San Juan Pablo II y la Transfiguración del Señor
Amadísimos hermanos y hermanas:
La solemnidad de la Transfiguración, que
celebramos hoy, cobra para nosotros, en Castelgandolfo, un carácter íntimo y
familiar desde que, hace veintitrés años, mi inolvidable predecesor el siervo
de Dios Pablo VI concluyó precisamente aquí, en este palacio apostólico, su
existencia terrena. Mientras la liturgia invitaba a contemplar a Cristo
transfigurado, él terminaba su camino en la tierra y entraba en la eternidad,
donde el rostro santo de Dios brilla en todo su esplendor. Por tanto, este día
está vinculado a su memoria, envuelta por el singular misterio de luz que
irradia esta solemnidad.
Ese venerado Pontífice solía subrayar también
el aspecto "eclesial" del misterio de la Transfiguración. Aprovechaba
cualquier ocasión para poner de relieve que la Iglesia, cuerpo de Cristo,
participa por gracia en el mismo misterio de su Cabeza. "Yo quisiera
-exhortaba a los fieles- que fueseis capaces de entrever en la Iglesia la luz
que lleva dentro, de descubrir a la Iglesia transfigurada, de comprender todo lo
que el Concilio ha expuesto tan claramente en sus documentos". "La
Iglesia -añadía- encierra una realidad misteriosa, un misterio profundo,
inmenso, divino. (...) La Iglesia es el sacramento, el signo sensible de una
realidad escondida, que es la presencia de Dios entre nosotros" (Homilía
durante la misa celebrada en la parroquia de San Pedro Damián, 27 de febrero de
1972: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de marzo de 1972, p.
4).
Estas palabras muestran su extraordinario
amor a la Iglesia. Esa fue la gran pasión de toda su vida. Que Dios nos conceda
a todos y cada uno servir fielmente, como él, a la Iglesia, llamada hoy a una
nueva y audaz evangelización.
Eso es lo que pediremos al Señor durante esta
santa eucaristía por intercesión de María, Madre de la Iglesia y Estrella de la
nueva evangelización.
San Juan Pablo II
(Aciprensa 2001)
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