lunes, 19 de diciembre de 2022

San Juan Pablo II: últimas reflexiones de Adviento

“Amadísimos hermanos: este Adviento se ha de transformar para nosotros en el tiempo de la regeneración y santificación sacramental. Que la penitencia sacramental, a la que nos invita la liturgia, prepare la venida eucarística de Cristo en nuestra vida. Que Aquel que llama a la puerta de la morada interior de cada uno de nosotros reciba la invitación a entrar. Tomemos conciencia de que la realidad mesiánica no es sólo la comunión de vida con el Dios de la Alianza, sino el habitar de Dios mismo en el interior de los hombres. El Adviento nos da para que nos preguntemos, en el interior de nuestra conciencia, cuál es nuestra respuesta”

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El Adviento que estamos viviendo ha abierto el telón del nuevo año litúrgico. Preside a su manera el advenimiento de un ciclo en el cual la Pascua es el núcleo vivificante. También dirige nuestra mirada y atención hacia ese lugar en donde se realiza el misterio de nuestra Salvación, haciéndonos entrar en la preparación final de su realización.
La liturgia de Adviento nos hace escuchar los anuncios directos de la venida del Mesías a través de tres figuras: Isaías, Juan el Bautista y María. Isaías porque es el cantor de la esperanza y de la alegría mesiánica; Juan el Bautista porque es quien señala al Mesías; y la Virgen María porque es en ella en quien el Mesías tomó carne en este mundo, de la que el profeta Isaías proclamó: "Y la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará Emmanuel" (Isaías 7, 14).
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“El tiempo litúrgico que estamos viviendo se nos da para que cobremos mayor conciencia de la presencia de Aquel que viene sin cesar, que está a la puerta y llama. ¡Qué maravilloso es Dios, este Dios cuya venida en Cristo pertenece simultáneamente a la historia de toda la humanidad y a la de cada hombre, de cada uno de nosotros! Convertirse, abrir el corazón a la fuerza renovadora del Evangelio, ése debe ser el programa de Adviento”.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Tercer Domingo de Adviento

“Fortaleced vuestros corazones” (St 5,8). Con el tercer domingo de Adviento, que estamos celebrando, hemos llegado ya al “corazón” del itinerario espiritual que nos llevará hasta los pies de la santa Gruta, para contemplar, adorar y dar gracias al Verbo de Dios, hecho hombre para la salvación de toda la humanidad. Y la liturgia de hoy, como si quisiera sostenernos en el arduo camino de preparación y conversión, está dominada por una invitación a la confianza y a la esperanza, pues la espera del creyente no es vana y la promesa de Dios es verdadera.
 
Faltan ya pocos días para la celebración de la Navidad del Señor y queremos vivirlos siguiendo las huellas de María y haciendo nuestros, en la medida de lo posible, los sentimientos que ella experimentó en la trémula espera del nacimiento de Jesús. Podemos intuir cuáles eran los sentimientos de María, totalmente abandonada en las manos del Señor. Ella es la mujer creyente: en la profundidad de su obediencia interior madura la plenitud de los tiempos.
 
Por estar enraizada en la fe, la Madre del Verbo hecho hombre encarna la gran esperanza del mundo. En ella confluye tanto la espera mesiánica de Israel como el anhelo de salvación de la humanidad entera. Preparémonos para la Navidad con la fe y la esperanza de María. Dejemos que el mismo amor que vibra en su adhesión al plan divino toque nuestro corazón.
 
San Juan Pablo II