El Reino de Jesucristo
En el calendario litúrgico
postconciliar la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo va
unida al domingo último del año eclesiástico. Y está bien así.
Efectivamente, las verdades
de la fe que queremos manifestar, el misterio que queremos vivir, encierran, en
cierto sentido, cada una de las dimensiones de la historia, cada una de las
etapas del tiempo humano, y abren al mismo tiempo la perspectiva “de un cielo
nuevo y de una tierra nueva” (Ap 21, 1), la perspectiva de un Reino que “no es
de este mundo” (Jn 18, 36).
Es posible que se entienda
erróneamente el significado de las palabras sobre el “Reino” que pronunció
Cristo ante Pilato, es decir sobre el Reino que no es de este mundo. Sin
embargo, el contexto singular del acontecimiento en cuyo ámbito fueron
pronunciadas no permite comprenderlas así. Debemos admitir que el Reino de
Cristo, gracias al cual se abren ante el hombre las perspectivas
extraterrestres, las perspectivas de la eternidad, se forma en el mundo y en la
temporalidad. Se forma, pues, en el hombre mismo mediante “el testimonio de la
verdad” (Jn 18, 37) que Cristo dio en ese momento dramático de su misión
mesiánica: ante Pilato, ante la muerte en cruz que pidieron al juez sus
acusadores (…)
Cristo subió a la cruz como
un Rey singular: como el testigo eterno de la verdad. “Para esto he nacido y
para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37).
Este testimonio es la medida de nuestras obras, la medida de la vida. La verdad
por la que Cristo ha dado la vida –y que la ha confirmado con la resurrección–,
es la fuente fundamental de la dignidad del hombre. El Reino de Cristo se
manifiesta, como enseña el Concilio, en la “realeza” del hombre. Es necesario
que, bajo esta luz, sepamos participar en toda esfera de la vida contemporánea
y formarla (…)
Cristo, en cierto sentido,
está siempre ante el tribunal de las conciencias humanas, como una vez se
encontró ante el tribunal de Pilato. Él nos revela siempre la verdad de su
Reino.
Por esto, que él se
encuentre aún cercano a nosotros. Que su reino esté cada vez más en nosotros.
Correspondamos con el amor al que nos ha llamado, y amemos en él siempre más y
más la dignidad de cada hombre. Entonces seremos verdaderamente partícipes de
su misión. Nos convertiremos en apóstoles de su reino.
San
Juan Pablo II
Homilía
25-11-1979 (extracto)
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