El Miércoles de Ceniza, al comenzar la Cuaresma, la liturgia de la
Iglesia nos dirige a todos los fieles una intensa invitación a la conversión
con las palabras del Apóstol Pablo: «En nombre de Cristo os suplicamos:
¡Reconciliaos con Dios!» (2 Corintios 5, 20). La Cuaresma es un período de
penitencia y de reconciliación con Dios por medio de la Cruz de Cristo. Esta
reconciliación constituye el fruto de la gracia de la Redención, que se ofrece
sobreabundantemente al hombre de todas las generaciones y épocas, de todas las
naciones y razas. Nos la ofrece a cada uno de nosotros el Espíritu Santo, que
"nos ha sido dado".
"...Así pues, dejémonos guiar por el Espíritu Santo durante este
tiempo privilegiado: para preparar a Jesús a su misión, lo impulsó al desierto
de la tentación y lo confortó luego en la hora de la prueba, acompañándolo
desde el monte de los olivos hasta el Gólgota. El Espíritu Santo está a nuestro
lado mediante la gracia de los sacramentos. En particular, en el Sacramento de
la Reconciliación nos lleva, por el camino del arrepentimiento y de la
confesión de nuestras culpas, a los brazos misericordiosos del Padre.
Deseo de corazón que la Cuaresma sea para cada cristiano una ocasión
propicia para este camino de conversión, que tiene su referencia fundamental e
irrenunciable en el sacramento de la penitencia. Esta es la condición para
llegar a una experiencia más íntima y profunda del amor del Padre.
Que nos acompañe, a lo largo de este itinerario cuaresmal, María,
ejemplo de dócil acogida del Espíritu de Dios. A Ella nos dirigimos hoy, en el
momento en que, junto con los creyentes de todo el mundo, entramos en el clima
austero y penitencial de la Cuaresma.
San
Juan Pablo II (1998)