¡Oh Virgen naciente, esperanza y aurora de la
salvación para todo el mundo!, vuelve benigna tu mirada maternal hacia todos
nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias.
¡Oh Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y
dispuesta a recibir, conservar y meditar la Palabra de Dios!, haz que también
nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos
mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro preciado transmitido por
nuestros padres.
¡Oh Virgen poderosa, que con tu pie aplastas la cabeza
de la serpiente tentadora!, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas
bautismales, con las que hemos renunciado a Satanás, a sus obras y seducciones,
y sepamos dar al mundo un gozoso testimonio de esperanza cristiana.
¡Oh Virgen clemente, que siempre has abierto tu
corazón maternal a las invocaciones de la humanidad, a veces lacerada por el
desamor y hasta, desgraciadamente, por el odio y la guerra! enséñanos a crecer,
todos juntos, según las enseñanzas de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para
ser dignos hijos del único Padre celestial. Amén.
San Juan Pablo II
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