Tercer Domingo de Adviento
“Fortaleced
vuestros corazones” (St 5,8). Con el tercer domingo de Adviento, que estamos
celebrando, hemos llegado ya al “corazón” del itinerario espiritual que nos
llevará hasta los pies de la santa Gruta, para contemplar, adorar y dar gracias
al Verbo de Dios, hecho hombre para la salvación de toda la humanidad. Y la
liturgia de hoy, como si quisiera sostenernos en el arduo camino de preparación
y conversión, está dominada por una invitación a la confianza y a la esperanza,
pues la espera del creyente no es vana y la promesa de Dios es verdadera.
Faltan
ya pocos días para la celebración de la Navidad del Señor y queremos vivirlos
siguiendo las huellas de María y haciendo nuestros, en la medida de lo posible,
los sentimientos que ella experimentó en la trémula espera del nacimiento de
Jesús. Podemos intuir cuáles eran los sentimientos de María, totalmente
abandonada en las manos del Señor. Ella es la mujer creyente: en la profundidad
de su obediencia interior madura la plenitud de los tiempos.
Por estar
enraizada en la fe, la Madre del Verbo hecho hombre encarna la gran esperanza
del mundo. En ella confluye tanto la espera mesiánica de Israel como el anhelo
de salvación de la humanidad entera. Preparémonos para la Navidad con la fe y
la esperanza de María. Dejemos que el mismo amor que vibra en su adhesión al
plan divino toque nuestro corazón.
San
Juan Pablo II
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