domingo, 19 de mayo de 2024

San Juan Pablo II en Pentecostés


En los últimos días de su vida terrena, Jesús prometió a sus discípulos el don del Espíritu Santo como su verdadera herencia, continuación de su misma presencia. Pentecostés, descrito por los Hechos de los Apóstoles, es el acontecimiento que hace evidente y público, cincuenta días después, este don que Jesús hizo a los suyos la tarde misma del día de Pascua.

La Iglesia de Cristo está siempre, por decirlo así, en estado de Pentecostés. Siempre reunida en el Cenáculo para orar, está, al mismo tiempo, bajo el viento impetuoso del Espíritu, siempre en camino para anunciar. La Iglesia se mantiene perennemente joven y viva, una, santa, católica y apostólica, porque el Espíritu desciende continuamente sobre ella para recordarle todo lo que su Señor le dijo, y para guiarla a la verdad plena.

Al mirar a María y a José, que presentan al Niño en el templo o que van en peregrinación a Jerusalén, los padres cristianos pueden reconocerse mientras participan con sus hijos en la Eucaristía dominical o se reúnen en sus hogares para rezar. A este propósito, me complace recordar el programa que, hace años, vuestros obispos propusieron desde Nin:  "La familia católica croata reza todos los días y el domingo celebra la Eucaristía". Para que esto pueda suceder, es de fundamental importancia el respeto del carácter sagrado del día festivo, que permite a los miembros de la familia reunirse y juntos dar a Dios el culto debido.

La familia requiere hoy una atención privilegiada y medidas concretas que favorezcan y tutelen su constitución, desarrollo y estabilidad. Pienso en los graves problemas de la vivienda y del empleo, entre otros. No hay que olvidar que, ayudando a la familia, se contribuye también a la solución de otros graves problemas, como por ejemplo la asistencia a los enfermos y a los ancianos, el freno a la difusión de la criminalidad, y un remedio contra la droga.

La sociedad actual está dramáticamente fragmentada y dividida. Precisamente por eso, está tan profundamente insatisfecha. Pero el cristiano no se resigna al cansancio y a la inercia. Sed el pueblo de la esperanza. Sed un pueblo que reza: "Ven, Espíritu, desde los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que revivan" (Ez 37, 9). Sed un pueblo que cree en las palabras que nos dijo Dios y que se realizaron en Cristo: "Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago" (Ez 37, 14).

Cristo desea que todos sean uno en él, para que en todos esté la plenitud de su alegría. También hoy expresa este deseo para la Iglesia que somos nosotros. Por eso, juntamente con el Padre, envió al Espíritu Santo. El Espíritu actúa de forma incansable para superar toda dispersión y sanar toda herida.

San Pablo nos ha recordado que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí" (Ga 5, 22-23). El Papa invoca estos dones para todos los que participáis en esta celebración y que aquí renováis vuestro compromiso de dar testimonio de Cristo y de su Evangelio.

"¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!" (Aleluya). ¡Ven, Espíritu Santo! Amén.

San Juan Pablo II
Santa Misa para las familias en Rijeka, Croacia
Domingo de Pentecostés, 8 de junio de 2003

martes, 14 de mayo de 2024

«La mano de Nuestra Señora desvió el curso de la bala» (Juan Pablo II)

El 13 de mayo de 1981, en la Plaza de San Pedro de Roma, varios disparos alcanzaron al Soberano Pontífice polaco, Juan Pablo II, mientras se desplazaba entre la multitud de peregrinos que acudían a la Audiencia General.
 
El periodista Benedetto Nardacci testifica: “Por primera vez se puede hablar de terrorismo en el Vaticano, donde siempre se han difundido mensajes de amor, concordia y paz”. Él siguió en directo la Audiencia General para el programa italiano de Radio Vaticana y el 13 de mayo de 1981, a las 17:17 horas, fue testigo de lo inesperado: un intento de asesinato contra Juan Pablo II, quien entonces contaba 60 años. Su atacante, Mehmet Ali Agca, de 23 años, era un activista turco. Una religiosa franciscana, sor Letizia Giudici, consigue derribarlo cuando él acababa de tropezar y logra que se le caiga la pistola.
 
La multitud de 20.000 peregrinos que se había acercado a la Plaza de San Pedro quedó presa de un asombro mezclado con pánico. En las calles de Borgo, vecinas al lugar de la tragedia, se extendió un clamor: “Han matado al Papa. ¡El Papa está muerto!”. Y, sin embargo, el Sucesor de Pedro seguía vivo. De camino al hospital Gemelli, susurra el nombre de María en su lengua materna. La Iglesia celebra en este día a Nuestra Señora de Fátima.
 
Juan Pablo II, en estado crítico, fue operado durante más de cuatro horas. En Roma y en todo el mundo, millones de fieles rezan por él. Su clamor lleno de fervor y esperanza fue escuchado: cuatro días después, el Santo Padre les habló desde su cama de hospital. A la hora del rezo del Regina Coeli, oración de la que brota la fuerza del perdón y de la confianza filial en la Madre del Salvador, el Papa dice:
 
“¡Alabado sea Jesucristo! Queridos hermanos y hermanas, sé que en estos días y especialmente en esta hora del Regina Coeli, estáis unidos a mí. Os agradezco profundamente sus oraciones y os bendigo a todos. Estoy especialmente cerca de las dos personas heridas conmigo. Rezo por el hermano que me disparó y a quien he perdonado sinceramente. Unido a Cristo, sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y por el mundo. A ti, María, te repito: ‘Totus tuus ego sum’, soy todo tuyo”.
 
Un año después, Juan Pablo II fue a Fátima. Está convencido de ello: la mano de Nuestra Señora, quien se apareció seis décadas antes a los tres pastorcitos, desvió el curso de la bala. A Ella le debe su supervivencia.

domingo, 12 de mayo de 2024

La Ascensión del Señor

"Dios asciende entre aclamaciones"
(Antífona del Salmo responsorial). Estas palabras de la liturgia de hoy nos introducen en la solemnidad de la Ascensión del Señor. Revivimos el momento en que Cristo, cumplida su misión terrena, vuelve al Padre. Esta fiesta constituye el coronamiento de la glorificación de Cristo, realizada en la Pascua. Representa también la preparación inmediata para el don del Espíritu Santo, que sucederá en Pentecostés. Por tanto, no hay que considerar la Ascensión del Señor como un episodio aislado, sino como parte integrante del único misterio pascual.
 
En realidad, Jesús resucitado no deja definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de relación con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los discípulos a reconocerlo: en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia, comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante misión evangelizadora a lo largo de los siglos.
 
La liturgia nos exhorta hoy a mirar al cielo, como hicieron los Apóstoles en el momento de la Ascensión, pero para ser los testigos creíbles del Resucitado en la tierra (cf. Hch 1, 11), colaborando con él en el crecimiento del reino de Dios en medio de los hombres. Nos invita, además, a meditar en el mandato que Jesús dio a los discípulos antes de subir al cielo: predicar a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados (cf. Lc 24, 47).
 
Todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo están llamados a dar su contribución a vuestra acción de compromiso apostólico y de renovación eclesial. Pienso de modo especial en vosotros, amadísimos jóvenes… Con la misma alegría id al encuentro de vuestros coetáneos, y sed acogedores y abiertos con ellos. Además, también podéis hacer mucho por los ancianos. Es sabido que entre jóvenes y ancianos se crea a menudo un vínculo que puede resultar para vosotros un óptimo camino de profundización de la fe, a la luz de su experiencia. Asimismo, podéis comunicar a los ancianos el entusiasmo típico de vuestra edad, para que vivan mejor el otoño de su existencia. De este modo se realiza un útil intercambio de dones en beneficio de toda la comunidad. Que la comprensión y la cooperación recíprocas entre todos sean el estilo permanente de vuestra vida familiar y parroquial.
 
"Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido" (Lc 24, 49). Jesús habla aquí de su Espíritu, el Espíritu Santo. También nosotros, al igual que los discípulos, nos disponemos a recibir este don en la solemnidad de Pentecostés. Sólo la misteriosa acción del Espíritu puede hacernos nuevas criaturas; sólo su fuerza misteriosa nos permite anunciar las maravillas de Dios. Por tanto, no tengamos miedo; no nos encerremos en nosotros mismos. Por el contrario, con pronta disponibilidad colaboremos con él, para que la salvación que Dios ofrece en Cristo a todo hombre lleve a la humanidad entera al Padre.
 
Permanezcamos en espera de la venida del Paráclito, como los discípulos en el Cenáculo, juntamente con María. Que ella, como Reina de nuestro corazón, haga de todos los creyentes una familia unida en el amor y en la paz.
 
San Juan Pablo II
Festividad de la Ascensión del Señor 2001
Imagen tomada de Google

miércoles, 8 de mayo de 2024

San Juan Pablo II en la Basílica de Nuestra Señora de Luján (1982)

En 1982, en pleno conflicto bélico entre Argentina y Gran Bretaña por las Islas Malvinas, el papa Juan Pablo II visitó la República Argentina y se hizo presente en la Basílica de Nuestra Señora de Luján donde rezó por la paz.

"Vengo a orar por todos aquellos que han perdido la vida: por las víctimas de ambas partes; por las familias que sufren, como lo hice igualmente en Gran Bretaña. Vengo a orar por la paz, por una digna y justa solución del conflicto armado"

En la estación de ferrocarril, el Santo Padre fue recibido por el Obispo de Mercedes, Mons. Emilio Ogñenovich. Al aparecer el Santo Padre sobre la Avenida Nuestra Señora de Luján se estremeció la multitud y comenzaron a agitarse las banderas y banderines entre vítores y aplausos. Luego, Juan Pablo II fue a postrarse ante la Sagrada Imagen de Luján, bajada expresamente desde su Templete al altar Papal.

Su Santidad oró ante Ella. Luego se acercó a la bendita Imagen y le colocó el estuche abierto que contenía la Rosa de Oro que, con admiración inesperada de todos, como obsequio y distinción excepcional el Santo Padre ofrendaba a Nuestra Señora de Luján.