viernes, 25 de diciembre de 2020

San Juan Pablo II ante la Navidad


En sus 27 años al frente de la barca de Pedro, San Juan Pablo II no ha dejado de celebrar la fiesta de la Natividad del Señor. A lo largo de este tiempo, ha escrito multitud de mensajes, pronunciado discursos y homilías acerca del Misterio de la Navidad, como tiempo de paz. A su vez, ha denunciado, de muy diversos modos, la injusticia y la violencia en todos los rincones del mundo, así como la esperanza cristiana en que el nacimiento del Niño Dios traiga la reconciliación a todos los hombres.

La mayoría de los mensajes de Navidad de San Juan Pablo II -incluidos dentro de la tradicional bendición Urbi et Orbi, pronunciada por el Pontífice en la balconada principal de la Basílica de San Pedro, a las doce de la mañana del 25 de diciembre-, hacen referencia al nacimiento de Jesús como un símbolo de «la ternura de Dios sembrada en el corazón de los hombres». «¡Hacía falta la Navidad!», subraya en sus discursos, dedicados en varias ocasiones a los niños, porque -como señaló en una carta enviada a los niños en las Navidades de 1994- «la Navidad es la fiesta de un niño, de un recién nacido».

Pero, además del llamamiento a la esperanza, San Juan Pablo II no ha perdido ocasión para denunciar los males que afectan a la humanidad y que impiden que la alegría del Nacimiento sea vivida en plenitud en todos los rincones del orbe. Ha mostrado su pesar por las guerras del Golfo, Bosnia u Oriente Medio, por el hambre y la desnutrición en los países del Tercer Mundo, por los genocidios y las catástrofes naturales, por los abusos y el desprecio por la vida humana, en sus inicios y final. A continuación reproducimos algunos de los pasajes claves de los mensajes navideños del Santo Padre.

«Día de extraordinaria alegría es la Navidad. Esta alegría ha inundado los corazones humanos y ha tenido múltiples expresiones en la historia y en la cultura de las naciones cristianas; en el canto litúrgico y popular, en la pintura, en la literatura y en el campo del arte» (Mensaje Urbi et Orbi, Navidad de 1997).

«Desde la noche de Belén hasta hoy, la Navidad continúa suscitando himnos de alegría, que expresan la ternura de Dios sembrada en el corazón de los hombres. En todas las lenguas del mundo se celebra el acontecimiento más grande: el Emmanuel, Dios con nosotros para siempre». (Urbi et Orbi. Navidad de 1998).

«Dios, hecho hombre, nos da parte en su divinidad. Éste es el mensaje de Navidad, mensaje de la noche de Belén, que resuena en este maravilloso día. «La palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros». ¡Qué admirable intercambio! El Creador recibe un cuerpo de la Virgen y, hecho hombre, nos da parte en su divinidad» (Urbi et Orbi, Navidad de 1993).

«La Navidad es la fiesta de un Niño, de un recién nacido. ¡Por eso es vuestra fiesta! Vosotros [niños] la esperáis con impaciencia y las preparáis con alegría, contando los días y casi las horas que faltan para la Nochebuena de Belén. Parece que os estoy viendo: preparando una casa, en la parroquia, en cada rincón del mundo el nacimiento, reconstruyendo el clima y el ambiente en que nació el Salvador».

«Queridos niños: os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2.000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al nacimiento!» (Carta a los niños, 13 de diciembre de 1994).

«Que el anuncio de la Navidad aliente a cuantos se esfuerzan por aliviar la situación penosa del Medio Oriente respetando los compromisos internacionales. Que la Navidad refuerce en el mundo el consenso sobre medidas urgentes y adecuadas para detener la producción y el comercio de armas, para defender la vida humana, para desterrar la pena de muerte, para liberar a los niños y adolescentes de toda forma de explotación, para frenar la mano ensangrentada de los responsables de genocidios y crímenes de guerra, para prestar a las cuestiones del medio ambiente, sobre todo tras las recientes catástrofes naturales, la atención indispensable que merecen a fin de salvaguardar la creación y la dignidad del hombre» (Urbi et Orbi, Navidad 1998).

«Desde el pesebre, la mirada se extiende hoy a toda la humanidad, destinataria de la gracia del «segundo Adán», aunque siempre heredero del pecado del «primer Adán» Niños maltratados, humillados y abandonados, mujeres violentadas y explotadas, jóvenes, adultos, ancianos marginados, interminables comitivas de exiliados y prófugos, violencia y guerrilla en tantos rincones del planeta. Pienso con preocupación en Tierra Santa, donde la violencia continúa ensangrentando el difícil camino de la paz» (Urbi et Orbi, Navidad de 2000).

«No podemos olvidar hoy que las sombras de la muerte amenazan la vida del hombre en cada una de sus fases e insidian especialmente sus primeros momentos y su ocaso natural. Se hace cada vez más fuerte la tentación de apoderarse de la muerte procurándola anticipadamente, casi como si se fuera árbitro de la vida propia o ajena. Estamos ante síntomas alarmantes de la «cultura de la muerte», que son una seria amenaza para el futuro. Pero, por más densas que parezcan las tinieblas, es más fuerte aún la esperanza del triunfo de la luz surgida en la Noche Santa de Belén» (Urbi et Orbi, Navidad de 2000).

«La respuesta de Dios se llama Evangelio. Tiene su principio en la noche de Belén para convertirse después en testimonio de Aquel que nació precisamente aquella noche [...]. Hermanos y hermanas: no nos encerremos en nosotros mismos frente a Dios. No le impidamos que habite entre nosotros [...]. Su nombre es Jesús, Dios que salva» (Urbi et Orbi, Navidad 1992).

martes, 8 de diciembre de 2020

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Meditación del jueves 8 de diciembre de 1994
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
La Iglesia contempla hoy con gratitud y asombro las maravillas realizadas por el Señor en María, la Mujer a la que el pueblo cristiano aclama con las palabras de la antigua antífona: «Toda hermosa eres, María; no hay en Ti mancha del pecado original».
 
El misterio de gracia y de hermosura que envuelve a la Virgen Madre tiene su origen en la Ternura de Dios que, ya desde el primer instante de su existencia la preservó del pecado original y de sus consecuencias, preparándola para convertirse en la digna Madre de su Hijo. De ese modo, el Señor puso a María por encima de todas las demás criaturas, haciéndola llena de gracia, espejo admirable de su santidad.
 
La Inmaculada es el signo de la fidelidad de Dios, que no se rinde ante el pecado del hombre. Su plenitud de gracia nos recuerda también las inmensas posibilidades de bien de belleza, de grandeza y de gozo que están al alcance del hombre cuando se deja guiar por la Voluntad de Dios, y rechaza el pecado.
 
A la luz de la Mujer que el Señor nos regala como Abogada de gracia y Modelo de santidad, aprendemos a huir siempre del pecado. Pidamos a la Virgen que nos conceda la alegría de vivir bajo su mirada materna con pureza y santidad de vida.
 
San Juan Pablo II

domingo, 29 de noviembre de 2020

Mensaje de Adviento de San Juan Pablo II

«Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» es un estribillo que está perfectamente en armonía con el jubileo. Es, por decir así, un «estribillo jubilar», según la etimología de la palabra latina iubilar, que encierra una referencia al júbilo. ¡Vayamos, pues, con alegría! Caminemos jubilosos y vigilantes a la espera del tiempo que recuerda la venida de Dios en la carne humana, tiempo que llegó a su plenitud cuando en la cueva de Belén nació Cristo. Entonces se cumplió el tiempo de la espera.
 
Viviendo el Adviento, esperamos un acontecimiento que se sitúa en la historia y a la vez la trasciende. Al igual que los demás años, tendrá lugar en la noche de la Navidad del Señor. A la cueva de Belén acudirán los pastores; más tarde, irán los Magos de Oriente. Unos y otros simbolizan, en cierto sentido, a toda la familia humana. La exhortación que resuena en la liturgia de hoy: «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» se difunde en todos los países, en todos los continentes, en todos los pueblos y naciones. La voz de la liturgia, es decir, la voz de la Iglesia, resuena por doquier e invita a todos al gran jubileo.
 
Nosotros podemos encontrar a Dios, porque Él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho, como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), porque es Rico en Misericordia, Dives in Misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e incluso si lo hemos evitado. Él sale primero a nuestro encuentro, con los brazos abiertos, como un padre amoroso y misericordioso.
 
Si Dios se pone en movimiento para salir a nuestro encuentro, ¿podremos nosotros volverle la espalda? Pero no podemos ir solos al encuentro con el Padre. Debemos ir en compañía de cuantos forman parte de «la familia de Dios». Para prepararnos convenientemente al jubileo debemos disponernos a acoger a todas las personas. Todos son nuestros hermanos y hermanas, porque son hijos del mismo Padre celestial. (...)
 
En el Evangelio [leemos] la invitación del Señor a la vigilancia. «Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y a continuación: «Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 42.44). La exhortación a velar resuena muchas veces en la liturgia, especialmente en Adviento, tiempo de preparación no sólo para la Navidad, sino también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos. Por eso, tiene un significado marcadamente escatológico e invita al creyente a pasar cada día, cada momento, en presencia de Aquel «que es, que era y que vendrá» (Ap 1, 4), al que pertenece el futuro del mundo y del hombre. Ésta es la esperanza cristiana. Sin esta perspectiva, nuestra existencia se reduciría a un vivir para la muerte.
 
Cristo es nuestro Redentor: Redentor del mundo y Redentor del hombre. Vino a nosotros para ayudarnos a cruzar el umbral que lleva a la puerta de la vida, la «Puerta Santa» que es Él mismo.
 
Que esta consoladora verdad esté siempre muy presente ante nuestros ojos, mientras caminamos como peregrinos hacia el gran jubileo. Esa verdad constituye la razón última de la alegría a la que nos exhorta la liturgia: «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor». Creyendo en Cristo Crucificado y Resucitado, creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna.
 
San Juan Pablo II
Extracto de la Homilía del Domingo I de Adviento.
Domingo 29 de noviembre de 1998

sábado, 5 de septiembre de 2020

Palabras de San Juan Pablo II sobre Santa Teresa de Calcuta


Poco antes de su partida a la Casa del Padre, el Papa Juan Pablo II, amigo personal de la religiosa, dedicó el rezo dominical del Ángelus en la Plaza San Pedro a la madre Teresa de quien dijo lo siguiente:

"La querida Religiosa reconocida universalmente como la Madre de los Pobres, nos deja un ejemplo elocuente para todos, creyentes y no creyentes. Nos deja el testimonio del amor de Dios. Las obras por ella realizadas hablan por sí mismas y ponen de manifiesto ante los hombres de nuestro tiempo el alto significado que tiene la vida".

"Misionera de la Caridad. Su misión comenzaba todos los días antes del amanecer, delante de la Eucaristía. En el silencio de la contemplación, Madre Teresa de Calcuta escuchaba el grito de Jesús en la cruz: tengo sed. Ese grito la empujaba hacia las calles de Calcuta y de todas las periferias del mundo, a la búsqueda de Jesús en el pobre, el abandonado, el moribundo".

"Misionera de la Caridad, dando un ejemplo tan arrollador, que atrajo a muchas personas, dispuestas a dejar todo por servir a Cristo, presente en los jóvenes".

"Ella sabía por experiencia que la vida adquiere todo su valor cuando encuentra el amor y siguiendo el Evangelio fue el buen samaritano de las personas que encontró, de toda existencia en crisis y despreciada".

sábado, 29 de agosto de 2020

Totus Tuus Maria: ¿por qué?

El 2 de abril de 2005, hace poco más de 15 años, murió san Juan Pablo II, después de una larga enfermedad que vivió ofreciendo un testimonio extraordinario. ¿Qué nos dice la vida y el ejemplo de Karol Wojtyla hoy, en un contexto dramático como el que estamos experimentando debido al coronavirus?
 
La propagación de la epidemia y el informe diario sobre el número de víctimas han encontrado una sociedad mal preparada y han dejado ver el vacío espiritual de muchos. El periodista Indro Montanelli, poco antes de su muerte, hizo esta consideración lúcida y honesta: "Si debiera cerrar los ojos sin saber de dónde vengo, a dónde voy y qué he venido a hacer en esta tierra, ¿valdría la pena abrir los ojos? ¡Mi opinión es una declaración de fracaso!”. Estas palabras de Montanelli son una fotografía de la situación de una parte de la sociedad actual. También por esta razón la epidemia es aterradora: porque en muchas personas, la fe se ha extinguido. Juan Pablo II era un creyente, un creyente acérrimo, un creyente constante y la fe iluminó su camino de vida.
 
Todos recordamos el último Viernes Santo de Juan Pablo II. La escena que vimos en la televisión es inolvidable: el Papa, entonces impotente, sostuvo el crucifijo en sus manos y lo miró con gran amor y se podía sentir que estaba diciendo: “Jesús, yo también estoy en la cruz como tú, pero contigo espero la Resurrección”.
 
Juan Pablo II quiso que estas palabras aparecieran en su escudo de armas como lema: Totus Tuus Maria. ¿Por qué? La Virgen estaba cerca de Jesús a la hora de la crucifixión y Ella creyó que era el momento de la victoria de Dios sobre la maldad humana. ¿Cómo? A través del amor, que es la fuerza todopoderosa de Dios.
 
Y María, poco antes de que Jesús consumara su sacrificio de amor en la cruz, escuchó las palabras exigentes que Jesús le dirigió: “¡Mujer, he ahí a tu hijo!”. Es decir, "No pienses en mí, sino en los demás, ayúdalos a transformar el dolor en amor, ayúdalos a creer que la bondad es la fuerza que vence la maldad”. Desde ese momento, María se ha preocupado por nosotros y, cuando nos dejamos guiar por Ella, estamos en buenas manos. Juan Pablo II creía en ello, confiaba en María y con María, transformó el dolor en amor.
(Extraido de Sitio Santísima Virgen)

sábado, 15 de agosto de 2020

La Asunción de la Santísima Virgen

En esta homilía, San Juan Pablo II, nos da una hermosa explicación sobre la Asunción de la Virgen María al Cielo:
 
La Asunción de la Virgen María (o la Asunción de la Virgen) es una doctrina de la Iglesia Católica que enseña que después de la muerte de la madre de Jesús, ella fue resucitada, glorificada y llevada corporalmente al cielo (es decir, físicamente y espiritualmente), para vivir con Dios Padre, con su hijo (Jesucristo), con el Espíritu Santo, los Ángeles y todos los santos del Cielo por toda la eternidad
 
La palabra asunción se toma de una palabra latina que significa "tomar". La Asunción de María es enseñada tanto por la Iglesia Católica, así como por la Iglesia Ortodoxa Oriental en menor grado.
 
Todos los seres humanos tenemos que esperar hasta el fin de los tiempos para nuestra resurrección corporal, pero el cuerpo de María fue capaz de ir directamente al cielo porque su alma no había sido contaminada por el pecado original (Inmaculada).
 
Nadie se ha sumergido como María en el corazón del misterio de la redención. Nadie como ella puede acercar este misterio a nosotros. Ella se encuentra en el centro mismo del misterio.
 
Nos encontramos, en el día de la solemnidad de la Asunción de María al cielo, cuando la Iglesia proclama la gloria de su nacimiento definitivo para el cielo.
 
Oración a la Virgen María asunta al Cielo
 
¡Oh Madre de la Iglesia! Ante esta humanidad que parece siempre fascinada por lo temporal, y cuando la dominación sobre el mundo oculta la perspectiva del destino eterno del hombre en Dios, sé tú misma un testimonio de Dios; tú, su Madre.
 
¿Quién puede resistir al testimonio de una madre? Tú que has nacido para las fatigas de esta tierra: concebida de forma inmaculada. Tú que has nacido para la gloria del cielo: asunta al cielo.
 
Tú que estás vestida del sol de la insondable Divinidad, del sol de la impenetrable Trinidad, llena del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
 
Tú, a quien la Trinidad se da como único Dios, el Dios de la alianza y de la redención, el Dios del comienzo y del fin. El Alfa y Omega. El Dios-Verdad. El Dios-Amor. El Dios-Gracia. El Dios-Santidad. El Dios que lo supera todo y lo abraza todo. El Dios que es todo en todos.
 
Tú que estás vestida del sol. ¡Hermana nuestra! ¡Madre nuestra! Sé el testimonio de Dios (…) ante nosotros, hijos de Eva en el destierro. ¡Sé el testimonio de Dios!
 
Amén.

domingo, 26 de julio de 2020

Juan Pablo II salvó la vida de una niña que salía del campo de concentración

Era enero de 1945. Edith Zierer tenía trece años y salía del campo de concentración en la ciudad de Częstochowa. No podía imaginar que todos sus familiares habían muerto a manos de los alemanes. Apenas se mantenía en pie. Un joven seminarista la ayudó en la estación de trenes. Ese seminarista era Karol Wojtyła. De no ser por él, ella habría muerto de frío y hambre.
 
Después de abandonar el campo, Edith se subió a un vagón de tren que transportaba carbón. Se estaba quedando sin fuerzas. Se bajó en una estación de trenes en Jędrzejów (provincia de Świętokrzyskie). Y cayó al suelo, totalmente exhausta. Allí quedó tendida, helada y hambrienta, vestida únicamente con un fino uniforme a rayas del campo de trabajo infestado de piojos. Nadie miraba en su dirección y ya no podía moverse. Solamente un hombre se detuvo a ayudarla.
 
Como más tarde recordaría, el hombre era apuesto y vigoroso. Preguntó a la muchacha qué hacía en un lugar como ese. Ella respondió que estaba intentando llegar a Cracovia. Cuando Karol Wojtyła le preguntó por su nombre, los ojos de la chica se llenaron de lágrimas. Hacía mucho tiempo que nadie la llamaba por su nombre de pila. Hasta hacía muy poco, había sido un mero número. El joven desapareció un rato para regresar con té caliente, pan y queso.
 
Cabe mencionar que, durante la ocupación de Polonia por la Alemania nazi, Karol Wojtyła se estaba preparando para el sacerdocio. Más tarde, como Papa, recordando los tiempos difíciles de la guerra, Juan Pablo II comentó que sus estudios tuvieron lugar parcialmente en la cantera de Solvay en Cracovia y durante clases clandestinas en el Palacio de los arzobispos de Cracovia. El 1 de noviembre de 1946, Karol Wojtyła fue ordenado en el sacerdocio por el cardenal Adam Sapieha.
 
“Intenta levantarte”, la animó el hombre. Por desgracia, la chica no podía. Estaba tan agotada que su cuerpo se hundía como el plomo. Al verlo, el seminarista la tomó en sus brazos y cargó con ella durante tres kilómetros hasta la estación de donde salía el tren a Cracovia.
 
Los otros judíos presentes en el mismo vagón de ganado del tren “advirtieron” a la chica de que quizás el estudiante de sacerdote querría meterla en un convento. Wojtyła cubrió a Edith con un abrigo. La chica estaba muy asustada.
 
Cuando el tren se detuvo, la muchacha se bajó y escondió detrás de los tanques de leche. Wojtyła la llamó por la versión polaca de su nombre: “¡EdytaEdyta!”. Ella recordaría el nombre de él en su memoria para siempre.
 
Cuando el campo de concentración fue liberado por los rusos. Edith quiso entonces encontrar a sus seres queridos. Estaba completamente sola, aunque todavía no lo sabía. Sus padres habían muerto en Dachau y su hermana había sido asesinada en Auschwitz. Menos mal que «un ángel» se cruzó en su duro camino. Recibió la ayuda de un hombre que estudiaba para ser sacerdote, Karol Wojtyła. Recordaría su nombre perfectamente. Toda su vida le estaría profundamente agradecida. Ninguno de los dos tenía familia. El joven sacerdote ya había perdido a su madre, su padre y su hermano. Igual que Edith.
 
Cuando en 1978 Edith se enteró de que Wojtyła se había convertido en Papa, la inundó una alegría tal que lloró de pura felicidad. Por entonces vivía en Israel, tras abandonar Polonia en 1951. Ahora tenía su propia familia: era esposa, madre y trabajaba como técnica dental. Le escribió una carta a Juan Pablo II y le agradeció que le salvara la vida.
 
El Papa la recordaba y la invitó a visitarle en el Vaticano. Se encontraron por primera vez después de tantísimos años en 1998. El Santo Padre le dijo: “Habla alto, hija mía. Soy un hombre viejo”. Bendijo a la mujer y le dijo: “Regresa, hija mía”. (Foto que ilustra esta nota)
 
En 2000, durante su peregrinación a Tierra Santa, Juan Pablo II visitó el Instituto Yad Vashem y depositó allí una corona de flores. Dirigiéndose a él, una mujer dijo: “Quien salva una vida salva al mundo entero”. Este lema está inscrito en la medalla que se concede a los Justos entre las Naciones o aquellos que salvaron vidas de judíos durante el Holocausto.
 
Edith volvería a escribir al Papa y él le respondería. Sin embargo, no volvieron a verse. Zierer falleció en 2014.
(Fuente: Aleteia)

lunes, 18 de mayo de 2020

A cien años del nacimiento de San Juan Pablo II

El mundo católico celebra hoy, 18 de mayo, el centenario del nacimiento en 1920 en Wadowice, un pequeño pueblo en el sur de Polonia, en el seno de una familia humilde, de Karol Wojtyla, quien se convertiría en el primer papa no italiano en cientos de años, con numerosos récord en su largo pontificado.
 
El diario vaticano «Osservatore Romano» dedica un número especial de varias páginas a la vida de San Juan Pablo II. En la portada digital del diario, que se ha dejado de imprimir debido a la pandemia, se observa la foto del papa polaco y un pensamiento de Francisco pidiendo su intercesión.
 
«Recordando el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II, recurrimos a él para pedirle su intercesión: Intercede para que siempre permanezcamos fieles al Evangelio. Intercede para que sepamos cómo abrir las puertas a Cristo (…) Intercede para que sepamos cómo responder a las necesidades de nuestros hermanos que sufren», se lee.
 
También el papa emérito Benedicto XVI, retirado desde el pasado febrero de 2013, escribió una carta para con motivo del centenario del papa con quien compartió muchos años de trabajo en la Curia.
 
Benedicto XVI, de 93 años, estuvo al lado de Wojtila durante casi todo el pontificado al estar al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981. «Cuando el cardenal Wojtyla fue elegido sucesor de San Pedro el 16 de octubre de 1978, la Iglesia estaba en una situación desesperada», recuerda en su carta el pontífice alemán.
 
El papa emérito añade «la tarea, que superaba las fuerzas humanas, esperaba al nuevo Papa. Sin embargo, desde el primer momento, Juan Pablo II despertó un nuevo entusiasmo por Cristo y su Iglesia. Primero lo hizo con el grito del sermón al comienzo de su pontificado: ¡No tengan miedo! ¡Abran, sí, abran de par en par las puertas a Cristo! Este tono finalmente determinó todo su pontificado y lo convirtió en un renovado liberador de la Iglesia».
 
Francisco celebrará hoy lunes una misa especial para recordar los 100 años del nacimiento del pontífice polaco desde la capilla de la tumba del santo que se encuentra en la basílica vaticana. La misa servirá de homenaje a Karol Wojtila, papa desde el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte el 2 de abril de 2005, y canonizado por Jorge Bergoglio en 2014.
 
Tuvo el tercer pontificado más largo en la historia de la iglesia católica, de casi 27 años (1978-2005), beatificó a 1.340 personas y canonizó a 483 santos y realizó 104 viajes en los que visitó 129 países.
 
El 13 mayo de 1981, dos balas disparadas por el turco Ali Mehmet Agca hirieron de gravedad al Papa mientras saludaba en papamóvil a los fieles durante la audiencia general en la plaza de San Pedro y después el terrorista fue perdonado por el pontífice que le visitó en la cárcel.
 
En estos días se ha publicado el documental «Wojtyla: La investigación» del periodista español José María Zavala, una cinta que recoge momentos nunca antes conocidos de la vida de Juan Pablo II y de un pontificado en medio de la guerra fría, del fin de la Unión Soviética y de la caída del Muro de Berlín y las varias conspiraciones para acabar con su vida.
 
El postulador de la causa de canonización del pontífice, el sacerdote polaco Slawomir Oder, también es el encargado del proceso para beatificar a los padres del papa polaco que avanza en estos días, según adelantó esta semana en una videoconferencia con periodistas.
 
Reveló Oder que después de atentado, el papa mantuvo una gran amistad con los médicos y que cuando uno falleció «fue a casa de la familia para rezar frente al ataúd y consolar a la viuda y a sus hijos». Era como pide ahora Francisco «un verdadero pastor con olor a oveja», aseguró el sacerdote polaco.

viernes, 8 de mayo de 2020

San Juan Pablo II en la Basílica de Nuestra Señora de Luján (1982)

En 1982, en pleno conflicto bélico entre Argentina y Gran Bretaña por las Islas Malvinas, el papa Juan Pablo II visitó la República Argentina y se hizo presente en la Basílica de Nuestra Señora de Luján donde rezó por la paz.

"Vengo a orar por todos aquellos que han perdido la vida: por las víctimas de ambas partes; por las familias que sufren, como lo hice igualmente en Gran Bretaña. Vengo a orar por la paz, por una digna y justa solución del conflicto armado"

En la estación de ferrocarril, el Santo Padre fue recibido por el Obispo de Mercedes, Mons. Emilio Ogñenovich. Al aparecer el Santo Padre sobre la Avenida Nuestra Señora de Luján se estremeció la multitud y comenzaron a agitarse las banderas y banderines entre vítores y aplausos. Luego, Juan Pablo II fue a postrarse ante la Sagrada Imagen de Luján, bajada expresamente desde su Templete al altar Papal.

Su Santidad oró ante Ella. Luego se acercó a la bendita Imagen y le colocó el estuche abierto que contenía la Rosa de Oro que, con admiración inesperada de todos, como obsequio y distinción excepcional el Santo Padre ofrendaba a Nuestra Señora de Luján.

sábado, 2 de mayo de 2020

San Juan Pablo II en el Mes de María: Virgo Fidelis

"...De entre tantos títulos atribuidos a la Virgen, a lo largo de los siglos, por el amor filial de los cristianos, hay uno de profundísimo significado: Virgo Fidelis, Virgen fiel. ¿Qué significa esta fidelidad de María? ¿Cuáles son les dimensiones de esa fidelidad?

La primera dimensión se llama búsqueda. María fue fiel ante todo cuando, con amor se puso a buscar el sentido profundo del Designio de Dios en Ella y para el mundo. ¿Quomodo fiet? -¿Cómo sucederá esto?, preguntaba Ella al Ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el sentido de esta búsqueda se traduce en una expresión de rara belleza y extraordinario contenido espiritual: buscar el Rostro del Señor. No habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la respuesta.

La segunda dimensión se llama acogida, aceptación. El quomodo fiet se transforma, en los labios de María, en un fiat’. Que se haga, estoy pronta, acepto: éste es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que jamás comprenderá totalmente el cómo; que hay en el Designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará captarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta el misterio, le da un lugar en su corazón así como María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Es el momento en el que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo ¡por Alguien! más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión de todo el ser al misterio que se revela.

Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más íntimo de la fidelidad.

Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El fiat’ de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat’ silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en les tinieblas lo que se aceptó en público.

De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es esta lección de fidelidad..."

San Juan Pablo II
Homilía en la Catedral de México. 26 de enero de 1979

domingo, 19 de abril de 2020

San Juan Pablo II, apóstol de la Divina Misericordia

1. Misericordia de vida
Karol Wojtyła vivió en tiempos muy difíciles. Los años de la Segunda Guerra Mundial y del comunismo de post-guerra en Polonia, como así también todos los años en los que llevó a cabo el ministerio de San Pedro, le permitieron observar los problemas, tan distintos entre sí y tan difíciles, de todo el mundo. De ahí que sus palabras sobre la misericordia no fueron meramente teóricas, sino que provinieron de una persona que sabe lo que es el sufrimiento, que experimentó el drama del pecado humano y el sufrimiento humano. Consciente de las amenazas existentes, escribió en 1980: “Una exigencia de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es « misericordioso y Dios de todo consuelo” Dives in Misericordia, 1).

Ser misericordioso es llevar a Dios dentro del drama humano. Incluso, si nosotros mismos no experimentamos grandes dificultades, no hay necesidad de viajar muy lejos para conocer personas para las que la misericordia es la única salvación.

2. Misericordia de paciencia
Inclusive antes de que Karol Wojtyła se convirtiera en Papa, vino a vivir a Cracovia. Pudo observar, y luego acompañar, la devoción a la Divina Misericordia que iba creciendo en torno de la misión de Sor Faustina. Digna de elogio fue su actitud única ante la prohibición de este culto que estuvo en vigor desde 1959 hasta 1978, prácticamente, todo lo que duró su ministerio como obispo de Cracovia. Como obispo, y luego cardenal, nunca criticó la decisión de la Santa Sede pero, dentro de los límites permitidos por la ley intentó, junto con otros obispos polacos, distender la prohibición.

Ser misericordioso significa también saber esperar. Ser capaz de entender a aquellos que aún no han recibido el don del entendimiento. Confiar en Dios que es Él quien, finalmente, determina los tiempos y los lugares de su obra.

3. Misericordia de palabra
San Juan Pablo II no habló mucho sobre la misericordia. Sin embargo, después de dos años de su elección en la Santa Sede escribió la primera encíclica dedicada a este misterio. 'Dives in misericordia' se refiere, ya desde el título, a la Divina Misericordia. Es necesario que todo el mundo que quiera, por lo menos, entender qué es la misericordia lo lea. Además, se necesita la lectura de esta encíclica para entender la homilía de la misa de canonización de Santa Faustina (Roma, 2000) y de la prédica durante la última peregrinación de San Juan Pablo II a su tierra (Cracovia, 2002).

Al momento de la canonización de Santa Faustina, Juan Pablo II dijo: “la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.”

Ser misericordioso es también saber cómo hablar de la misericordia. San Juan Pablo II nos enseña cómo hablar ya que esto no es una simple cuestión humana sobre el amor, lo cual no necesita de Dios, ni una manera de hablar de Dios que no ayuda a nadie.

4. Misericordia del poder
Las decisiones de San Juan Pablo II, quien se convirtió en un hito en el camino del crecimiento de la devoción a la Divina Misericordia, son una bendición a la que podemos reconocer como una gracia. Ya como obispo de Cracovia comenzó el proceso de beatificación de Santa Faustina Kowalska (1968) encomendando el tratamiento de estas cuestiones teológicas a uno de los mejores dogmáticos: P. Profesor Ignacy Różycki. En 1993 proclamó beata a Sor Faustina Kowalska y, siete años más tarde, santa. En 1985 instituyó el Domingo de la Divina Misericordia en la Arquidiócesis de Cracovia; en 1995, en todas las diócesis de Polonia; y, en el 2000, durante la canonización de Santa Faustina, instituyó esta fiesta para la Iglesia del mundo.

Ser misericordioso es también saber tomar buenas decisiones. Tanto en lo personal, como en lo social, en la vida política o religiosa. No todos tienen la misma autoridad pero sí todos, dependiendo de la magnitud de la responsabilidad que le compete, pueden tomar determinadas decisiones de manera tal que Dios misericordioso pueda estar más cerca de los demás.

5. Misericordia de la armonía
En lo personal, me impresionó la armonía entre el amor y la verdad de San Juan Pablo II. Probablemente, quien lo haya conocido debe haber tenido la impresión de que estaba ante una persona que ama, ante una persona ante la cual hasta el mayor pecador puede llegar y convertirse en una mejor persona. No era posible encontrar en él ni un rastro de malicia, desdén o indiferencia. Dios misericordioso estaba presente en el rostro y en el corazón del Papa. Y, al mismo tiempo, nada en su actitud daba la sensación de intentar evitar ninguna de las verdades difíciles de la fe. Era capaz de mantener una especie de santa armonía entre la verdad y el amor, por eso todo el mundo sabía que el Papa amaba, aun cuando no estuviera de acuerdo o, incluso, cuando opinara de forma diametralmente opuesta de aquellos a quienes amaba.

Ser misericordioso es saber cómo mantener la armonía entre el amor y la verdad, lo que a veces puede ser muy difícil para una persona. Sin embargo, ni la misericordia sin la verdad, ni la verdad sin amor por las personas pueden aliviar a nadie.

6. Misericordia de la confianza
El acto de confiarle al mundo a la Divina Misericordia que llevó a cabo el Papa el 17 de agosto de 2002 en el Santuario de la Divina Misericordia en el barrio de Łagiewniki, Cracovia, todavía no se aprecia en toda su magnitud. Con estas palabras el Santo Padre encomendó a la humanidad en las manos de la Divina Misericordia:

“Dios, Padre misericordioso, que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador, te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.

Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los habitantes de la tierra experimenten tu misericordia, para que en ti, Dios uno y trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza.

Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén”

Confiar significa entregarse a Dios. Encomendar el mundo y los hombres a la misericordia de Dios significa proclamar públicamente la certeza de que únicamente Dios puede salvar al mundo, auxiliarlo, hacerlo un lugar mejor. Ser misericordioso siempre comienza con la certeza de que sin Dios, los hombres no pueden ser rescatados de la miseria, de la pobreza o del pecado.

7. Misericordia de la muerte
Ya en 1981, cuando el Papa perdonó a su asesino, Ali Agca, se mostró como un ser humano que sabe que la misericordia, más allá del sufrimiento personal, es la mejor respuesta a cualquier forma de miseria. Esta bondad del corazón del Papa también reveló la cruz de su enfermedad y de su muerte. A veces, es más fácil para nosotros ser misericordiosos con los demás mientras que no sabemos cómo ser misericordiosos con nosotros mismos. San Juan Pablo II se sumergió tanto en la Misericordia Divina durante sus últimos años y sus últimos días que Dios lo llamó a Su casa en la Vigilia del Domingo de la Divina Misericordia; el 2 de abril de 2005, a las 9:37 pm.

Ser voluntario de la Misericordia es también ser voluntario de la misericordia hacia ti mismo, ser misericordioso hacia la propia pobreza, hacia la miseria del propio pecado y hacia la propia cruz. Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén

martes, 24 de marzo de 2020

San Juan Pablo II y la Anunciación del Señor

Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar. Creó un depósito de todas las gracias y lo llamó María. El Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, y precioso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María Santísima, a quien los santos llaman el Tesoro de Dios, de cuya plenitud se enriquecen los hombres. (n.23)

Dios Hijo comunicó a su Madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó tesorera de todo cuanto el Padre le dio en herencia. Por medio de Ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica virtudes y les distribuye sus gracias. María constituye su canal misterioso, su acueducto, por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias. (n.24)

Dios Espíritu Santo comunicó a su fiel Esposa, María, sus dones inefables y la escogió por dispensadora de cuanto posee. De manera que Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos por María. Y porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su humildad. Estos son los sentimientos de la iglesia y de los Santos Padres. (n.25)
(San Luis María Grignión de Monfort. Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen)

"San Luis María Grignion de Montfort, contempla todos los misterios a partir de la Encarnación, que se realizó en el momento de la Anunciación. Así, en el Tratado de la verdadera devoción, María aparece como "el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán", la "tierra virgen e inmaculada" de la que Él fue modelado (n. 261). Ella es también la nueva Eva, asociada al nuevo Adán en la obediencia que repara la desobediencia original del hombre y de la mujer... Por medio de esta obediencia, el Hijo de Dios entra en el mundo. Incluso la Cruz ya está misteriosamente presente en el instante de la Encarnación, en el momento de la Concepción de Jesús en el seno de María. En efecto, el "ecce venio" de la Carta a los Hebreos (cf. Hb 10, 5-9) es el acto primordial de obediencia del Hijo al Padre, con el que aceptaba su sacrificio redentor "ya cuando entró en el mundo".

San  Juan Pablo II

martes, 11 de febrero de 2020

Oración de San Juan Pablo II a la Virgen de Lourdes

“¡Dios te salve María, mujer pobre y humilde, bendecida por el Altísimo! Virgen de la esperanza, profecía de tiempos nuevos, nos asociamos a tu himno de alabanza para celebrar las misericordias del Señor, para anunciar la venida del Reino y la liberación total del hombre.

¡Dios te salve María, humilde servidora del Señor, gloriosa Madre de Cristo! Virgen fiel, morada santa del Verbo, enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra, a ser dóciles a la voz del Espíritu, atentos a sus llamamientos en la intimidad de nuestra conciencia y a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.

¡Dios te salve María, virgen dolorosa, Madre de los vivos! Virgen esposa ante la Cruz, nueva Eva, sé nuestra guía por los caminos del mundo, enséñanos a vivir y a transmitir el amor de Cristo, enséñanos a permanecer contigo junto a las innumerables cruces en las que tu Hijo todavía está crucificado.

¡Dios te salve María, mujer de fe, primera entre los discípulos! Virgen, Madre de la Iglesia, ayúdanos a testimoniar siempre la esperanza que nos habita, teniendo confianza en la bondad del hombre y en el amor del Padre. Enséñanos a construir el mundo, desde el interior: en lo profundo del silencio y de la oración, en la alegría del amor fraterno, en la fecundidad insustituible de la Cruz.

Santa María, Madre de los creyentes, Nuestra Señora de Lourdes, ruega por nosotros. Amén”.