viernes, 27 de septiembre de 2013

El lunes 30 de setiembre se anunciará la fecha de canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII

El Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, señaló que el Papa Francisco anunciará el próximo 30 de septiembre, durante un consistorio en el Vaticano, la fecha de la canonización de los Papas Juan Pablo II y Juan XXIII.

En declaraciones a Radio Vaticano, el Cardenal recordó que de regreso de Brasil, el Papa Francisco ya anunció que la canonización de los mencionados pontífices podría darse en 2014. "Una fecha precisa la dará el Santo Padre el 30 de septiembre, cuando será el Consistorio que presida. Consistorio sobre los santos, propiamente sobre estas dos canonizaciones. En ese momento el Santo Padre dirá la fecha oficial que solo él conoce".

"Quisiera decir una cosa sobre estas dos figuras: Juan XIII ha sido el gran profeta y creador del Concilio; Juan Pablo II ha sido quien lo ha puesto en práctica y lo ha desarrollado en todos sus componentes y en todas sus virtudes. Son verdaderamente dos columnas no solo de cultura cristiana sino de santidad cristiana".

El milagro que elevará a los altares de los santos a Juan Pablo II es el de una mujer costarricense que superó un aneurisma cuando ya estaba desahuciada.

En el caso de Juan XXIII, el Papa Francisco ha decidido proceder con la canonización sin necesidad de un segundo milagro, algo que aclaró el vocero del Vaticano, el Padre Federico Lombardi, quien indicó que el milagro "no es una necesidad absoluta".

Fuente: ACIprensa

martes, 24 de septiembre de 2013

De Juan Pablo II a los Mercedarios

El 25 de mayo de 1998, Juan Pablo II les expresaba a los religiosos de la Orden de la Merced:
"...Vuestro carisma os lleva a mirar solícitamente las diversas formas de esclavitud presentes en la vida actual del hombre con sus miserias morales y materiales. Ello exige de vosotros un compromiso cada vez más grande para el anuncio del Evangelio.

Como recuerda la Exhortación Apostólica Vita consecrata: «Otra provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza. La respuesta de la vida consagrada está en la profesión de la pobreza evangélica, vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad» (n. 89).

La larga tradición de vuestra orden os llama a vivir la pobreza, fortalecida y sostenida por la obediencia y la castidad, «con espíritu mercedario», es decir, como un continuo acto de amor hacia los que son víctimas de la esclavitud, como capacidad de compartir sus sufrimientos y esperanzas y como disponibilidad a la acogida cordial.

Vuestra orden, desde sus orígenes, ha venerado a la Virgen María bajo la advocación de Madre de la Merced, y la ha elegido como modelo de su espiritualidad y de su acción apostólica. Experimentando su presencia continua e imitando su disponibilidad, los mercedarios han afrontado con valor y confianza los compromisos, a menudo pesados y difíciles, de la misión redentora.

Al contemplar su gran fe y su total obediencia a la voluntad del Señor, aprendieron a leer en los acontecimientos de la historia las llamadas de Dios y a estar disponibles con generosidad renovada al servicio de las víctimas de la pobreza y de la violencia. A Ella, Mujer libre porque es llena de gracia, han dirigido su mirada para descubrir en la oración y en el amor de Dios el secreto para vivir y anunciar la libertad que Cristo nos ha adquirido con su sangre.

A las puertas de un nuevo milenio, mientras la Iglesia se prepara para celebrar los dos mil años de la Encarnación del Hijo de Dios, deseo confiar a la Madre de Dios vuestros proyectos apostólicos, las decisiones capitulares y las esperanzas que os animan, para que Ella os dé la alegría de ser instrumentos dóciles y generosos en el anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo.

Fuente: El Camino de María

sábado, 21 de septiembre de 2013

Francisco tras los pasos de Juan Pablo II

Su dramático llamado a la paz evoca el de Karol Wojtyla en 2003, pero también se inscribe en una larga tradición vaticana. Otros momentos clave en los que resonó la voz "desarmada" de los obispos de Roma

El mensaje con el cual Jorge Bergoglio convocó a una jornada de ayuno y oración por la paz en Siria –el pasado 7 de septiembre– sonó como un eco del que había formulado en 2003 el Papa polaco en un último intento por evitar la guerra de Irak.

Karol Wojtyla fue tal vez uno de los pontífices más influyentes políticamente. Durante varios años de su papado, su mensaje espiritual repercutía en el devenir político del mundo. Sin embargo, en 2003, pareció predicar en el desierto cuando advirtió: "Quien decide que se han agotado todos los medios pacíficos que el derecho internacional pone a su disposición, asume una grave responsabilidad ante Dios, ante su conciencia y ante la Historia".

Es curioso. En aquel 2003, el comité que otorga el premio Nobel de la Paz dejó pasar una oportunidad de limpiar su imagen, incurriendo en la incongruencia de negarle a Wojtyla un galardón que el mundo unánimemente le concedía in péctore al Papa, porque éste se había hecho intérprete del anhelo mayoritario. Incongruencia que luego el organismo confirmó concediéndoselo "a priori" al actual presidente estadounidense, Barack Obama.

Pese a las limitaciones que ya le imponía su enfermedad, Juan Pablo II había incluso anunciado su intención de viajar a Bagdad, algo a lo que finalmente se vio obligado a renunciar cuando las potencias que se preparaban para la guerra le hicieron saber que no garantizarían su seguridad.

"El derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad entre los Estados, el ejercicio noble de la diplomacia, son medios dignos del hombre y de las Naciones para resolver sus actos contenciosos", fue el mensaje del Papa polaco en aquel 2003. Palabras que no se han desactualizado y que constituyen todo un programa para el establecimiento de relaciones internacionales más justas y armónicas.

Ahora, nuevamente un Papa exhorta a la comunidad internacional entera "a hacer todo esfuerzo para promover, sin ulterior demora, iniciativas claras por la paz en esa nación, basadas en el diálogo y en la negociación, por el bien de la entera población siria". El llamado de Francisco no está dirigido sólo a los propios. Católicos y no católicos, creyentes y ateos, todos son destinatarios  de su convocatoria.

La diplomacia "desarmada"

"¿Cuántas divisiones tiene el Papa?", fue la despectiva pregunta de Josef Stalin cuando le solicitaron que aflojara la presión contra los católicos rusos. Pero lo cierto es que desde los tiempos de León I, llamado el Magno, que salió solo al encuentro de Atila, el rey de los hunos, y lo disuadió de marchar sobre Roma, varias veces a lo largo de la historia los papas han hecho oír sus voces en defensa de la paz, sin el respaldo de ninguna división blindada.

"Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra", fueron las palabras de advertencia de Pío XII, en un mensaje radial dirigido al mundo el 24 de agosto de 1939.

Años antes, también Benedicto XV había desarrollado una intensa acción diplomática durante la Primera Guerra Mundial a la que calificó de "inútil tragedia".

"Nuestra breve visita nos ha dado un gran honor; el de proclamar al mundo entero, desde la Sede de las Naciones Unidas '¡Paz!'. Nunca olvidaré esta hora extraordinaria. Tampoco podemos llevar a un término más apropiado que el expresar el deseo de que esta sede central de las relaciones humanas para la paz civil del mundo, sea siempre consciente y digna de este gran privilegio", decía Paulo VI en Naciones Unidas en 1965, durante su primera visita a los Estados Unidos y especialmente en referencia a la intensificación de la Guerra de Vietnam. "No más guerra, nunca más guerra. Paz, es la paz la que debe guiar los destinos del pueblo y de toda la humanidad", insistió; palabras que hoy resuenan nuevamente desde plaza San Pedro en boca de Francisco.

En 1962, le había tocado a Juan XXIII el turno de hablar contra el peligro de deflagración atómica en tiempos de la crisis de los misiles en Cuba, que enfrentó a Washington y Moscú: "Suplicamos a todos los gobernantes que no se hagan los sordos a este grito de la humanidad. Que hagan todo lo que esté en su poder para salvaguardar la paz. Evitarán así al mundo los horrores de una guerra, de la que nadie puede prever cuáles serán las terribles consecuencias".

Fuente: Foro Juan Pablo II

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Oh Virgen Santísima

Oh Virgen Santísima
Madre de Cristo y Madre de la Iglesia,
con alegría y admiración
nos unimos a tu Magnificat,
a tu canto de amor agradecido.

Contigo damos gracias a Dios,
cuya Misericordia se extiende
de generación en generación»,
por la espléndida vocación
y por la multiforme misión
confiada a los fieles laicos,
por su nombre llamados por Dios
a vivir en comunión de amor
y de santidad con Él
y a estar fraternalmente unidos
en la gran familia de los hijos de Dios,
enviados a irradiar la luz de Cristo
y a comunicar el fuego del Espíritu
por medio de su vida evangélica
en todo el mundo.

Virgen del Magnificat,
llena sus corazones
de reconocimiento y entusiasmo
por esta vocación y por esta misión.

Tú que has sido,
con humildad y magnanimidad,
«la esclava del Señor»,
danos tu misma disponibilidad
para el servicio de Dios
y para la salvación del mundo.
Abre nuestros corazones
a las inmensas perspectivas
del Reino de Dios
y del anuncio del Evangelio
a toda criatura.

En tu Corazón de Madre
están siempre presentes los muchos peligros
y los muchos males
que aplastan a los hombres y mujeres
de nuestro tiempo.
Pero también están presentes
tantas iniciativas de bien,
las grandes aspiraciones a los valores,
los progresos realizados
en el producir frutos abundantes de salvación.

Virgen valiente,
inspira en nosotros fortaleza de ánimo
y confianza en Dios,
para que sepamos superar
todos los obstáculos que encontremos
en el cumplimiento de nuestra misión.
Enséñanos a tratar las realidades del mundo
con un vivo sentido de responsabilidad cristiana
y en la gozosa esperanza
de la venida del Reino de Dios,
de los nuevos cielos y de la nueva tierra.

Tú que junto a los Apóstoles
has estado en oración
en el Cenáculo
esperando la venida del Espíritu de Pentecostés,
invoca su renovada efusión
sobre todos los fieles laicos, hombres y mujeres,
para que correspondan plenamente
a su vocación y misión,
como sarmientos de la verdadera vid,
llamados a dar mucho fruto
para la vida del mundo.

Virgen Madre,
guíanos y sostennos para que vivamos siempre
como auténticos hijos
e hijas de la Iglesia de tu Hijo
y podamos contribuir a establecer sobre la tierra
la civilización de la verdad y del amor,
según el deseo de Dios
y para su gloria. Amén

Beato Juan Pablo II
Christifideles Laici, 64
Fuente: 
El Camino de María

domingo, 15 de septiembre de 2013

La Virgen de los Dolores y Juan Pablo II

El Beato Juan Pablo II expresó en la meditación antes del rezo del Ángelus del Domingo 15 de septiembre de 1991:

"Stabat Mater dolorosa...". Hoy, 15 de septiembre en el calendario litúrgico se celebra la memoria de los dolores de la Santísima Virgen María. Esta fiesta fue precedida por la de la Exaltación de la Santa Cruz que celebramos ayer.

¡Qué desconcertante es el misterio de la Cruz! Después de haber meditado largamente en él San Pablo escribió a los cristianos de Galacia "En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo" (Ga 6, 14).

También la Santísima Virgen podría haber repetido —¡y con mayor verdad!— esas mismas palabras. Contemplando a su Hijo moribundo en el Calvario había comprendido que la "gloria" de su maternidad divina alcanzaba en aquel momento su ápice, participando directamente en la obra de la Redención. Además, había comprendido que a partir de aquel momento el dolor humano, hecho suyo por el Hijo Crucificado, adquiría un valor inestimable.

Hoy, por tanto, la Virgen de los Dolores, firme junto a la Cruz, con la elocuencia muda del ejemplo, nos habla del significado del sufrimiento en el Plan Divino de la Redención.

Ella fue la primera que supo y quiso participar en el misterio salvífico "asociándose con entrañas de madre a su sacrificio consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que Ella misma había engendrado" (Lumen gentium 58). Íntimamente enriquecida por esta experiencia inefable, se acerca a quien sufre, lo toma de la mano y lo invita a subir con Ella al Calvario y a detenerse ante el Crucificado.

En aquel cuerpo martirizado está la única respuesta convincente para las preguntas que se elevan imperiosamente desde el corazón. Y con la respuesta se recibe también la fuerza necesaria para desempeñar el propio papel en la lucha que —como escribí en la carta apostólica Salvifici doloris— opone las fuerzas del bien a las del mal (cf. n. 27). Y agregué: "Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás"

Pidamos a la Virgen de los Dolores que alimente en nosotros la firmeza de la fe y el ardor de la caridad, de forma que llevemos con valor nuestra cruz cada día (cf. Lc 9, 23) y así participemos eficazmente en la obra de la redención. "Fac ut ardeat cor meum", "¡haz que, amando a Cristo, se inflame mi corazón, para que pueda agradarle!"  Amén.

Beato Juan Pablo II

jueves, 12 de septiembre de 2013

María, camino hacia la unión plena con Dios

Recordemos una de las páginas más conocidas del Apocalipsis de Juan. En la mujer encinta, que da a luz un hijo, ante un dragón rojo como la sangre enfurecido con ella y con el que ha engendrado, la tradición cristiana, litúrgica y artística, ha visto la imagen de María, la madre de Cristo. Sin embargo, según la intención original del autor sagrado, si el nacimiento del niño representa la venida del Mesías, la mujer personifica evidentemente al pueblo de Dios, es decir, el Israel bíblico, o sea, la Iglesia. La interpretación mariana no está en contraste con el sentido eclesial del texto, ya que María es «figura de la Iglesia» (Lumen Gentium, 63; cf. San Ambrosio, «Expos. Lc», II, 7).

En lo profundo de la comunidad fiel aparece por tanto el perfil de la Madre del Mesías. Contra María y la Iglesia se levanta el dragón, que evoca a Satanás y el mal, como lo indica la simbología del Antiguo Testamento: el color rojo es signo de guerra, de masacre, de sangre derramada; las «siete cabezas» coronadas indican un poder inmenso; mientras que los «diez cuernos» evocan la fuerza impresionante de la bestia, descrita por el profeta Daniel (cf. 7,7), imagen también del poder prevaricador que amenaza a la historia.

El bien y el mal, por tanto, se enfrentan. María, su Hijo y la Iglesia representan la aparente debilidad y pequeñez del amor, de la verdad, de la justicia. Contra ellos se desencadena la monstruosa energía devastadora de la violencia, de la mentira, de la injusticia. Pero el canto que sella el pasaje nos recuerda que el veredicto definitivo es confiado a «la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo» (Apocalipsis 12, 10).

Ciertamente en el tiempo de la historia, la Iglesia puede verse obligada a refugiarse en el desierto, como el antiguo Israel en marcha hacia la tierra prometida. El desierto, entre otras cosas, es el refugio tradicional de los perseguidos, es el ámbito secreto y sereno donde se ofrece la protección divina (cf. Génesis 21, 14-19; 1Reyes 19,4-7). Ahora bien, en este refugio la mujer permanece sólo durante un período de tiempo limitado, como subraya el Apocalipsis (cf. 12,6.14). El tiempo de la angustia, de la persecución, de la prueba no es, por tanto, definitivo: al final, vendrá la liberación y será la hora de la gloria.

Contemplando este misterio desde una perspectiva mariana, podemos afirmar que «María, junto a su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia deber mirar hacia ella, que es su madre y modelo, para comprender el sentido de su propia misión en plenitud» (Congregación para la Doctrina de la Fe, «Libertatis conscientia», 22-3-1986, n. 97; cf. «Redemptoris Mater», 37).

Fijemos, entonces, nuestra mirada en María, imagen de la Iglesia peregrina en el desierto de la historia, que se dirige a la meta gloriosa de la Jerusalén celeste, donde resplandecerá como Esposa del Cordero, Cristo Señor. La Iglesia de Oriente honra a la Madre de Dios como la «Odiguitria», la que «indica el camino», es decir, Cristo, único mediador que lleva en plenitud al Padre. Un poeta francés ve en ella «la criatura en su estado original y en su lozanía final, como surgió de Dios en la mañana de su esplendor original» (Paul Claudel, «La Vierge à midi», editorial Pléiade, página 540).

En su inmaculada concepción, María es el modelo perfecto de la criatura humana, llena desde el inicio de esa gracia divina que sostiene y transfigura a la criatura (cf. Lucas 1, 28), que escoge siempre, en su libertad, el camino de Dios. De este modo, en su gloriosa asunción al cielo, María, es la imagen de la criatura llamada por Cristo resucitado a alcanzar, al final de la historia, la plenitud de la comunión con Dios en la resurrección a una eternidad bienaventurada. Para la Iglesia, que experimenta con frecuencia el peso de la historia y el asedio del mal, la Madre de Cristo es el emblema luminoso de la humanidad redimida y abrazada por la gracia que salva.

La meta última de la vicisitud humana llegará cuando «Dios sea todo en todo» (1 Corintios 15, 28) y, como anuncia el Apocalipsis, cuando «el mar deje de existir» (21, 1), para explicar que el signo del caos destructor y del mal será finalmente eliminado. Entonces la Iglesia se presentará ante Cristo como «como una novia ataviada para su esposo» (Apocalipsis 21, 2). Esa será la hora de la intimidad y del amor sin fisuras. Pero ya desde ahora, al mirar a la Virgen elevada al cielo, la Iglesia comienza a experimentar la alegría que le será ofrecida en plenitud al final de los tiempos.

En la peregrinación de fe a través de la historia, María acompaña a la Iglesia como «modelo de la comunión eclesial en la fe, en la caridad y en la unión con Cristo. Eternamente presente en el misterio de Cristo, ella está, en medio de los apóstoles, en el corazón mismo de la Iglesia naciente y de la Iglesia de todos los tiempos. Efectivamente, "la Iglesia fue congregada en el cenáculo con María, que era la Madre de Jesús, y con sus hermanos. No se puede, por tanto, hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con sus hermanos» (Congregación para la Doctrina de la Fe, «Communionis notio», 28-5-1992, n. 19; cf. San Cromacio de Aquileya, «Sermo» 30, 1).

Cantemos, entonces, nuestro himno de alabanza a María, imagen de la humanidad redimida, signo de la Iglesia que vive en la fe y en el amor, anticipando la plenitud de la Jerusalén celeste. «El genio poético de san Efrén el Sirio, llamado "la cítara del Espíritu Santo", ha cantado incansablemente a María, dejando una impronta todavía presente en toda la tradición de la Iglesia siríaca» («Redemptoris Mater», 31). Es él quien presenta a María como imagen de belleza: «Ella es santa en su cuerpo, bella en su espíritu, pura en sus pensamientos, sincera en su inteligencia, perfecta en sus sentimientos, casta, firme en sus propósitos, inmaculada en su corazón, eminente, llena de todas las virtudes» («Himnos a la Virgen María» 1,4; editorial Th. J. Lamy, «Hymni de B. Maria», Malines 1886, t. 2, col. 520). Que esta imagen resplandezca en el corazón de toda comunidad eclesial como reflejo perfecto de Cristo y que sea como un signo que se alza por encima de los pueblos, como «ciudad colocada en la cumbre de una montaña», y «lámpara sobre el candelero para que alumbre a todos» (cf. Mateo 5, 14-15).

Beato Juan Pablo II
Fuente: Catholic.net

jueves, 5 de septiembre de 2013

Juan Pablo II y la Biblia

“La Sagrada Escritura, la Biblia, es el libro de las obras de Dios y de las palabras del Dios vivo. Es un texto humano, pero escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. El Espíritu mismo es, por tanto, el primer autor de la Escritura.”
- Czestochowa, JMJ 1991 -
  
“La Constitución Dei Verbum, después de recordar que la palabra de Dios está presente tanto en los textos sagrados como en la Tradición, afirma claramente que: «La Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica». La Sagrada Escritura, por tanto, no es solamente punto de referencia para la Iglesia. En efecto, la «suprema norma de su fe» proviene de la unidad que el Espíritu ha puesto entre la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia en una reciprocidad tal que los tres no pueden subsistir de forma independiente”
- Fides et ratio, 14 de Set. de 1998 -

domingo, 1 de septiembre de 2013

Juan Pablo II regaló su anillo a los pobres de Brasil

Un vecino de la favela de Vidigal cuenta cómo, en 1980, el entonces Papa Juan Pablo II regaló su anillo a dicha comunidad Poco después de la gran revolución de la fe que pasó por Rio de Janeiro con la visita del Papa Francisco, aún cientos de peregrinos alargan sus vacaciones para conocer mejor la ciudad y el país.

Quedará el legado de lo que pudieron ser los días que cambiaron la iglesia católica y de su huella, emocional y económica, en la ciudad. Sobre esta última, según se supo tras su marcha, el Pontífice dejó un cheque de 20.000 euros para el Hospital San Francisco y otro del mismo valor para la favela de Varginha que visitó. Pero no fue el primer Papa en dejar su visita y sus regalos inolvidables en una favela. Si Francisco rompe con sus predecesores por llevar el anillo papal, conocido como Anillo de Pescador, de plata y no de oro, Juan Pablo II dejó a medio mundo boquiabierto cuando en 1980 decidió regalárselo a la favela de Vidigal. "Desde entonces, nos convertimos en la favela del Papa, no podíamos tener protección mejor", cuenta Paulo Henrique Muniz, uno de los que formaban parte del comité joven de la Asociación de Moradores que ayudó a recibir a Juan Pablo y también uno de los impulsores del intento de erigir un memorial dedicado a aquel Papa a la entrada de la favela.

Un busto y un mural de fotos deberían ser inaugurados "antes de que Juan Pablo sea canonizado", explica Paulo Henrique Muniz. Poco antes de llegar el Papa, la comunidad de Vidigal –con unas espectaculares vistas que hoy atraen diariamente a centenares de turistas- se encontraba bajo amenaza de demolición para construir varios hoteles, premonición del fenómeno que se viene repitiendo en las comunidades de la Zona Sur después de la pacificación.

 "Nos querían llevar a una región muy lejana, sin infraestructura y sin lugares de trabajo, pero nuestra lucha consiguió pararla. Y la única institución en la que buscamos ayuda fue en la Iglesia católica, que fue muy importante y estaba creando una pastoral de favelas", recuerda Muniz, que asegura que cuando se empezó a correr la voz de que el Papa iba a visitar una favela, sabían que iba a ser Vidigal porque el obispo de Rio en la época, Eugenio Salles, conocía bien la situación de la comunidad. "Por aquel entonces, el obispo recibía llamadas de los militares, puesto era aún la época de la dictadura, advirtiéndole de que no se mezclara con nosotros, a los que nos llamaban comunistas. Pero nuestra lucha era tan inocente que ni siquiera tenía lazo con partidos políticos, nunca pudieron demostrar tal extremo porque no existía", explica Muniz.

Antes de la visita del entonces pontífice, en la comunidad se preocuparon por su seguridad. "No por parte de la gente de Vidigal, nadie de aquí le iba a hacer nada, pero si alguien de fuera se infiltraba y le sucedía algo al Papa en la favela sería horrible", refresca Paulo Henrique. Así que decidieron poner a un vecino como agente de seguridad por cada policía que destinaron las autoridades. Ya entonces, Karol Wojtyla habló en la favela de que "la Iglesia desea ser la Iglesia de los pobres" y dedicó reprimendas a quienes "viven en la abundancia y el lujo". "Deben sentir remordimientos de conciencia, puede ser que sean menos hombres".

La sorpresa fue mayúscula cuando Juan Pablo se quedó sin anillo al regalarla a los vecinos de Vidigal. La alegría traía consigo una gran responsabilidad. "Era el mejor título de propiedad que podíamos tener, convertirnos en la favela del Papa y tener su anillo", reconoce Muniz. En un inicio pensaron en vender el anillo para invertir en mejorías. "Pero sólo la urbanización de todas las favelas de Rio podría pagar el precio del anillo y eso no iba a suceder". Así que decidieron quedarse con el anillo en la favela, pero muy pronto la preocupación fue otra: podrían robar el anillo si se quedaba en la comunidad. Después de comprobar que no existía una aseguradora que pudiera garantizar que no robaran el anillo, lo donaron a la Archidiócesis de Rio de Janeiro, que estaba creando un museo con todo lo que el Papa usó en aquellos días y, a cambio de guardarlo en la Catedral, pidió una réplica exacta en oro para la favela y dejó abierta a los vecinos de la favela la oportunidad de usarlo en los eventos en los que lo creyeran conveniente. 

"La réplica se quedó en la Iglesia y a todo el mundo le gustaba explicar la historia del anillo que por allí andaba. Fuimos muy inocentes y lo guardamos en un cofrecito con un candado cualquiera", cuenta Paulo Henrique. "Un día alguien que estuvo bebiendo en un bar próximo a la iglesia y escuchó a la gente hablar del anillo entró en la Iglesia y robó el anillo", explica. El obispo Salles se entristeció cuando recibió la noticia pero mandó a una joyería hacer una nueva réplica. Hoy, ocho personas (entre las que se encuentra el propio Paulo Henrique) cuidan de esa réplica quedándosela en casa rotativamente sin una periodicidad fija. "Así el anillo está a salvo y tenemos una excusa para seguir encontrándonos", reconoce sonriente Paulo Henrique, uno de los ochos custodios del anillo.

[…] La lucha de las favelas, en nuestra época, era más fuerte, hoy es más dispersa", opina. Con todo, Francisco "ha llegado muy dentro de los moradores de Vidigal […] es de nuevo el Papa de los pobres y además parece decidido a revolucionar la Iglesia.

Foro Juan Pablo II