Cuando quedan pocos días para que los productores de
champaña, fuegos de artificio, y otros productos típicos, hagan el negocio del
milenio, Juan Pablo II explicó que estos gestos de alegría no son negativos,
pero es importante no olvidar lo esencial: qué es lo que festejamos o, más
bien, Quién es el festejado.
Las luces de las calles recuerdan un aspecto de la
fiesta, el más exterior que, si bien no es negativo en sí mismo, corre el
riesgo de distraer del auténtico espíritu de la Navidad, explicó el Santo
Padre.
Ciertamente la Navidad se ha convertido, y con toda la
razón, en la fiesta de los regalos, pues celebra el regalo por excelencia que
Dios ha hecho a la humanidad en la persona de Jesús. Pero es necesario que esta
tradición sea vivida en sintonía con el sentido del acontecimiento, con un
estilo sencillo y sobrio, expresó el Papa.
Para hacer que esta Navidad sea única, el sucesor de
Pedro propuso acompañarla con la oración, con un examen de conciencia que
prepare el espíritu a recibir el perdón de Dios con el sacramento de la
Reconciliación, y con gestos de caridad hacia el prójimo, especialmente, hacia
los más necesitados.
Juan Pablo II explicó que la Navidad no es simplemente el
recuerdo del acontecimiento enternecedor que tuvo lugar hace dos mil años,
cuando, según los Evangelios, la potencia de Dios asumió la debilidad de un
bebé. Se trata de una vivencia que vuelve a repetirse cada año en el corazón de
los creyentes.
El misterio de la Noche Santa, que tuvo lugar
históricamente hace dos mil años, se vive, como acontecimiento, en el hoy de la
Liturgia.
El Verbo que hizo su morada en el seno de María, viene a
tocar al corazón de cada hombre con singular intensidad en la próxima Navidad,
declaró el Pontífice.
En Navidad, añadió el Santo Padre citando el Evangelio de
Juan, viene al mundo la luz verdadera, la que ilumina a cada hombre; y el Año
Santo del 2000 tiene por objetivo hacer llegar esta luz a toda persona y a toda
situación.
Beato Juan Pablo II
Navidad 1999
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