En sus 27 años
al frente de la barca de Pedro, Juan Pablo II no ha dejado de celebrar la
fiesta de la Natividad del Señor. A lo largo de este tiempo, ha escrito
multitud de mensajes, pronunciado discursos y homilías acerca del Misterio de
la Navidad, como tiempo de paz. A su vez, ha denunciado, de muy diversos modos,
la injusticia y la violencia en todos los rincones del mundo, así como la
esperanza cristiana en que el nacimiento del Niño Dios traiga la reconciliación
a todos los hombres.
La mayoría de
los mensajes de Navidad de Juan Pablo II -incluidos dentro de la tradicional
bendición Urbi et Orbi, pronunciada por el Pontífice en la balconada principal
de la Basílica de San Pedro, a las doce de la mañana del 25 de diciembre-,
hacen referencia al nacimiento de Jesús como un símbolo de «la ternura de Dios
sembrada en el corazón de los hombres». «¡Hacía falta la Navidad!», subraya en
sus discursos, dedicados en varias ocasiones a los niños, porque -como señaló
en una carta enviada a los niños en las Navidades de 1994- «la Navidad es la
fiesta de un niño, de un recién nacido».
Pero, además
del llamamiento a la esperanza, Juan Pablo II no ha perdido ocasión para
denunciar los males que afectan a la humanidad y que impiden que la alegría del
Nacimiento sea vivida en plenitud en todos los rincones del orbe. Ha mostrado
su pesar por las guerras del Golfo, Bosnia u Oriente Medio, por el hambre y la
desnutrición en los países del Tercer Mundo, por los genocidios y las
catástrofes naturales, por los abusos y el desprecio por la vida humana, en sus
inicios y final. A continuación reproducimos algunos de los pasajes claves de
los mensajes navideños del Santo Padre.
«Día de
extraordinaria alegría es la Navidad. Esta alegría ha inundado los corazones
humanos y ha tenido múltiples expresiones en la historia y en la cultura de las
naciones cristianas; en el canto litúrgico y popular, en la pintura, en la
literatura y en el campo del arte» (Mensaje Urbi et Orbi, Navidad de 1997).
«Desde la noche
de Belén hasta hoy, la Navidad continúa suscitando himnos de alegría, que
expresan la ternura de Dios sembrada en el corazón de los hombres. En todas las
lenguas del mundo se celebra el acontecimiento más grande: el Emmanuel, Dios
con nosotros para siempre». (Urbi et Orbi. Navidad de 1998).
«Dios, hecho
hombre, nos da parte en su divinidad. Éste es el mensaje de Navidad, mensaje de
la noche de Belén, que resuena en este maravilloso día. «La palabra se hizo
carne, y habitó entre nosotros». ¡Qué admirable intercambio! El Creador recibe
un cuerpo de la Virgen y, hecho hombre, nos da parte en su divinidad» (Urbi et
Orbi, Navidad de 1993).
«La Navidad es
la fiesta de un Niño, de un recién nacido. ¡Por eso es vuestra fiesta! Vosotros [niños] la esperáis con impaciencia y las preparáis con alegría, contando los días y
casi las horas que faltan para la Nochebuena de Belén. Parece que os estoy
viendo: preparando una casa, en la parroquia, en cada rincón del mundo el
nacimiento, reconstruyendo el clima y el ambiente en que nació el Salvador».
«Queridos
niños: os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como
vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver
brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar
lo que sucedió en Palestina hace 2.000 años. Los niños manifestábamos nuestra
alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que
en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al nacimiento!» (Carta a los
niños, 13 de diciembre de 1994).
«Que el anuncio
de la Navidad aliente a cuantos se esfuerzan por aliviar la situación penosa
del Medio Oriente respetando los compromisos internacionales. Que la Navidad
refuerce en el mundo el consenso sobre medidas urgentes y adecuadas para
detener la producción y el comercio de armas, para defender la vida humana,
para desterrar la pena de muerte, para liberar a los niños y adolescentes de
toda forma de explotación, para frenar la mano ensangrentada de los responsables
de genocidios y crímenes de guerra, para prestar a las cuestiones del medio
ambiente, sobre todo tras las recientes catástrofes naturales, la atención
indispensable que merecen a fin de salvaguardar la creación y la dignidad del
hombre» (Urbi et Orbi, Navidad 1998).
«Desde el
pesebre, la mirada se extiende hoy a toda la humanidad, destinataria de la
gracia del «segundo Adán», aunque siempre heredero del pecado del «primer Adán»
Niños maltratados, humillados y abandonados, mujeres violentadas y explotadas,
jóvenes, adultos, ancianos marginados, interminables comitivas de exiliados y
prófugos, violencia y guerrilla en tantos rincones del planeta. Pienso con
preocupación en Tierra Santa, donde la violencia continúa ensangrentando el
difícil camino de la paz» (Urbi et Orbi, Navidad de 2000).
«No podemos
olvidar hoy que las sombras de la muerte amenazan la vida del hombre en cada
una de sus fases e insidian especialmente sus primeros momentos y su ocaso
natural. Se hace cada vez más fuerte la tentación de apoderarse de la muerte
procurándola anticipadamente, casi como si se fuera árbitro de la vida propia o
ajena. Estamos ante síntomas alarmantes de la «cultura de la muerte», que son
una seria amenaza para el futuro. Pero, por más densas que parezcan las
tinieblas, es más fuerte aún la esperanza del triunfo de la luz surgida en la
Noche Santa de Belén» (Urbi et Orbi, Navidad de 2000).
«La respuesta
de Dios se llama Evangelio. Tiene su principio en la noche de Belén para
convertirse después en testimonio de Aquel que nació precisamente aquella noche
[...]. Hermanos y hermanas: no nos encerremos en nosotros mismos frente a Dios.
No le impidamos que habite entre nosotros [...]. Su nombre es Jesús, Dios que
salva» (Urbi et Orbi, Navidad 1992).