sábado, 28 de mayo de 2022
La Ascensión de Jesús, misterio anunciado
Los símbolos de fe más antiguos ponen después del
artículo sobre la Resurrección de Cristo, el de su Ascensión. A este respecto
los textos evangélicos refieren que Jesús Resucitado, después de haberse
aparecido a sus discípulos durante cuarenta días en lugares diversos, se
sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para
subir al Cielo, completando así el “retorno al Padre” iniciado ya con la
Resurrección de entre los muertos.
sábado, 21 de mayo de 2022
El mandamiento del amor
En el antiguo Israel el mandamiento fundamental del
amor a Dios estaba incluido en la oración que se rezaba diariamente: «El Señor
es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Queden en tu corazón estos
mandamientos que te doy hoy. Se los repetirás a tus hijos y les hablarás
siempre de ellos, cuando estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes y
cuando te levantes» (Dt 6, 4-7)
El mandamiento del Deuteronomio no cambia en la
enseñanza de Jesús, que lo define «el mayor y el primer mandamiento», uniéndole
íntimamente el del amor al prójimo (cf. Mt 22, 4-40). Al volver a proponer ese
mandamiento con las mismas palabras del Antiguo Testamento, Jesús muestra que
en este punto la Revelación ya había alcanzado su cima.
Al mismo tiempo, precisamente en la persona de Jesús
el sentido de este mandamiento asume su plenitud. En efecto, en Él se realiza
la máxima intensidad del amor del hombre a Dios. Desde entonces en adelante
amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas,
significa amar al Dios que se reveló en Cristo y amarlo participando del amor
mismo de Cristo, derramado en nosotros «por el Espíritu Santo, que nos ha sido
dado» (Rm 5, 5).
La caridad constituye la esencia del «mandamiento»
nuevo que enseñó Jesús. En efecto, la caridad es el alma de todos los
mandamientos, cuya observancia es ulteriormente reafirmada, más aún, se
convierte en la demostración evidente del amor a Dios: «En esto consiste el
amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5, 3). Este amor, que es
a la vez amor a Jesús, representa la condición para ser amados por el Padre:
«El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ame, será amado de mi Padre; y Yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21).
El amor a Dios, que resulta posible gracias al don
del Espíritu, se funda, por tanto, en la mediación de Jesús, como Él mismo
afirma en la oración sacerdotal: «Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo
seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos
y yo en ellos» (Jn 17, 26). Esta mediación se concreta sobre todo en el don que
Él ha hecho de su vida, don que por una parte testimonia el amor mayor y, por
otra, exige la observancia de lo que Jesús manda: «Nadie tiene mayor amor que
el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo
os mando» (Jn 15, 13-14).
La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que
es Jesús, el Hijo de Dios entregado por nosotros. La capacidad de amar como
Dios ama se ofrece a todo cristiano como fruto del misterio pascual de muerte y
Resurrección.
La Iglesia ha expresado esta sublime realidad
enseñando que la caridad es una virtud teologal, es decir, una virtud que se
refiere directamente a Dios y hace que las criaturas humanas entren en el
círculo del amor trinitario. En efecto, Dios Padre nos ama como ama Cristo,
viendo en nosotros Su imagen. Ésta, por decirlo así, es dibujada en nosotros
por el Espíritu Santo, que como un artista de iconos la realiza en el tiempo.
También es el Espíritu Santo quien traza en lo más
íntimo de nuestra persona las líneas fundamentales de la respuesta cristiana.
El dinamismo del amor a Dios brota de una especie de «con-naturalidad»
realizada por el Espíritu Santo, que nos «diviniza», según el lenguaje de la
tradición oriental.
Con la fuerza del Espíritu Santo, la caridad anima
la vida moral del cristiano, orienta y refuerza todas las demás virtudes, las
cuales edifican en nosotros la estructura del hombre nuevo. Como dice el
Catecismo de la Iglesia Católica, «el ejercicio de todas las virtudes está
animado e inspirado por la caridad. Esta es el "vínculo de la
perfección" (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las
ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad
asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección
sobrenatural del amor divino» (n. 1827). Como cristianos, estamos siempre
llamados al amor.
San Juan Pablo II
Audiencia del miércoles 13 de octubre de 1999
domingo, 8 de mayo de 2022
Oración de San Juan Pablo II al Buen Pastor
Buen
Pastor, enseña a los jóvenes de todo el mundo lo que significa «dar» su vida
mediante la vocación y la misión. Como enviaste a los Apóstoles a predicar el
Evangelio hasta los confines de la tierra, lanza ahora tu desafío a la juventud
de la Iglesia para que cumpla la gran misión de darte a conocer a cuantos aún
no han oído hablar de Ti. Da a estos jóvenes la valentía y la generosidad de
los grandes misioneros del pasado, de suerte que, a través del testimonio de su
fe y su solidaridad con todos sus hermanos y hermanas necesitados, el mundo
descubra la verdad, la bondad y la belleza de la vida que sólo Tú puedes dar.San
Juan Pablo II
domingo, 1 de mayo de 2022
San José Obrero, patrono de los trabajadores
El 1 de mayo, la Iglesia Católica celebra la fiesta
de San José Obrero, Padre y Custodio del Señor, a quien hoy recordamos como
“patrono de los trabajadores”, en virtud que él conoció muy bien el mundo del
trabajo: fue carpintero, y con su sudor procuró el sustento diario a su familia
-la Sagrada Familia-. Esta celebración coincide con el Día Mundial del Trabajo.
La fiesta de San José Obrero fue instituida en 1955 por el Venerable Papa Pío
XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
Por su parte, San Juan Pablo II, en su encíclica
dedicada a los trabajadores, la “Laborem exercens”, destacaba que
“mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a
las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en
un cierto sentido ‘se hace más hombre’”. Con estas palabras, el Papa santo
manifestaba la importancia de San José en la comprensión y santificación del
trabajo, es decir, cuán importante es la figura de San José en el camino por el
que los seres humanos podemos santificarnos y ser felices a través del trabajo
concreto que les toque desempeñar.
Posteriormente, durante el Jubileo de los
Trabajadores del año 2000, el Papa polaco añadía: “Queridos trabajadores,
empresarios, cooperadores, agentes financieros y comerciantes, unid vuestros
brazos, vuestra mente y vuestro corazón para contribuir a construir una
sociedad que respete al hombre y su trabajo… El hombre vale más por lo que es
que por lo que tiene. Cuanto se realiza al servicio de una justicia mayor, de
una fraternidad más vasta y de un orden más humano en las relaciones sociales,
cuenta más que cualquier tipo de progreso en el campo técnico”.
San José es modelo e inspiración para todo ser
humano que desea asumir el trabajo desde una perspectiva espiritual. En ese
sentido, el trabajo debe ser siempre una actividad auténticamente humana, que
brinde realización y satisfacción al corazón humano y no sea solo medio para
producir “cosas”. Sin su sentido sobrenatural el trabajo se convierte en
ocasión de nuevas esclavitudes, instrumentalización o manipulación.
Por eso, como San José, cada persona que trabaja
debe mirar al Cielo y trascender lo puramente material, que siendo importante
no lo agota todo. Es Dios quien corona todo esfuerzo en búsqueda del bien común
y la plenitud. San José, obrero y trabajador, es poderoso intercesor frente a
la injusticia, ayuda para que no falte lo necesario y brinda asistencia a
quienes están desempleados o en búsqueda de un nuevo trabajo.
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