Oración de Juan Pablo II al recibir en su capilla privada
del Vaticano las reliquias de San Agustín en 2004, con ocasión de los 1650 años
del nacimiento del obispo de Hipona, filósofo, teólogo y Doctor de la Iglesia.
«Gran Agustín, nuestro padre y maestro, conocedor de los
luminosos senderos de Dios y también de los tortuosos caminos de los hombres;
admiramos las maravillas que la Gracia divina ha obrado en ti, haciéndote
apasionado testigo de la verdad y del bien, al servicio de los hermanos».
«Al inicio de un nuevo milenio marcado por la cruz de
Cristo, enséñanos a leer la historia a la luz de la Providencia divina, que
guía los acontecimientos hacia el encuentro definitivo con el Padre. Oriéntanos
hacia metas de paz, alimentando en nuestro corazón tu mismo anhelo por aquellos
valores sobre los cuales es posible construir, con la fuerza que proviene de
Dios, la “ciudad” a medida del hombre».
«Que la profunda doctrina, que con amoroso y paciente
estudio sacaste de las fuentes siempre vivas de la Escritura, ilumine a cuantos
hoy son tentados por alienantes espejismos».
«Dales el valor de emprender el camino hacia aquel
“hombre interior” donde está a la espera Aquel que, solo, puede dar paz a
nuestro corazón inquieto».
«Muchos contemporáneos nuestros parecen haber perdido la
esperanza de poder alcanzar, entre las numerosos ideologías contrastantes, la
verdad, de la que todavía lo íntimo en ellos conserva la abrasadora nostalgia».
«Enséñales a no desistir jamás de la búsqueda, en la
certeza de que, al final, su esfuerzo será premiado por el encuentro
satisfactorio con la Verdad suprema que es fuente de toda verdad creada».
«Finalmente, san Agustín, transmítenos también a nosotros
una chispa de ese ardiente amor por la Iglesia, la Católica madre de los
santos, que sostuvo y animó las fatigas de tu largo ministerio».
«Haz que, caminando juntos bajo la guía de los legítimos
Pastores, alcancemos la gloria de la Patria celeste, donde, con todos los
santos, podremos unirnos al cántico nuevo del aleluya sin fin. Amén».
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