Queridos hermanas y hermanos:
«Alegraos siempre
en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca».
De esta apremiante invitación a la alegría, que
caracteriza la liturgia de hoy, recibe su nombre el 3er Domingo de Adviento,
llamado tradicionalmente Domingo «Gaudete». En efecto, ésta es la primera
palabra en latín de la misa de hoy: «Gaudete», es decir, alegraos porque el
Señor está cerca.
El texto evangélico nos ayuda a comprender el motivo de
nuestra alegría, subrayando el gran misterio de salvación que se realiza en
Navidad. El evangelista san Mateo nos habla de Jesús, «el que ha de venir» (Mt
11, 3), que se manifiesta como el Mesías esperado mediante su obra salvífica:
«Los ciegos ven y los cojos andan, (...) y se anuncia a los pobres la buena
nueva» (Mt 11, 5). Viene a consolar, a devolver la serenidad y la esperanza a
los que sufren, a los que están cansados y desmoralizados en su vida.
También en nuestros días son numerosos los que están
envueltos en las tinieblas de la ignorancia y no han recibido la luz de la fe;
son numerosos los cojos, que tienen dificultades para avanzar por los caminos
del bien; son numerosos los que se sienten defraudados y desalentados; son
numerosos los que están afectados por la lepra del mal y del pecado y esperan
la salvación. A todos ellos se dirige la «buena nueva» del Evangelio,
encomendada a la comunidad cristiana. La Iglesia proclama con vigor que Cristo
es el verdadero liberador del hombre, el que lleva de nuevo a toda la humanidad
al abrazo paterno y misericordioso de Dios.
«Sed fuertes, no
temáis. Vuestro Dios va a venir a salvaros» (Is 35, 4).
Amadísimos hermanos y hermanas al saludaros con gran
afecto, hago mías las palabras del profeta Isaías que acabamos de proclamar:
«Sed fuertes, no temáis. (...) El Señor va a venir a salvaros ». Estas palabras
expresan mi mejor deseo, que renuevo a todos aquellos con quienes Dios me
permite encontrarme en cualquier parte del mundo.
«Sed fuertes». No temáis las dificultades que se han de
afrontar en el anuncio del Evangelio. Sostenidos por la gracia del Señor, no os
canséis de ser apóstoles de Cristo en nuestra ciudad que, aunque se ciernen
sobre ella los numerosos peligros de la secularización típicos de las
metrópolis, mantiene firmes sus raíces cristianas, de las que puede recibir la
savia espiritual necesaria para responder a los desafíos de nuestro tiempo. Los
frutos positivos que la misión ciudadana está produciendo, y por los que damos
gracias al Señor, son estímulos para proseguir sin vacilación la obra de la
nueva evangelización.
«El Espíritu del
Señor (...) me ha enviado para dar la buena nueva a los pobres».
Estas palabras del Aleluya reflejan bien el clima de la
misión ciudadana, en la que todos los cristianos son impulsados a llevar el
Evangelio a los diversos ambientes del mundo. En efecto, su esfuerzo puede
convertirlo en lugar vital de colaboración, comunión y relaciones marcadas por
el respeto y la estima recíproca, por la colaboración y la solidaridad, y por el
testimonio coherente con los valores morales de la propia profesión. Como
recuerda la Escritura: "Un hermano ayudado por su hermano es como una
plaza fuerte (cf. Pr 18, 19)» (n. 6).
«Tened paciencia
(...) hasta la venida del Señor» (St 5, 7). Al mensaje de alegría, típico
de este domingo «Gaudete », la liturgia une la invitación a la paciencia y a la
espera vigilante, con vistas a la venida del Salvador, ya próxima.
Abramos nuestro espíritu a esa invitación; avancemos con
alegría hacia el misterio de la Navidad. María, que esperó en silencio y orando
el nacimiento del Redentor, nos ayude a hacer que nuestro corazón sea una
morada para acogerlo dignamente. Amén.
Beato Juan Pablo II
Homilía en la Santa Misa del Domingo 13 de diciembre de
1998
Fuente: El Camino de María
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