martes, 28 de agosto de 2012

Oración de Juan Pablo II a San Agustín


Oración de Juan Pablo II al recibir en su capilla privada del Vaticano las reliquias de San Agustín en 2004, con ocasión de los 1650 años del nacimiento del obispo de Hipona, filósofo, teólogo y Doctor de la Iglesia.

«Gran Agustín, nuestro padre y maestro, conocedor de los luminosos senderos de Dios y también de los tortuosos caminos de los hombres; admiramos las maravillas que la Gracia divina ha obrado en ti, haciéndote apasionado testigo de la verdad y del bien, al servicio de los hermanos».

«Al inicio de un nuevo milenio marcado por la cruz de Cristo, enséñanos a leer la historia a la luz de la Providencia divina, que guía los acontecimientos hacia el encuentro definitivo con el Padre. Oriéntanos hacia metas de paz, alimentando en nuestro corazón tu mismo anhelo por aquellos valores sobre los cuales es posible construir, con la fuerza que proviene de Dios, la “ciudad” a medida del hombre».

«Que la profunda doctrina, que con amoroso y paciente estudio sacaste de las fuentes siempre vivas de la Escritura, ilumine a cuantos hoy son tentados por alienantes espejismos».

«Dales el valor de emprender el camino hacia aquel “hombre interior” donde está a la espera Aquel que, solo, puede dar paz a nuestro corazón inquieto».

«Muchos contemporáneos nuestros parecen haber perdido la esperanza de poder alcanzar, entre las numerosos ideologías contrastantes, la verdad, de la que todavía lo íntimo en ellos conserva la abrasadora nostalgia».

«Enséñales a no desistir jamás de la búsqueda, en la certeza de que, al final, su esfuerzo será premiado por el encuentro satisfactorio con la Verdad suprema que es fuente de toda verdad creada».

«Finalmente, san Agustín, transmítenos también a nosotros una chispa de ese ardiente amor por la Iglesia, la Católica madre de los santos, que sostuvo y animó las fatigas de tu largo ministerio».

«Haz que, caminando juntos bajo la guía de los legítimos Pastores, alcancemos la gloria de la Patria celeste, donde, con todos los santos, podremos unirnos al cántico nuevo del aleluya sin fin. Amén».
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martes, 21 de agosto de 2012

María Reina del Universo



Catequesis de S.S. Juan Pablo II del 23 de julio de 1997

La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen Gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen Gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es Reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la Reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (MS 46 [1954] 636-637).

Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

Beato Juan Pablo II
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martes, 14 de agosto de 2012

Beato Juan Pablo II y la Asunción


"Con sus palabras y con su silencio, la Virgen María se nos presenta como un modelo en nuestro camino. Es un camino que no es fácil: por la falta de sus primeros padres, la humanidad lleva en sí la herida del pecado, cuyas consecuencias siguen experimentando los redimidos. ¡Pero el mal y la muerte no tendrán la última palabra! María lo confirma con toda su existencia, en cuanto testigo viviente de la victoria de Cristo, nuestra Pascua.

Los fieles lo han comprendido. Por este motivo vienen en masa ante la gruta para escuchar las advertencias maternas de la Virgen, reconociendo en ella a «la mujer vestida de sol» (Apocalipsis 12, 1), la Reina que resplandece ante el trono de Dios (Cf. Salmo responsorial) e intercede a su favor.

Hoy la Iglesia celebra la gloriosa Asunción al Cielo de María en cuerpo y alma. Los dos dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción están íntimamente ligados. Ambos proclaman la gloria de Cristo redentor y la santidad de María, cuyo destino humano ha sido perfecta y definitivamente realizado en Dios.

«Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros», nos ha dicho Jesús (Juan 14, 3). María es la prenda del cumplimiento de la promesa de Cristo. Su Asunción se convierte para nosotros en «un signo de esperanza segura y de consuelo («Lumen gentium», n. 68)".

Fuente: Blog “Está vivo”

sábado, 11 de agosto de 2012

Jesús - Pan de Vida - en la Eucaristía


La presencia eucarística nos recuerda que el Dios de nuestra fe no es un Dios lejano, sino un Dios muy próximo cuyas delicias son estar con los hijos de los hombres. Un padre que nos envía al Hijo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Un Hijo y hermano nuestro que con su Encarnación se ha hecho verdaderamente Hombre sin dejar de ser Dios, y ha querido quedarse entre nosotros hasta la consumación del mundo.

Se comprende por la fe que la sagrada Eucaristía constituye el don más grande que Cristo ha ofrecido y ofrece permanentemente a su Esposa. Es la raíz y la cumbre de toda vida cristiana y de toda acción en la Iglesia.

En la Hostia consagrada se compendian las palabras de Cristo, su vida ofrecida al Padre por nosotros y la gloria de su Cuerpo resucitado. Esta presencia del Emmanuel, Dios-con-nosotros, es a la vez un misterio de fe, una prenda de esperanza y la fuente de la caridad con Dios y entre los hombres.

Es misterio de fe porque el Señor crucificado y resucitado está realmente presente en la Eucaristía, no sólo durante la celebración del Santo Sacrificio, sino mientras subsisten las especies sacramentales. Nuestra alabanza, adoración, acción de gracias y petición a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se enraízan en este misterio de fe. Esa misma presencia del Cuerpo y Sangre de Cristo, bajo las especies de pan y vino, constituye una articulación entre el tiempo y la eternidad, y nos proporciona una prenda de la esperanza que anima nuestro caminar.

La Sagrada Eucaristía, en efecto, es al mismo tiempo, un anuncio constante de su segunda venida al final de los tiempos. Prenda de la esperanza futura y aliento, al mismo tiempo esperanzado, para nuestra marcha hacia la vida eterna.

Ante la Sagrada Hostia volvemos a escuchar las dulces palabras: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados que yo os aliviaré”. La presencia sacramental de Cristo es también fuente de amor. Porque “amor con amor se paga”. Amor en primer lugar al propio Cristo. El encuentro eucarístico es un encuentro de amor. Amor también a nuestros hermanos.

Beato Juan Pablo II
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lunes, 6 de agosto de 2012

La Virgen protege a Karol Wojtyla


El 6 de agosto de 1944, festividad litúrgica de la Transfiguración, permanecerá en Cracovia como el «domingo negro»: la Gestapo barre la ciudad y detiene a los jóvenes para impedir que se repita el alzamiento de Varsovia.

El arzobispo Sapieha convoca inmediatamente a sus seminaristas clandestinos con la intención de esconderlos en su residencia. (...) Cuando llega al lugar, Malinski pregunta «¿Karol Wojtyla está aquí ?» Y, sí, ahí estaba, pero se había salvado de milagro. Durante la redada de la víspera, la Gestapo había registrado los dos primeros pisos de la casa del N° 10 de Tyniecka. Karol estaba en su apartamento situado en el subsuelo, detrás de una puerta, con el corazón que se le salía del pecho, rezando... Los alemanes se marcharon con las manos vacías.

Georges Weigel
Juan-Pablo II: Testigo de la Esperanza 
(J.C. Lattès, p. 97)
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miércoles, 1 de agosto de 2012

Juan Pablo II será uno de los patronos de la próxima JMJ Río 2013


Desde el Santuario de la Virgen de la Peña en la capital carioca, fueron anunciados los 5 patronos y 13 intercesores de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, a realizarse en Río de Janeiro el próximo año. Los patronos son Nuestra Señora Aparecida, San Sebastián (que es además patrono de la ciudad sede), San Antonio de Santana Galvão (santo brasileño), Santa Teresita del Niño Jesús y el Beato Juan Pablo II.

Los 13 intercesores, o modelos propuestos para la Jornada, son Santa Rosa de Lima, Santa Teresa de Los Andes, la Beata Laura Vicuña, el Beato José de Anchieta (evangelizador del Brasil), la Beata Albertina Berkenbrock, la Beata Chiara Luce Badana, la Beata Hermana Dulce (beata brasileña), el Beato Adílio Daronch, el Beato Pier Giogio Frassati, el Beato Isidoro Bakanja, el Beato Federico Ozanam, São Jorge y los Santos André Kim y compañeros.

Monseñor Orani João Tempesta, arzobispo de Río de Janeiro y presidente del Comité Organizador Local de la JMJ Río 2013, destacó en el acto de lanzamiento que los patronos e intercesores fueron hombres y mujeres que se dejaron guiar por el Espíritu Santo. Ellos se constituyen también como ejemplo a seguir por todos los hombres, particularmente para los jóvenes.

“Colocamos en las manos de Dios y de María, de los patronos e intercesores, todos los jóvenes que vendrán a Río de Janeiro”, dijo el arzobispo.
 
AICA 
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