Celebramos hoy la solemnidad de san José, esposo de
María (cf. Mt 1, 24; Lc 1, 27). La liturgia nos lo señala como
"padre" de Jesús (cf. Lc 2, 27. 33. 41. 43. 48), dispuesto a realizar
los planes divinos, incluso cuando el hombre es incapaz de comprenderlos. A él,
"hijo de David" (Mt 1, 20; Lc 1, 27), Dios Padre encomendó la
custodia del Verbo eterno hecho hombre, por obra del Espíritu Santo, en el seno
de la Virgen María. San José, al que el Evangelio define como "hombre
justo" (Mt 1, 19), es para todos los creyentes un modelo de vida en la fe.
2. La palabra "justo" evoca su rectitud moral,
su sincera adhesión al cumplimiento de la ley y su actitud de total apertura a
la voluntad del Padre celestial. Incluso en los momentos difíciles, y a veces
dramáticos, el humilde carpintero de Nazaret nunca se arrogó el derecho de
poner en tela de juicio el proyecto de Dios. Espera la llamada de lo alto y en
silencio respeta el misterio, dejándose guiar por el Señor. Una vez recibida la
misión, la cumple con dócil responsabilidad: escucha solícitamente al ángel
cuando se trata de tomar como esposa a la Virgen de Nazaret (cf. Mt 1, 18-25),
en la huida a Egipto (cf. Mt 2, 13-15) y al volver a Israel (cf. Mt 2, 19-23).
Con pocos rasgos, pero significativos, lo describen los evangelistas como
solícito custodio de Jesús, esposo atento y fiel, que ejerce la autoridad
familiar con una constante actitud de servicio. La Sagrada Escritura no nos
dice nada más de él, pero este silencio refleja el estilo mismo de su misión:
una existencia vivida en la sencillez de la vida ordinaria, pero con una fe
cierta en la Providencia.
3. Cada día san José tuvo que proveer a las necesidades
de la familia con el duro trabajo manual. Por eso, con razón, la Iglesia lo
presenta como patrono de los trabajadores.
La solemnidad de hoy constituye, por consiguiente, una
ocasión propicia para reflexionar también sobre la importancia del trabajo en
la existencia del hombre, en la familia y en la comunidad.
El hombre es sujeto y protagonista del trabajo y, a la
luz de esta verdad, se puede percibir muy bien el nexo fundamental que existe
entre persona, trabajo y sociedad. La actividad humana -recuerda el Concilio-
procede del hombre y se ordena al hombre. Según el designio y la voluntad de
Dios, debe ser conforme al verdadero bien de la humanidad y permitir "al
hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente
su vocación" (Gaudium et spes, 35).
Para cumplir esta tarea, hace falta cultivar una
"comprobada espiritualidad del trabajo humano" (Laborem exercens,
26), fundada, con sólidas raíces, en el "evangelio del trabajo", y
los creyentes están llamados a proclamar y testimoniar, en sus diversas
actividades, el significado cristiano del trabajo (cf. ib.).
4. Que san José, santo tan grande y tan humilde, sea
ejemplo en el que se inspiren los trabajadores cristianos, invocándolo en todas
las circunstancias. Al próvido custodio de la Sagrada Familia de Nazaret
quisiera encomendar hoy a los jóvenes que se preparan para su profesión futura,
a los que sufren a causa del desempleo, a las familias y a todo el mundo del
trabajo, con las expectativas y los desafíos, los problemas y las perspectivas
que lo caracterizan.
Que san José, patrono universal de la Iglesia, vele sobre
toda la comunidad eclesial y, dado que era hombre de paz, obtenga para la
humanidad entera, especialmente para los pueblos amenazados en estas horas por
la guerra, el valioso don de la concordia y de la paz.
San Juan Pablo II
Miércoles 19 de marzo de 2003
Miércoles 19 de marzo de 2003
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