Faltan ya pocos días para la celebración de la Navidad
del Señor y queremos vivirlos siguiendo las huellas de María y haciendo
nuestros, en la medida de lo posible, los sentimientos que ella experimentó en
la trémula espera del nacimiento de Jesús. Podemos intuir cuáles eran los
sentimientos de María, totalmente abandonada en las manos del Señor. Ella es la
mujer creyente: en la profundidad de su obediencia interior madura la plenitud
de los tiempos.
Por estar enraizada en la fe, la Madre del Verbo hecho
hombre encarna la gran esperanza del mundo. En ella confluye tanto la espera
mesiánica de Israel como el anhelo de salvación de la humanidad entera.
Preparémonos para Navidad con la fe y la esperanza de María. Dejemos que el
mismo amor que vibra en su adhesión al plan divino toque nuestro corazón.
¡Oh Emmanuel! Hoy, antevíspera de la solemnidad de la
santa Navidad, la liturgia se dirige al Mesías con este título. Se trata de una
invocación que, en cierto sentido, resume en sí todas las de los días pasados.
El Hijo de la Virgen ha recibido el nombre profético de “Emmanuel”, es decir,
“Dios con nosotros”. Ese nombre recuerda la profecía hecha siete siglos antes
por boca del profeta Isaías. Con el nacimiento del Mesías, Dios asegura su
presencia plena y definitiva en medio de su pueblo. Esa presencia constituye la
respuesta divina a la necesidad fundamental del hombre de todos los lugares y
todos los tiempos.
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