(…) Mi privilegio más grande fue el de poder estar
durante treinta y nueve años al lado de Karol Wojtyla, primero como obispo
metropolitano de Cracovia, y luego, a partir del 16 de octubre del año 1978,
como Representante de Cristo en la tierra. Fui testigo cotidiano de su profunda
fe, de su ardiente oración y de su incansable servicio a Dios y al ser humano.
En él, todo se integró y concentró en ese servicio
El apostolado se volvió el contenido de su vida. Hizo
realidad en su vida las palabras de San Pablo: “En realidad, ninguno de
nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el
Señor, y si morimos, morimos para el Señor” (Romanos 14, 7-8). Juan Pablo II
vivió y se empeñó para Dios y murió para Dios. Por esa razón, su vida, su
servicio, y también su muerte bendita, enriquecieron a toda la Iglesia,
consolidaron la fe de millones de hombres en el mundo entero. Y sigue invitando
a la gente a la fe y a la santidad. El símbolo de su acción es la larga fila de
todos los días a su tumba.
El contenido, el ideal de vida de Karol Wojtyla y Juan
Pablo II fue Jesucristo. Él encontraba en el Maestro de Nazaret su identidad y
su motivación más profunda para servir a los demás. Lo expresó en la primera
encíclica de su pontificado, Redemptor
hominis.
Igualmente la espiritualidad mariana del Papa fue
profundamente cristológica. María lo condujo a su Hijo, pero también Jesús lo
condujo a su Madre conforme al espíritu del Evangelio. Un símbolo particular
mariano de Juan Pablo II fue el Rosario. Lo rezó constantemente. Me resulta
difícil decir cuántas veces diarias. Con el Rosario “envolvía” diferentes
asuntos que le concernían o le preocupaban, y muchas veces eran asuntos
importantes y difíciles.
Juan Pablo II pasó a la historia del Rosario
enriqueciéndolo con los misterios de luz. Porque quiso contemplar junto con
María los misterios de la vida pública de Jesús. Como escribió en la Carta
Apostólica Rosarium Virginis Mariae:
“Pasando de la infancia y de la vida en Nazaret a la vida pública de Jesús, la
contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial
“misterios de luz”.
En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es “la
luz del mundo” (Juan 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en
los años de la vida pública, cuando anuncia el Evangelio del Reino. Por eso el
Papa indicó a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios
de luz– de esta etapa de la vida de
Cristo.
Además, otro signo de la piedad particular de Karol
Wojtyla a María, desde los años más juveniles, fue el escapulario. Lo llevó
durante toda la vida y se fue con él al otro mundo.
Tomado del libro “Juan Pablo II, su legado espiritual”
Escrito por Monseñor Estanislao Dziwisz
(secretario personal de Juan Pablo II por 39 años)
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