domingo, 23 de diciembre de 2012

Ya está cerca...


Faltan ya pocos días para la celebración de la Navidad del Señor y queremos vivirlos siguiendo las huellas de María y haciendo nuestros, en la medida de lo posible, los sentimientos que ella experimentó en la trémula espera del nacimiento de Jesús. Podemos intuir cuáles eran los sentimientos de María, totalmente abandonada en las manos del Señor. Ella es la mujer creyente: en la profundidad de su obediencia interior madura la plenitud de los tiempos.

Por estar enraizada en la fe, la Madre del Verbo hecho hombre encarna la gran esperanza del mundo. En ella confluye tanto la espera mesiánica de Israel como el anhelo de salvación de la humanidad entera. Preparémonos para Navidad con la fe y la esperanza de María. Dejemos que el mismo amor que vibra en su adhesión al plan divino toque nuestro corazón.

¡Oh Emmanuel! Hoy, antevíspera de la solemnidad de la santa Navidad, la liturgia se dirige al Mesías con este título. Se trata de una invocación que, en cierto sentido, resume en sí todas las de los días pasados. El Hijo de la Virgen ha recibido el nombre profético de “Emmanuel”, es decir, “Dios con nosotros”. Ese nombre recuerda la profecía hecha siete siglos antes por boca del profeta Isaías. Con el nacimiento del Mesías, Dios asegura su presencia plena y definitiva en medio de su pueblo. Esa presencia constituye la respuesta divina a la necesidad fundamental del hombre de todos los lugares y todos los tiempos.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Es necesario redescubrir el auténtico significado de la Navidad.


Cuando quedan pocos días para que los productores de champaña, fuegos de artificio, y otros productos típicos, hagan el negocio del milenio, Juan Pablo II explicó que estos gestos de alegría no son negativos, pero es importante no olvidar lo esencial: qué es lo que festejamos o, más bien, Quién es el festejado.

Las luces de las calles recuerdan un aspecto de la fiesta, el más exterior que, si bien no es negativo en sí mismo, corre el riesgo de distraer del auténtico espíritu de la Navidad, explicó el Santo Padre.

Ciertamente la Navidad se ha convertido, y con toda la razón, en la fiesta de los regalos, pues celebra el regalo por excelencia que Dios ha hecho a la humanidad en la persona de Jesús. Pero es necesario que esta tradición sea vivida en sintonía con el sentido del acontecimiento, con un estilo sencillo y sobrio, expresó el Papa.

Para hacer que esta Navidad sea única, el sucesor de Pedro propuso acompañarla con la oración, con un examen de conciencia que prepare el espíritu a recibir el perdón de Dios con el sacramento de la Reconciliación, y con gestos de caridad hacia el prójimo, especialmente, hacia los más necesitados.

Juan Pablo II explicó que la Navidad no es simplemente el recuerdo del acontecimiento enternecedor que tuvo lugar hace dos mil años, cuando, según los Evangelios, la potencia de Dios asumió la debilidad de un bebé. Se trata de una vivencia que vuelve a repetirse cada año en el corazón de los creyentes.

El misterio de la Noche Santa, que tuvo lugar históricamente hace dos mil años, se vive, como acontecimiento, en el hoy de la Liturgia.

El Verbo que hizo su morada en el seno de María, viene a tocar al corazón de cada hombre con singular intensidad en la próxima Navidad, declaró el Pontífice.

En Navidad, añadió el Santo Padre citando el Evangelio de Juan, viene al mundo la luz verdadera, la que ilumina a cada hombre; y el Año Santo del 2000 tiene por objetivo hacer llegar esta luz a toda persona y a toda situación.

Beato Juan Pablo II
Navidad 1999

sábado, 15 de diciembre de 2012

¡Alegraos! porque el Señor está cerca...


Queridos hermanas y hermanos:

«Alegraos siempre en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca».

De esta apremiante invitación a la alegría, que caracteriza la liturgia de hoy, recibe su nombre el 3er Domingo de Adviento, llamado tradicionalmente Domingo «Gaudete». En efecto, ésta es la primera palabra en latín de la misa de hoy: «Gaudete», es decir, alegraos porque el Señor está cerca.

El texto evangélico nos ayuda a comprender el motivo de nuestra alegría, subrayando el gran misterio de salvación que se realiza en Navidad. El evangelista san Mateo nos habla de Jesús, «el que ha de venir» (Mt 11, 3), que se manifiesta como el Mesías esperado mediante su obra salvífica: «Los ciegos ven y los cojos andan, (...) y se anuncia a los pobres la buena nueva» (Mt 11, 5). Viene a consolar, a devolver la serenidad y la esperanza a los que sufren, a los que están cansados y desmoralizados en su vida.

También en nuestros días son numerosos los que están envueltos en las tinieblas de la ignorancia y no han recibido la luz de la fe; son numerosos los cojos, que tienen dificultades para avanzar por los caminos del bien; son numerosos los que se sienten defraudados y desalentados; son numerosos los que están afectados por la lepra del mal y del pecado y esperan la salvación. A todos ellos se dirige la «buena nueva» del Evangelio, encomendada a la comunidad cristiana. La Iglesia proclama con vigor que Cristo es el verdadero liberador del hombre, el que lleva de nuevo a toda la humanidad al abrazo paterno y misericordioso de Dios.

«Sed fuertes, no temáis. Vuestro Dios va a venir a salvaros» (Is 35, 4).

Amadísimos hermanos y hermanas al saludaros con gran afecto, hago mías las palabras del profeta Isaías que acabamos de proclamar: «Sed fuertes, no temáis. (...) El Señor va a venir a salvaros ». Estas palabras expresan mi mejor deseo, que renuevo a todos aquellos con quienes Dios me permite encontrarme en cualquier parte del mundo.

«Sed fuertes». No temáis las dificultades que se han de afrontar en el anuncio del Evangelio. Sostenidos por la gracia del Señor, no os canséis de ser apóstoles de Cristo en nuestra ciudad que, aunque se ciernen sobre ella los numerosos peligros de la secularización típicos de las metrópolis, mantiene firmes sus raíces cristianas, de las que puede recibir la savia espiritual necesaria para responder a los desafíos de nuestro tiempo. Los frutos positivos que la misión ciudadana está produciendo, y por los que damos gracias al Señor, son estímulos para proseguir sin vacilación la obra de la nueva evangelización.

«El Espíritu del Señor (...) me ha enviado para dar la buena nueva a los pobres».

Estas palabras del Aleluya reflejan bien el clima de la misión ciudadana, en la que todos los cristianos son impulsados a llevar el Evangelio a los diversos ambientes del mundo. En efecto, su esfuerzo puede convertirlo en lugar vital de colaboración, comunión y relaciones marcadas por el respeto y la estima recíproca, por la colaboración y la solidaridad, y por el testimonio coherente con los valores morales de la propia profesión. Como recuerda la Escritura: "Un hermano ayudado por su hermano es como una plaza fuerte (cf. Pr 18, 19)» (n. 6).

«Tened paciencia (...) hasta la venida del Señor» (St 5, 7). Al mensaje de alegría, típico de este domingo «Gaudete », la liturgia une la invitación a la paciencia y a la espera vigilante, con vistas a la venida del Salvador, ya próxima.

Abramos nuestro espíritu a esa invitación; avancemos con alegría hacia el misterio de la Navidad. María, que esperó en silencio y orando el nacimiento del Redentor, nos ayude a hacer que nuestro corazón sea una morada para acogerlo dignamente. Amén.

Beato Juan Pablo II
Homilía en la Santa Misa del Domingo 13 de diciembre de 1998
Fuente: El Camino de María

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Juan Pablo II y la Virgen de Guadalupe


De todos es conocida la devoción mariana que Juan Pablo II tan intensamente experimentaba. Por ello no es extraño que varias veces se haya referido de manera específica a la Virgen de Guadalupe. Usando el registro de homilías e intervenciones papales llevado por el Vaticano, encontramos que el Papa Viajero se refirió de forma particular a Nuestra Señora de Guadalupe seis veces.

Las homilías

Cuatro de estas intervenciones han sido en las Misas que presidió en la basílica de la Virgen de Guadalupe, estas fueron en los años: 1979, 1981, 1997,1999 y 2002. En 1979 Juan Pablo II pidió la intercesión guadalupana para que la Iglesia fuera fiel al espíritu y planteamientos de la Conferencia de Obispos llevada a cabo en Medellín (Colombia) 10 años antes.

En 1981, el cardenal secretario de Estado, Agostino Casaroli, leyó la homilía papal en la Basílica. Allí se resaltó el  aspecto maternal y evangelizador de Guadalupe, «la imagen mestiza de María que une en sí dos razas, constituye un hito histórico de creatividad connatural de una nueva cultura cristiana en un país y, paralelamente, en un continente».

En 1997, con motivo de la clausura de la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos, después de exhortar a los pastores allí presentes a no olvidar su responsabilidad de anunciar el Evangelio, de hacer vida las líneas pastorales marcadas por la asamblea, desde el Vaticano expresa una sentida oración: «Haz que todos, gobernantes y súbditos, aprendan a vivir en paz, se eduquen para la paz, cumplan todo lo que exigen la justicia y el respeto de los derechos de cada hombre, para que así se consolide la paz. Escúchanos, Virgen «morenita», Madre de la Esperanza, Madre de Guadalupe»

En 1999, en el marco de la Misa conclusiva para el Sínodo de las Américas, predica una homilía en la Basílica donde expone claramente sus motivos: «he venido aquí para poner a los pies de la Virgen mestiza del Tepeyac, Estrella del Nuevo Mundo, la exhortación apostólica Ecclesia in America, que recoge las aportaciones y sugerencias pastorales de dicho Sínodo, confiando a la Madre y Reina de este Continente el futuro de su evangelización». Da un mensaje en los cuatro idiomas del continente: inglés, español, portugués y francés; termina con una oración de encomienda a la Virgen.

La homilía del 2002, es particularmente emotiva pues surge en el contexto de la canonización de Juan Diego. Allí Su Santidad describe las virtudes del mensajero de Guadalupe y hace manifiesta su solidaridad con los pueblos originarios: «deseo expresarles la cercanía de la Iglesia y del Papa hacia todos ustedes, abrazándolos con amor y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones que atraviesan».

Por Omar Árcega E.
Fuente “El observador en línea”

sábado, 8 de diciembre de 2012

El triunfo de la Gracia sobre el pecado


«Tota pulchra es, Maria, et macula originalis non est in te».

La Iglesia contempla hoy con gratitud y asombro las maravillas realizadas por el Señor en María, la Mujer a la que el pueblo cristiano aclama con las palabras de la antigua antífona: «Toda hermosa eres, María; no hay en Ti mancha del pecado original».

El misterio de gracia y de hermosura que envuelve a la Virgen Madre tiene su origen en la Ternura de Dios que, ya desde el primer instante de su existencia la preservó del pecado original y de sus consecuencias, preparándola para convertirse en la digna Madre de su Hijo. De ese modo, el Señor puso a María por encima de todas las demás criaturas, haciéndola llena de gracia, espejo admirable de su santidad.

La Inmaculada es el signo de la fidelidad de Dios, que no se rinde ante el pecado del hombre. Su plenitud de gracia nos recuerda también las inmensas posibilidades de bien de belleza, de grandeza y de gozo que están al alcance del hombre cuando se deja guiar por la Voluntad de Dios, y rechaza el pecado.

A la luz de la Mujer que el Señor nos regala como Abogada de gracia y Modelo de santidad, aprendemos a huir siempre del pecado. Pidamos a la Virgen que nos conceda la alegría de vivir bajo su mirada materna con pureza y santidad de vida.

Beato Juan Pablo II
Meditación antes del rezo del Ángelus del 8 de diciembre de 1994