sábado, 8 de mayo de 2021

San Juan Pablo II en Luján (Argentina)

¡Dios te salve, María, llena de gracia, Madre del Redentor!
 
Ante tu imagen de la Pura y Limpia Concepción, Virgen de Luján, Patrona de Argentina, me postro en este día aquí, en Buenos Aires, con todos los hijos de esta patria querida, cuyas miradas y cuyos corazones convergen hacia Ti; con todos los jóvenes de Latinoamérica que agradecen tus desvelos maternales, prodigados sin cesar en la evangelización del continente en su pasado, presente y futuro; con todos los jóvenes del mundo, congregados espiritualmente aquí, por un compromiso de fe y de amor; para ser testigos de Cristo tu Hijo en el tercer milenio de la historia cristiana, iluminados por tu ejemplo, joven Virgen de Nazaret, que abriste las puertas de la historia al Redentor del hombre, con tu fe en la Palabra, con tu cooperación maternal.
 
Dichosa Tú porque has creído!
 
En el día del triunfo de Jesús, que hace su entrada en Jerusalén manso y humilde, aclamado como Rey por los sencillos, te aclamamos también a Ti, que sobresales entre los humildes y pobres del Señor; son éstos los que confían contigo en sus promesas, y esperan de En la salvación. Te invocamos como Virgen fiel y Madre amorosa, Virgen del Calvario y de la Pascua, modelo de la fe y de la caridad de la Iglesia, unida siempre, como Tú, en la Cruz y en la Gloria, a su Señor.
 
Madre de Cristo y Madre de la Iglesia!
 
Te acogemos en nuestro corazón, como herencia preciosa que Jesús nos confió desde la Cruz. Y en cuanto discípulos de tu Hijo, nos confiamos sin reservas a tu solicitud porque eres la Madre del Redentor y Madre de los redimidos. Te encomiendo y te consagro, Virgen de Luján, la Patria Argentina, las esperanzas y anhelos de este pueblo, la Iglesia con sus Pastores y sus fieles, las familias para que crezcan en santidad,
los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación, humana y cristiana, en una sociedad que cultive sin desfallecimiento los valores del espíritu. Te encomiendo a todos los que sufren, a los pobres, a los enfermos, a los marginados; a los que la violencia separó para siempre de nuestra compañía, pero permanecen presentes ante el Señor de la historia y son hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida. Haz que Argentina entera sea fiel al Evangelio, y abra de par en par su corazón a Cristo, el Redentor del hombre, la Esperanza de la humanidad.
 
Dios te salve, Virgen de la Esperanza!
 
Te encomiendo a todos los jóvenes del mundo, esperanza de la Iglesia y de sus Pastores; evangelizadores del tercer milenio, testigos de la fe y del amor de Cristo en nuestra sociedad y entre la juventud. Haz que, con la ayuda de la gracia, sean capaces de responder, como Tú, a las promesas de Cristo, con una entrega generosa y una colaboración fiel. Haz que, como Tú, sepan interpretar los anhelos de la humanidad; para que sean presencia salvadora en nuestro mundo Aquel que, por tu amor de Madre, es para siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros, y por la victoria de su Cruz y de su Resurrección está ya para siempre Contigo.
 
San Juan Pablo II
Domingo 12 de abril de 1987

domingo, 2 de mayo de 2021

En el MES DE MARÍA, evocamos VIRGO FIDELIS de San Juan Pablo II

"...De entre tantos títulos atribuidos a la Virgen, a lo largo de los siglos, por el amor filial de los cristianos, hay uno de profundísimo significado:
Virgo Fidelis, Virgen fiel. ¿Qué significa esta fidelidad de María? ¿Cuáles son las dimensiones de esa fidelidad?
 
La primera dimensión se llama búsqueda. María fue fiel ante todo cuando, con amor se puso a buscar el sentido profundo del Designio de Dios en Ella y para el mundo. “Quomodo fiet? -¿Cómo sucederá esto? ”, preguntaba Ella al Ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el sentido de esta búsqueda se traduce en una expresión de rara belleza y extraordinario contenido espiritual: “buscar el Rostro del Señor”. No habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la respuesta.
 
La segunda dimensión se llama acogida, aceptación. El “quomodo fiet” se transforma, en los labios de María, en un “fiat”. Que se haga, estoy pronta, acepto: éste es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que jamás comprenderá totalmente el cómo; que hay en el Designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará captarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta el misterio, le da un lugar en su corazón así como “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.  Es el momento en el que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo – ¡por Alguien! – más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión de todo el ser al misterio que se revela.
 
Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más íntimo de la fidelidad.
 
Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El “fiat” de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el “fiat” silencioso que repite al pie de la Cruz. Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público.
 
De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es esta lección de fidelidad..."
 
San Juan Pablo II
Homilía en la Catedral de México. 26 de enero de 1979