sábado, 23 de junio de 2012

San Juan Bautista y los sacerdotes


Con la festividad de san Juan Bautista, que se celebra hoy, la Iglesia nos presenta la figura de un testigo excepcional de Cristo. En realidad, el deber del testimonio corresponde a la vida de todo cristiano, pero empeña de modo especial al sacerdote.

Juan Bautista fue testigo de la venida del Mesías al mundo y del inicio de su obra salvífica en medio del pueblo de Israel. El sacerdote está llamado a ser testigo de Cristo resucitado, que invisible pero realmente está presente en su Iglesia, comprometida en llevar el anuncio del Evangelio a todas las gentes. Para que dicho testimonio sea eficaz, el sacerdote debe creer, sin titubear, que Cristo ha vencido la muerte y se ha convertido en el centro de una nueva humanidad.

A veces se presenta a la religión cristiana como una religión de pura resignación, de pasiva aceptación, lo que disminuiría al hombre, o también se la suele presentar como una religión exclusivamente centrada en el sufrimiento, lo que oscurecería el horizonte del pensamiento y de la vida humana. Por el contrario, la religión de Cristo resucitado es un anuncio de vida, que desarrolla con la vida nueva de Cristo todas las energías de la persona, y testimonia que el sufrimiento es el paso hacia una gloria superior.

El acontecimiento de la Resurrección es lo que dona a la religión cristiana su auténtico rostro. Ciertamente no suprime la necesidad que tiene el cristiano de revivir la cruz de Cristo y de sufrir incluso un triunfo provisional de las fuerzas del mal. El mismo acontecimiento de Juan Bautista, víctima de la valiente proclamación de la ley de Dios ante los poderosos de la tierra, es iluminador al respecto: eliminado por Herodes en la oscura prisión de Maqueronte, él es honrado hoy en todas partes del mundo. La humillación de su aparente derrota ha dejado paso a la gloria del triunfo. En verdad -como decía de él Jesús- el Bautista ha sido y es todavía "lucerna ardeos et lucens" (Jn 5, 35).

También el sacerdote debe vivir esta certeza, confirmando en el ejercicio de su ministerio la confianza en la victoria del Salvador sobre las fuerzas del mal. Él tendrá, por lo tanto, una mirada optimista sobre el mundo, contando con la acción secreta de la gracia redentora y superando con la fuerza de su esperanza todas las decepciones y las sorpresas desagradables.

El sacerdote todos los días debe abrirse a la alegría que Cristo resucitado quiso fuera definitiva para el destino humano, para que con ella superara toda tristeza y toda prueba. Este testimonio de alegría es lo único que está en sintonía con la Buena Nueva, que sólo puede ser anunciada como mensaje de felicidad.

Recemos ahora a la Virgen María para que los candidatos al sacerdocio, siguiendo el ejemplo del Precursor de su hijo Jesús, se conviertan en auténticos testigos de Cristo resucitado y dador de vida.

Beato Juan Pablo II
Ángelus  Domingo 24 de junio de 1990
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miércoles, 20 de junio de 2012

Bendicen imagen del Beato Juan Pablo II en Sevilla



El pasado día 3 de junio de 2012  fue bendecida la Imagen de S.S. Juan Pablo II en la parroquia de Nuestra Señora de la Anunciación de Sevilla, la cual ha sido realizada por Fernando Castejón para la Pontificia y Real Hermandad Sacramental de Ntra. Sra. de la Anunciación. Un solemne y emotivo acto que recordarán para siempre feligreses, hermanos y el propio escultor.

La Imagen de Su Santidad ha pasado a ser la primera realizada para culto público y bendecida en la ciudad de Sevilla. Se trata de una imagen a tamaño  natural y para dar un mayor realismo a la escultura, se presenta con los brazos abiertos en señal de amor y entrega hacia los demás, su mano derecha en actitud de bendecir y en su peana escrito su nombre en latín.

El boceto de la Imagen fue presentado al Arzobispo de Sevilla D. Juan José Asenjo Pelegrina en el mes de noviembre de 2011, siendo felicitado el autor Fernando Castejón.

El escultor imaginero Fernando Castejón cumple 30 años de dedicación al arte de la Imaginería, un profesional con una trayectoria respaldada por su amor y entrega a su vocación. Él mismo ha autorizado la publicación de este artículo en nuestro blog, motivo por el cual expresamos nuestro público agradecimiento.

Se puede visitar su página en: www.fernandocastejon.com
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sábado, 16 de junio de 2012

Juan Pablo II y el Inmaculado Corazón de María

"El Corazón de la Madre es en todo semejante al Corazón del Hijo. También la Bienaventurada Virgen es para la Iglesia una presencia de paz y de reconciliación: ¿No es Ella quien, por medio del Ángel Gabriel, recibió el mayor mensaje de reconciliación y de paz que Dios haya jamás enviado al género humano (Lc. 1,26-38)?

María dio a luz a Aquel que es nuestra reconciliación; Ella estaba al pie de la Cruz cuando, en la Sangre del Hijo,  Dios reconcilió "con Él todas las cosas" (Col 1,20); ahora, glorificada en el Cielo, tiene -como recuerda una plegaria litúrgica- "un corazón lleno de misericordia hacia los pecadores, que, volviendo la mirada a su caridad materna, en Ella se refugian e imploran el perdón de Dios..." 

Beato Juan Pablo II
Ángelus. Domingo 3 de septiembre de 1989
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jueves, 14 de junio de 2012

Juan Pablo II y el Sagrado Corazón de Jesús


En su carta del 5 de octubre de 1986 al M. R. P. Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús, el Papa definía así “la verdera definición pedida por el Corazón del Salvador”: “Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, edificar la civilización del amor tan deseada, el reino del Corazón de Cristo”

Para Juan Pablo II, el Corazón de Cristo reinará, pues, cuando se establezca la civilización del amor”, es decir cuando el amor reemplace el odio, cuando el amor al prójimo por amor a Cristo amante venza en cada persona las pasiones y las pulsiones de violencia. Cuando, en otros términos, el prójimo sea respetado en sus derechos por amor al más próximo de todos los prójimos, Cristo. De esta manerá será reparada la persona odiosa, preocupada por reemplazar el odio por el amor.

Como lo observa L. M. Mendizabal, esta interpretación de la reparación algunas veces ha sido mal comprendida, en un sentido puramente “horizontalista” como si el Papa hubiese dicho: “La verdadera reparación no consiste en una expiación dolorosa de  los pecados del mundo, sino en establecer la paz y el bienestar en el mundo. Se olvida la declaración hecha quince días antes de esta carta, con ocasión de un simposium internacional: “La consagración al Corazón de Nuestra Señora se realiza, en la práctica, esencialmente viviendo en estado de gracia, con una vida de pureza, de oración, penitencia unida al cumplimiento de todos los deberes de un cristiano y de reparación por nuestros pecados y los pecados del mundo.

En realidad, la declaración del Papa a la Compañía de Jesús quiere decir que a los ojos del Señor, el orden violado por la violencia y por el odio no podrá ser restaurado en el mundo más que por el amor sobrenatural por el prójimo y es esta restauración, este retomar de la justicia amante que constituye la esencia de la reparación. Oración, penitencia, cumplimiento de los deberes de estado deben ser vividos en el horizonte del establecimiento de una civilización del amor para constituir la completa reparación social que desea el Corazón de Jesús.

Durante el Angelus del 1º de junio de l984 Juan Pablo II esbozaba “la síntesis de todos los misterios ocultos en el Corazón del Hijo de Dios: amor solícito, amor satisfactorio, amor vivificante”.

La civilización del amor no se podrá establecer sino la base de un reconocimiento del amor creador, redentor y remunerador de Cristo, Alpha y Omega.

Entonces, la civilización del amor supone la penetración dinámica de la caridad sobrenatural en la pasión natural del amor y en la voluntad libre de la criatura racional, que orienta esas fuerzas del psiquismo inferior de la persona humana hacia su vida eterna, individual y social, bajo el soplo del Espíritu Santo.

Bertrand de Margerie S.J.
Traducido del francés por
José Gálvez Krüger para Aci Prensa
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sábado, 9 de junio de 2012

Juan Pablo II y la Eucaristía


Jesús está presente en la Eucaristía

¡No olvidéis que Jesús ha querido permanecer presente, personal y realmente, en la Eucaristía, misterio inmenso, pero realidad segura, para concretar de modo auténtico este amor suyo individual y salvífico!
-Roma, 11-III-1979-

¡Cristo vive!

Este mismo sacrificio redentor de Cristo se actualiza sacramentalmente en cada Misa que se celebra, quizá muy cerca de vuestros lugares de estudio y de trabajo. No es Jesús, por tanto, alguien que ha dejado de actuar en nuestra historia. ¡No! ¡Él vive! Y continúa buscándonos a cada uno para que nos unamos a Él cada día en la Eucaristía, también, si es posible, acercándonos -con el alma en gracia, limpia de todo pecado mortal- a la comunión.
-Buenos Aires, 11-IV-1987-

El momento de la despedida

¡Cuántas veces en nuestra vida hemos visto separarse a dos personas que se aman!

Y en la hora de la partida, un gesto, una fotografía, un objeto que pasa de una mano a otra para prolongar de algún modo la presencia en la ausencia. Y nada más. El amor humano sólo es capaz de estos símbolos.

En testimonio y como lección de amor, en el momento de la despedida, "viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13, l).

Así, al despedirse, Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, no deja a sus amigos un símbolo, sino la realidad de Sí mismo. Va junto al Padre, pero permanece entre nosotros los hombres. No deja un simple objeto para evocar su memoria. Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad.
-Fortaleza (Brasil), 9-VII-1980-

Adorar a Cristo en el Sagrario

Cristo se queda en medio de nosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuando se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a Él, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!
-Lima, 15-VI-1988-

Jamás dejéis la misa dominical

Que vuestra fidelidad se manifieste especialmente en la participación litúrgica dominical y festiva: jamás dejéis la Santa Misa y, si os es posible, no dejéis jamás el encuentro con Cristo en la comunión eucarística.
-Velletri (Italia), 8-1X-1980-

Fuente: Web Católico de Javier
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miércoles, 6 de junio de 2012

Recuerdos de Don Estanislao


(…) Mi privilegio más grande fue el de poder estar durante treinta y nueve años al lado de Karol Wojtyla, primero como obispo metropolitano de Cracovia, y luego, a partir del 16 de octubre del año 1978, como Representante de Cristo en la tierra. Fui testigo cotidiano de su profunda fe, de su ardiente oración y de su incansable servicio a Dios y al ser humano. En él, todo se integró y concentró en ese servicio

El apostolado se volvió el contenido de su vida. Hizo realidad en su vida las palabras de San Pablo: “En realidad, ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor” (Romanos 14, 7-8). Juan Pablo II vivió y se empeñó para Dios y murió para Dios. Por esa razón, su vida, su servicio, y también su muerte bendita, enriquecieron a toda la Iglesia, consolidaron la fe de millones de hombres en el mundo entero. Y sigue invitando a la gente a la fe y a la santidad. El símbolo de su acción es la larga fila de todos los días a su tumba.

El contenido, el ideal de vida de Karol Wojtyla y Juan Pablo II fue Jesucristo. Él encontraba en el Maestro de Nazaret su identidad y su motivación más profunda para servir a los demás. Lo expresó en la primera encíclica de su pontificado, Redemptor hominis.

Igualmente la espiritualidad mariana del Papa fue profundamente cristológica. María lo condujo a su Hijo, pero también Jesús lo condujo a su Madre conforme al espíritu del Evangelio. Un símbolo particular mariano de Juan Pablo II fue el Rosario. Lo rezó constantemente. Me resulta difícil decir cuántas veces diarias. Con el Rosario “envolvía” diferentes asuntos que le concernían o le preocupaban, y muchas veces eran asuntos importantes y difíciles.

Juan Pablo II pasó a la historia del Rosario enriqueciéndolo con los misterios de luz. Porque quiso contemplar junto con María los misterios de la vida pública de Jesús. Como escribió en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae: “Pasando de la infancia y de la vida en Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial “misterios de luz”.

En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es “la luz del mundo” (Juan 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el Evangelio del Reino. Por eso el Papa indicó a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios de luz–  de esta etapa de la vida de Cristo.

Además, otro signo de la piedad particular de Karol Wojtyla a María, desde los años más juveniles, fue el escapulario. Lo llevó durante toda la vida y se fue con él al otro mundo.

Tomado del libro “Juan Pablo II, su legado espiritual”
Escrito por Monseñor Estanislao Dziwisz
(secretario personal de Juan Pablo II por 39 años)
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