, 13 de mayo de 2023
San Juan Pablo II y la Virgen de Fátima, una historia de amor filial
Al recorrer el Pontificado
de Juan Pablo II, resulta evidente -y el mismo Santo Padre así lo ha indicado-
la presencia maternal de la Virgen de Fátima.
Esta historia de amor filial
comenzó el 13 de mayo de 1981. Juan Pablo II tenía poco más de dos años como
Pontífice y ese mismo día, salvó de morir en un atentado perpetrado por el
turco Alí Agca en la Plaza San Pedro.
"Cuando fui alcanzado
por la bala no me di cuenta en un primer momento que era el aniversario del día
en que la Virgen se apareció a tres niños en Fátima", reveló poco después
el Pontífice y agregó que fue su secretario personal quien lo notó después de
la operación en la que le extrajeron un proyectil del intestino.
Durante su convalecencia, el
Papa pidió que le entreguen un informe sobre las apariciones de Fátima, que
estudió en detalle hasta llegar a la conclusión que debía su vida a la amorosa
intercesión de la Virgen.
Un año después del atentado,
el 13 de mayo de 1982, Juan Pablo II viajó por primera vez a Fátima para
"agradecer a la Virgen su intervención para la salvación de mi vida y el
restablecimiento de mi salud".
En diciembre de 1983, el
Papa visitó en la cárcel al hombre que intentó matarlo. El mismo Alí Agca habló
de Fátima. "¿Por qué no murió? Yo sé que apunté el arma como debía y sé
que la bala era devastante y mortal. ¿Por qué entonces no murió? ¿Por qué todos
hablan de Fátima?"
Un año más tarde, Juan Pablo
II formalizó su devoción y agradecimiento a la Virgen donando al santuario de
Fátima la bala que le extrajeron, la misma que desde 1984 está engarzada en la
aureola de la corona de la imagen mariana que preside el santuario.
Asimismo, donó la faja
blanca que llevaba el día del atentado al santuario polaco de Jasna Gora, cuya
Virgen es venerada desde hace siglos por sus compatriotas como símbolo de la
unidad nacional.
En 1991 el Santo Padre
regresó al santuario, donde afirmó que "la Virgen me regaló otros diez
años de vida". En más de una ocasión ha señalado que considera todos sus
años de Pontificado posteriores al atentado como un regalo de la Divina
Providencia a través de la intercesión de la Virgen de Fátima.
El Papa también se ha
referido a los dos mensajes conocidos de la Virgen de Fátima y en su visita de
1982, Juan Pablo II consagró solemnemente el mundo entero al corazón inmaculado
de María, siguiendo una de las recomendaciones dadas por la Virgen a los
pastorcitos.
Tras un encuentro con la
hermana Lucía, la tercera vidente y única sobreviviente de Fátima, Juan Pablo
II repitió la consagración dos años más tarde, luego de escribir una carta a
los obispos de los cinco continentes para que se unieran a la celebración.
Sobre el tercer secreto no
revelado de Fátima se han hecho múltiples especulaciones. El Santo Padre,
conocedor del mismo, ha escrito al respecto que "Cristo triunfará a través
de Ella, porque quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo
contemporáneo y en el futuro estén unidas a ella".
(Fuente: ACI)