sábado, 31 de diciembre de 2016

Madre de Dios

La contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen santísima como a la Madre de Jesús, sino también a reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el concilio de Éfeso.
         
En la primera comunidad cristiana, mientras crece entre los discípulos la conciencia de que Jesús es el Hijo de Dios, resulta cada vez más claro que María es la Theotokos, la Madre de Dios. Se trata de un título que no aparece explícitamente en los textos evangélicos, aunque en ellos se habla de la “Madre de Jesús” y se afirma que él es Dios (Jn 20, 28, cf. 5, 18; 10, 30. 33). Por lo demás, presentan a María como Madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros (cf. Mt 1, 22­23).
         
Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita” (Liturgia de las Horas). En este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotokos, “Madre de Dios”.

En el siglo IV, el término Theotokos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez más a menudo a ese término, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia. Por ello se comprende el gran movimiento de protesta que surgió en el siglo V cuando Nestorio puso en duda la legitimidad del título “Madre de Dios”. En efecto, al pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús, sostenía que sólo era correcta doctrinalmente la expresión “Madre de Cristo”. Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas ―divina y humana― presentes en él. El concilio de Éfeso, en el año 431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios.
         
Así pues, al proclamar a María “Madre de Dios”, la Iglesia desea afirmar que ella es la “Madre del Verbo encarnado, que es Dios”. Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana. La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María, al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios.
         
Cuando proclama a María “Madre de Dios”, la Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y en la Madre. Esta unión aparece ya en el concilio de Éfeso; con la definición de la maternidad divina de María los padres querían poner de relieve su fe en la divinidad de Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y recientes, sobre la oportunidad de reconocer a María ese título, los cristianos de todos los tiempos, interpretando correctamente el significado de esa maternidad, la han convertido en expresión privilegiada de su fe en la divinidad de Cristo y de su amor a la Virgen.

San Juan Pablo II 

sábado, 24 de diciembre de 2016

Oración por la familia en Navidad

Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, Padre, que eres Amor y Vida, haz que en cada familia humana sobre la tierra se convierta, por medio de tu Hijo, Jesucristo, "nacido de Mujer", y del Espíritu Santo, fuente de caridad divina, en verdadero santuario de la vida y del amor para las generaciones porque siempre se renuevan.

Haz que tu gracia guíe a los pensamientos y las obras de los esposos hacia el bien de sus familias y de todas las familias del mundo.

Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia un fuerte apoyo para su humanidad y su crecimiento en la verdad y en el amor.

Haz que el amor, corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio, se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis, por las que a veces pasan nuestras familias.

Haz finalmente, te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, que la Iglesia en todas las naciones de la tierra pueda cumplir fructíferamente su misión en la familia y por medio de la familia. Tú, que eres la Vida, la Verdad y El Amor, en la unidad del Hijo y del Espíritu santo.

San Juan Pablo II

jueves, 8 de diciembre de 2016

Oración de San Juan Pablo II a la Inmaculada Concepción de María

Madre Inmaculada, en este día solemne, iluminado por el resplandor de tu Inmaculada Concepción, nos encontramos a tus pies, en esta histórica plaza, en el corazón de la Roma cristiana.

Hemos venido en humilde peregrinación y, haciéndonos portavoces de todos los creyentes, te invocamos con confianza: "Monstra te esse matrem... Muéstrate Madre para todos, ofrece nuestra oración; Cristo, que se hizo Hijo tuyo, la acoja benigno.

"¡Monstra te esse matrem!" Muéstrate Madre para nosotros que, ante esta célebre imagen tuya, con corazón gozoso damos gracias a Dios por el don de tu Inmaculada Concepción. Tú eres la Toda Hermosa, a la que el Altísimo revistió con su poder. tú eres la Toda Santa, a la que Dios preparó como su intacta morada de gloria. Salve, Templo arcano de Dios, salve, llena de gracia, intercede por nosotros.

"¡Monstra te esse matrem!" Te pedimos que presentes nuestra oración a Aquel que te revistió de gracia, sustrayéndote a toda sombra de pecado. Nubes oscuras se ciernen sobre el horizonte del mundo.

La humanidad, que saludó con esperanza la aurora del tercer milenio, siente ahora que se cierne sobre ella la amenaza de nuevos y tremendos conflictos. Está en peligro la paz del mundo.

Precisamente por esto venimos a ti, Madre Inmaculada, para pedirte que obtengas, como Madre comprensiva y fuerte, que los hombres, renunciando al odio, se abran al perdón recíproco, a la solidaridad constructiva y a la paz.

"¡Monstra te esse matrem!" Vela, oh María, sobre la gran familia eclesial, para que todos los creyentes, como verdaderos discípulos de tu Hijo, caminen en la luz de su presencia.

"¡Monstra te esse matrem!" Estrella de la nueva evangelización, impúlsanos y acompáñanos tras los pasos de una pastoral incansablemente misionera, con un programa único y decisivo: anunciar a Cristo, Redentor del hombre.

Que la misión se convierta en testimonio diario de cada creyente en el ambiente donde vive; que gracias a ella se renueve el rostro cristiano de Roma para que resulte claro a todos que la fidelidad a Cristo cambia la existencia personal y modela un futuro de paz, un porvenir mejor para todos.

Madre Inmaculada que haces a la Iglesia fecunda en hijos, apoya también nuestra incesante solicitud por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

"¡Monstra te esse matrem!" Sé para nosotros roca de valentía y fidelidad, oh humilde joven de Nazaret, gloriosa Reina del mundo.

Ofrece nuestra oración al Verbo de Dios, que, convirtiéndose en Hijo tuyo, se hizo hermano nuestro.

Que gracias a tu valiosísima intercesión, todo el pueblo de Dios y en particular esta amada Iglesia de Roma, "reme mar adentro" hacia la santidad, que constituye la condición decisiva para todo apostolado fecundo.

Madre de misericordia y de paz, Inmaculada Madre de Dios, ¡ruega por nosotros!

San Juan Pablo II