domingo, 27 de marzo de 2016

Cristo resucitó

“Cristo resucitó en un determinado momento de la historia, pero aún espera resucitar en la historia de innumerables hombres, en la historia de los individuos y en la de los pueblos. Esta es una resurrección que supone la cooperación del hombre, de todos los hombres. Pero es una resurrección en la cual se manifiesta siempre una oleada de esa vida que surgió del sepulcro una mañana de Pascua hace ya tantos siglos.

Dondequiera que un corazón, superando el egoísmo, la violencia y el odio, se inclina con un gesto de amor hacia el necesitado, allí Cristo resucita hoy de nuevo.

Dondequiera que en empeño operante por la justicia emerja una verdadera voluntad de paz, allí retrocede la muerte y se consolida la vida de Cristo.

Dondequiera que muera quien ha vivido creyendo, amando y sufriendo, allí la resurrección de Cristo celebra su victoria definitiva.

La última palabra de Dios sobre las vicisitudes humanas no es la muerte, sino la vida; no es la desesperación, sino la esperanza.”

San Juan Pablo II
Fuente: denazaret.wordpress

sábado, 26 de marzo de 2016

El dolor de María al pie de la Cruz

"Después de que Jesús es colocado en el Sepulcro, María Santísima es la Única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección.  La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, Ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas"
Oh María, Tú que has recorrido el camino de la Cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu Corazón de madre, pero recordando siempre el "fiat" e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el Amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su Amor. A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

San Juan Pablo II 

miércoles, 23 de marzo de 2016

Vía Crucis de San Juan Pablo II

San Juan Pablo II escribió de su puño y letra las meditaciones del Vía Crucis para Semana Santa en ocasión del Jubileo del año 2000.

El texto completo lo pueden leer y/o imprimir desde la siguiente dirección:

Oración:
Señor Jesucristo, Tú que en el momento de la agonía no has permanecido indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con Amor a la Misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos, con sus debilidades y pecados, llénanos a nosotros y a las generaciones futuras de tu Espíritu de Amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu Muerte.
A Ti, Jesús Crucificado, Sabiduría y Poder de Dios, Honor y Gloria por los siglos de los siglos. Amén.

San Juan Pablo II

sábado, 19 de marzo de 2016

San José, patrono universal de la Iglesia

Celebramos hoy la solemnidad de san José, esposo de María (cf. Mt 1, 24; Lc 1, 27). La liturgia nos lo señala como "padre" de Jesús (cf. Lc 2, 27. 33. 41. 43. 48), dispuesto a realizar los planes divinos, incluso cuando el hombre es incapaz de comprenderlos. A él, "hijo de David" (Mt 1, 20; Lc 1, 27), Dios Padre encomendó la custodia del Verbo eterno hecho hombre, por obra del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María. San José, al que el Evangelio define como "hombre justo" (Mt 1, 19), es para todos los creyentes un modelo de vida en la fe.

2. La palabra "justo" evoca su rectitud moral, su sincera adhesión al cumplimiento de la ley y su actitud de total apertura a la voluntad del Padre celestial. Incluso en los momentos difíciles, y a veces dramáticos, el humilde carpintero de Nazaret nunca se arrogó el derecho de poner en tela de juicio el proyecto de Dios. Espera la llamada de lo alto y en silencio respeta el misterio, dejándose guiar por el Señor. Una vez recibida la misión, la cumple con dócil responsabilidad: escucha solícitamente al ángel cuando se trata de tomar como esposa a la Virgen de Nazaret (cf. Mt 1, 18-25), en la huida a Egipto (cf. Mt 2, 13-15) y al volver a Israel (cf. Mt 2, 19-23). Con pocos rasgos, pero significativos, lo describen los evangelistas como solícito custodio de Jesús, esposo atento y fiel, que ejerce la autoridad familiar con una constante actitud de servicio. La Sagrada Escritura no nos dice nada más de él, pero este silencio refleja el estilo mismo de su misión: una existencia vivida en la sencillez de la vida ordinaria, pero con una fe cierta en la Providencia.

3. Cada día san José tuvo que proveer a las necesidades de la familia con el duro trabajo manual. Por eso, con razón, la Iglesia lo presenta como patrono de los trabajadores.
La solemnidad de hoy constituye, por consiguiente, una ocasión propicia para reflexionar también sobre la importancia del trabajo en la existencia del hombre, en la familia y en la comunidad.
El hombre es sujeto y protagonista del trabajo y, a la luz de esta verdad, se puede percibir muy bien el nexo fundamental que existe entre persona, trabajo y sociedad. La actividad humana -recuerda el Concilio- procede del hombre y se ordena al hombre. Según el designio y la voluntad de Dios, debe ser conforme al verdadero bien de la humanidad y permitir "al hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su vocación" (Gaudium et spes, 35).

Para cumplir esta tarea, hace falta cultivar una "comprobada espiritualidad del trabajo humano" (Laborem exercens, 26), fundada, con sólidas raíces, en el "evangelio del trabajo", y los creyentes están llamados a proclamar y testimoniar, en sus diversas actividades, el significado cristiano del trabajo (cf. ib.).

4. Que san José, santo tan grande y tan humilde, sea ejemplo en el que se inspiren los trabajadores cristianos, invocándolo en todas las circunstancias. Al próvido custodio de la Sagrada Familia de Nazaret quisiera encomendar hoy a los jóvenes que se preparan para su profesión futura, a los que sufren a causa del desempleo, a las familias y a todo el mundo del trabajo, con las expectativas y los desafíos, los problemas y las perspectivas que lo caracterizan.

Que san José, patrono universal de la Iglesia, vele sobre toda la comunidad eclesial y, dado que era hombre de paz, obtenga para la humanidad entera, especialmente para los pueblos amenazados en estas horas por la guerra, el valioso don de la concordia y de la paz.

San Juan Pablo II
Miércoles 19 de marzo de 2003

sábado, 12 de marzo de 2016

El amor misericordioso de Dios

La liturgia del V Domingo de Cuaresma nos propone hoy la página del Evangelio de San Juan que pone a Cristo ante una mujer sorprendida en adulterio. El Señor no la condena; por el contrario, la salva de la lapidación. No le dice: no has pecado, sino: “Yo no te condeno; anda, y en adelante no peques más” (cf. Jn 8, 11). En realidad, sólo Cristo puede salvar al hombre, porque toma sobre sí su pecado y le ofrece la posibilidad de cambiar.

Este pasaje evangélico enseña claramente que el perdón cristiano no es sinónimo de simple tolerancia, sino que implica algo más arduo. No significa olvidar el mal, o peor todavía, negarlo. Dios no perdona el mal, sino a la persona, y enseña a distinguir el acto malo, que como tal hay que condenar, de la persona que lo ha cometido, a la que le ofrece la posibilidad de cambiar. Mientras que el hombre tiende a identificar al pecador con su pecado, cerrándole así toda vía de salida, el Padre Celestial, en cambio, envió a su Hijo al mundo para ofrecer a todos un camino de salvación. Cristo es este camino: muriendo en la Cruz, nos ha redimido de nuestros pecados.

A los hombres y mujeres de todas las épocas, Jesús les repite: “Yo no te condeno; anda, y en adelante no peques más” (cf. Jn 8, 11).

¿Cómo reflexionar sobre este Evangelio, sin experimentar una sensación de confianza? ¿Cómo no reconocer en él una «buena noticia» para los hombres y mujeres de nuestros días, deseosos de redescubrir el verdadero sentido de la misericordia y del perdón?
Hay necesidad de perdón cristiano, que infunda esperanza y confianza sin debilitar la lucha contra el mal. Hay necesidad de dar y recibir misericordia. Pero no seremos capaces de perdonar, si antes no nos dejamos perdonar por Dios, reconociéndonos objeto de su Misericordia. Sólo estaremos dispuestos a perdonar las faltas de los demás si tomamos conciencia de la deuda enorme que se nos ha perdonado.

El pueblo cristiano invoca a la Virgen como Madre de Misericordia. En Ella el Amor Misericordioso de Dios se hizo carne, y su Corazón Inmaculado es siempre y en todo lugar refugio seguro para los pecadores. Guiados por Ella, apresuremos nuestros pasos hacia Jerusalén, hacia la Pascua de nuestra salvación, ya cercana. Sigamos al Hijo que va al encuentro de su Pasión, y que nos repite también a nosotros: «Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8, 11). En el Gólgota se realiza el juicio universal del amor de Dios, para que cada uno pueda reconocer que Cristo crucificado pagó el precio de nuestro rescate.

Que la Virgen nos ayude a acoger con renovada alegría el don de la salvación, a fin de que reencontremos confianza y esperanza para caminar en una vida nueva.

San Juan Pablo II
29-Marzo-1998
Fuente: El Camino de María

martes, 8 de marzo de 2016

San Juan Pablo II: Carta a las Mujeres

Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal»  que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.

San Juan Pablo II