sábado, 6 de agosto de 2022
San Juan Pablo II explica la Transfiguración del Señor
Los Evangelios -y todo el Nuevo Testamento- dan
testimonio de Jesucristo como Hijo de Dios. Es ésta una verdad central de la fe
cristiana. Al confesar a Cristo como Hijo “de la misma naturaleza” que el
Padre, la Iglesia continúa fielmente este testimonio evangélico. Jesucristo es
el Hijo de Dios en el sentido estricto y preciso de esta palabra. Ha sido, por
consiguiente, “engendrado” en Dios, y no “creado” por Dios y “aceptado” luego
como Hijo, es decir, “adoptado”. Este testimonio del Evangelio (y de todo el
Nuevo Testamento), en el que se funda la fe de todos los cristianos, tiene su
fuente definitiva en Dios-Padre, que da testimonio de Cristo como Hijo suyo.
sábado, 16 de julio de 2022
San Juan Pablo II devoto de la Virgen del Carmen
Todos los 16 de julio se
celebra una de las advocaciones marianas más celebradas y arraigadas: la de la
Virgen del Carmen, con millones de devotos. Uno de los más conocidos y que más
habló del escapulario y de la importancia de María fue San Juan Pablo II.
Muchas son las referencias
que muestran cómo a lo largo de toda la vida del santo polaco, desde que era
niño, en su corazón estaba la Virgen del Carmen. Cari Filii News recuerda esta
devoción:
En el año 2001 se celebraba
el 750º aniversario de la entrega del Escapulario del Carmen a San Simón Stock,
y con ese motivo el Papa reinante, San Juan Pablo II, proclamó un Año Mariano
Carmelitano. El 25 de marzo, festividad de la Anunciación, dirigió una
carta-mensaje a la Orden del Carmen donde hacía una confesión: “También yo llevo sobre mi corazón, desde
hace mucho tiempo, el escapulario del Carmen”.
“Desde
mi juventud“, reiteró el 16 de julio de 2003 en Castelgandolfo, “llevo en el cuello el escapulario de la
Virgen y me refugio con confianza bajo el manto de la Bienaventurada Virgen
María, Madre de Jesús. Espero que el escapulario sea para todos,
particularmente para los fieles que lo llevan, ayuda y defensa en los peligros,
sello de paz y signo del auxilio de María”.
Para entonces ya era bien
conocida esta devoción del Papa polaco a la Virgen del Carmen, que está en la
raíz de su interés por San Juan de la Cruz. Siendo estudiante universitario
leyó las obras del místico español y pensó ingresar en un convento carmelita
donde solía hacer con los religiosos los ejercicios espirituales. No llegó a
cumplir ese deseo (fue el cardenal Stefan Sapieha, arzobispo de Cracovia, quien
disipó sus dudas, confesaría luego), pero sí le consagró su tesis doctoral,
defendida años después en el Angelicum de Roma. Había, pues, un plan de Dios,
como había reconocido él mismo en 1988 al coronar (como haría varias veces a lo
largo de su pontificado) una imagen de Nuestra Señora del Carmen o del Monte
Carmelo, en aquella ocasión la que se venera en Czerna. Fue durante su viaje
apostólico a su Polonia natal, y no dudó en afirmar: “Hoy admiro los designios de la Providencia, que me ha incorporado a la
espiritualidad carmelitana… Mi primer escapulario, al que he permanecido fiel,
y el cual constituye mi fuerza“.
Así explicó él mismo la influencia
de la espiritualidad carmelitana en sus primeros años: “Al referirme a los orígenes de mi vocación sacerdotal, no puedo
olvidar la trayectoria mariana, La veneración a la Madre de Dios en su forma
tradicional me viene de la familia, y de la parroquia de Wadowice… En Wadowice
había sobre la colina un monasterio carmelita, cuya fundación se remontaba a
los tiempos de San Rafael Kalinowski. Muchos habitantes de Wadowice acudían
allí, y esto tenía un reflejo en la difundida devoción al Escapulario de la
Virgen del Carmen. También yo lo recibí, creo que cuando tenía diez años; y aún
lo llevo. Se iba a los carmelitas también para las confesiones. De ese modo,
tanto en la iglesia parroquial, como en la del Carmen se formó mi devoción
mariana durante los años de la infancia y de la adolescencia”.
Ya como Papa, esa devoción
se tradujo en un hecho significativo, que recuerda el padre carmelita Enrique
Llamas: “Él ostenta el récord entre todos los Papas por el número de documentos
marianos publicados, y en particular por el número de documentos sobre la
Virgen del Carmen, el Escapulario, y los Carmelitas”.
Y otro dato: cuando la
reforma litúrgica implantada por el San Pablo VI en 1969 relegó la festividad
de la Virgen del Carmen al rango litúrgico de “memoria libre”, Karol Wojtyla,
ya arzobispo de Cracovia, fue uno de los numerosos obispos del mundo que
escribieron a la Santa Sede que fuese restablecida y conservase al menos el
rango de “memoria obligatoria“, como finalmente se hizo.
La razón de esta preferencia
por la advocación del Carmen no es solamente pietista o referida a su devoción
infantil, sino profundamente teológica, en cuanto arraiga en el simbolismo
bíblico del Monte Carmelo. Así lo expresó el mismo san Juan Pablo II el 16 de
julio de 2000, en el rezo del Angelus en el Valle de Aosta, donde se encontraba
pasando unos días de descanso: “Al
contemplar estas montañas mi mente acude hoy al Monte Carmelo, cantado en la
Biblia por su belleza. Y es que celebramos la fiesta de la bienaventurada
Virgen del Monte Carmelo. Sobre ese monte, el santo profeta Elías defendió con
arrojo la integridad y la pureza de la fe del pueblo elegido del Dios vivo. En
esta misma montaña reuniéronse algunos ermitaños que se dedicaron a la
contemplación y a la penitencia. El Carmelo indica simbólicamente el monte de
la plena adhesión a la voluntad divina. Todos estamos llamados a escalar esta
montaña…”.
Si alguien encarna esa
adhesión a la voluntad divina es la mujer del Fiat a la Encarnación redentora. Y si alguien encarna el auxilio
para encaramarnos a ese monte, es la mediadora de todas las gracias. La Virgen
del Carmen, esa que, según propia confesión, constituía “toda la fuerza” del
Papa Wojtyla.
(Religión
en Libertad)
lunes, 11 de julio de 2022
El infierno como rechazo definitivo de Dios
Dios es
Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre,
llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su
amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él.
Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana
cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios
infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el
hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura
condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias
nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en "un
infierno".
Con
todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última
consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la
situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del
Padre incluso en el último instante de su vida.
La
redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que corresponde al hombre
acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado "de acuerdo con sus
obras" (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta
el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde
"será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41)
o como la gehenna de "fuego que no se apaga" (Mc 9, 43). Todo ello es
expresado, con forma de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se
precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de
retorno o de mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19_31).
También
el Apocalipsis representa figurativamente en un "lago de fuego" a los
que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de
una "segunda muerte" (Ap 20, 13 ss). Por consiguiente, quienes se
obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a "una ruina eterna,
alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Ts 1,
9).
Las
imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben
interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una
vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega
a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida
y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la
Iglesia católica: "Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger
el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre
por nuestra propia y libre elección. Este estado de auto exclusión definitiva
de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la
palabra infierno" (n. 1033).
Por
eso, la "condenación" no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios,
dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los
seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La
"condenación" consiste precisamente en que el hombre se aleja
definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que
sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.
La fe
cristiana enseña que, en el riesgo del "sí" y del "no" que
caracteriza la libertad de las criaturas, alguien ha dicho ya "no".
Se trata de las criaturas espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios
y a las que se llama demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800_801). Para
nosotros, los seres humanos, esa historia resuena como una advertencia: nos
exhorta continuamente a evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a
vivir nuestra vida según el modelo de Jesús, que siempre dijo "sí" a
Dios.
La
condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin
especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado
implicados efectivamente en ella. El pensamiento del infierno y mucho menos la
utilización impropia de las imágenes bíblicas no debe crear psicosis o
angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad,
dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el
Espíritu de Dios, que nos hace invocar "Abbá, Padre" (Rm 8, 15; Ga 4,
6).
Esta
perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja
eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia, como lo atestiguan, por
ejemplo, las palabras del Canon Romano: "Acepta, Señor, en tu bondad, esta
ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (...), líbranos de la
condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos".
San Juan Pablo II
domingo, 19 de junio de 2022
Corpus Christi: una globalización del amor
Así se expresó Juan Pablo II en la Solemnidad de Corpus Christi de 1998, el 11 de junio, dos años antes del año 2000. Ya se hablaba de la globalización y la Eucaristía, el don por excelencia, es una promesa desde el principio de la historia de la humanidad e incluye a todos los pueblos, todos los tiempos. Una globalización del amor.
Oh Jesús, alimento sobrenatural de las almas, a ti
llega este inmenso pueblo. Se vuelven para penetrar en su vocación humana y
cristiana de nuevo impulso, de virtud interior, con disposición al sacrificio,
del que Tú diste inimitable sabiduría y ejemplo, con la palabra y el ejemplo. Hermano nuestro primogénito, Tú has precedido, oh
Cristo Jesús, los pasos de cada hombre, has perdonado las faltas de cada uno; a
todos y cada uno los elevas a un testimonio de vida más noble, más convencido,
más activo. Oh Jesús, panis vere, único alimento
sustancial de las almas, reúne a todos los pueblos alrededor de Tu mesa: es la
realidad divina en la tierra, es una prenda de los favores celestiales, es la
seguridad de la justa comprensión entre los pueblos y de la competencia
pacífica para el verdadero progreso de la civilización. Alimentados por Ti y de Ti, oh Jesús, los hombres y
mujeres serán fuertes en la fe, alegres en la esperanza, activos en las muchas
aplicaciones de la caridad.
sábado, 11 de junio de 2022
De San Juan Pablo II a la Santísima Trinidad
¡Gloria y alabanza a ti, Santísima Trinidad, único y
eterno Dios!
Bendito seas, Padre, que en Tu infinito Amor nos has
dado a Tu Hijo Unigénito, hecho carne por obra del Espíritu Santo en el seno
purísimo de la Virgen María y nacido en Belén hace dos mil años. Él se hizo
nuestro Compañero de viaje y dio nuevo significado a la historia, que es un
camino recorrido juntos en las penas y los sufrimientos, en la fidelidad y el
amor, hacia los cielos nuevos y la tierra nueva en los cuales Tú, vencida la
muerte, serás Todo en todos.
¡Gloria y alabanza a Ti, Santísima Trinidad, Único y
Eterno Dios!
Que por tu gracia, Padre, este tiempo sea un tiempo de
conversión y de gozoso retorno a Ti; que sea un tiempo de reconciliación entre
los hombres y de nueva concordia entre las naciones; un tiempo en que las
espadas se cambien por arados y al ruido de las armas le sigan los cantos de la
paz. Concédenos, Padre, poder vivir dóciles a la voz del Espíritu, fieles en el
seguimiento de Cristo, asiduos en la escucha de la Palabra y en el acercarnos a
las fuentes de la gracia.
¡Gloria y alabanza a Ti, Santísima Trinidad, Único y
Eterno Dios!
Sostén, Padre, con la fuerza del Espíritu, los
esfuerzos de la Iglesia en la nueva evangelización y guía nuestros pasos por
los caminos del mundo, para anunciar a Cristo con la propia vida orientando
nuestra peregrinación terrena hacia la Ciudad de la Luz. Que los discípulos de
Jesús brillen por su amor hacia los pobres; que sean solidarios con los
necesitados y generosos en las obras de misericordia; que sean indulgentes con
los hermanos para alcanzar de Ti ellos mismos indulgencia y perdón.
¡Gloria y alabanza a Ti, Santísima Trinidad, Único y
Eterno Dios!
Concede, Padre, que los discípulos de Tu Hijo, purificada
la memoria y reconocidas las propias culpas, sean una sola cosa para que el
mundo crea. Se extienda el diálogo entre los seguidores de las grandes
religiones y todos los hombres descubran la alegría de ser hijos tuyos. A la
voz suplicante de María, Madre de todos los hombres, se unan las voces orantes
de los apóstoles y de los mártires cristianos, de los justos de todos los
pueblos y de todos los tiempos, para que este tiempo sea para cada uno y para
la Iglesia causa de renovada esperanza y de gozo en el Espíritu.
¡Gloria y alabanza a Ti, Santísima Trinidad, Único y
Eterno Dios!
A Ti, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del
hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia. En el
Espíritu que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los
siglos de los siglos. Amén.
San Juan Pablo II
sábado, 4 de junio de 2022
San Juan Pablo II en Pentecostés
En los últimos días de su
vida terrena, Jesús prometió a sus discípulos el don del Espíritu Santo como su
verdadera herencia, continuación de su misma presencia. Pentecostés, descrito
por los Hechos de los Apóstoles, es el acontecimiento que hace evidente y
público, cincuenta días después, este don que Jesús hizo a los suyos la tarde
misma del día de Pascua.
La Iglesia de Cristo está
siempre, por decirlo así, en estado de Pentecostés. Siempre reunida en el
Cenáculo para orar, está, al mismo tiempo, bajo el viento impetuoso del
Espíritu, siempre en camino para anunciar. La Iglesia se mantiene perennemente
joven y viva, una, santa, católica y apostólica, porque el Espíritu desciende
continuamente sobre ella para recordarle todo lo que su Señor le dijo, y para
guiarla a la verdad plena.
Al mirar a María y a José,
que presentan al Niño en el templo o que van en peregrinación a Jerusalén, los
padres cristianos pueden reconocerse mientras participan con sus hijos en la
Eucaristía dominical o se reúnen en sus hogares para rezar. A este propósito,
me complace recordar el programa que, hace años, vuestros obispos propusieron
desde Nin: "La familia católica
croata reza todos los días y el domingo celebra la Eucaristía". Para que
esto pueda suceder, es de fundamental importancia el respeto del carácter
sagrado del día festivo, que permite a los miembros de la familia reunirse y
juntos dar a Dios el culto debido.
La familia requiere hoy una
atención privilegiada y medidas concretas que favorezcan y tutelen su
constitución, desarrollo y estabilidad. Pienso en los graves problemas de la
vivienda y del empleo, entre otros. No hay que olvidar que, ayudando a la
familia, se contribuye también a la solución de otros graves problemas, como
por ejemplo la asistencia a los enfermos y a los ancianos, el freno a la
difusión de la criminalidad, y un remedio contra la droga.
La sociedad actual está
dramáticamente fragmentada y dividida. Precisamente por eso, está tan
profundamente insatisfecha. Pero el cristiano no se resigna al cansancio y a la
inercia. Sed el pueblo de la esperanza. Sed un pueblo que reza: "Ven,
Espíritu, desde los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que
revivan" (Ez 37, 9). Sed un pueblo que cree en las palabras que nos dijo
Dios y que se realizaron en Cristo: "Infundiré mi espíritu en vosotros y
viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo
y lo hago" (Ez 37, 14).
Cristo desea que todos sean
uno en él, para que en todos esté la plenitud de su alegría. También hoy
expresa este deseo para la Iglesia que somos nosotros. Por eso, juntamente con
el Padre, envió al Espíritu Santo. El Espíritu actúa de forma incansable para
superar toda dispersión y sanar toda herida.
San Pablo nos ha recordado
que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí" (Ga 5, 22-23). El Papa
invoca estos dones para todos los que participáis en esta celebración y que
aquí renováis vuestro compromiso de dar testimonio de Cristo y de su Evangelio.
"¡Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor!" (Aleluya). ¡Ven, Espíritu Santo! Amén.
San Juan Pablo II
Santa Misa para las familias en Rijeka,
Croacia
Domingo de Pentecostés, 8 de junio de
2003
sábado, 28 de mayo de 2022
La Ascensión de Jesús, misterio anunciado
Los símbolos de fe más antiguos ponen después del
artículo sobre la Resurrección de Cristo, el de su Ascensión. A este respecto
los textos evangélicos refieren que Jesús Resucitado, después de haberse
aparecido a sus discípulos durante cuarenta días en lugares diversos, se
sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para
subir al Cielo, completando así el “retorno al Padre” iniciado ya con la
Resurrección de entre los muertos.
Jesús anunció su Ascensión (o regreso al Padre)
hablando de ella con la Magdalena y con los discípulos en los días pascuales y
en los anteriores a la Pascua.
Si queremos examinar brevemente el contenido de los
anuncios transmitidos, podemos advertir que la Ascensión al Cielo constituye la
etapa final de la peregrinación terrena de Cristo, Hijo de Dios, consustancial
al Padre, que se hizo hombre por nuestra salvación.
Hacia el final de su ministerio, cerca ya la Pascua,
Jesús repitió claramente que era Él el que abriría a la humanidad el acceso a
la “Casa del Padre” por medio de su Cruz: “Cuando sea levantado en la tierra,
atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12, 32).
La presencia invisible de Cristo se actúa en la
Iglesia también de modo sacramental. En el centro de la Iglesia se encuentra la
Eucaristía. Cuando Jesús anunció su institución por vez primera, muchos “se
escandalizaron” (cf. Jn 6, 61), ya que hablaba de “Comer su Cuerpo y beber su
Sangre”. Pero fue entonces cuando Jesús reafirmó: “¿Esto os escandaliza? ¿Y
cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?... El Espíritu es
el que da la vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6, 61-63).
Jesús habla aquí de su Ascensión al Cielo: cuando su
Cuerpo terreno se entregue a la muerte en la Cruz, se manifestará el Espíritu
“que da la vida”. Cristo subirá al Padre, para que venga el Espíritu. Y, el día
de Pascua, el Espíritu glorificará el Cuerpo de Cristo en la Resurrección. El
día de Pentecostés el Espíritu sobre la Iglesia para que, renovado en la
Eucaristía el Memorial de la Muerte de Cristo, podamos participar en la nueva
vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este modo prepararnos para
entrar en las “moradas eternas”, donde nuestro Redentor nos ha precedido para
prepararnos un lugar en la “Casa del Padre” (Jn 14, 2).
San Juan Pablo II
Audiencia
General del miércoles 5 de abril de 1989
sábado, 21 de mayo de 2022
El mandamiento del amor
En el antiguo Israel el mandamiento fundamental del
amor a Dios estaba incluido en la oración que se rezaba diariamente: «El Señor
es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Queden en tu corazón estos
mandamientos que te doy hoy. Se los repetirás a tus hijos y les hablarás
siempre de ellos, cuando estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes y
cuando te levantes» (Dt 6, 4-7)
El mandamiento del Deuteronomio no cambia en la
enseñanza de Jesús, que lo define «el mayor y el primer mandamiento», uniéndole
íntimamente el del amor al prójimo (cf. Mt 22, 4-40). Al volver a proponer ese
mandamiento con las mismas palabras del Antiguo Testamento, Jesús muestra que
en este punto la Revelación ya había alcanzado su cima.
Al mismo tiempo, precisamente en la persona de Jesús
el sentido de este mandamiento asume su plenitud. En efecto, en Él se realiza
la máxima intensidad del amor del hombre a Dios. Desde entonces en adelante
amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas,
significa amar al Dios que se reveló en Cristo y amarlo participando del amor
mismo de Cristo, derramado en nosotros «por el Espíritu Santo, que nos ha sido
dado» (Rm 5, 5).
La caridad constituye la esencia del «mandamiento»
nuevo que enseñó Jesús. En efecto, la caridad es el alma de todos los
mandamientos, cuya observancia es ulteriormente reafirmada, más aún, se
convierte en la demostración evidente del amor a Dios: «En esto consiste el
amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5, 3). Este amor, que es
a la vez amor a Jesús, representa la condición para ser amados por el Padre:
«El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ame, será amado de mi Padre; y Yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21).
El amor a Dios, que resulta posible gracias al don
del Espíritu, se funda, por tanto, en la mediación de Jesús, como Él mismo
afirma en la oración sacerdotal: «Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo
seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos
y yo en ellos» (Jn 17, 26). Esta mediación se concreta sobre todo en el don que
Él ha hecho de su vida, don que por una parte testimonia el amor mayor y, por
otra, exige la observancia de lo que Jesús manda: «Nadie tiene mayor amor que
el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo
os mando» (Jn 15, 13-14).
La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que
es Jesús, el Hijo de Dios entregado por nosotros. La capacidad de amar como
Dios ama se ofrece a todo cristiano como fruto del misterio pascual de muerte y
Resurrección.
La Iglesia ha expresado esta sublime realidad
enseñando que la caridad es una virtud teologal, es decir, una virtud que se
refiere directamente a Dios y hace que las criaturas humanas entren en el
círculo del amor trinitario. En efecto, Dios Padre nos ama como ama Cristo,
viendo en nosotros Su imagen. Ésta, por decirlo así, es dibujada en nosotros
por el Espíritu Santo, que como un artista de iconos la realiza en el tiempo.
También es el Espíritu Santo quien traza en lo más
íntimo de nuestra persona las líneas fundamentales de la respuesta cristiana.
El dinamismo del amor a Dios brota de una especie de «con-naturalidad»
realizada por el Espíritu Santo, que nos «diviniza», según el lenguaje de la
tradición oriental.
Con la fuerza del Espíritu Santo, la caridad anima
la vida moral del cristiano, orienta y refuerza todas las demás virtudes, las
cuales edifican en nosotros la estructura del hombre nuevo. Como dice el
Catecismo de la Iglesia Católica, «el ejercicio de todas las virtudes está
animado e inspirado por la caridad. Esta es el "vínculo de la
perfección" (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las
ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad
asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección
sobrenatural del amor divino» (n. 1827). Como cristianos, estamos siempre
llamados al amor.
San Juan Pablo II
Audiencia del miércoles 13 de octubre de 1999
domingo, 8 de mayo de 2022
Oración de San Juan Pablo II al Buen Pastor
Buen
Pastor, enseña a los jóvenes de todo el mundo lo que significa «dar» su vida
mediante la vocación y la misión. Como enviaste a los Apóstoles a predicar el
Evangelio hasta los confines de la tierra, lanza ahora tu desafío a la juventud
de la Iglesia para que cumpla la gran misión de darte a conocer a cuantos aún
no han oído hablar de Ti. Da a estos jóvenes la valentía y la generosidad de
los grandes misioneros del pasado, de suerte que, a través del testimonio de su
fe y su solidaridad con todos sus hermanos y hermanas necesitados, el mundo
descubra la verdad, la bondad y la belleza de la vida que sólo Tú puedes dar.San
Juan Pablo II
domingo, 1 de mayo de 2022
San José Obrero, patrono de los trabajadores
El 1 de mayo, la Iglesia Católica celebra la fiesta
de San José Obrero, Padre y Custodio del Señor, a quien hoy recordamos como
“patrono de los trabajadores”, en virtud que él conoció muy bien el mundo del
trabajo: fue carpintero, y con su sudor procuró el sustento diario a su familia
-la Sagrada Familia-. Esta celebración coincide con el Día Mundial del Trabajo.
La fiesta de San José Obrero fue instituida en 1955 por el Venerable Papa Pío
XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
Por su parte, San Juan Pablo II, en su encíclica
dedicada a los trabajadores, la “Laborem exercens”, destacaba que
“mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a
las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en
un cierto sentido ‘se hace más hombre’”. Con estas palabras, el Papa santo
manifestaba la importancia de San José en la comprensión y santificación del
trabajo, es decir, cuán importante es la figura de San José en el camino por el
que los seres humanos podemos santificarnos y ser felices a través del trabajo
concreto que les toque desempeñar.
Posteriormente, durante el Jubileo de los
Trabajadores del año 2000, el Papa polaco añadía: “Queridos trabajadores,
empresarios, cooperadores, agentes financieros y comerciantes, unid vuestros
brazos, vuestra mente y vuestro corazón para contribuir a construir una
sociedad que respete al hombre y su trabajo… El hombre vale más por lo que es
que por lo que tiene. Cuanto se realiza al servicio de una justicia mayor, de
una fraternidad más vasta y de un orden más humano en las relaciones sociales,
cuenta más que cualquier tipo de progreso en el campo técnico”.
San José es modelo e inspiración para todo ser
humano que desea asumir el trabajo desde una perspectiva espiritual. En ese
sentido, el trabajo debe ser siempre una actividad auténticamente humana, que
brinde realización y satisfacción al corazón humano y no sea solo medio para
producir “cosas”. Sin su sentido sobrenatural el trabajo se convierte en
ocasión de nuevas esclavitudes, instrumentalización o manipulación.
Por eso, como San José, cada persona que trabaja
debe mirar al Cielo y trascender lo puramente material, que siendo importante
no lo agota todo. Es Dios quien corona todo esfuerzo en búsqueda del bien común
y la plenitud. San José, obrero y trabajador, es poderoso intercesor frente a
la injusticia, ayuda para que no falte lo necesario y brinda asistencia a
quienes están desempleados o en búsqueda de un nuevo trabajo.
domingo, 24 de abril de 2022
San Juan Pablo II y la devoción de la Divina Misericordia
La fiesta que celebramos el Domingo II de
Pascua es, de entre todas las formas de la devoción a la Divina Misericordia,
la que tiene mayor rango.
Jesús habló por primera vez a Santa Faustina
de instituir esta fiesta el 22 de febrero de 1931 en Plock el mismo día en que
le pidió que pintara su imagen y le dijo: “Yo deseo que haya una Fiesta de la
Divina Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea
bendecida con solemnidad el primer Domingo después de la Pascua de
Resurrección; ese Domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia”.
Durante los años posteriores, Jesús le
repitió a Santa Faustina este deseo en catorce ocasiones, definiendo
precisamente la ubicación de esta fiesta en el calendario litúrgico de la
Iglesia, el motivo y el objetivo de instituirla, el modo de prepararla y
celebrarla, así como las gracias a ella vinculada.
Por fin, el 30 de abril del año 2000,
coincidiendo con la canonización de Santa Faustina, “Apóstol de la Divina
Misericordia”, san Juan Pablo II instituyó oficialmente la Fiesta de la Divina
Misericordia a celebrarse todos los años en esa misma fecha: Domingo siguiente
a la Pascua de Resurrección.
Con la institución de esta Fiesta, san Juan
Pablo II concluyó la tarea asignada por Nuestro Señor Jesús a Santa Faustina en
Polonia, 69 años atrás, cuando en febrero de 1931 le dijo: “Deseo que haya una
Fiesta de la Misericordia”. Dicha Fiesta
constituye uno de los elementos centrales del Mensaje de la Divina Misericordia
según le fuera revelado por nuestro Señor a Sor Faustina.
domingo, 17 de abril de 2022
Último mensaje de Pascua de San Juan Pablo II (año 2005)
Domingo, 27 marzo 2005 (ZENIT.org).-
Publicamos el mensaje que Juan Pablo
II ha dirigido para esta Pascua de este año, leído en su nombre por el cardenal
Angelo Sodano, secretario de Estado, al final de la misa del domingo de
Resurrección, celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano.
1. Mane nobiscum, Domine!
¡Quédate con nosotros, Señor! (cf. Lc 24,29).
Con estas palabras, los discípulos de Emaús
invitaron al misterioso Viandante a quedarse con ellos al caer de la tarde
aquel primer día después del sábado en el que había ocurrido lo increíble.
Según la promesa, Cristo había resucitado;
pero ellos aún no lo sabían.
Sin embargo, las palabras del Viandante
durante el camino habían hecho poco a poco enardecer su corazón.
Por eso lo invitaron: «Quédate con nosotros».
Después, sentados en torno a la mesa para la
cena, lo reconocieron “al partir el pan”.
Y, de repente, él desapareció.
Ante ellos quedó el pan partido, y en su
corazón la dulzura de sus palabras.
2. Queridos hermanos y hermanas, la Palabra y
el Pan de la Eucaristía, misterio y don de la Pascua, permanecen en los siglos
como memoria perenne de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
También nosotros hoy, Pascua de Resurrección,
con todos los cristianos del mundo repetimos: Jesús, crucificado y resucitado,
¡quédate con nosotros!
Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo
seguro de la humanidad en camino por las sendas del tiempo.
Tú, Palabra viviente del Padre, infundes
confianza y esperanza a cuantos buscan el sentido verdadero de su existencia.
Tú, Pan de vida eterna, alimentas al hombre
hambriento de verdad, de libertad, de justicia y de paz.
3. Quédate con nosotros, Palabra viviente del
Padre, y enséñanos palabras y gestos de paz: paz para la tierra consagrada por
tu sangre y empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes; paz para los
Países de Oriente Medio y África, donde también se sigue derramando mucha
sangre; paz para toda la humanidad, sobre la cual se cierne siempre el peligro
de guerras fratricidas.
Quédate con nosotros, Pan de vida eterna,
partido y distribuido a los comensales: danos también a nosotros la fuerza de
una solidaridad generosa con las multitudes que, aun hoy, sufren y mueren de
miseria y de hambre, diezmadas por epidemias mortíferas o arruinadas por
enormes catástrofes naturales.
Por la fuerza de tu Resurrección, que ellas
participen igualmente de una vida nueva.
4. También nosotros, hombres y mujeres del
tercer milenio, tenemos necesidad de Ti, Señor resucitado.
Quédate con nosotros ahora y hasta al fin de
los tiempos.
Haz que el progreso material de los pueblos
nunca oscurezca los valores espirituales que son el alma de su civilización.
Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino.
Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos,
porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68).
Mane nobiscum, Domine! ¡Alleluia!
[Traducción
del original italiano distribuida por la Santa Sede]
domingo, 10 de abril de 2022
San Juan Pablo II en Domingo de Ramos 1992
Es admirable la liturgia del Domingo de
Ramos, como admirables fueron también los acontecimientos de la jornada a que
hace referencia.
Sobre el entusiástico "hosanna" se
ciernen espesas tinieblas. Las tinieblas de la Pasión que se aproxima. Cuán
significativas resultan las palabras del profeta, que en esa jornada tienen su
cumplimiento:
"No temas, ciudad de Sión mira que tu Rey llegamontado en un borrico"(Jn 12,13; cf. Zc 9,9)
¿Puede en este día de júbilo general del
pueblo a causa de la venida del Mesías, la ciudad de Sión tener motivo de
temor? Por supuesto que sí. Cercano está ya el tiempo en que en labios de Jesús
se cumplirán las palabras del salmista: "Dios mío, Dios Mío, ¿por qué me
has abandonado?" (Sal 21(22),2. Él va a ser quien pronuncie estas mismas
palabras desde lo alto de la cruz.
Para entonces, en vez del entusiasmo del
pueblo que canta "hosanna", seremos testigos de las burlas inferidas
en la casa de Pilato, en el Gólgota, como proclama el salmista:
"Al verme se burlaban de mí, hacen visajes, mueven la cabeza:Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;que lo libere si tanto lo quiere"(ibid. 8 ss.)
La liturgia de este día. Domingo de Ramos, a
la vez que nos permite contemplar la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén,
nos lleva a la conclusión de su pasión.
"Me taladrarán las manos y pies, y puedo contar mis huesos"Y poco después "... se reparten mi ropa,se sortean mi túnica" (Sal 21(22),
17-19)
Es como si el salmista estuviese viendo con
sus propios ojos los acontecimientos del Viernes Santo. Verdaderamente, en ese
día ya próximo Cristo se hará obediente hasta la muerte y muerte de cruz (cf.
Flp 2,8).
Sin embargo, precisamente este desenlace
significa el comienzo de la exaltación. La exaltación de Cristo implica su
previa humillación. El inicio y la fuente de la gloria está en la cruz.
SanJuan Pablo II
Domingo de Ramos de 1992
"No temas, ciudad de Sión
"Al verme se burlaban de mí,
"Me taladrarán las manos y pies,
sábado, 2 de abril de 2022
A 17 años de la pascua de San Juan Pablo II
Este 2 de abril conmemoramos 17 años del
fallecimiento de San Juan Pablo II, el Papa polaco que estuvo al frente de la
Iglesia Católica por 26 años y 5 meses. Recordado como el “Papa peregrino”, fue
un gran defensor de las familias y amado por los jóvenes.
San Juan Pablo II falleció el 2 de abril de
2005 a las 21:37 horas, la noche previa al Domingo de la Divina Misericordia
que él mismo instituyó y de la que fue muy devoto.
Pocos minutos después, Mons. Leonardo Sandri,
que entonces era el Sustituto de la Secretaría de Estado de la Santa Sede,
anunció la noticia a miles de personas congregadas en la Plaza de San Pedro y
al resto del mundo, que seguía las últimas horas del Pontífice a través de los
medios de comunicación.
Desde aquella noche hasta el 8 de abril, día
en que se celebraron las exequias del difunto pontífice, más de tres millones
de peregrinos rindieron homenaje al papa polaco, haciendo incluso 24 horas de
cola para poder acceder a la Basílica de San Pedro.
El 28 de abril, Benedicto XVI dispensó del
tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de
beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficialmente
el Cardenal Camillo Ruini, vicario general para la diócesis de Roma, el 28 de
junio de 2005.
Benedicto XVI lo beatificó el 1 de mayo de
2011 y fue canonizado por el Papa Francisco el 27 de abril del 2014 junto a San
Juan XIII.
San Juan Pablo II lideró el tercer
pontificado más largo en los más de 2.000 años de historia de la Iglesia,
realizando 104 viajes apostólicos fuera de Italia y 146 en ese país.
Impulsó las Jornadas Mundiales de la Juventud
en las que se reunió con millones de jóvenes de todo el mundo e inauguró los
Encuentros Mundiales de las Familias.
(Redacción de ACI Prensa)
sábado, 19 de marzo de 2022
San José, el hombre justo
"El ángel Gabriel fue enviado por
Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una Virgen, desposada con un
hombre llamado José, de la estirpe de David; la Virgen se llamaba María" (Lc 1, 26-27).
En el relato de la Anunciación, al lado de la
Virgen Santísima aparece su esposo, José, el gran Santo al que precisamente hoy
veneramos.
Al lado de Jesús veis la dulce figura de
María, su Madre y Madre nuestra, sentís la serena presencia de José, el hombre
"justo" (Mt 1, 19), que en laborioso silencio provee a las
necesidades de toda la familia.
Hoy, 19 de marzo, se detiene en él, sobre
todo, la mirada del corazón para admirar sus dotes de discreción y de
disponibilidad, de laboriosidad y de valentía, que circundan su bondadosa
figura con una aureola de cautivadora simpatía. Toda la tradición ha visto en
San José al Patrono y Protector de la comunidad de los creyentes; su poderosa
intercesión acompaña y protege el camino de la Iglesia en el curso de la historia.
Él la defiende de los peligros, la sostiene en las luchas y sufrimientos, le
señala el camino, le obtiene alientos y consuelos.
Tened confianza en este Santo tan grande y
tan humilde. Partícipe como es del misterio de María y de su Hijo divino, él os
guiará dulcemente y con seguridad a la comprensión de este misterio de
salvación, y llevará a cumplimiento cuanto de hermoso ―a la luz de Dios― desea
vuestro corazón.
San José con el ejemplo de su vida, os habla
también a vosotros, jóvenes de hoy, y os invita a dar en el mundo testimonio de
vuestro amor a Cristo, de vuestra honestidad y coherencia, de vuestro
compromiso para construir una sociedad más justa y más humana.
San Juan Pablo II
19
de marzo de 1986
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