domingo, 20 de febrero de 2022

San Juan Pablo II. "¡No tengan miedo!"

El 22 de octubre de 1978, Juan Pablo II inauguraba su pontificado, escribiendo una nueva página, que engalanaba la historia de la Iglesia y de la humanidad, con su célebre exhortación, que desde la Plaza de San Pedro dio la vuelta al mundo: «¡No tengan miedo! ¡Abran -aún más- abran de par en par las puertas a Cristo!»
 
Ese día, en que el Papa polaco dio comienzo a su ministerio petrino como 264 sucesor del Apóstol Pedro, como nuevo Obispo de Roma, pronunció su célebre exhortación a no tener miedo de acoger a Cristo y de aceptar su dulce potestad, «potestad que no habla con un lenguaje de fuerza, sino que se expresa en la caridad y en la verdad». Lo hizo después de rogar la ayuda del Señor, con el anhelo de ser siervo de sus siervos. Y la ayuda del Pueblo de Dios al Papa y a los servidores de Cristo para servir al hombre y a toda la humanidad:
 
«El nuevo Sucesor de Pedro en la Sede de Roma eleva hoy una oración fervorosa, humilde y confiada: ¡Oh Cristo! ¡Haz que yo me convierta en servidor, y lo sea, de tu única potestad! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce ocaso! ¡Haz que yo sea un siervo! Más aún, siervo de tus siervos.
 
¡Hermanos y hermanas! ¡No tengan miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!
 
¡Ayuden al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!
 
¡No tengan miedo! ¡Abran -aún más- abran de par en par las puertas a Cristo!
 
Abran a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!
 
Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitan, pues, —se lo ruego, lo imploro con humildad y con confianza— permitan que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!»

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