María Mediadora de todas las gracias
María es Madre de la
humanidad en el orden de la Gracia. El Concilio Vaticano II destaca este papel
de María, vinculándolo a su cooperación en la Redención de Cristo. Ella, «por
decisión de la divina Providencia, fue en la tierra la excelsa Madre del Divino
Redentor, la compañera más generosa de todas y la humilde esclava del Señor»
(Lumen gentium, 61).
Con estas afirmaciones, la
Constitución Lumen gentium pretende poner de relieve, como se merece, el hecho
de que la Virgen estuvo asociada íntimamente a la Obra redentora de Cristo,
haciéndose «la compañera» del Salvador «más generosa de todas». A través de los
gestos de toda madre, desde los más sencillos hasta los más arduos, María
coopera libremente en la obra de la salvación de la humanidad, en profunda y
constante sintonía con su Divino Hijo.
María, durante su vida
terrena, manifestó su maternidad espiritual hacia la Iglesia por un tiempo muy
breve. Sin embargo, esta función suya asumió todo su valor después de la
Asunción, y está destinada a prolongarse en los siglos hasta el fin del mundo. Ella, tras entrar en el Reino eterno del
Padre, estando más cerca de su Divino Hijo y, por tanto, de todos nosotros, puede
ejercer en el Espíritu de manera más eficaz la función de intercesión materna
que le ha confiado la Divina Providencia.
Con su Amor de Madre cuida
de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y
peligros hasta que lleguen a la patria feliz. Por eso la Santísima Virgen es
invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora»
(Lumen gentium, 62). Estos apelativos,
sugeridos por la fe del pueblo cristiano, ayudan a comprender mejor la naturaleza
de la intervención de la Madre del Señor en la vida de la Iglesia y de cada uno
de los fieles.
María ejerce su papel de
«Abogada», cooperando tanto con el Espíritu Paráclito como con Aquel que en la
Cruz intercedía por sus perseguidores (cf. Lc 23,34) y al que Juan llama
nuestro «Abogado ante el Padre» (cf. 1 Jn 2,1). Como Madre, Ella defiende a sus
hijos y los protege de los daños causados por sus mismas culpas.
Los cristianos invocan a
María como «Auxiliadora», reconociendo su amor materno, que ve las necesidades
de sus hijos y está dispuesto a intervenir en su ayuda, sobre todo cuando está
en juego la salvación eterna.
La convicción de que María
está cerca de cuantos sufren o se hallan en situaciones de peligro grave, ha
llevado a los fieles a invocarla como «Socorro». La misma confiada certeza se
expresa en la más antigua oración mariana con las palabras: «Bajo tu amparo nos
acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en
nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen
gloriosa y bendita» (Breviario romano).
Como Mediadora maternal,
María presenta a Cristo nuestros deseos, nuestras súplicas, y nos transmite los
dones divinos, intercediendo continuamente en nuestro favor.
San
Pablo II
Audiencia General Miércoles
24 de septiembre de 1997
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