martes, 31 de diciembre de 2013

Un año nuevo en perspectiva cristiana

-Audiencia general del miércoles, 29 de diciembre de 1982-

Queridos hermanos y hermanas:
 
Esta última audiencia general del año está toda ella impregnada de la luz de la Santa Navidad que acabamos de celebrar, y nos lleva además a reflexionar sobre la celebración, tan rica de significado humano, del paso del año viejo al nuevo.
 
En efecto, la historia del hombre, iluminada por el misterio del Dios hecho hombre, Nuestro Señor Jesucristo, adquiere una clara orientación hacia el mundo de lo divino. La fiesta de Navidad da un sentido cristiano a la sucesión de los acontecimientos y a los sentimientos humanos, proyectos y esperanzas, y permite descubrir en este rítmico y aparentemente mecánico correr del tiempo, no sólo las líneas de tendencia del peregrinaje humano, sino también los signos, las pruebas y las llamadas de la Providencia y Bondad Divina.

¿Vamos hacia lo mejor? ¿Vamos hacia lo peor? Para el cristiano no hay duda: la Redención de Cristo, que comienza en la Santa Noche de Navidad, lleva progresivamente a la humanidad redimida y que acoge esta Redención, al triunfo sobre el mal y sobre la muerte.

Ciertamente a medida que se va hacia Dios aumentan pruebas y dificultades. Esto vale tanto para el camino de la Iglesia como para cada uno de los cristianos. Las fuerzas hostiles a la verdad y a la justicia -como nos explica todo el libro del Apocalipsis- aumentan, en el curso de la historia, sus tramas y su violencia contra quien quiere seguir el camino del Redentor. Por tanto, en definitiva, a pesar de los riesgos y las derrotas parciales, la historia marcha hacia el triunfo del bien, hacia la victoria final de Cristo.

El año litúrgico, con sus festividades periódicas que tienden a recordarnos y hacernos vivir los principales fundamentos del pensar y el actuar cristiano, es un inestimable don de Dios, presente en nuestra historia: un don, se puede decir, de la Santa Navidad. Las festividades litúrgicas sostienen de este modo nuestra fidelidad al mensaje evangélico, permitiéndonos al mismo tiempo hacer fructificar continuamente su infinita virtualidad.

La fiesta de la Sagrada Familia es uno de los principales puntos luminosos que nos ofrece la liturgia en nuestro camino terreno; con ellos podemos comprender el significado escatológico del tiempo y cómo verdaderamente Cristo, elevado en la Cruz, atrae a Sí todas las cosas (cf. Jn 12, 32)

La liturgia, de la que estamos viviendo en estos días algunos momentos particularmente intensos, nos ilumina así acerca del sentido del tiempo y de la historia, por lo cual, si surge en nosotros la impresión de que el mal está aumentando y triunfando, ella nos responde con el misterio de la Navidad, que nos introduce en el  misterio de la Cruz.

No aumenta el mal, aumentan las pruebas… Y puesto que Dios, junto con la prueba da también la fuerza para superarla (cf. I Cor 10, 13), la abundancia del mal, que nos quiere herir y seducir, termina por transformarse en una sobreabundancia de bien y de gloria. Por eso San Pablo pudo decir que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom, 5, 20).

En el curso del tiempo aumentan los ataques contra el Reino de Dios y contra los que quieren seguir piadosamente a Cristo; pero aumenta también el don de fortaleza que les concede el Espíritu Santo, de modo que al final todo se resuelve en la victoria para cuantos han permanecido fieles. Esta es, queridos hermanos y hermanas, la perspectiva con la que debemos encaminarnos a afrontar y vivir el año nuevo que tenemos delante.

La vida de aquí abajo no es por sí misma, un cómodo y garantizado viaje hacia lo mejor. Desde los primeros años de nuestra vida nos damos cuenta de ello si tenemos los ojos abiertos. Lo mejor es ciertamente una perspectiva real; la humanidad, guiada por el Pueblo de Dios, está marchando en esta dirección; pero para cada uno de nosotros esta marcha hacia lo "mejor" no está privada de riesgos y de dificultades; y sobre todo está sometida cada día a la prueba de nuestra responsabilidad, debe ser el objeto de una elección libre.

La luz de Belén y la luz del Pesebre nos indican la dirección hacia lo mejor, nos hablan de la victoria final del bien, nos animan a caminar con esperanza y sin miedo, "sin apartarnos ni a la derecha ni a la izquierda" (Jos 23, 6)

Beato Juan Pablo II

martes, 24 de diciembre de 2013

Últimas Homilías Navideñas de Juan Pablo II

HOMILÍA DE JUAN PABLO II EN LA NOCHEBUENA 2004

«Adoro Te devote, latens Deitas»

En esta Noche resuenan en mi corazón las primeras palabras del célebre himno eucarístico, que me acompaña día a día en este año dedicado particularmente a la Eucaristía.

En el Hijo de la Virgen, «envuelto en pañales» y «acostado en un pesebre» (cf. Lucas 2,12), reconocemos y adoramos «el pan bajado del cielo» (Juan 6,41.51), el Redentor venido a la tierra para dar la vida al mundo.

¡Belén! La ciudad donde según las Escrituras nació Jesús, en lengua hebrea, significa «casa del pan». Allí, pues, debía nacer el Mesías, que más tarde diría de sí mismo: «Yo soy el pan de vida» (Jn 6,35.48).

En Belén nació Aquél que, bajo el signo del pan partido, dejaría el memorial de la Pascua. Por esto, la adoración del Niño Jesús, en esta Noche Santa, se convierte en adoración eucarística.

Te adoramos, Señor, presente realmente en el Sacramento del altar, Pan vivo que das vida al hombre. Te reconocemos como nuestro único Dios, frágil Niño que estás indefenso en el pesebre. «En la plenitud de los tiempos, te hiciste hombre entre los hombres para unir el fin con el principio, es decir, al hombre con Dios» (cf. San Ireneo, «Adversus Haereses», IV,20,4).

Naciste en esta Noche, divino Redentor nuestro, y, por nosotros, peregrino por los senderos del tiempo, te hiciste alimento de vida eterna.

¡Acuérdate de nosotros, Hijo eterno de Dios, que te encarnaste en el seno de la Virgen María! Te necesita la humanidad entera, marcada por tantas pruebas y dificultades.

¡Quédate con nosotros, Pan vivo bajado del Cielo para nuestra salvación! ¡Quédate con nosotros para siempre! Amén.

HOMILÍA DE JUAN PABLO II EN LA NAVIDAD 2004

Christus natus est nobis, venite, adoremus!

¡Cristo ha nacido por nosotros, venid, a adorarlo! Vamos hacia Ti, en este día solemne, dulce Niño de Belén, que al nacer has escondido tu divinidad para compartir nuestra frágil naturaleza humana. Iluminados por la fe, Te reconocemos como verdadero Dios encarnado por amor nuestro.
¡Tú eres el único Redentor del hombre!

Ante el pesebre donde yace indefenso, que cesen tantas formas de creciente violencia, causa de indecibles sufrimientos; que se apaguen tantos focos de tensión, que corren el riesgo de degenerar en conflictos abiertos; que se consolide la voluntad de buscar soluciones pacíficas, respetuosas de las legítimas aspiraciones de los hombres y de los pueblos.

Niño de Belén, Profeta de paz, alienta las iniciativas de diálogo y de reconciliación, apoya los esfuerzos de paz que aunque tímidos, pero llenos de esperanza, se están haciendo actualmente por un presente y un futuro más sereno para tantos hermanos y hermanas nuestros en el mundo.
Pienso en África, en la tragedia de Darfur en Sudán, en Costa de Marfil y en la región de los Grandes Lagos. Con gran aprensión sigo los acontecimiento de Irak.
Y ¿cómo no mirar con ansia compartida, pero también con inquebrantable confianza, a la tierra de la que Tú eres Hijo?

¡Por doquier se ve la necesidad de paz! Tú, que eres el Príncipe de la verdadera paz, ayúdanos a comprender que la única vía para construirla es huir horrorizados del mal y buscar siempre y con valentía el bien. ¡Hombres de buena voluntad de todos los pueblos de la tierra, venid con confianza al pesebre del Salvador!

«No quita los reinos humanos quien da el Reino de los cielos» (cf. himno litúrgico). Llegad para encontraros con Aquél que viene para enseñarnos el camino de la verdad, de la paz y del amor.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Carta de Juan Pablo II a los niños por la Navidad

¡Queridos niños!

Dentro de pocos días celebraremos la Navidad, fiesta vivida intensamente por todos los niños en cada familia. Este año lo será aún más porque es el Año de la Familia. Antes de que éste termine, deseo dirigirme a vosotros, niños del mundo entero, para compartir juntos la alegría de esta entrañable conmemoración.

La Navidad es la fiesta de un Niño, de un recién nacido. ¡Por esto es vuestra fiesta! Vosotros la esperáis con impaciencia y la preparáis con alegría, contando los días y casi las horas que faltan para la Nochebuena de Belén.

Parece que os estoy viendo: preparando en casa, en la parroquia, en cada rincón del mundo el nacimiento, reconstruyendo el clima y el ambiente en que nació el Salvador. ¡Es cierto! En el período navideño el establo con el pesebre ocupa un lugar central en la Iglesia. Y todos se apresuran a acercarse en peregrinación espiritual, como los pastores la noche del nacimiento de Jesús. Más tarde los Magos vendrán desde el lejano Oriente, siguiendo la estrella, hasta el lugar donde estaba el Redentor del universo.

También vosotros, en los días de Navidad, visitáis los nacimientos y os paráis a mirar al Niño puesto entre pajas. Os fijáis en su Madre y en san José, el custodio del Redentor. Contemplando la Sagrada Familia, pensáis en vuestra familia, en la que habéis venido al mundo. Pensáis en vuestra madre, que os dio a luz, y en vuestro padre. Ellos se preocupan de mantener la familia y de vuestra educación. En efecto, la misión de los padres no consiste sólo en tener hijos, sino también en educarlos desde su nacimiento.

Queridos niños, os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al nacimiento! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena! También los días que siguen al nacimiento de Jesús son días de fiesta: así, ocho días más tarde, se recuerda que, según la tradición del Antiguo Testamento, se dio un nombre al Niño: llamándole Jesús.

Seguro que vosotros conocéis muy bien estos acontecimientos relacionados con el nacimiento de Jesús. Os los cuentan vuestros padres, sacerdotes, profesores y catequistas, y cada año los revivís espiritualmente durante las fiestas de Navidad, junto con toda la Iglesia: por eso conocéis los aspectos trágicos de la infancia de Jesús.

¡Queridos amigos! En lo sucedido al Niño de Belén podéis reconocer la suerte de los niños de todo el mundo. Si es cierto que un niño es la alegría no sólo de sus padres, sino también de la Iglesia y de toda la sociedad, es cierto igualmente que en nuestros días muchos niños, por desgracia, sufren o son amenazados en varias partes del mundo: padecen hambre y miseria, mueren a causa de las enfermedades y de la desnutrición, perecen víctimas de la guerra, son abandonados por sus padres y condenados a vivir sin hogar, privados del calor de una familia propia, soportan muchas formas de violencia y de abuso por parte de los adultos. ¿Cómo es posible permanecer indiferente ante al sufrimiento de tantos niños, sobre todo cuando es causado de algún modo por los adultos?

¡Alabad el nombre del Señor! Los niños de todos los continentes, en la noche de Belén, miran con fe al Niño recién nacido y viven la gran alegría de la Navidad. Cantando en sus lenguas, alaban el nombre del Señor. De este modo se difunde por toda la tierra la sugestiva melodía de la Navidad. Son palabras tiernas y conmovedoras que resuenan en todas las lenguas humanas; es como un canto festivo que se eleva por toda la tierra y se une al de los Angeles, mensajeros de la gloria de Dios, sobre el portal de Belén: « Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace » (Lc 2, 14). El Hijo predilecto de Dios se presenta entre nosotros como un recién nacido; en torno a Él los niños de todas las Naciones de la tierra sienten sobre sí mismos la mirada amorosa del Padre celestial y se alegran porque Dios los ama. El hombre no puede vivir sin amor. Está llamado a amar a Dios y al prójimo, pero para amar verdaderamente debe tener la certeza de que Dios lo quiere.

Os deseo unas fiestas gozosas y serenas; espero que en ellas viváis una experiencia más intensa del amor de vuestros padres, de los hermanos y hermanas, y de los demás miembros de vuestra familia. Que este amor se extienda después a toda vuestra comunidad, mejor aún, a todo el mundo, gracias a vosotros, queridos muchachos y niños. Así el amor llegará a quienes más lo necesitan, en especial a los que sufren y a los abandonados. ¿Qué alegría es mayor que el amor? ¿Qué alegría es más grande que la que tú, Jesús, pones en el corazón de los hombres, y particularmente de los niños, en Navidad?

¡Levanta tu mano, divino Niño, y bendice a estos pequeños amigos tuyos, bendice a los niños de toda la tierra!

Juan Pablo II

Vaticano, diciembre de 1994.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Inmaculada Concepción de la Virgen María

El Beato Juan Pablo II enseñaba lo siguiente en la Audiencia del 12 de junio de 1996: "La definición dogmática de la Inmaculada Concepción":

"...La convicción de que María fue preservada de toda mancha de pecado ya desde su concepción, hasta el punto de que ha sido llamada toda santa, se fue imponiendo progresivamente en la liturgia y en la teología. Ese desarrollo suscitó, al inicio del siglo XIX, un movimiento de peticiones en favor de una definición dogmática del privilegio de la Inmaculada Concepción."

"El Papa Pío IX, hacia la mitad de ese siglo, con el deseo de acoger esa demanda, después de haber consultado a los teólogos, pidió a los obispos su opinión acerca de la oportunidad y la posibilidad de esa definición, convocando casi un concilio por escrito. El resultado fue significativo: la inmensa mayoría de los 604 obispos respondió de forma positiva a la pregunta."

"Después de una consulta tan amplia, que pone de relieve la preocupación que tenía mi venerado predecesor por expresar, en la definición del dogma, la fe de la Iglesia, se comenzó con el mismo esmero la redacción del documento. La comisión especial de teólogos, creada por Pío IX para la certificación de la doctrina revelada, atribuyó un papel esencial a la praxis eclesial. Y este criterio influyó en la formulación del dogma, que otorgó más importancia a las expresiones de lo que se vivía en la Iglesia, de la fe y del culto del pueblo cristiano, que a las determinaciones escolásticas."

"Finalmente, en el año 1854, Pío IX, con la Bula Ineffabilis Deus, proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción:

«...Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles» ...".

Fuente: “El camino de María”

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Oración a la Virgen del Adviento

Ruega por nosotros, 
Madre de la Iglesia.
Virgen del Adviento,
esperanza nuestra, 
de Jesús la aurora,
del cielo la puerta.

Madre de los hombres, 
de la mar estrella,
llévanos a Cristo, 
danos sus promesas.

Eres, Virgen Madre, 
la de gracia llena,
del Señor la esclava, 
del mundo la Reina.
Alza nuestros ojos, 
hacia tu belleza,
¡Amen!

Juan Pablo II

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Oración a la Virgen de la Medalla Milagrosa por Juan Pablo II

“Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos”

Esta es la oración que tú inspiraste, oh María, a Santa Catalina Labouré, y esta invocación, grabada en la Medalla la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por el mundo entero.

¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada tú que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en Ti! ¡La maravilla de tu Maternidad divina! Y con vistas a ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La maravilla de tu fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a la Cruz de nuestro Salvador!

Tu Corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos. Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos abiertas. Con la única condición de que nos atrevamos a pedírtelas, de que nos acerquemos a Ti con la confianza, osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.

Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para estar al servicio del designio de salvación actuado por tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano, que la comunión supere todos los gérmenes de división que la esperanza cobre nueva vida en los que están desalentados. Te pedimos por los que padecen pruebas particulares, físicas o morales, por los que están tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por la duda de un clima de incredulidad, y también por los que padecen persecución a causa de su fe.

Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

S.S. Juan Pablo II
31 de mayo de  1980

domingo, 24 de noviembre de 2013

Jesucristo, Mesías Rey

El Evangelista Mateo concluye su genealogía de Jesús, Hijo de María, colocada al comienzo de su Evangelio, con las palabras “Jesús, llamado Cristo” (Mt 1, 16). El término “Cristo” es el equivalente griego de la palabra hebrea “Mesías”, que quiere decir “Ungido”. Israel, el pueblo elegido por Dios, vivió durante generaciones en la espera del cumplimiento de la promesa del Mesías, a cuya venida fue preparado a través de la historia de la Alianza. El Mesías, es decir el “Ungido” enviado por Dios, había de dar cumplimiento a la vocación del pueblo de la Alianza, al cual, por medio de la Revelación se le había concedido el privilegio de conocer la verdad sobre el mismo Dios y su proyecto de salvación.

La palabra “Mesías”, incluyendo la idea de unción, sólo puede comprenderse en conexión con la institución religiosa de la unción con el aceite, que era usual en Israel y que -como bien sabemos- pasó de la Antigua Alianza a la Nueva. En la historia de la Antigua Alianza recibieron esta unción personas llamadas por Dios al cargo y a la dignidad de rey, o de sacerdote o de profeta.

La verdad sobre el Cristo-Mesías hay que volverá a leer, pues, en el contexto bíblico de este triple “munus”, que en la Antigua Alianza se confería a los que estaban destinados a guiar o a representar al Pueblo de Dios. En esta catequesis intentamos detenernos en el oficio y la dignidad de Cristo en cuanto Rey.

Cuando el ángel Gabriel anuncia a la Virgen María que había sido escogida para ser la Madre del Salvador, le habla de la realeza de su Hijo: “...le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33)… el sentido pleno de la promesa iba más allá de los confines de un reino terreno y se refería no sólo a un futuro lejano, sino ciertamente a una realidad que iba más allá de la historia, del tiempo y del espacio: “Yo estableceré su trono por siempre” (2 Sam 7, 13).

Otro hecho significativo es que, al entrar en Jerusalén en vísperas de su Pasión, Jesús cumple, tal como destacan los Evangelistas Mateo (21, 5) y Juan (12, 15), la profecía de Zacarías, en la que se expresa la tradición del “Rey mesiánico”: “Alégrate sobremanera, hoja de Sión. Grita exultante, hija de Jerusalén. He aquí que viene tu Rey, justo y victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna” (Zac 9, 9). “Decid a la hija de Sión: he aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga” (Mt 21, 5).

El momento decisivo de esta clarificación se da en el diálogo de Jesús con Pilato, que trae el Evangelio de Juan. Puesto que Jesús ha sido acusado ante el gobernador romano de “considerarse rey” de los judíos, Pilato le hace una pregunta sobre esta acusación que interesa especialmente a la autoridad romana porque, si Jesús realmente pretendiera ser “rey de los judíos” y fuese reconocido como tal por sus seguidores, podría constituir una amenaza para el imperio. Pilato, pues, pregunta a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos? Responde Jesús: ¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de Mí?”; y después explica: “Mi Reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi Reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí”. Ante la insistencia de Pilato: “Luego, ¿tú eres rey?”, Jesús declara: “Tú dices que soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la Verdad; todo el que es de la Verdad oye mi Voz” (cf. Jn 18, 33-37). Estas palabras inequívocas de Jesús contienen la afirmación clara de que el carácter o munus real, unido a la misión del Cristo-Mesías enviado por Dios, no se puede entender en sentido político como si se tratara de un poder terreno, ni tampoco en relación al “pueblo elegido”, Israel.

La continuación del proceso de Jesús confirma la existencia del conflicto entre la concepción que Cristo tiene de Sí mismo como “Mesías-Rey” y la terrestre o política, común entre el pueblo. Jesús es condenado a muerte bajo la acusación de que “se ha considerado rey”. La inscripción colocada en la Cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, probará que para la autoridad romana éste es su delito. Precisamente los judíos que, paradójicamente, aspiraban al restablecimiento del “reino de David”, en sentido terreno, al ver a Jesús azotado y coronado de espinas, tal como se lo presentó Pilato con las palabras: “¡Ahí tenéis a vuestro rey!”, habían gritado: “¡Crucifícale!... Nosotros no tenemos más rey que al Cesar” (Jn 19, 15).

Finalmente, en el Calvario un último episodio ilumina la condición mesiánico-real de Jesús. Uno de los dos malhechores crucificados junto con Jesús manifiesta esta verdad de forma penetrante, cuando dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc 23, 42). En este diálogo encontramos casi una confirmación última de las palabras que el Ángel había dirigido a María en la Anunciación: Jesús “reinará... y su Reino no tendrá fin” (Lc 1, 33).

Beato Juan Pablo II (1987)

lunes, 18 de noviembre de 2013

Habla la protagonista del milagro que hará santo a Juan Pablo II

La costarricense protagonista del milagro que determinó la canonización del Beato Juan Pablo II, Floribeth Mora, expresó una vez más su gran admiración por aquel “joven huérfano que fue creciendo en soledad pero amando a su madre María como si fuera su propia madre, para mí era algo admirable”.

La Congregación para las Causas de los Santos aprobó el pasado martes 2 de julio la milagrosa curación de Mora luego que los médicos en Costa Rica le diagnosticaron un aneurisma cerebral. Floribeth se encomendó a Juan Pablo II el día de su beatificación, 1 de mayo de 2011, el aneurisma desapareció.

En una entrevista concedida a Radio María de Costa Rica, Mora resaltó que siempre ha creído que el Beato Juan Pablo II “ha sido una persona santa, aun cuando estaba vivo”.

Relató que cuando tenía 20 años “lo conocí cuando vino a Costa Rica no personalmente sino cuando pasó por las calles de San José” y describió que el beato “irradiaba una presencia diferente”.

Mora contó que “sufrí bastante con su muerte porque era una persona a la que admiraba y a la que aprendí a querer”.

Durante su pontificado “veía su historia” y le admiraba mucho… su humildad era algo increíble lo reflejaba, nos daba tanto, nos enseñaba a amar a Cristo como él lo amó y nos reflejaba eso siempre a todos”, resaltó.

Mora reflexionó sobre la importancia de la fe y como Dios pone intercesores, “yo me tomé de la mano de Juan Pablo porque era una persona que yo siempre había admirado”.

“Le decía: tú que estás tan cerca del Señor, dile que no me quiero morir, porque indigna como soy, tengo que pedirte que me ayudes”, y agregó “yo pecadora e indigna como soy, no me sentía capaz de pedírselo directamente a mi Dios”.

Expresó también su emoción y orgullo de poder ir al Vaticano el día de la canonización (27 de abril de 2014), y llevarse consigo una bandera grande de su país para que ondee junto a las otras banderas del mundo y dar a conocer que “este país tan pequeño ha sido bendecido, porque la bendición no es sólo mía es para todos” los costarricenses.

Además calificó como “cosa más bella” que 50 años después de su beatificación (1963) Juan XXIII será canonizado, “yo nací hace 50 años”.

En la entrevista también participó su esposo, Edwin Arce, y señaló que “la fe fue lo que nos ayudó a nosotros a salir adelante… creer en un Dios, creer en los santos porque los santos existen y un Dios tan grande que todo él lo da hacia nosotros, lo único es tener bastante fe”, remarcó.

Mora también enfatizó en la confianza e invitó a todas las personas a que tengan fe en Dios, “día a día son duras las pruebas pero los que vivimos en la fe sabemos que lo vamos a pasar… todo saldrá bien, pero llenémonos de fe y no de desesperanza tengamos paciencia que todo será  cuando Dios diga”.

(ACI/EWTN Noticias)

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Juan Pablo II, viajero y mensajero de Dios

Quizá más de uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes apostólicos que ha realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando sus viajes al exterior como al interior de Italia):

«En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!»). Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica (Redemptoris missio)».

Asimismo dirá el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias: «la experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es un deber exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia primordial. Veinte años de experiencia me han hecho comprender que, gracias a las visitas parroquiales del obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la más vasta arquitectura de la Iglesia y, de este modo, se adhiere más íntimamente a Cristo».

domingo, 10 de noviembre de 2013

Recordando siempre a Juan Pablo II

¿Recuerdas a Juan Pablo II? ¿Te fijaste, amigo lector, con qué cariño hemos celebrado en todo el mundo -empezando por Roma-, la festividad del beato Juan Pablo II? Sí, es el 22 de octubre el día de su fiesta. Pero el año que viene por estas fechas será ya a San Juan Pablo II a quien celebraremos.

¿Recuerdas? Fue el 1 de mayo de 2011 cuando Benedicto XVI lo beatificó, seguido en sus pantallas de televisión por millones de personas en todo el mundo: “Concedemos que el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, Papa –escuchamos todos-, a partir de este momento pueda ser llamado beato. Y que es posible celebrar su fiesta en los lugares y según las normas establecidas por la ley, cada año el 22 de octubre”.

Este 30 de septiembre el papa Francisco anunció su fecha de la canonización en la que será declarado oficialmente santo: el próximo 27 de abril 2014. El milagro que ha permitido la canonizarlo ocurrió en Costa Rica el mismo día de su beatificación. Por eso este 22 de octubre ha sido la tercera y última vez que se celebre la fiesta de Juan Pablo II como Beato.

El 22 de octubre de 1978, Juan Pablo II inauguraba su pontificado desde la Plaza de San Pedro. Falleció en el año 2005 en la víspera de la Solemnidad de la Divina Misericordia, que ha sido la elegida por el Papa Francisco para canonizarlo junto con Juan XXIII. Efectivamente, el próximo 27 de abril de 2014 es el Domingo de la Divina Misericordia, Solemnidad establecida en el año 2000 por el mismo Papa Juan Pablo II.

El 22 de octubre de 1978 dio comienzo a su ministerio como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Aquel día el Papa dijo: “el nuevo Sucesor de Pedro en la Sede de Roma eleva hoy una oración fervorosa, humilde y confiada: ¡Oh Cristo, haz que yo me convierta en servidor, y lo sea, de tu única potestad! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce ocaso! ¡Haz que yo sea un siervo! Más aún, siervo de tus siervos”. Y añadió:

“¡No tengan miedo! ¡Abran –aún más–, abran de par en par las puertas a Cristo! Abran a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!”

Como recordó el Papa Francisco, este año se cumplió el 35 aniversario de la elección de Karol Wojtyla a la Sede de Pedro. “Encomiendo a todos los que están presentes aquí y a sus seres queridos a la celestial intercesión del Beato Juan Pablo II, en el trigésimo quinto aniversario de su elección a la Cátedra de Pedro y los bendigo de corazón ¡Alabado sea Jesucristo!”, dijo el Pontífice argentino.

Su pontificado ha sido uno de los más largos y fructíferos de la historia de la Iglesia. Ha durado casi 27 años. Amplió notablemente el Colegio cardenalicio, creando 231 cardenales en nueve consistorios. Uno de los cardenales creados por Juan Pablo II fue Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco.

Cuatro años después, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Iglesia Argentina, celebraba la Santa Misa en memoria de Juan Pablo II, destacando la coherencia de su corazón a la voluntad de Dios: “Recordamos a un hombre coherente que una vez nos dijo que este siglo no necesita de maestros, necesita de testigos, y el coherente es un testigo. Un hombre que pone su carne en el asador y avala con su carne y con su vida entera, con su transparencia, aquello que predica”

En 2005, el Papa Benedicto XVI dispensó del tiempo de cinco años de espera tras la muerte para iniciar la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II. La causa la abrió oficial y felizmente el Cardenal Camillo Ruini, vicario general entonces para la diócesis de Roma, el 28 de junio de ese año. Luego llegaría la beatificación el 1 de mayo de 2011, y ahora esperamos gozosos su canonización el próximo 27 de abril de 2014, domingo de la Divina Misericordia.

Fuente: foro Juan Pablo II

jueves, 7 de noviembre de 2013

De Juan Pablo II a María Medianera de todas las gracias

María es Madre de la humanidad en el orden de la Gracia. El Concilio Vaticano II destaca este papel de María, vinculándolo a su cooperación en la Redención de Cristo. Ella, «por decisión de la divina Providencia, fue en la tierra la excelsa Madre del Divino Redentor, la compañera más generosa de todas y la humilde esclava del Señor» (LG 61). Con estas afirmaciones, la Constitución Lumen Gentium pretende poner de relieve, como se merece, el hecho de que la Virgen estuvo asociada íntimamente a la Obra redentora de Cristo, haciéndose «la compañera» del Salvador «más generosa de todas». María coopera libremente en la obra de la salvación de la humanidad, en profunda y constante sintonía con su Divino Hijo.

El Concilio pone de relieve también que la cooperación de María estuvo animada por las virtudes evangélicas de la obediencia, la fe, la esperanza y la caridad, y se realizó bajo el influjo del Espíritu Santo. Además, recuerda que precisamente de esa cooperación le deriva el don de la maternidad espiritual universal: asociada a Cristo en la Obra de la Redención, que incluye la regeneración espiritual de la humanidad, se convierte en Madre de los hombres renacidos a una vida nueva.

Esta misión maternal de María Santísima se ejerce en el contexto de su singular relación con la Iglesia. Con su solicitud hacia todo cristiano, más aún, hacia toda criatura humana, Ella guía la fe de la Iglesia hacia una acogida cada vez más profunda de la palabra de Dios, sosteniendo su esperanza, animando su caridad y su comunión fraterna, y alentando su dinamismo apostólico.

María, durante su vida terrena, manifestó su maternidad espiritual hacia la Iglesia por un tiempo muy breve. Sin embargo, esta función suya asumió todo su valor después de la Asunción, y está destinada a prolongarse en los siglos hasta el fin del mundo. El Concilio afirma expresamente: «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la Cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos» (LG 62).

El Padre ha querido poner a María cerca de Cristo y en comunión con Él, que puede «salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor» (Hb 7,25): a la intercesión sacerdotal del Redentor ha querido unir la intercesión maternal de la Virgen. Es una función que Ella ejerce en beneficio de quienes están en peligro y tienen necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la salvación eterna: «Con su Amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz. Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).

Estos apelativos, sugeridos por la fe del pueblo cristiano, ayudan a comprender mejor la naturaleza de la intervención de la Madre del Señor en la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles. El título de «Abogada» se remonta a San Ireneo… María ejerce su papel de «Abogada», cooperando tanto con el Espíritu Paráclito como con Aquel que en la Cruz intercedía por sus perseguidores (cf. Lc 23,34) y al que Juan llama nuestro «Abogado ante el Padre» (cf. 1 Jn 2,1). Como Madre, Ella defiende a sus hijos y los protege de los daños causados por sus mismas culpas.

Los cristianos invocan a María como «Auxiliadora», reconociendo su amor materno, que ve las necesidades de sus hijos y está dispuesto a intervenir en su ayuda, sobre todo cuando está en juego la salvación eterna. La convicción de que María está cerca de cuantos sufren o se hallan en situaciones de peligro grave, ha llevado a los fieles a invocarla como «Socorro». La misma confiada certeza se expresa en la más antigua oración mariana con las palabras: «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita» (Breviario romano).

Como Mediadora maternal, María presenta a Cristo nuestros deseos, nuestras súplicas, y nos transmite los dones divinos, intercediendo continuamente en nuestro favor.

Beato Juan Pablo II
Audiencia general del 24-9-97

jueves, 31 de octubre de 2013

¡No tengáis miedo de ser santos!

La Jornada Mundial de la Juventud del año 2000 en Roma, fue un acontecimiento muy concurrido, en el marco de todas las grandes celebraciones que acompañaron el Jubileo del año 2000. En el centro de ese acontecimiento (JMJ 2000), estuvo la cruz de madera que Juan Pablo II entregó por primera vez a los jóvenes en la primera JMJ, invitando a los chicos y chicas «a llevarla por el mundo, como signo del amor del Señor Jesús por la humanidad y como anuncio que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención».

Dijo entonces Juan Pablo II: «Después de haber atravesado los continentes, esta Cruz ahora vuelve a Roma trayendo consigo la oración y el compromiso de millones de jóvenes que en ella han reconocido el signo simple y sagrado del amor de Dios a la humanidad».

Al dirigirse a los jóvenes, Juan Pablo II lanzó la misma invitación que hizo al comenzar su pontificado «a abrir de par en par las puertas a Cristo».

Explicaba Juan Pablo II: «Acoger a Cristo significa recibir del Padre el mandato de vivir en el amor a él y a los hermanos, sintiéndose solidarios con todos, sin ninguna discriminación; significa creer que en la historia humana, a pesar de estar marcada por el mal y por el sufrimiento, la última palabra pertenece a la vida y al amor, porque Dios vino a habitar entre nosotros para que nosotros pudiésemos vivir en Él».

Y concluía: «Jóvenes de todos los continentes ¡no tengáis miedo de ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos y amantes de la oración, coherentes con vuestra fe y generosos en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y constructores de paz».

Beato Juan Pablo II
Roma, 11 de agosto de 2000.

domingo, 27 de octubre de 2013

Juan Pablo II y la dignidad integral del hombre

Treinta años después del atentado que casi le cuesta la vida a Juan Pablo II (13-V-1981), se hizo público el texto que había preparado para aquel día, y que nunca fue pronunciado.

Se centraba en la conmemoración del 90º aniversario de la encíclica Rerum novarum, de León XIII (15-V-1891), considerada como Carta magna de la acción social de los cristianos (y por tanto de la Doctrina Social de la Iglesia).

Juan Pablo II señalaba que aquella encíclica era “demostración irrefutable de la viva y solícita atención de la Iglesia en favor del mundo del trabajo”. Se alzaba en defensa de los oprimidos y los pobres, los humildes y los explotados, como “eco de la voz de Aquél que había proclamado bienaventurados a los pobres y los hambrientos de justicia”. Subrayaba por tanto “la misión recibida de Cristo para salvar al hombre en su dignidad integral”.

Con ese fundamento afirmaba el Papa: “La Iglesia está llamada por vocación a ser en todas partes la defensora fiel de la dignidad humana, la madre de los oprimidos y de los marginados, la Iglesia de los débiles y de los pobres”. Ella –seguía explicando– quiere no sólo cumplir un encargo del Señor, sino enseñar y vivir lo que Jesús hizo: “Quiere vivir toda la verdad contenida en las bienaventuranzas evangélicas, sobre todo, la primera, ‘Bienaventurados los pobres de espíritu’; la quiere enseñar y practicar lo mismo que hizo su Divino Fundador que vino ‘a hacer y a enseñar’ (cf. Hch 1, 1). Atención a lo que se dice, porque esta será una cuestión clave para Juan Pablo II: ser “pobres de espíritu” implica preocuparse de hecho por los pobres y los necesitados. Eso forma parte de “toda la verdad”, y por tanto de la misión evangelizadora.

Ya lo había indicado el Concilio Vaticano II al comienzo mismo de la constitución sobre la Iglesia en el mundo actual: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).

Pues bien, en esa perspectiva Juan Pablo II deseaba –a partir de aquel 13 de mayo que pasó por otro motivo a la historia– “hacer cada vez más conscientes a las Iglesias locales, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los laicos, de su derecho-deber de prodigarse por el bien de cada uno de los hombres, y de ser en todo momento los defensores y los artífices de la auténtica justicia en el mundo”. Con otras palabras: “Volver a afirmar la importancia de la enseñanza social como parte integrante de la concepción cristiana de la vida”.

Foro Juan Pablo II

domingo, 20 de octubre de 2013

Presentan en Roma la película "El párroco Wojtyla en Niegowić"

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de octubre de 2013 (Zenit.org)

La película "El Párroco Wojtyla en Niegowić” se ha presentado este jueves en Roma.  La historia cuenta la vida del joven don Karol en la ciudad polaca Niegowić, cercana a Cracovia, donde desarrolló su primer encargo como vice párroco, desde julio de 1948 hasta agosto de 1949. La película ha estado escrita, dirigida y producida por monseñor Jaroslaw Cielecki, director y fundador de Vatican Service News, periodista y director de documentales, a menudo junto al beato en numerosos viajes por el mundo.

Realizada en vista de la próxima canonización de Juan Pablo II, el 27 de abril de 2014, la obra cinematográfica se basa en el libro de monseñor Cielecki, una especie de biografía no oficial, la única leída y aprobada en vida por el mismo Wojtyla.

La vida de don Karol se narra a través de los recuerdos de Leucadia (Eleonora Mardosz), mujer de 87 años que asistía en la parroquia de Niegowić, que atravesaba el campo polaco en autobús, desde Cracovia. Son precisamente los recuerdos de la mujer y las anécdotas de la vida cotidiana contadas por ellas que marcan el perfil del joven vice párroco, en las que se pueden ya ver los aspectos de la personalidad del futuro pontífice que el mundo amó y no ha olvidado nunca. El largometraje es, por tanto, una ocasión para conocer más de cerca algunas partes inéditas de Juan Pablo II.

Filmado por completo en Polonia, entre Wadowice, Pierzchow, Gdów, Kaly y Niegowić, en diferentes momentos de la película aparecen objetos que realmente pertenecieron a Wojtyla, como por ejemplo la estola y el alba que el actor protagonista, Karol Dudek, lleva durante la escena del matrimonio grabada en la iglesia de madera de Metkow, donde el beato celebraba misa.

La banda sonora, editada por musicali BixioSam, está formada por músicas originales de Giulio del Prato. El estreno será el 4 de noviembre de 2013, en el Teatro Grotteska de Cracovia.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El Espíritu Santo lo sabía...

Emociona verles juntos. Ellos ignoraban el futuro. Muy pocos han recibido esta foto. Disfrútenla. En ese entonces, el Sumo Pontífice era Juan Pablo II. En la imagen histórica, junto a quienes le sucedieron como líderes de la Iglesia Católica: Benedicto XVI primero, y Francisco después, el actual Pastor.

Juan Pablo II

De nombre secular Karol Józef Wojtyła1 (Wadowice, Polonia, 18 de mayo de 1920 – Ciudad del Vaticano, 2 de abril de 2005), fue el 264º papa de la Iglesia Católica y jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano desde el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte en 2005.

Tras haber sido obispo auxiliar (desde 1958) y arzobispo de Cracovia (desde 1962), se convirtió en el primer papa polaco de la historia, y en el primero no italiano desde 1523. Su pontificado de casi 27 años fue el tercero más largo en la historia de la Iglesia católica, después del de San Pedro, (se cree que entre 34 y 37 años, aunque su duración exacta es difícil de determinar), y el de Pío IX (31 años).

Juan Pablo II fue aclamado como uno de los líderes más influyentes del siglo XX, recordado especialmente por ser uno de los principales símbolos del anticomunismo, y por su lucha contra la expansión del marxismo por lugares como Iberoamérica, donde combatió enérgicamente al movimiento conocido como la teología de la liberación, con la ayuda de su mano derecha y a la postre sucesor, Joseph Ratzinger.

Jugó asimismo un papel decisivo para poner fin al comunismo en su Polonia natal y, finalmente, en toda Europa, así como para la mejora significativa de las relaciones de la Iglesia católica con el judaísmo, el islam, la Iglesia ortodoxa oriental, y la Comunión Anglicana.

Entre los hechos más notorios de su pontificado destacó el intento de asesinato que sufrió el 13 de mayo de 1981, mientras saludaba a los fieles en la Plaza de San Pedro, a manos de Mehmet Ali Agca, quien le disparó a escasa distancia entre la multitud. Tiempo después el terrorista fue perdonado públicamente por el pontífice en persona. A este se sumó otro atentado ocurrido en Fátima en la noche del 12 al 13 de mayo de 1982 a manos del sacerdote ultraconservador Juan María Fernández Krohn, hecho que no trascendió hasta después de la muerte del pontífice.

Fue uno de los líderes mundiales más viajeros de la historia, visitó 129 países durante su pontificado, hablando además los idiomas siguientes: italiano, francés, alemán, inglés, español, portugués, ucraniano, ruso, croata, esperanto, griego antiguo y latín, así como su natal polaco. Como parte de su especial énfasis en la llamada universal a la santidad, beatificó a 1340 personas y canonizó a 483 santos, más que la cifra sumada de sus predecesores en los últimos cinco siglos. El 19 de diciembre de 2009, Juan Pablo II fue proclamado venerable por su sucesor, el papa Benedicto XVI, quien posteriormente presidió la ceremonia de su beatificación el 1 de mayo de 2011.

El 5 de julio de 2013 el papa Francisco firmó el decreto que autorizaba la canonización de Juan Pablo II, que será llevada a cabo el 27 de abril de 2014 (domingo de la Divina Misericordia).

Benedicto XVI

De nombre secular Joseph Aloisius Ratzinger (Marktl am Inn, Baviera, Alemania, 16 de abril de 1927), actual papa emérito, fue el sumo pontífice número 265 de la Iglesia católica y jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Resultó elegido el 19 de abril de 2005, tras el fallecimiento de Juan Pablo II, por los cardenales que votaron en el cónclave.

El 28 de febrero de 2013 se retiró y asumió el título de papa emérito, con la intención de dedicarse a la oración y el retiro espiritual. Su renuncia fue anunciada por él mismo días antes, el 11 de febrero, una decisión excepcional en la historia del papado. Si bien el sumo pontífice dimisionario más próximo fue Gregorio XII (1415), el precedente de Celestino V (1294) es el único del que puede asegurarse que fue de forma libre y voluntaria.

Casi dos semanas después de retirarse de la Ciudad del Vaticano, 115 cardenales eligieron en el cónclave de 2013 al argentino Jorge Mario Bergoglio, quien asumió el cargo con el nombre de Francisco.

Francisco

De nombre secular Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 17 de diciembre de 1936) es el 266º y actual papa de la Iglesia católica. Como tal, es el jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Tras la renuncia al cargo de Benedicto XVI, fue elegido el 13 de marzo de 2013 en la quinta votación efectuada durante el segundo día de cónclave.

De ascendencia italiana, Bergoglio trabajó brevemente como técnico químico antes de entrar al seminario como novicio de la Compañía de Jesús. Fue ordenado sacerdote en 1969. De 1973 a 1979 se desempeñó como superior provincial de los jesuitas en la Argentina. Desde 1980 hasta 1986 fue rector del Colegio Máximo y de la Facultad de Filosofía y Teología de San Miguel. Luego de un breve paso por Alemania y por Buenos Aires, se radicó en Córdoba durante seis años.

Su espiritualidad y carácter llamaron la atención del cardenal Antonio Quarracino, y el 20 de mayo de 1992 Juan Pablo II designó a Bergoglio obispo titular de la Diócesis de Oca y uno de los cuatro obispos auxiliares de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Luego de desempeñarse como vicario general de Quarracino, el 3 de junio de 1997 fue designado arzobispo coadjutor de Buenos Aires con derecho a sucesión, por lo que ocupó el cargo de su mentor en el episcopado tras su muerte, el 28 de febrero de 1998.

El papa Juan Pablo II creó a Bergoglio cardenal presbítero de San Roberto Belarmino el 21 de febrero de 2001. Tras la muerte de Juan Pablo II el 2 de abril de 2005, fue considerado como uno de los candidatos para ocupar el lugar del sumo pontífice, cargo para el que fue elegido finalmente Joseph Ratzinger, quien adoptó el nombre papal de Benedicto XVI.

Bergoglio fue presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos períodos consecutivos, desde noviembre de 2005 hasta noviembre de 2011. Impedido por los estatutos de asumir un nuevo mandato, durante la 102ª asamblea plenaria de ese organismo se eligió al arzobispo de la arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz, José María Arancedo, para sucederlo.

El 13 de marzo de 2013, el cónclave que se celebró tras la renuncia de Benedicto XVI eligió como papa a Jorge Mario Bergoglio, quien manifestó su voluntad de ser conocido como 'Francisco' en honor del santo de Asís. Bergoglio es el primer papa de formación jesuita y el primero proveniente del Hemisferio sur. Es el primer pontífice originario del continente americano, el primer hispano desde Alejandro VI —muerto en 1503— y el primero no europeo desde el sirio Gregorio III —quien falleciera en 741—.

Además de su español natal, Francisco habla fluidamente latín, italiano, alemán, francés e inglés. Conocido por su actitud de humildad, su preocupación por los pobres, marginados y sufrientes de distinta extracción, y su compromiso de diálogo con personas de diferentes orígenes y credos, Francisco mostró una variedad de gestos pastorales indicativos de sencillez, entre los que se incluyen su decisión de residir en la casa de huéspedes del Vaticano en lugar de la residencia papal usada por sus antecesores desde 1903. En 2013, la revista Time lo consideró una de las cien personas más influyentes, incluyéndolo en el grupo de los «líderes».

Fuente: Foro Juan Pablo II

sábado, 5 de octubre de 2013

Convertido por el testimonio de Juan Pablo II

Durante años redactó artículos en los que analizaba la actualidad parlamentaria y educativa de su país. Marco Tosatti trabajaba así desde 1970 en el periódico italiano La Stampa, cuando su nombre fue sondeado para cubrir las actividades en el Vaticano. “Me dije: "¿Por qué no?" Era un mundo que no trataba desde hacía tiempo, y era un desafío volver a estudiarlo".

Hijo del malogrado periodista deportivo Renato Tosatti, -fallecido en 1949 en la catástrofe aérea de Superga, en Turín-, Marco creció sin estímulos paternos. En términos espirituales, sus únicas nociones de la religión católica habían sido gracias a las enseñanzas de su madre, que habían perdurado hasta los 12 años, edad en que dejó de ser monaguillo en las misas. Durante la adolescencia se distanció de forma radical de la Iglesia y de la fe. "Llegué a ser una persona sustancialmente antirreligiosa", declara.

Sus primeros contactos

Ceñido a sus estructurados conceptos agnósticos, comienza en 1981 a cubrir la intensa bitácora de viajes y actividades del pronto santo Juan Pablo II. Lo hacía, dice, “bajo un prisma muy laico. Aunque no era creyente, me interesaba la espiritualidad en sentido amplio, especialmente las religiones orientales y el Islam”. Para qué decir si sentía algún afecto hacia el Papa… “Era una relación estrictamente profesional”.

Viaje tras viaje y sin buscarlo, Marco se impresionó por la forma de rezar del Papa. “Me di cuenta –reconoce- que era un ser de una humanidad extraordinaria y gran inteligencia. Su trayectoria no era en absoluto clerical, pues ¡era un actor de teatro! que había desembarcado en la fe”.

"Me volví a la oración"

Impresionado, el periodista que se resistía creer, sucumbió ante lo que acontecía frente a sus ojos. “Cuando le observaba, me daba cuenta de que su fe era como la de un niño, muy sencilla, incluso algo candorosa. Desde entonces, me volví a la oración”.

Una conversión fundada en la Resurrección del Señor

Feliz y atraído por el testimonio del Papa, se despertó en Marco el interés por saber más, no quería solamente informar. “Este era un tipo de estudio que nunca había experimentado. Cuanto más leía la historia del cristianismo, más me daba cuenta de que nuestra fe no es genérica, sino que está vinculada a hechos históricos y a creer no sólo en Dios, sino también en los testimonios de los que han pagado y siguen pagando por su fe”.

"El misterio de la resurrección"

La misericordia que descubrió en Jesús, le permitió volver a sentirse abrazado, al igual que Pedro. “El hecho sociológico que más me ha impactado fue cuando uno de los apóstoles -el que más tarde lideraría la Iglesia-, traicionó a Jesús en el momento más crítico. Y, poco tiempo después, él y los demás estaban dispuestos a morir por decir que le habían visto resucitar”.

Gracias al misterio de la Resurrección, afirma, pudo entender su conversión. “Es el punto central de nuestra fe porque a Dios se le puede creer por lo que demostró. Es decir, por morir y resucitar. Sólo después de ver esto, sucede algo en la cabeza y en el corazón, pues históricamente es inexplicable”.

Hoy, con 66 años, acumula una serie de anécdotas de sus viajes junto a los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Se ha transformado en uno de los vaticanistas más destacados, escribiendo sobre 15 libros que relacionan historia y religión. Su testimonio que Portaluz difunde fue publicada en el libro “Nuevos cristianos de Europa”, escrito por el periodista Lorenzo Fazzini en el año 2010. En él Tosatti asume que su conversión “aún sigue, porque mi fe no está desprovista de dudas. Es una paradoja algo extraña, porque ahora me parece tan evidente tener que creer en algo”

Foro Juan Pablo II