domingo, 29 de diciembre de 2024
Oración a la Familia de San Juan Pablo II
Este Domingo de la Sagrada Familia es buen día para
contemplar nuestra vida y la de las personas que nos rodean. Contemplar
personas, familias, donde brilla el bien, el amor, la comprensión, la capacidad
de perdón, el respeto, la fortaleza ante las dificultades, la confianza en
Dios. Personas que son reflejo de la bondad, que transmiten cariño y alegría;
que disfrutan cuando pueden ayudar a los demás.
domingo, 22 de diciembre de 2024
San Juan Pablo II ante la Navidad
En sus 27 años al frente de la barca de Pedro, San Juan Pablo II no ha
dejado de celebrar la fiesta de la Natividad del Señor. A lo largo de este
tiempo, ha escrito multitud de mensajes, pronunciado discursos y homilías
acerca del Misterio de la Navidad, como tiempo de paz. A su vez, ha denunciado,
de muy diversos modos, la injusticia y la violencia en todos los rincones del
mundo, así como la esperanza cristiana en que el nacimiento del Niño Dios
traiga la reconciliación a todos los hombres.
La mayoría de los mensajes de Navidad de San Juan Pablo II -incluidos
dentro de la tradicional bendición Urbi et Orbi, pronunciada por el Pontífice
en la balconada principal de la Basílica de San Pedro, a las doce de la mañana
del 25 de diciembre-, hacen referencia al nacimiento de Jesús como un símbolo
de «la ternura de Dios sembrada en el corazón de los hombres». «¡Hacía falta la
Navidad!», subraya en sus discursos, dedicados en varias ocasiones a los niños,
porque -como señaló en una carta enviada a los niños en las Navidades de 1994-
«la Navidad es la fiesta de un niño, de un recién nacido».
Pero, además del llamamiento a la esperanza, San Juan Pablo II no ha
perdido ocasión para denunciar los males que afectan a la humanidad y que
impiden que la alegría del Nacimiento sea vivida en plenitud en todos los
rincones del orbe. Ha mostrado su pesar por las guerras del Golfo, Bosnia u
Oriente Medio, por el hambre y la desnutrición en los países del Tercer Mundo,
por los genocidios y las catástrofes naturales, por los abusos y el desprecio
por la vida humana, en sus inicios y final. A continuación reproducimos algunos
de los pasajes claves de los mensajes navideños del Santo Padre.
«Día de extraordinaria alegría es la Navidad. Esta alegría ha inundado
los corazones humanos y ha tenido múltiples expresiones en la historia y en la
cultura de las naciones cristianas; en el canto litúrgico y popular, en la
pintura, en la literatura y en el campo del arte» (Mensaje Urbi et Orbi,
Navidad de 1997).
«Desde la noche de Belén hasta hoy, la Navidad continúa suscitando
himnos de alegría, que expresan la ternura de Dios sembrada en el corazón de
los hombres. En todas las lenguas del mundo se celebra el acontecimiento más
grande: el Emmanuel, Dios con nosotros para siempre». (Urbi et Orbi. Navidad de
1998).
«Dios, hecho hombre, nos da parte en su divinidad. Éste es el mensaje
de Navidad, mensaje de la noche de Belén, que resuena en este maravilloso día.
«La palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros». ¡Qué admirable
intercambio! El Creador recibe un cuerpo de la Virgen y, hecho hombre, nos da
parte en su divinidad» (Urbi et Orbi, Navidad de 1993).
«La Navidad es la fiesta de un Niño, de un recién nacido. ¡Por eso es
vuestra fiesta! Vosotros [niños] la esperáis con impaciencia y las preparáis
con alegría, contando los días y casi las horas que faltan para la Nochebuena
de Belén. Parece que os estoy viendo: preparando una casa, en la parroquia, en
cada rincón del mundo el nacimiento, reconstruyendo el clima y el ambiente en
que nació el Salvador».
«Queridos niños: os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo
era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la
Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis
amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2.000 años. Los niños
manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son
los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al
nacimiento!» (Carta a los niños, 13 de diciembre de 1994).
«Que el anuncio de la Navidad aliente a cuantos se esfuerzan por
aliviar la situación penosa del Medio Oriente respetando los compromisos
internacionales. Que la Navidad refuerce en el mundo el consenso sobre medidas
urgentes y adecuadas para detener la producción y el comercio de armas, para
defender la vida humana, para desterrar la pena de muerte, para liberar a los
niños y adolescentes de toda forma de explotación, para frenar la mano
ensangrentada de los responsables de genocidios y crímenes de guerra, para
prestar a las cuestiones del medio ambiente, sobre todo tras las recientes
catástrofes naturales, la atención indispensable que merecen a fin de
salvaguardar la creación y la dignidad del hombre» (Urbi et Orbi, Navidad
1998).
«Desde el pesebre, la mirada se extiende hoy a toda la humanidad,
destinataria de la gracia del «segundo Adán», aunque siempre heredero del
pecado del «primer Adán» Niños maltratados, humillados y abandonados, mujeres
violentadas y explotadas, jóvenes, adultos, ancianos marginados, interminables
comitivas de exiliados y prófugos, violencia y guerrilla en tantos rincones del
planeta. Pienso con preocupación en Tierra Santa, donde la violencia continúa
ensangrentando el difícil camino de la paz» (Urbi et Orbi, Navidad de 2000).
«No podemos olvidar hoy que las sombras de la muerte amenazan la vida
del hombre en cada una de sus fases e insidian especialmente sus primeros
momentos y su ocaso natural. Se hace cada vez más fuerte la tentación de
apoderarse de la muerte procurándola anticipadamente, casi como si se fuera
árbitro de la vida propia o ajena. Estamos ante síntomas alarmantes de la
«cultura de la muerte», que son una seria amenaza para el futuro. Pero, por más
densas que parezcan las tinieblas, es más fuerte aún la esperanza del triunfo
de la luz surgida en la Noche Santa de Belén» (Urbi et Orbi, Navidad de 2000).
«La respuesta de Dios se llama Evangelio. Tiene su principio en la
noche de Belén para convertirse después en testimonio de Aquel que nació precisamente
aquella noche [...]. Hermanos y hermanas: no nos encerremos en nosotros mismos
frente a Dios. No le impidamos que habite entre nosotros [...]. Su nombre es
Jesús, Dios que salva» (Urbi et Orbi, Navidad 1992).
domingo, 15 de diciembre de 2024
San Juan Pablo II: "Preparad los caminos del Señor"
«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas»
(Lc 3, 4). Con estas palabras, hoy, segundo Domingo de Adviento, el Evangelio
nos exhorta a disponer el corazón para acoger al Señor que viene. Y la liturgia
de este día nos propone como modelo de esa preparación interior la figura
austera de Juan Bautista, que predica en el desierto invitando a la conversión.
Su testimonio sugiere que, para salir al encuentro
del Señor es preciso crear dentro de nosotros y a nuestro alrededor espacios de
desierto: ocasiones de renuncia a lo superfluo, búsqueda de lo esencial, y un
clima de silencio y oración.
San Juan Bautista invita, sobre todo, a volver a
Dios, huyendo con decisión del pecado, enfermedad del corazón del hombre, que
le impide la alegría del encuentro con el Señor.
El tiempo de Adviento es especialmente apto para
hacer experiencia del Amor divino que salva. Y es sobre todo en el Sacramento
de la Reconciliación donde el cristiano puede hacer esa experiencia,
redescubriendo a la luz de la palabra de Dios la verdad de su propio ser y
gustando la alegría de recuperar la paz consigo mismo y con Dios.
Juan en el desierto anuncia la venida del Salvador.
El desierto hace pensar también en muchas situaciones contemporáneas graves: la
indiferencia moral y religiosa, el desprecio hacia la vida humana que nace o
que se encamina a su última meta natural, el odio racial, la violencia, la
guerra y la intolerancia, son algunas de las causas de ese desierto de
injusticia, de dolor y de desesperación que avanza en nuestra sociedad.
Frente a ese escenario, el creyente, como Juan
Bautista, debe ser la voz que proclama la salvación del Señor, adhiriéndose
plenamente a su Evangelio y testimoniándolo visiblemente en el mundo.
En nuestros días, tiempo de nueva evangelización, es
urgente que los padres cristianos pongan atención especial en la educación de
sus hijos para ser testigos valientes del Salvador en el mundo de hoy.
Convirtiéndose en los primeros catequistas de sus hijos, pueden suscitar más
fácilmente en ellos un amor singular a la palabra de Dios, y adecuando
diariamente su vida al Evangelio, los estimulan en las decisiones coherentes y
generosas, que son propias de todo auténtico discípulo del Señor.
Oremos para que cada familia cristiana sea una
pequeña iglesia misionera y una escuela de evangelizadores. Encomendemos esta
misión de todos los núcleos familiares creyentes así como sus alegrías y
sufrimientos, a la Virgen Inmaculada, cuya solemnidad celebraremos el jueves
próximo. Que María sea nuestro ejemplo y nuestra guía, especialmente ejemplo y
guía de las familias.
San Juan Pablo II
4-diciembre-1994
domingo, 8 de diciembre de 2024
San Juan Pablo II y la Inmaculada Concepción de María
San
Juan Pablo II enseñaba lo siguiente en la Audiencia del 12 de junio de 1996:
"La definición dogmática de la Inmaculada Concepción":
"...La
convicción de que María fue preservada de toda mancha de pecado ya desde su
concepción, hasta el punto de que ha sido llamada toda santa, se fue imponiendo
progresivamente en la liturgia y en la teología. Ese desarrollo suscitó, al
inicio del siglo XIX, un movimiento de peticiones en favor de una definición
dogmática del privilegio de la Inmaculada Concepción."
"El
Papa Pío IX, hacia la mitad de ese siglo, con el deseo de acoger esa demanda,
después de haber consultado a los teólogos, pidió a los obispos su opinión
acerca de la oportunidad y la posibilidad de esa definición, convocando casi un
concilio por escrito. El resultado fue significativo: la inmensa mayoría de los
604 obispos respondió de forma positiva a la pregunta."
"Después
de una consulta tan amplia, que pone de relieve la preocupación que tenía mi
venerado predecesor por expresar, en la definición del dogma, la fe de la
Iglesia, se comenzó con el mismo esmero la redacción del documento. La comisión
especial de teólogos, creada por Pío IX para la certificación de la doctrina
revelada, atribuyó un papel esencial a la praxis eclesial. Y este criterio
influyó en la formulación del dogma, que otorgó más importancia a las
expresiones de lo que se vivía en la Iglesia, de la fe y del culto del pueblo
cristiano, que a las determinaciones escolásticas."
"Finalmente,
en el año 1854, Pío IX, con la Bula Ineffabilis Deus, proclamó solemnemente el
dogma de la Inmaculada Concepción:
«...Declaramos,
proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen
María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer
instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente,
en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está
revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por
todos los fieles»...".
.
Fuente: “El camino de María”
domingo, 1 de diciembre de 2024
Mensaje de Adviento de San Juan Pablo II
«Vayamos
jubilosos al encuentro del Señor» es un estribillo que está perfectamente en armonía
con el jubileo. Es, por decir así, un «estribillo jubilar», según la etimología
de la palabra latina jubilar, que encierra una referencia al júbilo. ¡Vayamos,
pues, con alegría! Caminemos jubilosos y vigilantes a la espera del tiempo que
recuerda la venida de Dios en la carne humana, tiempo que llegó a su plenitud
cuando en la cueva de Belén nació Cristo. Entonces se cumplió el tiempo de la
espera.
Viviendo
el Adviento, esperamos un acontecimiento que se sitúa en la historia y a la vez
la trasciende. Al igual que los demás años, tendrá lugar en la noche de la
Navidad del Señor. A la cueva de Belén acudirán los pastores; más tarde, irán
los Magos de Oriente. Unos y otros simbolizan, en cierto sentido, a toda la
familia humana. La exhortación que resuena en la liturgia de hoy: «Vayamos
jubilosos al encuentro del Señor» se difunde en todos los países, en todos los
continentes, en todos los pueblos y naciones. La voz de la liturgia, es decir,
la voz de la Iglesia, resuena por doquier e invita a todos al gran jubileo.
Nosotros
podemos encontrar a Dios, porque Él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho,
como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), porque es
Rico en Misericordia, Dives in Misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro
sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene
a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e
incluso si lo hemos evitado. Él sale primero a nuestro encuentro, con los
brazos abiertos, como un padre amoroso y misericordioso.
Si
Dios se pone en movimiento para salir a nuestro encuentro, ¿podremos nosotros
volverle la espalda? Pero no podemos ir solos al encuentro con el Padre.
Debemos ir en compañía de cuantos forman parte de «la familia de Dios». Para
prepararnos convenientemente al jubileo debemos disponernos a acoger a todas
las personas. Todos son nuestros hermanos y hermanas, porque son hijos del
mismo Padre celestial. (...)
En
el Evangelio [leemos] la invitación del Señor a la vigilancia. «Velad,
porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y a continuación: «Estad
preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre»
(Mt 24, 42.44). La exhortación a velar resuena muchas veces en la liturgia,
especialmente en Adviento, tiempo de preparación no sólo para la Navidad, sino
también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos.
Por eso, tiene un significado marcadamente escatológico e invita al creyente a
pasar cada día, cada momento, en presencia de Aquel «que es, que era y que
vendrá» (Ap 1, 4), al que pertenece el futuro del mundo y del hombre. Ésta
es la esperanza cristiana. Sin esta perspectiva, nuestra existencia se
reduciría a un vivir para la muerte.
Cristo
es nuestro Redentor: Redentor del mundo y Redentor del hombre. Vino a nosotros
para ayudarnos a cruzar el umbral que lleva a la puerta de la vida, la «Puerta
Santa» que es Él mismo.
Que
esta consoladora verdad esté siempre muy presente ante nuestros ojos, mientras
caminamos como peregrinos hacia el gran jubileo. Esa verdad constituye la razón
última de la alegría a la que nos exhorta la liturgia: «Vayamos jubilosos al
encuentro del Señor». Creyendo en Cristo Crucificado y Resucitado, creemos
en la resurrección de la carne y en la vida eterna.
San Juan Pablo II
Extracto de la Homilía del Domingo I de Adviento.
Domingo 29 de noviembre de 1998, previo al Jubileo del
año 2000
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