sábado, 16 de marzo de 2024
Oración a San Juan Pablo II
¡Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición! Bendice a la Iglesia, que tú has amado, servido y guiado, animándola a caminar con coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a Jesús. Bendice a los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a mirar hacia lo alto para encontrar la luz, que ilumina los caminos de la vida en la tierra.
viernes, 8 de marzo de 2024
Carta de San Juan Pablo II a las mujeres
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en
seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia
única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te
hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia
en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes
irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca
entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que
aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas
de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en
todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política,
mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura
capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre
abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas
y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de
la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con
docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la
humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa
maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer… ¡Por el hecho mismo de ser
mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del
mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
San Juan Pablo II - 1995
domingo, 3 de marzo de 2024
San Juan Pablo II, un enamorado del Santo Rosario
San
Juan Pablo II fue un gran enamorado del Rosario. Toda la vida lo promocionó de
la mejor manera: “rezándolo” en público, en privado, en los grandes
acontecimientos, sobre todos aquellos en los que se debía, por las malas
circunstancias, invocar la paz.
Gracias
a él, hoy miles de personas rezan el Rosario con frecuencia, quizás porque ha
demostrado y enseñado cuánto hace bien tener esta buena práctica.
Lo
podemos ver en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, enteramente
dedicada a esta oración, y en donde agregó los “Misterios de la luz”.
“Tenemos
que redescubrir la profundidad mística encerrada en la sencillez de esta
oración, tan querida por la tradición popular”, anunció el 16 de octubre del
2002 al presentar la carta.
De esta
carta y de otras intervenciones del santo padre a los fieles, hemos extraídos
algunas de las frases más significativas sobre esta estimada oración del santo
Rosario:
“El
Rosario es la oración más sencilla a la Virgen, pero la más llena de contenidos
bíblicos”.
“Recorrer
con María las decenas del Rosario, es como ir a la escuela de María para leer a
Cristo, para penetrar sus secretos, para entender sus mensajes”.
“En el
Rosario hacemos lo que hace María, meditamos en nuestro corazón los misterios
de Cristo”.
“El Rosario
es la oración en la que, con la repetición del saludo del Ángel a María,
tratamos de sacar nuestras consideraciones sobre el misterio de la
redención partiendo de la meditación de
la Virgen”.
“En la
oración del Rosario nos unimos a la Virgen como los Apóstoles congregados en el
cenáculo después de la ascensión de Cristo”.
“La
plegaria del Rosario es oración del hombre en favor del hombre: es la oración
de la solidaridad humana, oración colegial de los redimidos, que refleja el
espíritu y las intenciones de la primera redimida: María”.
“El
Rosario es la oración que indica la perspectiva del reino de Dios y orienta a
los hombres para recibir los frutos de la redención”.
“En los
misterios del santo Rosario contemplamos y revivimos los gozos, dolores y
gloria de Cristo y su Madre Santa, que pasan a ser gozos, dolores y esperanzas
del hombre”.
“El
Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación
cristiana”.
“El
Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A
él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo”
domingo, 25 de febrero de 2024
San Juan Pablo II explica la Transfiguración del Señor
Los Evangelios -y todo el Nuevo Testamento- dan
testimonio de Jesucristo como Hijo de Dios. Es ésta una verdad central de la fe
cristiana. Al confesar a Cristo como Hijo “de la misma naturaleza” que el
Padre, la Iglesia continúa fielmente este testimonio evangélico. Jesucristo es
el Hijo de Dios en el sentido estricto y preciso de esta palabra. Ha sido, por
consiguiente, “engendrado” en Dios, y no “creado” por Dios y “aceptado” luego
como Hijo, es decir, “adoptado”. Este testimonio del Evangelio (y de todo el
Nuevo Testamento), en el que se funda la fe de todos los cristianos, tiene su
fuente definitiva en Dios-Padre, que da testimonio de Cristo como Hijo suyo.
Este testimonio único y fundamental, que surge del
misterio eterno de la vida trinitaria, encuentra expresión particular en los
Evangelios sinópticos, primero en la narración del Bautismo de Jesús en el
Jordán y luego en el relato de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor.
Estos dos acontecimientos merecen una atenta consideración.
La teofanía de la Transfiguración se refiere sólo a
algunas personas escogidas: ni siquiera se introduce a todos los Apóstoles en
cuanto grupo, sino sólo a tres de ellos: Pedro, Santiago y Juan. “Pasados seis
días Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo solos a un monte
alto y apartado y se transfiguró ante ellos...”. Esta transfiguración va acompañada de la
“aparición de Elías con Moisés hablando con Jesús”. Y cuando, superado el
“susto” ante tal acontecimiento, los tres Apóstoles expresan el deseo de
prolongarlo y fijarlo (“bueno es estarnos aquí”), “se formó una nube... y se
dejó oír desde la nube una voz: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia;
escuchadle” (Mt 17, 5).
La voz que escuchan los tres Apóstoles durante la
Transfiguración en el monte Tabor, confirma la convicción expresada por Simón
Pedro en las cercanías de Cesarea (según Mt 16, 16). Confirma en cierto modo
“desde el exterior” lo que el Padre había ya “revelado desde el interior”. Y el
Padre, al confirmar ahora la revelación interior sobre la filiación divina de
Cristo -“Este es mi Hijo amado: escuchadle”-, parece como si quisiera preparar
a quienes ya han creído en Él para los acontecimientos de la Pascua que se
acerca: para su muerte humillante en la cruz. Es significativo que “mientras
bajaban del monte” Jesús les ordenará: “No deis a conocer a nadie esta visión
hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos” (Mt 17, 9). La
teofanía en el monte de la Transfiguración del Señor se halla así relacionada
con el conjunto del misterio pascual de Cristo.
El Hijo del Hombre que se acerca a su “hora”
pascual, es Aquel de quien la voz de lo alto proclamaba en el bautismo y en la
transfiguración: “Mi Hijo... amado... en quien tengo mis complacencias... el
elegido”. En esta voz se contenía el testimonio del Padre sobre el Hijo. El
autor de la segunda Carta de Pedro, recogiendo el testimonio ocular del Jefe de
los Apóstoles, escribe pasa consolar a los cristianos en un momento de dura
persecución: “(Jesucristo)... al recibir de Dios Padre honor y gloria, de la
majestuosa gloria le sobrevino una voz (que hablaba) en estos términos: 'Este
es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias'. Y esta voz bajada del
Cielo la oímos los que con Él estábamos en el monte santo” (2 Pe 1, 16-18).
San Juan Pablo II
Audiencia
General. 27 de mayo de 1987
domingo, 11 de febrero de 2024
Oración de San Juan pablo II ante la Virgen de Lourdes
¡Ave
María, Mujer humilde, bendecida por el Altísimo!
Virgen
de la esperanza, profecía de tiempos nuevos,
nosotros
nos unimos a tu cántico de alabanza
para
celebrar las misericordias del Señor,
para
anunciar la venida del Reino
y
la plena liberación del hombre.
¡Ave
María, humilde Sierva del Señor, Gloriosa Madre de Cristo!
Virgen
fiel, Morada Santa del Verbo,
enséñanos
a perseverar en la escucha de la Palabra,
a
ser dóciles a la Voz del Espíritu Santo,
atentos
a sus llamados en la intimidad de la conciencia
y
a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.
¡Ave
María, Mujer del dolor, Madre de los vivientes!
Virgen
Esposa ante la Cruz, Eva nueva,
Sed
nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos
a vivir y a difundir el Amor de Cristo,
a
detenernos contigo ante las innumerables cruces
en
las que tu Hijo aún está crucificado.
¡Ave
María, Mujer de la fe, primera entre los discípulos!
Virgen
Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre
razón
de la esperanza que habita en nosotros,
confiando
en la bondad del hombre y en el Amor del Padre.
Enséñanos
a construir el mundo desde adentro:
en
la profundidad del silencio y de la oración,
en
la alegría del amor fraterno,
en
la fecundidad insustituible de la Cruz.
Santa
María, Madre de los creyentes,
Nuestra
Señora de Lourdes,
ruega
por nosotros.
(Oración pronunciada por San Juan Pablo II en el Santuario de Lourdes)
domingo, 28 de enero de 2024
San Juan Pablo II nos explica su vocación
A lo
largo de su pontificado, Juan Pablo II se ha referido en diversas ocasiones a
su vocación como sacerdote, a su designación como obispo y a su elección como
Papa, a lo que sintió y pensó en esos momentos. Ofrecemos una selección de
textos.
Sacerdote
"Después
de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero de 1941, poco a poco fui tomando
conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida
en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras
y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto,
como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año
siguiente, en otoño, sabía que había sido llamado. Veía claramente lo que debía
abandonar y el objetivo que debía alcanzar sin volver la vista atrás. Sería
sacerdote". ("Del temor a la esperanza", Solviga, 1993, p. 34).
"¿Cuál
es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce, sobre todo, Dios. En su
dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es ‘un gran misterio’, es un
don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo
experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don
sentimos cuán indignos somos de ello". ("Don y misterio", BAC,
1996, p. 17).
"La
vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un ‘maravilloso
intercambio’ –‘admirabile commercium’– entre Dios y el hombre. Este ofrece a
Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de
salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el
misterio de este ‘intercambio’, no se logra entender cómo puede suceder que un
joven, escuchando la palabra ‘sígueme’, llegue a renunciar a todo por Cristo,
en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará
plenamente". ("Don y misterio", p. 90).
"En
el intervalo de casi cincuenta años de sacerdocio lo que para mí continúa
siendo lo más importante y más sagrado es la celebración de la Eucaristía.
Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar ‘in persona Christi’. Jamás
a lo largo de estos años he dejado la celebración del Santísimo Sacrificio. La
Santa Misa es, de forma absoluta, el centro de mi vida y de toda mi
jornada". (Discurso, 27-10-1995).
Obispo
"Al
oír las palabras del primado anunciándome la decisión de la Sede Apostólica,
dije: ‘Eminencia, soy demasiado joven, acabo de cumplir los treinta y ocho
años...’ Pero el primado replicó: ‘Esta es una imperfección de la que pronto se
librará. Le ruego que no se oponga a la voluntad del Santo Padre’. Entonces
añadí solo una palabra: ‘Acepto’. ‘Pues vamos a comer’, concluyó el Primado
(...)
"Sucesor
de los Apóstoles. (...) Yo –un ‘sucesor’– pensaba con gran humildad en los
Apóstoles de Cristo y en aquella larga e ininterrumpida cadena de obispos que,
mediante la imposición de las manos, habían transmitido a sus sucesores la
participación en la misión apostólica". ("¡Levantaos! ¡Vamos!",
Plaza y Janés, 2004, pp. 22 y 26).
Papa
"Creo
que no fui yo el único sorprendido aquel día por la votación del Cónclave. Pero
Dios nos concede los medios para realizar aquello que nos manda y que parece
humanamente imposible. Es el secreto de la vocación. Toda vocación cambia
nuestros proyectos, al proponernos otro distinto, y asombra ver hasta qué
extremo Dios nos ayuda interiormente, cómo nos conecta a una nueva ‘longitud de
onda’, cómo nos prepara para entrar en este nuevo proyecto y hacerlo nuestro,
viendo en él, simplemente, la voluntad del Padre y acatándola. A pesar de
nuestra debilidad y de nuestras opiniones personales.
"Al
hablarle así, pienso en otras situaciones que he afrontado en mi experiencia
pastoral, en esos enfermos incurables condenados a la silla de ruedas o
clavados en la cama; personas jóvenes muchas de ellas, conscientes del proceso
implacable de su enfermedad, prisioneras de su agonía durante semanas, meses,
años. Lo que ellas aceptan, ¿no podría aceptarlo yo también?
"Tal
vez esta comparación le sorprenda; pero se me ocurrió el día de mi elección y,
puesto que quiere usted saber cuáles fueron mis primeros pensamientos, se los
digo tal y como me vinieron a la mente". ("¡No tengáis miedo! André
Frossard dialoga con Juan Pablo II", Plaza y Janés, 1982, pp. 24-25).
© ACIPRENSA
domingo, 21 de enero de 2024
El santo favorito de San Juan Pablo II
Fueron
muchos los santos que tuvieron influencia en la vida de san Juan Pablo II, pero
uno de ellos tenía un lugar especial en su corazón...
San
Juan Pablo II es un santo actual y muy querido en todo el mundo. Durante su
vida, si bien fue influenciado por muchos santos, hubo uno que tenía un lugar
especial en su corazón. Seguramente no adivinarás de quién se trata.
El
joven Karol Wojtyla
Durante
su juventud, cuando aún no era sacerdote, conoció las obras de san Juan de la
Cruz. Un hombre muy piadoso, llamado Jan Tyranowski, fue el responsable de
mostrar al joven Karol las numerosas obras del santo.
Después,
ya ordenado sacerdote, fue enviado a Roma para seguir estudiando. Su tesis
doctoral fue, precisamente, sobre las obras del reformador del Carmelo
Más
datos interesantes en este video: https://dai.ly/x8riyqw
Fuente: Aleteia
domingo, 7 de enero de 2024
El Bautismo de Jesús
Hoy se celebra la fiesta del
Bautismo del Señor. Los Evangelios narran que Jesús fue a ver a Juan Bautista,
en el río Jordán, y quiso recibir de él el bautismo de penitencia.
Inmediatamente después, mientras estaba en oración, «bajó sobre él el Espíritu Santo
en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: “Tú eres mi hijo;
yo hoy te he engendrado”» (Lucas 3,21-22).
Es la primera manifestación
pública de la identidad mesiánica de Jesús, después de la adoración de los
magos. Por este motivo, la liturgia pone en relación el Bautismo y la Epifanía,
con un salto cronológico de unos treinta años: el Niño, al que adoraron los
magos como rey mesiánico, es consagrado hoy por el Padre en el Espíritu Santo.
En el bautismo del Jordán ya
se perfila claramente el «estilo» mesiánico de Jesús: él viene como «Cordero de
Dios» para cargar sobre él y quitar el pecado del mundo (Cfr. Juan 1, 29. 36).
Así lo presenta el Bautista a los discípulos (Cfr. Juan 1, 36). Del mismo modo,
nosotros, que en Navidad hemos celebrado el gran acontecimiento de la
Encarnación, estamos invitados a mantener fija la mirada en Jesús, rostro
humano de Dios y rostro divino del hombre.
María Santísima es maestra
insuperable de contemplación. Si tuvo que sufrir humanamente al ver cómo Jesús
dejaba Nazaret, de su manifestación recibió nueva luz y fuerza para la
peregrinación de la fe. El Bautismo de Cristo constituye el primer misterio de
la luz para María y para toda la Iglesia. ¡Que ilumine el camino de todo
cristiano!
San Juan Pablo II
11 de enero 2004
sábado, 6 de enero de 2024
Fiesta de la Epifanía del Señor
«La luz brilla en las tinieblas,
pero las tinieblas no
la acogieron»
(Jn 1, 5).
Toda la liturgia habla hoy de la luz de Cristo, de la
luz que se encendió en la noche santa. La misma luz que guió a los pastores
hasta el portal de Belén indicó el camino, el día de la Epifanía, a los Magos
que fueron desde Oriente para adorar al Rey de los judíos, y resplandece para
todos los hombres y todos los pueblos que anhelan encontrar a Dios.
En su búsqueda espiritual, el ser humano ya dispone
naturalmente de una luz que lo guía: es la razón, gracias a la cual puede
orientarse, aunque a tientas (cf. Hch 17, 27), hacia su Creador. Pero, dado que
es fácil perder el camino, Dios mismo vino en su ayuda con la luz de la
revelación, que alcanzó su plenitud en la encarnación del Verbo, Palabra eterna
de verdad.
La Epifanía celebra la aparición en el mundo de esta
luz divina, con la que Dios salió al encuentro de la débil luz de la razón
humana. Así, en la solemnidad de hoy, se propone la íntima relación que existe
entre la razón y la fe, las dos alas de que dispone el espíritu humano para
elevarse hacia la contemplación de la verdad, como recordé en la reciente
encíclica Fides et ratio.
Cristo no es sólo luz que ilumina el camino del
hombre. También se ha hecho camino para sus pasos inciertos hacia Dios, fuente
de vida. Un día dijo a los Apóstoles: «Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi
Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto» (Jn 14, 6-7). Y ante la
objeción de Felipe añadió: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre. (...) Yo
estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14, 9.1 1). La epifanía del Hijo
es la epifanía del Padre.
¿No es éste, en definitiva, el objetivo de la venida
de Cristo al mundo? El mismo afirmó que había venido para «dar a conocer al
Padre», para «explicar» a los hombres quién es Dios y para revelar su rostro,
su «nombre» (cf. Jn 17, 6). La vida eterna consiste en el encuentro con el
Padre (cf. Jn 17, 3). Por eso ¡cuán oportuna es esta reflexión, especialmente
durante el año dedicado al Padre!
La Iglesia prolonga en los siglos la misión de su
Señor: su compromiso principal consiste en dar a conocer a todos los hombres el
rostro del Padre, reflejando la luz de Cristo, Lumen gentium, luz de amor, de
verdad y de paz. Para esto el divino Maestro envió al mundo a los Apóstoles, y
envía continuamente, con el mismo Espíritu, a los obispos, sus sucesores.
Conscientes de esta tarea apostólica y misionera, que
compete a todo el pueblo cristiano, pero especialmente a cuantos el Espíritu
Santo ha puesto como obispos para pastorear la Iglesia de Dios (cf. Hch 20,
28), vamos como peregrinos a Belén, a fin de unirnos a los Magos de Oriente,
mientras ofrecen dones al Rey recién nacido.
Pero el verdadero don es él: Jesús, el don de Dios al
mundo. Debemos acogerlo a él, para llevarlo a cuantos encontremos en nuestro
camino. Él es para todos la epifanía, la manifestación de Dios, esperanza del
hombre, de Dios, liberación del hombre, de Dios, salvación del hombre.
Cristo nació en Belén por nosotros. Venid, adorémoslo.
Amén.
Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Solemnidad de la
Epifanía del Señor
6 de enero de
1999
domingo, 31 de diciembre de 2023
Oración de San Juan Pablo II a la familia
“Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, Padre, que eres Amor y Vida, haz que en cada familia humana sobre la tierra se convierta, por medio de tu Hijo, Jesucristo, "nacido de Mujer", y del Espíritu Santo, fuente de caridad divina, en verdadero santuario de la vida y del amor para las generaciones porque siempre se renuevan.
Haz que tu gracia guíe a los pensamientos y las obras de los esposos hacia el bien de sus familias y de todas las familias del mundo.
Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia un fuerte apoyo para su humanidad y su crecimiento en la verdad y en el amor.
Haz que el amor, corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio, se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis, por las que a veces pasan nuestras familias.
Haz finalmente, te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret, que la Iglesia en todas las naciones de la tierra pueda cumplir fructíferamente su misión en la familia y por medio de la familia. Tú, que eres la Vida, la Verdad y El Amor, en la unidad del Hijo y del Espíritu santo. Amén”
domingo, 10 de diciembre de 2023
San Juan Pablo II: "Preparad los caminos del Señor"
«Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas»
(Lc 3, 4). Con estas palabras, hoy, segundo Domingo de Adviento, el Evangelio
nos exhorta a disponer el corazón para acoger al Señor que viene. Y la liturgia
de este día nos propone como modelo de esa preparación interior la figura
austera de Juan Bautista, que predica en el desierto invitando a la conversión.
Su testimonio sugiere que, para salir al encuentro
del Señor es preciso crear dentro de nosotros y a nuestro alrededor espacios de
desierto: ocasiones de renuncia a lo superfluo, búsqueda de lo esencial, y un
clima de silencio y oración.
San Juan Bautista invita, sobre todo, a volver a
Dios, huyendo con decisión del pecado, enfermedad del corazón del hombre, que
le impide la alegría del encuentro con el Señor.
El tiempo de Adviento es especialmente apto para
hacer experiencia del Amor divino que salva. Y es sobre todo en el Sacramento
de la Reconciliación donde el cristiano puede hacer esa experiencia,
redescubriendo a la luz de la palabra de Dios la verdad de su propio ser y
gustando la alegría de recuperar la paz consigo mismo y con Dios.
Juan en el desierto anuncia la venida del Salvador.
El desierto hace pensar también en muchas situaciones contemporáneas graves: la
indiferencia moral y religiosa, el desprecio hacia la vida humana que nace o
que se encamina a su última meta natural, el odio racial, la violencia, la
guerra y la intolerancia, son algunas de las causas de ese desierto de
injusticia, de dolor y de desesperación que avanza en nuestra sociedad.
Frente a ese escenario, el creyente, como Juan
Bautista, debe ser la voz que proclama la salvación del Señor, adhiriéndose
plenamente a su Evangelio y testimoniándolo visiblemente en el mundo.
En nuestros días, tiempo de nueva evangelización, es
urgente que los padres cristianos pongan atención especial en la educación de
sus hijos para ser testigos valientes del Salvador en el mundo de hoy.
Convirtiéndose en los primeros catequistas de sus hijos, pueden suscitar más
fácilmente en ellos un amor singular a la palabra de Dios, y adecuando
diariamente su vida al Evangelio, los estimulan en las decisiones coherentes y
generosas, que son propias de todo auténtico discípulo del Señor.
Oremos para que cada familia cristiana sea una
pequeña iglesia misionera y una escuela de evangelizadores. Encomendemos esta
misión de todos los núcleos familiares creyentes así como sus alegrías y
sufrimientos, a la Virgen Inmaculada, cuya solemnidad celebraremos el jueves
próximo. Que María sea nuestro ejemplo y nuestra guía, especialmente ejemplo y
guía de las familias.
San Juan Pablo II
4-diciembre-1994
domingo, 3 de diciembre de 2023
¿Por qué viene el Señor? Meditaciones de Adviento
Vivir
de la Iglesia
Vuelvo
a tocar el tema del Adviento siguiendo el ritmo de la liturgia que nos
introduce en la vida de la Iglesia del modo más sencillo y, a la vez, más profundo.
El Concilio Vaticano II, que nos ha dado una doctrina rica y universal sobre la
Iglesia, atrajo nuestra atención también hacia la liturgia. A través de ésta no
sólo conocemos qué es la Iglesia, sino que experimentamos día a día de qué
vive. También nosotros vivimos de ella, pues somos la Iglesia: «La liturgia…
contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a
los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera
Iglesia. Es característico de la Iglesia ser a la vez humana y divina, visible
y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina» (Sacrosanctum
Concilium 2).
La
liturgia del Adviento
La
Iglesia ahora está viviendo el Adviento, y por ello nuestros encuentros de los
miércoles se centran en este período litúrgico. Adviento significa «venida».
Para penetrar en la realidad del Adviento, hasta ahora hemos procurado mirar en
dirección de quién es el que viene y para quién viene. Hemos hablado, por lo
tanto, de un Dios que al crear el mundo se revela a Sí mismo: un Dios Creador.
Y el miércoles pasado hablamos del hombre. Hoy seguiremos adelante para hallar
respuesta más completa a la pregunta: ¿por qué el «Adviento»?, ¿por qué viene
Dios?, ¿por qué quiere venir hasta el hombre?
La
liturgia del Adviento se funda principalmente en textos de los profetas del
Antiguo Testamento. En ella habla casi todos los días el profeta Isaías. En la
historia del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, él era un «intérprete»
particular de la promesa que este pueblo había recibido de Dios hacía tiempo en
la persona del fundador de su estirpe: Abraham. Como todos los demás profetas,
y quizá más que todos, Isaías reforzaba en sus contemporáneos la fe en las
promesas de Dios confirmadas por la alianza al pie del monte Sinaí. Inculcaba
sobre todo la perseverancia en la expectación y la fidelidad: «Pueblo de Sión, el Señor vendrá a salvar a los pueblos y
hará oír su voz majestuosa para dar gozo a vuestro corazón» (cf. Is 30, 19.30).
Cuando
Cristo estaba en el mundo aludió una y otra vez a las palabras de Isaías. Decía
claramente: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21).
Los
primeros capítulos del libro del Génesis
La
liturgia del Adviento es de carácter histórico. La expectación de la venida del
Ungido (Mesías) fue un proceso histórico. De hecho impregnó toda la historia de
Israel, que fue elegido precisamente para preparar la venida del Salvador.
Pero en
cierto modo nuestras consideraciones van más allá de la liturgia diaria del
Adviento. Volvamos, pues, a la pregunta fundamental: ¿Por qué viene Dios” ¿Por
qué quiere venir al hombre, a la humanidad? Busquemos respuestas adecuadas a
estas preguntas; y busquémoslas en los orígenes mismos, es decir, antes de que
comenzara la historia del pueblo elegido.
Por lo
tanto, buscando una respuesta a la pregunta ¿«por qué» el Adviento?, debemos
volver a leer otra vez atentamente toda la descripción de la creación del
mundo, y en particular de la creación del hombre. Es significativo (y ya he
tenido ocasión de aludir a ello) cómo cada uno de los días de la creación
termina comprobando: «vio Dios ser bueno»; y después de la creación del hombre:
«…vio ser muy bueno». Esta comprobación se enlaza con la bendición de la
creación, y sobre todo con la bendición explícita del hombre.
En toda
esta descripción está ante nosotros un Dios que se complace en la verdad y en
el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Cor 13, 6). Allí donde está la
alegría que brota del bien, allí está el amor. Y sólo donde hay amor existe la
alegría que procede del bien. El libro del Génesis, desde los primeros
capítulos, nos revela a Dios, que es amor (si bien esta expresión la utilizará
San Juan mucho más tarde). Es amor porque goza con el bien. Por consiguiente,
la creación es a la vez donación auténtica: donde hay amor, hay don.
Dios
Salvador
Qué
relación tiene todo esto con el Adviento, podemos preguntarnos con razón.
Contesto: El Adviento se delineó por vez primera en el horizonte de la historia
del hombre cuando Dios se reveló a Sí mismo como Aquel que se complace en el
bien, que ama y da. En este don al hombre, Dios no se limitó a «darle» el mundo
visible —esto está claro desde el principio—, sino que al dar al hombre el
mundo visible, Dios quiere darse también a Sí mismo, tal como el hombre es
capaz de darse, tal como «se da a sí mismo» a otro hombre: de persona a
persona; es decir, darse a Sí mismo a él, admitiéndolo a la participación en
sus misterios o, mejor aún, a la participación en su vida. Esto se lleva a
efecto de modo palpable en las relaciones entre familiares: marido, mujer, padres,
hijos. He aquí por qué los profetas se refieren muy a menudo a tales relaciones
para mostrar la imagen verdadera de Dios.
El
orden de la gracia es posible sólo «en el mundo de las personas». Y se refiere
al don que tiende siempre a la formación y comunión de las personas; de hecho,
el libro del Génesis nos presenta tal donación. En él, la forma de esta
«comunión de las personas» está delineada ya desde el principio. El hombre está
llamado a la familiaridad con Dios, a la intimidad y amistad con Él. Dios
quiere estar cercano a él. Quiere hacerle partícipe de sus designios. Quiere
hacerle partícipe de su vida. Quiere hacerle feliz con su misma felicidad (con
su mismo Ser).
Para
todo ello es necesaria la Venida de Dios y la expectación del hombre: la
disponibilidad del hombre.
Sabemos
que el primer hombre, que disfrutaba de la inocencia original y de una
particular cercanía de su Creador, no mostró tal disponibilidad. La primera
alianza de Dios con el hombre quedó interrumpida, pero nunca cesó de parte de
Dios la voluntad de salvar al hombre. No se quebrantó el orden de la gracia, y
por eso el Adviento dura siempre.
La
realidad del Adviento está expresada, entre otras, en las palabras siguientes
de San Pablo: «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4).
Este
«Dios quiere» es justamente el Adviento y se encuentra en la base de todo
Adviento.
San Juan Pablo II
domingo, 26 de noviembre de 2023
¡Venga tu Reino!
Amadísimos hermanos y
hermanas, la liturgia de hoy nos recuerda que la verdad sobre Cristo Rey
constituye el cumplimiento de las profecías de la antigua alianza.
El profeta Daniel anuncia la
venida del Hijo del hombre, a quien dieron "poder real, gloria y dominio;
todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no
pasa, su reino no tendrá fin" (Dn 7, 14). Sabemos bien que todo esto
encontró su perfecto cumplimiento en Cristo, en su Pascua de muerte y de
resurrección.
La solemnidad de Cristo, Rey
del universo, nos invita a repetir con fe la invocación del Padre nuestro, que
Jesús mismo nos enseñó: "Venga tu reino".
¡Venga tu reino, Señor!
"Reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de
justicia, de amor y de paz".
Hemos escuchado en el
evangelio la pregunta que Poncio Pilato hace a Jesús: "¿Eres tú el rey de
los judíos?" (Jn 18, 33). Jesús responde, preguntando a su vez:
"¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" (Jn 18,
34). Y Pilato replica: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos
sacerdotes te han entregado a mí: ¿qué has hecho?" (Jn 18, 35).
En este momento del diálogo,
Cristo afirma: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este
mundo mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero
mi reino no es de aquí" (Jn 18, 36).
Ahora todo es claro y
transparente. Frente a la acusación de los sacerdotes, Jesús revela que se
trata de otro tipo de realeza, una realeza divina y espiritual. Pilato le pide
una confirmación: "Conque, ¿tú eres rey?" (Jn 18, 37). Aquí Jesús,
excluyendo cualquier interpretación errónea de su dignidad real, indica la
verdadera: "Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al
mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi
voz" (Jn 18, 37).
Él no es rey como lo
entendían los representantes del Sanedrín, pues no aspira a ningún poder
político en Israel. Por el contrario, su reino va más allá de los confines de
Palestina. Todos los que son de la verdad escuchan su voz (cf. Jn 18 37), y lo
reconocen como rey. Este es el ámbito universal del reino de Cristo y su
dimensión espiritual.
La solemnidad de Jesucristo,
Rey del universo, nos invita a repetir con fe: "¡Venga tu Reino!"
San
Juan Pablo II
(Extracto de
la homilía en la celebración de 1997)
domingo, 12 de noviembre de 2023
Consagración de Argentina a la Virgen de Luján por San Juan Pablo II
1. ¡Dios te salve, María, llena de gracia, Madre del
Redentor!
Ante tu imagen de la Pura y Limpia Concepción,
Virgen de Luján, Patrona de Argentina, me postro en este día aquí, en Buenos
Aires, con todos los hijos de esta patria querida, cuyas miradas y cuyos
corazones convergen hacia Ti; con todos los jóvenes de Latinoamérica que
agradecen tus desvelos maternales, prodigados sin cesar en la evangelización
del continente en su pasado, presente y futuro; con todos los jóvenes del
mundo, congregados espiritualmente aquí, por un compromiso de fe y de amor;
para ser testigos de Cristo tu Hijo en el tercer milenio de la historia
cristiana, iluminados por tu ejemplo, joven Virgen de Nazaret, que abriste las
puertas de la historia al Redentor del hombre, con tu fe en la Palabra, con tu
cooperación maternal.
2. ¡Dichosa tú porque has creído!
En el día del triunfo de Jesús, que hace su entrada
en Jerusalén manso y humilde, aclamado como Rey por los sencillos, te aclamamos
también a Ti, que sobresales entre los humildes y pobres del Señor; son éstos
los que confían contigo en sus promesas, y esperan de Él la salvación. Te
invocamos como Virgen fiel y Madre amorosa, Virgen del Calvario y de la Pascua,
modelo de la fe y de la caridad de la Iglesia, unida siempre, como Tú, en la
cruz y en la gloria, a su Señor.
3. ¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia!
Te acogemos en nuestro corazón, como herencia
preciosa que Jesús nos confió desde la cruz. Y en cuanto discípulos de tu Hijo,
nos confiamos sin reservas a tu solicitud porque eres la Madre del Redentor y
Madre de los redimidos.
Te encomiendo y te consagro, Virgen de Luján, la
patria argentina, pacificada y reconciliada, las esperanzas y anhelos de este
pueblo, la Iglesia con sus Pastores y sus fieles, las familias para que crezcan
en santidad, los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación, humana
y cristiana, en una sociedad que cultive sin desfallecimiento los valores del
espíritu.
Te encomiendo a todos los que sufren, a los pobres,
a los enfermos, a los marginados; a los que la violencia separó para siempre de
nuestra compañía, pero permanecen presentes ante el Señor de la historia y son
hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida.
Haz que Argentina entera sea fiel al Evangelio, y
abra de par en par su corazón a Cristo, el Redentor del hombre, la Esperanza de
la humanidad.
4. ¡Dios te salve, Virgen de la Esperanza!
Te encomiendo a todos los jóvenes del mundo,
esperanza de la Iglesia y de sus Pastores; evangelizadores del tercer milenio,
testigos de la fe y del amor de Cristo en nuestra sociedad y entre la juventud.
Haz que, con la ayuda de la gracia, sean capaces de
responder, como Tú, a las promesas de Cristo, con una entrega generosa y una
colaboración fiel.
Haz que, como Tú, sepan interpretar los anhelos de
la humanidad; para que sean presencia saladora en nuestro mundo Aquel que, por
tu amor de Madre, es para siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros, y por la
victoria de su cruz y de su resurrección está ya para siempre con nosotros,
hasta el final de los tiempos.
Amén.
San Juan Pablo II
Buenos Aires, Argentina
Domingo 12 de abril de 1987
domingo, 5 de noviembre de 2023
¡Caminemos con esperanza!
¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre
ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando
con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por
amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para
verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en
sus instrumentos. ¿No ha sido quizás para tomar contacto con este manantial
vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos celebrado el Año jubilar?
El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una
vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt
28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a
tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello
podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés
y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza « que no defrauda » (Rm
5,5).
¡Caminemos con esperanza! Nuestra andadura, al
principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer los senderos
del mundo. Los caminos, por los que cada uno de nosotros y cada una de nuestras
Iglesias camina, son muchos, pero no hay distancias entre quienes están unidos
por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan
Eucarístico y de la Palabra de Vida. Cristo Resucitado nos convoca cada Domingo
como en el Cenáculo, donde al atardecer del día «primero de la semana» (Jn
20,19) se presentó a los suyos para «exhalar» sobre de ellos el don vivificante
del Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización.
¡Caminemos con esperanza! Nos acompaña en este
camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos meses, junto con muchos
Obispos llegados a Roma desde todas las partes del mundo, he confiado el tercer
milenio. Muchas veces en estos años la he presentado e invocado como «Estrella
de la nueva evangelización». La indico aún como aurora luminosa y guía segura
de nuestro camino. «Mujer, he aquí tus hijos», le repito, evocando la voz misma
de Jesús (cf. Jn 19,26), y haciéndome voz, ante Ella, del cariño filial de toda
la Iglesia.
Que Jesús Resucitado, que también nos acompaña en
nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir
el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su
Rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio:«¡Hemos
visto al Señor!» (Jn 20,25).
San Juan Pablo II
Enero de 2001
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