sábado, 31 de julio de 2021

Carta de San Juan Pablo II a las mujeres ("Te doy gracias mujer")

Te doy gracias, mujer-madre, porque te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, lo cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
 
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
 
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
 
Te doy gracias mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida, mediante la indispensable aportación capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del “misterio”, a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
 
Te doy gracias mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta “esponsal” que expresa maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.
 
Te doy gracias, mujer: ¡Por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
 
San Juan Pablo II

domingo, 25 de julio de 2021

Oración a San Juan Pablo II

Tú que conociste y padeciste las atrocidades de los regímenes comunistas.
 
Tú que supiste lo que es perder la libertad.
 
Tú que sufriste la persecución por opinar.
 
Tú que entendiste el odio de unos pocos hacia muchos.
 
Tú que viviste la opresión de los regímenes militares.
 
Tú que presenciaste la destrucción de las familias en pueblos como Cuba, Rusia o Polonia.
 
Tú que luchaste por los derechos del hombre.
 
Tú que hiciste promover las virtudes de sinceridad,  honradez y comprensión.
 
Tú que conociste la santidad de más de un millar de personas que dedicaron su vida a Dios y al bien.
 
Tú que nos entiendes y que gozas de la cercanía del Señor, pide que se nos conceda la gracia de no dejarnos caer en el comunismo.
 
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

sábado, 17 de julio de 2021

Karol Wojtyla seminarista se salvó de ser fusilado por los soviéticos

Karol Wojtyla y Joseph Stalin
Juan Pablo II no hubiera llegado a ser Papa si, en el año 1945, en Cracovia, un oficial de la Armada Roja de la Unión Soviética, culto y amante de la historia, no hubiera decidido salvar la vida, a pesar de las órdenes de Stalin, a un joven seminarista llamado Karol Wojtyla, que le había ayudado a traducir libros sobre la caída del Imperio romano.
 
Este episodio, poco conocido de la vida del Papa, fue narrado al semanario italiano «Famiglia Cristiana» por el protagonista, el mayor Vasilyi Sirotenko.
 
Sirotenko, profesor de historia medieval, formó parte de la 59ª Armada del general Ivan Stepanovich Konev que arrebató a los alemanes Cracovia el 17 de enero de 1945. Al día siguiente el soldado se encontraba entre los hombres que ocuparon una mina de piedra de la empresa Solvay a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. «También allí los alemanes se rindieron y escaparon casi inmediatamente -recuerda-. Los obreros polacos se habían escondido: cuando llegamos comenzamos a gritar: sois libres, salid, salid, estáis libres. Cuando los contamos, eran ochenta. Poco después descubrí que 18 de ellos eran seminaristas».
 
La guerra de Stalin no era un banquete de gala. Los soldados robaban lo que podían: dinero, relojes, ropa… Los primeros rusos que entraron a Cracovia lo único que buscaban era comida. Sirotenko, sin embargo, causó en más de alguno un dejo de risa: él buscaba libros en latín y alemán.
 
Por este motivo, al ver a los seminaristas se puso muy contento. «Llamé a uno de ellos y le pregunté si era capaz de traducir del latín y del italiano -revela Sirotenko-. Me dijo que no era muy bueno en estas materias, que había estudiado poco. Estaba aterrorizado, e inmediatamente añadió que tenía un compañero muy inteligente y capaz para los idiomas. Un cierto Karol Wojtyla».
 
«Entonces di la orden de encontrar a ese tal Karol», continúa diciendo el antiguo soldado. «Descubrí que era bastante bueno en ruso pues su madre era una "russinka", es decir una "ukrainka" con raíces rusas. Por eso le hice traducir también documentos del ruso al polaco».
 
Vasilyj se hizo amigo de Karol y pidió que le tradujera también artículos sobre la caída del Imperio romano, que era fruto de todo tipo de interpretaciones por parte de Stalin. Fueron tan amigos que un día el comisario político Lebedev convocó al oficial soviético: «Camarada mayor, ¿qué hace usted con ese seminarista? ¿Piensa ignorar las órdenes de Stalin? ¿La disposición del 23 de agosto de 1940 sobre los oficiales, maestros y seminaristas polacos no le convence?».
 
Sirotenko respondió: «No puedo fusilarlo. Es demasiado útil. Sabe idiomas y conoce la ciudad». Y añade: El comisario sabía que era verdad, pero no quería correr riesgos. De modo que me dijo que la responsabilidad era mía».
 
Después, salieron los primeros carros de prisioneros hacia Siberia, personas que no volverían nunca más. Los seminaristas de la cantera Solvay estaban entre los primeros de la lista. Sirotenko, sin embargo, les salvó la vida. La misma excusa volvió a convencer a Lebedev.
 
Ahora al mayor no le gusta reconocer que sabía lo que significaba partir al destierro. «Escribí una orden en la que, por exigencias relativas a las operaciones militares que tenían lugar en Cracovia, Wojtyla y los demás no deberían ser deportados».
 
Cuando en 1978 fue elegido Papa un cierto Karol Wojtyla, Sirotenko era el único que conocía ese nombre en Rusia, a excepción del KGB. Cuando Sirotenko cumplió 85 años, recibió una carta del Papa Juan Pablo II en la que le felicitaba por sus 85 años. El viejo profesor de historia y antiguo oficial de la Armada Roja miró la carta y dijo: «Los dos hemos tenido una vida muy intensa».