lunes, 27 de abril de 2015

A un año de la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII

Hace un año, el 27 de abril de 2014, el Papa Francisco declaró santos a San Juan Pablo II y San Juan XXIII durante una Misa concelebrada por más de mil pastores entre cardenales, obispos y sacerdotes, incluyendo al Pontífice Emérito Benedicto XVI, y ante un aproximado de 800 mil peregrinos.

En aquella ocasión el Papa Francisco resaltó que “en la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad al Espíritu”.

Mientras que a San Juan Pablo II lo definió como “el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene”.

Finalmente el Papa Francisco pidió que “ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.
La Santa Sede estimó que medio millón de personas se concentró en la Plaza de San Pedro y las vías adyacentes, mientras que otras 300.000 personas siguieron el acto a través de las distintas pantallas gigantes distribuidas por la ciudad de Roma.

Un total de 870 sacerdotes distribuyeron la comunión a los fieles y unos 2.000 millones de personas siguieron la celebración en todo el mundo.

Los peregrinos fueron a la Plaza de San Pedro con multitud de banderas y pancartas. En la noche previa, cientos de miles participaron en las vigilias de oración que se celebraron en iglesias del centro de Roma en distintos idiomas.
Fuente: aciprensa

miércoles, 22 de abril de 2015

María, Madre de Dios y Madre de la Misericordia

"...Dirigimos nuestra mirada a María Santísima, a la que hoy invocamos con el título dulcísimo de "Mater Misericordiae". María es "Madre de la Misericordia" porque es la Madre de Jesús, en El que Dios reveló al mundo su "Corazón" rebosante de Amor. La compasión de Dios por el hombre se comunicó al mundo mediante la Maternidad de la Virgen María. Iniciada en Nazaret por obra del Espíritu Santo, la Maternidad de María culminó en el misterio pascual, cuando fue asociada íntimamente a la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo Divino. Al pie de la Cruz la Virgen se convirtió en Madre de los discípulos de Cristo, Madre de la Iglesia y de toda la humanidad..." (San Juan Pablo II, Regina Coeli. Domingo 22 de abril de 2001).
San Juan Pablo II en la capilla de la Puerta del Amanecer 
(Ausros Vartai).Septiembre 1993

"...Al concluir estas consideraciones, encomendamos a María, Madre de Dios y Madre de Misericordia, nuestras personas, los sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los estudiosos de moral. María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia mayor radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el Amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su Misericordia para nosotros es Redención. Esta Misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su Voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la Misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su Amor y nos conduce al Padre en el Espíritu." (San Juan Pablo II. "Veritaris Splendor" , n. 118) 
(Fuente: El Camino de María)

sábado, 11 de abril de 2015

Actos de consagración a la Divina Misericordia

Dios, Padre misericordioso, que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo
y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador,
te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.
Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal;
haz que todos los habitantes de la tierra experimenten tu misericordia,
para que en ti, Dios uno y trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza.
Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo,
ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Amén.


 Oh Jesús Misericordioso, 
tu bondad es infinita y los tesoros de tu gracia son inagotables.
Me abandono a tu Misericordia que sobrepuja a todas tus obras, 
me consagro enteramente a Ti para vivir bajo los rayos de tu gracia 
y de tu amor que brotaron de tu Corazón traspasado en la Cruz.
Quiero dar a conocer tu Misericordia
por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales,
especialmente con los pecadores, 
consolando y asistiendo a los pobres afligidos y enfermos.
Que toda la humanidad comprenda
el abismo insondable de tu Misericordia,
a fin de que poniendo toda su esperanza en ella,
pueda ensalzarla por toda la eternidad.
 Amén.


"Quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda al mundo. Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad. Os encomiendo esta tarea a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a la Iglesia, y a todos los devotos de la Misericordia divina del mundo entero. ¡Sed testigos de la misericordia!"

San Juan Pablo II