sábado, 27 de febrero de 2021
Oración a María Madre de la Esperanza
María, Madre de la
esperanza... ¡Camina con nosotros!
miércoles, 17 de febrero de 2021
MIércoles de Ceniza según San Juan Pablo II
El miércoles de ceniza se
abre una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que
quiera prepararse dignamente para el misterio pascual, o sea, el recuerdo de la
Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Este tiempo vigoroso del Año
Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una
sola palabra: "matanoeiete", es decir "Convertíos". Este
imperativo es propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la
imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el
Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo
volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión,
recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana,
sujeta a la muerte.
La sugestiva ceremonia de la
Ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios;
principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en
efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz
indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez
más diáfana del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre
la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que
el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia.
Sinónimo de
"conversión" es así mismo la palabra "penitencia"...
Penitencia como cambio de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y
positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.
San
Juan Pablo II
Miércoles de Ceniza de 1983
miércoles, 10 de febrero de 2021
Oración de San Juan Pablo II a la Virgen de Lourdes
¡Ave María, Mujer humilde,bendecida por el Altísimo!Virgen de la esperanza, profecía de tiempos nuevos,nosotros nos unimos a tu cántico de alabanzapara celebrar las misericordias del Señor,para anunciar la venida del Reinoy la plena liberación del hombre. ¡Ave María, humilde Sierva del Señor,Gloriosa Madre de Cristo!Virgen fiel, Morada Santa del Verbo,enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra,a ser dóciles a la Voz del Espíritu Santo,atentos a sus llamados en la intimidad de la concienciay a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia. ¡Ave María, Mujer del dolor,Madre de los vivientes!Virgen Esposa ante la Cruz, Eva nueva,Sed nuestra guía por los caminos del mundo,enséñanos a vivir y a difundir el Amor de Cristo,a detenernos contigo ante las innumerables crucesen las que tu Hijo aún está crucificado. ¡Ave María, Mujer de la fe,primera entre los discípulos!Virgen Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siemprerazón de la esperanza que habita en nosotros,confiando en la bondad del hombre y en el Amor del Padre.Enséñanos a construir el mundo desde adentro:en la profundidad del silencio y de la oración,en la alegría del amor fraterno,en la fecundidad insustituible de la Cruz. Santa María, Madre de los creyentes,Nuestra Señora de Lourdes,ruega por nosotros.
(Oración pronunciada por San Juan Pablo II en el Santuario de Lourdes)
(Oración pronunciada por San Juan Pablo II en el Santuario de Lourdes)
domingo, 31 de enero de 2021
Don Bosco Padre y Maestro de la Juventud
El 24 de enero de 1989, el
Papa Juan Pablo II, ahora Santo, proclamó a Don Bosco como “Padre y Maestro de
la Juventud”, a continuación te compartimos la carta que envió su Santidad al
entonces Rector Mayor de la Congregación Salesiana, don Egidio Viganò.
Querido Egidio Viganò
Rector Mayor de la Sociedad
Salesiana de San Juan Bosco.
Está a punto de concluir el
año del centenario de la muerte de San Juan Bosco, fundador de esta Sociedad, y
mi mente está abierta a muchas memorias y recuerdos de los principales momentos
de celebración, que han marcado.
Hubo muchas reuniones con
los jóvenes alumnos de las escuelas salesianas de todo el mundo; pero es
especialmente viva en mi memoria que me hizo la peregrinación a los lugares de
su fundador, visitados con la intención y los sentimientos de agradecimiento a
Dios, por haber dado a la Iglesia un educador tan distinguido. Ya a principios
de este año jubilar, dirigí una carta, para poner de relieve la misión y el
carisma particular de Don Bosco y sus hijos espirituales en el arte de la
formación de los jóvenes, y también he recomendado a todos los que trabajan con
los jóvenes a seguir fielmente los caminos trazados por él, adaptándose a las
necesidades y características de nuestro tiempo.
Los problemas de la juventud
hoy en día, de hecho, confirman la pertinencia actual de los principios del
método de enseñanza, ideadas por San Juan Bosco que se centró en la importancia
de la prevención en los jóvenes el aumento de las experiencias negativas, la
educación positiva con valiosas propuestas y ejemplos de aprovechar la libertad
interior a los que están dotados, para establecer con ellos relaciones de
auténtica familiaridad, y estimular las capacidades nativas, basada en la
razón, la religión y la bondad.
Es mi deseo que los frutos
de este año conmemorativo duren mucho tiempo tanto en la Sociedad Salesiana
como en la Iglesia universal que, en Don Bosco ha reconocido y reconoce un
modelo ejemplar de un apóstol de los jóvenes. Por lo tanto, incluso si se
acepta el voto de muchos hermanos en el episcopado, a los sacerdotes salesianos
y las Hijas de María Auxiliadora, de sus antiguos alumnos y muchos de los
fieles, en virtud de lo mencionado, es mi deseo proclamar a San Juan Bosco,
padre y maestro de la juventud, estableciendo que por este título sea honrado e
invocado, sobre todo por sus hijos espirituales.
Confiando en que mi decisión
ayudará a promover cada vez más el culto del santo amado e inspirará a muchos
imitadores de su celo como educador, imparto a usted, a sus hermanos ya toda la
Familia Salesiana la Bendición Apostólica.
Desde el Vaticano, 24 de
enero –la memoria de San Francisco de Sales– año 1989, undécimo de mi
Pontificado.
JUAN PABLO PP. II
martes, 19 de enero de 2021
viernes, 1 de enero de 2021
Santa María Madre de Dios
La contemplación del
misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a
dirigirse a la Virgen santísima como a la Madre de Jesús, sino también a
reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya
desde los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del
patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada
solemnemente en el año 431 por el concilio de Éfeso.
En la primera comunidad
cristiana, mientras crece entre los discípulos la conciencia de que Jesús es el
Hijo de Dios, resulta cada vez más claro que María es la Theotokos, la Madre de
Dios. Se trata de un título que no aparece explícitamente en los textos evangélicos,
aunque en ellos se habla de la “Madre de Jesús” y se afirma que él es Dios (Jn
20, 28, cf. 5, 18; 10, 30. 33). Por lo demás, presentan a María como Madre del
Emmanuel, que significa Dios con nosotros (cf. Mt 1, 2223).
Ya en el siglo III, como se
deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a
María con esta oración: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no
desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh
siempre Virgen gloriosa y bendita” (Liturgia de las Horas). En este antiguo
testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotokos,
“Madre de Dios”.
En el siglo IV, el término
Theotokos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La
piedad y la teología se refieren cada vez más a menudo a ese término, que ya
había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia. Por ello se
comprende el gran movimiento de protesta que surgió en el siglo V cuando
Nestorio puso en duda la legitimidad del título “Madre de Dios”. En efecto, al
pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús, sostenía que
sólo era correcta doctrinalmente la expresión “Madre de Cristo”. Lo que indujo
a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de
la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos
naturalezas ―divina y humana― presentes en él. El concilio de Éfeso, en el año
431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y
de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de
Dios.
Así pues, al proclamar a
María “Madre de Dios”, la Iglesia desea afirmar que ella es la “Madre del Verbo
encarnado, que es Dios”. Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad,
sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella
la naturaleza humana. La maternidad es una relación entre persona y persona:
una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su
seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María, al haber engendrado
según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es
Madre de Dios.
Cuando proclama a María
“Madre de Dios”, la Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y
en la Madre. Esta unión aparece ya en el concilio de Éfeso; con la definición
de la maternidad divina de María los padres querían poner de relieve su fe en
la divinidad de Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y recientes, sobre
la oportunidad de reconocer a María ese título, los cristianos de todos los
tiempos, interpretando correctamente el significado de esa maternidad, la han
convertido en expresión privilegiada de su fe en la divinidad de Cristo y de su
amor a la Virgen.
San Juan Pablo II
viernes, 25 de diciembre de 2020
San Juan Pablo II ante la Navidad
En sus 27 años al frente de la barca de Pedro, San Juan Pablo II no ha
dejado de celebrar la fiesta de la Natividad del Señor. A lo largo de este
tiempo, ha escrito multitud de mensajes, pronunciado discursos y homilías
acerca del Misterio de la Navidad, como tiempo de paz. A su vez, ha denunciado,
de muy diversos modos, la injusticia y la violencia en todos los rincones del
mundo, así como la esperanza cristiana en que el nacimiento del Niño Dios
traiga la reconciliación a todos los hombres.
La mayoría de los mensajes de Navidad de San Juan Pablo II -incluidos
dentro de la tradicional bendición Urbi et Orbi, pronunciada por el Pontífice
en la balconada principal de la Basílica de San Pedro, a las doce de la mañana
del 25 de diciembre-, hacen referencia al nacimiento de Jesús como un símbolo
de «la ternura de Dios sembrada en el corazón de los hombres». «¡Hacía falta la
Navidad!», subraya en sus discursos, dedicados en varias ocasiones a los niños,
porque -como señaló en una carta enviada a los niños en las Navidades de 1994-
«la Navidad es la fiesta de un niño, de un recién nacido».
Pero, además del llamamiento a la esperanza, San Juan Pablo II no ha
perdido ocasión para denunciar los males que afectan a la humanidad y que
impiden que la alegría del Nacimiento sea vivida en plenitud en todos los
rincones del orbe. Ha mostrado su pesar por las guerras del Golfo, Bosnia u
Oriente Medio, por el hambre y la desnutrición en los países del Tercer Mundo,
por los genocidios y las catástrofes naturales, por los abusos y el desprecio
por la vida humana, en sus inicios y final. A continuación reproducimos algunos
de los pasajes claves de los mensajes navideños del Santo Padre.
«Día de extraordinaria alegría es la Navidad. Esta alegría ha inundado
los corazones humanos y ha tenido múltiples expresiones en la historia y en la
cultura de las naciones cristianas; en el canto litúrgico y popular, en la
pintura, en la literatura y en el campo del arte» (Mensaje Urbi et Orbi,
Navidad de 1997).
«Desde la noche de Belén hasta hoy, la Navidad continúa suscitando
himnos de alegría, que expresan la ternura de Dios sembrada en el corazón de
los hombres. En todas las lenguas del mundo se celebra el acontecimiento más
grande: el Emmanuel, Dios con nosotros para siempre». (Urbi et Orbi. Navidad de
1998).
«Dios, hecho hombre, nos da parte en su divinidad. Éste es el mensaje
de Navidad, mensaje de la noche de Belén, que resuena en este maravilloso día.
«La palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros». ¡Qué admirable
intercambio! El Creador recibe un cuerpo de la Virgen y, hecho hombre, nos da
parte en su divinidad» (Urbi et Orbi, Navidad de 1993).
«La Navidad es la fiesta de un Niño, de un recién nacido. ¡Por eso es
vuestra fiesta! Vosotros [niños] la esperáis con impaciencia y las preparáis
con alegría, contando los días y casi las horas que faltan para la Nochebuena
de Belén. Parece que os estoy viendo: preparando una casa, en la parroquia, en
cada rincón del mundo el nacimiento, reconstruyendo el clima y el ambiente en
que nació el Salvador».
«Queridos niños: os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo
era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la
Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis
amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2.000 años. Los niños
manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son
los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al
nacimiento!» (Carta a los niños, 13 de diciembre de 1994).
«Que el anuncio de la Navidad aliente a cuantos se esfuerzan por
aliviar la situación penosa del Medio Oriente respetando los compromisos
internacionales. Que la Navidad refuerce en el mundo el consenso sobre medidas
urgentes y adecuadas para detener la producción y el comercio de armas, para
defender la vida humana, para desterrar la pena de muerte, para liberar a los
niños y adolescentes de toda forma de explotación, para frenar la mano
ensangrentada de los responsables de genocidios y crímenes de guerra, para
prestar a las cuestiones del medio ambiente, sobre todo tras las recientes
catástrofes naturales, la atención indispensable que merecen a fin de
salvaguardar la creación y la dignidad del hombre» (Urbi et Orbi, Navidad
1998).
«Desde el pesebre, la mirada se extiende hoy a toda la humanidad,
destinataria de la gracia del «segundo Adán», aunque siempre heredero del
pecado del «primer Adán» Niños maltratados, humillados y abandonados, mujeres
violentadas y explotadas, jóvenes, adultos, ancianos marginados, interminables
comitivas de exiliados y prófugos, violencia y guerrilla en tantos rincones del
planeta. Pienso con preocupación en Tierra Santa, donde la violencia continúa
ensangrentando el difícil camino de la paz» (Urbi et Orbi, Navidad de 2000).
«No podemos olvidar hoy que las sombras de la muerte amenazan la vida
del hombre en cada una de sus fases e insidian especialmente sus primeros
momentos y su ocaso natural. Se hace cada vez más fuerte la tentación de
apoderarse de la muerte procurándola anticipadamente, casi como si se fuera
árbitro de la vida propia o ajena. Estamos ante síntomas alarmantes de la
«cultura de la muerte», que son una seria amenaza para el futuro. Pero, por más
densas que parezcan las tinieblas, es más fuerte aún la esperanza del triunfo
de la luz surgida en la Noche Santa de Belén» (Urbi et Orbi, Navidad de 2000).
«La respuesta de Dios se llama Evangelio. Tiene su principio en la
noche de Belén para convertirse después en testimonio de Aquel que nació precisamente
aquella noche [...]. Hermanos y hermanas: no nos encerremos en nosotros mismos
frente a Dios. No le impidamos que habite entre nosotros [...]. Su nombre es
Jesús, Dios que salva» (Urbi et Orbi, Navidad 1992).
martes, 8 de diciembre de 2020
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Meditación del jueves 8 de diciembre de 1994Solemnidad de la Inmaculada
Concepción La Iglesia contempla hoy con gratitud y asombro las
maravillas realizadas por el Señor en María, la Mujer a la que el pueblo
cristiano aclama con las palabras de la antigua antífona: «Toda hermosa eres,
María; no hay en Ti mancha del pecado original».
El misterio de gracia y de hermosura que envuelve a la
Virgen Madre tiene su origen en la Ternura de Dios que, ya desde el primer
instante de su existencia la preservó del pecado original y de sus
consecuencias, preparándola para convertirse en la digna Madre de su Hijo. De
ese modo, el Señor puso a María por encima de todas las demás criaturas,
haciéndola llena de gracia, espejo admirable de su santidad.
La Inmaculada es el signo de la fidelidad de Dios, que
no se rinde ante el pecado del hombre. Su plenitud de gracia nos recuerda
también las inmensas posibilidades de bien de belleza, de grandeza y de gozo
que están al alcance del hombre cuando se deja guiar por la Voluntad de Dios, y
rechaza el pecado.
A la luz de la Mujer que el Señor nos regala como
Abogada de gracia y Modelo de santidad, aprendemos a huir siempre del pecado.
Pidamos a la Virgen que nos conceda la alegría de vivir bajo su mirada materna
con pureza y santidad de vida.
San Juan Pablo II
domingo, 29 de noviembre de 2020
Mensaje de Adviento de San Juan Pablo II
«Vayamos jubilosos al
encuentro del Señor» es un estribillo que está perfectamente en armonía con el
jubileo. Es, por decir así, un «estribillo jubilar», según la etimología de la
palabra latina iubilar, que encierra una referencia al júbilo. ¡Vayamos, pues,
con alegría! Caminemos jubilosos y vigilantes a la espera del tiempo que
recuerda la venida de Dios en la carne humana, tiempo que llegó a su plenitud
cuando en la cueva de Belén nació Cristo. Entonces se cumplió el tiempo de la
espera.
Viviendo el Adviento,
esperamos un acontecimiento que se sitúa en la historia y a la vez la
trasciende. Al igual que los demás años, tendrá lugar en la noche de la Navidad
del Señor. A la cueva de Belén acudirán los pastores; más tarde, irán los Magos
de Oriente. Unos y otros simbolizan, en cierto sentido, a toda la familia
humana. La exhortación que resuena en la liturgia de hoy: «Vayamos jubilosos al
encuentro del Señor» se difunde en todos los países, en todos los continentes,
en todos los pueblos y naciones. La voz de la liturgia, es decir, la voz de la
Iglesia, resuena por doquier e invita a todos al gran jubileo.
Nosotros podemos encontrar a
Dios, porque Él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho, como el padre de la
parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), porque es Rico en Misericordia,
Dives in Misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro sin importarle de qué
parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene a nuestro encuentro,
tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e incluso si lo hemos
evitado. Él sale primero a nuestro encuentro, con los brazos abiertos, como un
padre amoroso y misericordioso.
Si Dios se pone en
movimiento para salir a nuestro encuentro, ¿podremos nosotros volverle la
espalda? Pero no podemos ir solos al encuentro con el Padre. Debemos ir en
compañía de cuantos forman parte de «la familia de Dios». Para prepararnos
convenientemente al jubileo debemos disponernos a acoger a todas las personas.
Todos son nuestros hermanos y hermanas, porque son hijos del mismo Padre
celestial. (...)
En el Evangelio [leemos] la
invitación del Señor a la vigilancia. «Velad, porque no sabéis qué día vendrá
vuestro Señor». Y a continuación: «Estad preparados, porque a la hora que menos
penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 42.44). La exhortación a velar
resuena muchas veces en la liturgia, especialmente en Adviento, tiempo de
preparación no sólo para la Navidad, sino también para la definitiva y gloriosa
venida de Cristo al final de los tiempos. Por eso, tiene un significado
marcadamente escatológico e invita al creyente a pasar cada día, cada momento,
en presencia de Aquel «que es, que era y que vendrá» (Ap 1, 4), al que
pertenece el futuro del mundo y del hombre. Ésta es la esperanza cristiana. Sin
esta perspectiva, nuestra existencia se reduciría a un vivir para la muerte.
Cristo es nuestro Redentor:
Redentor del mundo y Redentor del hombre. Vino a nosotros para ayudarnos a
cruzar el umbral que lleva a la puerta de la vida, la «Puerta Santa» que es Él
mismo.
Que esta consoladora verdad
esté siempre muy presente ante nuestros ojos, mientras caminamos como
peregrinos hacia el gran jubileo. Esa verdad constituye la razón última de la
alegría a la que nos exhorta la liturgia: «Vayamos jubilosos al encuentro del
Señor». Creyendo en Cristo Crucificado y Resucitado, creemos en la resurrección
de la carne y en la vida eterna.
San
Juan Pablo II
Extracto de la Homilía del
Domingo I de Adviento.
Domingo 29 de noviembre de
1998
domingo, 22 de noviembre de 2020
El Reino de Jesucristo
En el calendario litúrgico
postconciliar la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo va
unida al domingo último del año eclesiástico. Y está bien así.
Efectivamente, las verdades
de la fe que queremos manifestar, el misterio que queremos vivir, encierran, en
cierto sentido, cada una de las dimensiones de la historia, cada una de las
etapas del tiempo humano, y abren al mismo tiempo la perspectiva “de un cielo
nuevo y de una tierra nueva” (Ap 21, 1), la perspectiva de un Reino que “no es
de este mundo” (Jn 18, 36).
Es posible que se entienda
erróneamente el significado de las palabras sobre el “Reino” que pronunció
Cristo ante Pilato, es decir sobre el Reino que no es de este mundo. Sin
embargo, el contexto singular del acontecimiento en cuyo ámbito fueron
pronunciadas no permite comprenderlas así. Debemos admitir que el Reino de
Cristo, gracias al cual se abren ante el hombre las perspectivas
extraterrestres, las perspectivas de la eternidad, se forma en el mundo y en la
temporalidad. Se forma, pues, en el hombre mismo mediante “el testimonio de la
verdad” (Jn 18, 37) que Cristo dio en ese momento dramático de su misión
mesiánica: ante Pilato, ante la muerte en cruz que pidieron al juez sus
acusadores (…)
Cristo subió a la cruz como
un Rey singular: como el testigo eterno de la verdad. “Para esto he nacido y
para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37).
Este testimonio es la medida de nuestras obras, la medida de la vida. La verdad
por la que Cristo ha dado la vida –y que la ha confirmado con la resurrección–,
es la fuente fundamental de la dignidad del hombre. El Reino de Cristo se
manifiesta, como enseña el Concilio, en la “realeza” del hombre. Es necesario
que, bajo esta luz, sepamos participar en toda esfera de la vida contemporánea
y formarla (…)
Cristo, en cierto sentido,
está siempre ante el tribunal de las conciencias humanas, como una vez se
encontró ante el tribunal de Pilato. Él nos revela siempre la verdad de su
Reino.
Por esto, que él se
encuentre aún cercano a nosotros. Que su reino esté cada vez más en nosotros.
Correspondamos con el amor al que nos ha llamado, y amemos en él siempre más y
más la dignidad de cada hombre. Entonces seremos verdaderamente partícipes de
su misión. Nos convertiremos en apóstoles de su reino.
San
Juan Pablo II
Homilía
25-11-1979 (extracto)
martes, 17 de noviembre de 2020
sábado, 7 de noviembre de 2020
viernes, 30 de octubre de 2020
En la Solemnidad de Todos los Santos
Queridos hermanos y
hermanas:
Con interés especial hoy os
pido a los que estáis aquí reunidos, para rezar conmigo el Ángelus [1 Nov 1978], que os
detengáis un momento a reflexionar sobre el misterio de la liturgia del día.
La Iglesia vive con una gran
perspectiva, la acompaña siempre, la forja continuamente y la proyecta hacia la
eternidad. La liturgia del día pone en evidencia la realidad escatológica, una
realidad que brota de todo el plan de salvación y, a la vez de la historia del
hombre, realidad que da el sentido último a la existencia misma de la Iglesia y
a su misión.
Por esto vivimos con tanta
intensidad la Solemnidad de todos los Santos, así como también el día de
mañana, Conmemoración de los Difuntos. Estos dos días engloban en sí de modo
muy especial la fe en la "vida eterna" (últimas palabras del Credo
apostólico). Si bien estos dos días enfocan ante los ojos de nuestra alma lo
ineludible de la muerte, dan también al mismo tiempo testimonio de la vida.
El hombre que está
"condenado a muerte", según las leyes de la naturaleza, el hombre que
vive con la perspectiva de la aniquilación de su cuerpo, este hombre desarrolla
su existencia al mismo tiempo con perspectivas de vida futura y está llamado a
la gloria.
La Solemnidad de todos los
Santos pone ante los ojos de nuestra fe a los que han alcanzado ya la plenitud
de su llamada a la unión con Dios. El día de la Conmemoración de los Difuntos
hace converger nuestros pensamientos en quienes, después de dejar este mundo,
en la expiación esperan alcanzar la plenitud de amor que requiere la unión con
Dios.
Se trata de dos días grandes
en la Iglesia que "prolonga su vida" de cierta manera en sus santos y
en todos los que se han preparado a esa vida sirviendo a la verdad y al amor.
Por ello los primeros días
de noviembre la Iglesia se une de modo especial a su Redentor, que nos ha
introducido en la realidad misma de esa vida a través de su Muerte y
Resurrección. Al mismo tiempo ha hecho de nosotros "un reino de sacerdotes"
para su Padre.
Por ello, a nuestra oración
común uniré una intención especial por las vocaciones sacerdotales en la
Iglesia de todo el mundo. Me dirijo a Cristo para que llame a muchos jóvenes y
les diga: "Ven y sígueme". Y pido a los jóvenes que no se opongan,
que no contesten "no". A todos ruego que oren y colaboren en favor de
las vocaciones.
La mies es grande. La
Solemnidad de todos los Santos nos dice precisamente que la mies es abundante.
No la mies de la muerte, sino la de la salvación; no la mies del mundo que
pasa, sino la mies de Cristo que perdura a través de los siglos.
San
Juan Pablo II
Ángelus 1 Nov
1978
Fuente: El
Camino de María
miércoles, 21 de octubre de 2020
Oración para implorar favores por intercesión de San Juan Pablo II
Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a San Juan Pablo II la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).
A Ti, Padre Omnipotente,
origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de
la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y
gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén
Padrenuestro, Avemaría,
Gloria.
martes, 6 de octubre de 2020
San Juan Pablo II y el Santo Rosario
San Juan Pablo II fue un
gran enamorado del Rosario. Toda la vida lo promocionó de la mejor manera:
“rezándolo” en público, en privado, en los grandes acontecimientos, sobre todos
aquellos en los que se debía, por las malas circunstancias, invocar la paz.
Gracias a él, hoy miles de
personas rezan el Rosario con frecuencia, quizás porque ha demostrado y
enseñado cuánto hace bien tener esta buena práctica.
Lo podemos ver en su carta
apostólica Rosarium Virginis Mariae,
enteramente dedicada a esta oración, y en donde agregó los “Misterios de la
luz”.
“Tenemos que redescubrir la
profundidad mística encerrada en la sencillez de esta oración, tan querida por
la tradición popular”, anunció el 16 de octubre del 2002 al presentar la carta.
De esta carta y de otras
intervenciones del santo padre a los fieles, hemos extraídos algunas de las
frases más significativas sobre esta estimada oración del santo Rosario:
“El Rosario es la oración
más sencilla a la Virgen, pero la más llena de contenidos bíblicos”.
“Recorrer con María las
decenas del Rosario, es como ir a la escuela de María para leer a Cristo, para
penetrar sus secretos, para entender sus mensajes”.
“En el Rosario hacemos lo
que hace María, meditamos en nuestro corazón los misterios de Cristo”.
“El Rosario es la oración en
la que, con la repetición del saludo del Ángel a María, tratamos de sacar
nuestras consideraciones sobre el misterio de la redención partiendo de la meditación de la Virgen”.
“En la oración del Rosario nos
unimos a la Virgen como los Apóstoles congregados en el cenáculo después de la
ascensión de Cristo”.
“La plegaria del Rosario es
oración del hombre en favor del hombre: es la oración de la solidaridad humana,
oración colegial de los redimidos, que refleja el espíritu y las intenciones de
la primera redimida: María”.
“El Rosario es la oración
que indica la perspectiva del reino de Dios y orienta a los hombres para
recibir los frutos de la redención”.
“En los misterios del santo
Rosario contemplamos y revivimos los gozos, dolores y gloria de Cristo y su
Madre Santa, que pasan a ser gozos, dolores y esperanzas del hombre”.
“El Rosario forma parte de
la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana”.
“El Rosario me ha acompañado
en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas
preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo”
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