sábado, 30 de julio de 2011

Qué dijo Benedicto XVI en la Misa de Beatificación de Juan Pablo II


En la homilía de la Misa de Beatificación de Juan Pablo II, nos encontramos con dos personajes que van casi indisolublemente unidos, María la Madre del Señor y Juan Pablo II.

Juan Pablo II fue beatificado en el primer día del mes de Mayo, día también de San José obrero. El Papa nos recuerda que la fe es el primer don que el Señor puede concedernos, y sobre todo a los que han sido puestos para confirmar precisamente en la fe a sus hermanos, los sumos pontífices, de los cuales en ese día era consagrado como Beato, todo para edificación de la Iglesia santa de Dios. “Juan Pablo II es consagrado Beato por su fe, fuerte, generosa, apostólica”.

Desde sus inicios como sacerdote y luego como obispo, se distinguió precisamente por su fe, inquebrantable frente a insospechados ataques en su propia patria a lo que ha sido el sostén del vigoroso pueblo polaco, su fe en Dios y su gran devoción a la Madre de Dios. Y cuando pontífice, Juan Pablo II tuvo siempre como guía y protectora a María, que fue llamada por Isabel “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, y desde entonces María no tuvo otro empeño que acompañar al Hijo que se le había confiado, y después de su muerte y resurrección, ella fue encargada por el mismo Cristo de cuidar, atender y alentar la fe de sus hermanos los apóstoles una vez que él se hubiera ido a su Padre Celestial.

El Papa dice que aunque no se refiere una aparición expresa a María después de la Resurrección de su Hijo, su figura se esconde en cada una de las circunstancias que rodearon la muerte y la resurrección de su Hijo. Así la vemos en lo alto de la cruz, y después aparece con los Apóstoles el mismo día de Pentecostés.

Ella fue siempre su inspiración. A todos les consta que el Papa nunca soltaba el Rosario de su mano, y ya en su escudo episcopal y luego como Pontífice hizo aparecer a María en lugar central: “una cruz de oro, una “eme” abajo, a la derecha, y el lema: “Totus tuus” inspirado en San Luis María Grignion de Monfort: “Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo, tú eres mi todo, oh María, préstame tu corazón”.

Siguiendo el ejemplo del Papa Beato, tengamos una gran veneración por la Madre de Jesús. Ella nos acercará al corazón de su Hijo y nos sentiremos también cobijados por la guía del Espíritu Santo que iluminó a María para que velara por los intereses de su Hijo en vida mortal y luego por los de su Cuerpo Místico, en los primeros días de la Iglesia naciente hasta nuestros días. Bendita tú oh María que fuiste inspiración del nuevo Beato.

Autor: Pbro. Alberto Ramírez Mozqueda
Fuente: Catholic.net
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martes, 26 de julio de 2011

Ante el misterio de la muerte


“Ante el misterio de la muerte el hombre se halla impotente, vacilan las certezas humanas. Pero, precisamente frente a ese desafío, la fe cristiana, si se la comprende y escucha en toda su riqueza, se presenta como fuente de serenidad y paz. En efecto, a la luz del Evangelio, la vida del hombre asume una dimensión nueva y sobrenatural. Lo que parecía carecer de significado adquiere entonces sentido y valor.”

Para leer el artículo completo hacer clic acá.


Discurso del Papa Juan Pablo II al Primer Congreso Internacinal sobre la asistencia a los moribundos - Martes 17 de marzo de 1992
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sábado, 23 de julio de 2011

¡Quédate con nosotros, Señor!


“Mane nobiscum, Domine!”

Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos.

Señor Jesús, ¡quédate con nosotros! 

Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche.

Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien.

Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad.

En la Eucaristía te has hecho “remedio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin.

Quédate con nosotros, Señor!

Quédate con nosotros!

Amén.

Esta oración fue pronunciada por el Papa Juan Pablo II al finalizar la homilía en la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro el domingo 17 de octubre de 2004 con ocasión del comienzo del Año de la Eucaristía
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miércoles, 20 de julio de 2011

Totus Tuus


Totus Tuus Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, Cristocéntrica, más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención.

Así pues, redescubrí con conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la "Redemptoris Mater" y la "Mulieris dignitatem"

Respecto a la devoción mariana, cada uno de nosotros debe tener claro que no se trata sólo de una necesidad del corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde también a la verdad objetiva sobre la Madre de Dios. María es la nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán-Cristo, comenzando por la Anunciación, a través de la noche del Nacimiento en Belén, el banquete de bodas en Caná de Galilea, la Cruz sobre el Gólgota, hasta el cenáculo del Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor es Madre de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II da un paso de gigante tanto en la doctrina como en la devoción mariana. No es posible traer aquí ahora todo el maravilloso Capítulo VIII de la Lumen Gentium, pero habría que hacerlo. Cuando participé en el Concilio, me reconocí a mí mismo plenamente en este capítulo, en el que reencontré todas mis pasadas experiencias desde los años de la adolescencia, y también aquel especial ligamen que me une a la Madre de Dios de forma siempre nueva.

La primera forma, la más antigua, está ligada a las visitas durante la infancia a la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en la iglesia parroquial de Wadowice, está ligada a la tradición del escapulario del Carmen, particularmente elocuente y rica en simbolismo, que conocí desde la juventud por medio del convento de carmelitas que se halla «sobre la colina» de mi ciudad natal. Está ligada, además, a la tradición de las peregrinaciones al santuario de Kalwaria Zebrzydowska, uno de esos lugares que atraen a multitudes de peregrinos, especialmente del sur de Polonia y de más allá de los Cárpatos. Este santuario regional tiene una particularidad, la de ser no solamente mariano, sino también profundamente cristocéntrico. Y los peregrinos que llegan allí, durante su primera jornada junto al santuario de Kalwaria practican antes que nada los «senderos», que son un Viacrucis en el que el hombre encuentra su sitio junto a Cristo por medio de María. La Crucifixión, que es también el punto topográficamente más alto, domina los alrededores del santuario. La solemne procesión mariana, que tiene lugar antes de la fiesta de la Asunción, no es sino la expresión de la fe del pueblo cristiano en la especial participación de la Madre de Dios en la Resurrección y en la Gloria de su propio Hijo.

Desde los primerísimos años, mi devoción mariana estuvo relacionada estrechamente con la dimensión Cristológica. En esta dirección me iba educando el santuario de Kalwaria.

Un capítulo aparte es Jasna Góra, con su icono de la Señora Negra. La Virgen de Jasna Góra es desde hace siglos venerada como Reina de Polonia. Éste es el santuario de toda la nación. De su Señora y Reina la nación polaca ha buscado durante siglos, y continúa buscando, el apoyo y la fuerza para el renacimiento espiritual. Jasna Góra es lugar de especial evangelización. Los grandes acontecimientos de la vida de Polonia están siempre de alguna manera ligados a este sitio; sea la historia antigua de mi nación, sea la contemporánea, tienen precisamente allí su punto de más intensa concentración, sobre la colina de Jasna Góra.

Beato Juan Pablo II
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viernes, 15 de julio de 2011

María: Estrella del Mar y Flor del Carmelo


Mensaje a la Orden del Carmen con motivo de la dedicación del año 2001 a María Santísima - Vaticano, 25 de marzo de 2001

El providencial acontecimiento de gracia, que fue para la Iglesia el Año jubilar, la induce a mirar con confianza y esperanza el camino recién emprendido en el nuevo milenio. "Nuestro paso, al principio de este nuevo siglo debe hacerse más ágil. (...) En este camino nos acompaña la Santísima Virgen, a la que (...) he consagrado el tercer milenio" (Novo millennio ineunten. 58).

Las diversas generaciones del Carmelo, desde su origen hasta hoy, en su itinerario hacia el "Monte de la salvación, Jesucristo nuestro Señor" (Misal romano, oración colecta de la misa en honor de la Virgen del Carmen, 16 de julio), han tratado de modelar su vida según el ejemplo de María.

Por eso en el Carmelo, y en toda alma impulsada por un tierno afecto hacia la Virgen y Madre Santísima, florece la contemplación de Aquella que, desde el principio, supo estar abierta a la escucha de la Palabra de Dios y acatar su Voluntad (cf. Lc 2, 19. 51).

La contemplación de la Virgen nos la presenta mientras, como Madre solícita, ve crecer a su Hijo en Nazaret (cf. Lc 2, 40. 52), lo sigue por los caminos de Palestina, lo asiste en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 5) y, al pie de la Cruz, se convierte en la Madre  unida a su ofrenda y donada a todos los hombres en la entrega que el mismo Jesús hace de Ella a su discípulo predilecto (cf. Jn 19, 26). Como Madre de la Iglesia, la Virgen Santísima está unida a los discípulos y "persevera en la oración" (cf. Hch 1, 14), y, como Mujer nueva que anticipa en Sí lo que se realizará un día para todos nosotros en la fruición plena de la vida trinitaria, es elevada al Cielo, desde donde extiende el manto de protección de su misericordia sobre sus hijos peregrinos hacia el monte santo de la gloria.

Esa actitud contemplativa de la mente y del corazón lleva a admirar la experiencia de fe y de amor de la Virgen, que ya vive en sí cuanto todo fiel desea y espera realizar en el misterio de Cristo y de la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium, 103; Lumen gentium, 53). Por este motivo, los carmelitas, tanto la rama masculina como la femenina, con razón han elegido a María como su Patrona y Madre espiritual, y ante los ojos del corazón la tienen siempre presente a Ella, la Virgen purísima que guía a todos al conocimiento perfecto y a la imitación de Cristo.

Florece así una intimidad de relaciones espirituales que incrementan cada vez más la comunión con Cristo y con María. Para los miembros de la familia carmelitana María, la Virgen Madre de Dios y de los hombres, no sólo es un modelo a imitar, sino también una dulce presencia de Madre y Hermana en la que se puede confiar. Con razón Santa Teresa de Jesús exhortaba: "Imitad a María y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por Patrona" (Castillo interior, III, 1, 3).

Esta intensa vida mariana, que se manifiesta en una oración confiada, en una alabanza entusiasta y en una imitación diligente, lleva a comprender que la forma más auténtica de devoción a la Virgen Santísima, expresada mediante el humilde signo del escapulario, es la consagración a su Corazón Inmaculado

Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, mediante la difusión de la devoción del Santo Escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia. Por su sencillez, por su valor antropológico y por su relación con el papel que desempeña María con respecto a la Iglesia y a la humanidad, el pueblo de Dios ha acogido profunda y ampliamente esta devoción, hasta el punto de encontrar expresión en la memoria del 16 de julio, presente en el calendario litúrgico de la Iglesia universal.

Con el signo del escapulario se manifiesta una síntesis eficaz de espiritualidad mariana, que alimenta la devoción de los creyentes, haciéndolos sensibles a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su vida. El Escapulario es esencialmente un "hábito". Quien lo recibe se une o se asocia, en un grado más o menos íntimo, a la Orden del Carmen, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia. Por tanto, quien se reviste del escapulario se introduce en la tierra del Carmelo, para "comer sus frutos y sus productos" (cf. Jr 2, 7), y experimenta la presencia dulce y materna de María en su compromiso diario de revestirse interiormente de Jesucristo y de manifestarlo vivo en sí para el bien de la Iglesia y de toda la humanidad (cf. Fórmula de la imposición del escapulario).

Así pues, son dos las verdades evocadas en el signo del Escapulario:
 
-  por una parte, la protección continua de la Virgen Santísima, no sólo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del paso hacia la plenitud de la gloria eterna;
 
- y por otra, la certeza de que la devoción a Ella no puede limitarse a oraciones y homenajes en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un "hábito", es decir, una orientación permanente de la conducta cristiana, impregnada de oración y de vida interior, mediante la práctica frecuente de los sacramentos y la práctica concreta de las obras de misericordia espirituales y corporales. De este modo, el Escapulario se convierte en signo de "alianza" y de comunión recíproca entre María y los fieles, pues traduce de manera concreta la entrega que en la Cruz Jesús hizo de su Madre a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a Ella, constituida nuestra Madre espiritual.

También yo llevo sobre mi corazón, desde hace mucho tiempo, el Escapulario del Carmen. Por el amor que siento hacia nuestra Madre Celestial común, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fieles que la veneran filialmente a acrecentar su amor y a irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y de la Gracia.

Fuente: El camino de María
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sábado, 9 de julio de 2011

Benedicto XVI visitó muestra dedicada a Juan Pablo II

VATICANO, 06 Jul. 11 / 10:11 am

El Papa Benedicto XVI visitó esta mañana la muestra que dedica al Beato Juan Pablo II, ubicada en el Brazo de Carlo Magno en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.

En la muestra, abierta desde el 29 de abril y que podrá apreciarse hasta el 28 de julio, el Santo Padre pudo contemplar cada uno de los objetos, fotografías, rosarios del Papa peregrino desde su infancia hasta el fin de su pontificado divididos en 15 secciones.

Radio Vaticano señala que se puede apreciar en la exposición fotografías auténticas con el álbum de la familia Wojtyła; platos utilizados por la familia y un pequeño paño bordado por la madre del beato.

La bicicleta que utilizaba Karol Wojtyla cuando eran joven; una recreación del uniforme y los zuecos que se utilizaban cuando Juan Pablo II trabajó en una cantera, así como el libro escrito por san Luis María Griñon de Montfort, dedicado a la Virgen que el futuro Papa leía y meditaba durante las pausas de trabajo. En mismo lugar se puede ver el escapulario de la Virgen del Carmen, que Juan Pablo II llevaba colgado al cuello.

También de la época juvenil de Karol Wojtyla se pueden ver las botas de esquíes, los bastones, la mochila, una recreación de la canoa y el libro de oraciones y cantos que utilizaba.

De cuando estudió en el seminario clandestino se puede ver la cartilla con sus notas, comenzando por las de lógica. Está expuesto también el diploma que lo acredita como doctor en Teología, por la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Roma.

Toda esta parte de la exposición va acompañada por unos vídeos en los que se puede ver y escuchar al nuevo beato, repitiendo las palabras: "¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puestas a Cristo! Y de esa forma ayudareis al Papa".

En la muestra también se puede escuchar a alto volumen, los disparos perpetrados contra el Santo Padre el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro así como las mismas dramáticas imágenes.

Se pueden contemplar los documentos pontificios en los que el Papa Pío XII nombra a Karol Wojtyła, Obispo Auxiliar de la Archidiócesis de Cracovia y Pablo VI le crea Cardenal, estos documentos van acompañados por los hábitos propios de Obispo y Cardenal.

Asimismo podemos ver casulla, capa pluvial, cáliz, patena, etc. utilizados por Juan Pablo II en su tierra natal, siendo obispo, así como después siendo Papa.

Se aprecia también un stand especial dedicado a las Jornadas Mundiales de la Juventud y finaliza la exposición junto al arco de las campanas, con una recreación de la capilla privada del Palacio Apostólico donde los Papas, desde Pablo VI hasta la actualidad, celebran la Santa Misa.

Juan Pablo II solía celebrar la Misa a las 07:00 a.m. Esta sección final está acompañada con imágenes y músicas de los funerales solemnes que se celebraron en la plaza de san Pedro aquel viernes 8 de abril de 2005, presididos por el entonces Decano del Colegio Cardenalicio, Cardenal Joseph Ratzinger.

(ACI/EWTN Noticias)
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sábado, 2 de julio de 2011

Joaquín Navarro-Valls recuerda a Juan Pablo II


Joaquín Navarro-Valls, médico y periodista, es la persona que el mundo entero ha visto junto a Juan Pablo II a lo largo de sus 22 años como portavoz del Papa que ahora llega a los altares. Navarro-Valls y el cardenal de Cracovia, Stanislaw Dziwisz -secretario de Karol Wojtyla durante 40 años- son los dos testigos privilegiados de la extraordinaria dimensión humana y espiritual de Juan Pablo «el Grande».

Nacido en Cartagena, doctor en Medicina por la Universidad de Barcelona y licenciado en Periodismo por la de Navarra, Joaquín Navarro-Valls era corresponsal de ABC en Roma en 1984 cuando el Papa se fijo en él y le llamó para pedirle algunas sugerencias: «Pensé que iba a ser sólo una hora… y fueron 22 años en el Vaticano!».

Psiquiatra, periodista, portavoz de dos Papas, ensayista y escritor, Navarro-Valls es doctor «Honoris Causa» por numerosas universidades de Europa y América. Políglota, atlético, bronceado, sonriente y cordial, la «voz» de Karol Wojtyla preside ahora el Consejo Asesor de la Universidad Campus Bio-Médico de Roma.

—Doctor Navarro-Valls, la presencia de Juan Pablo II ha permanecido viva incluso después de su fallecimiento. ¿Cómo la nota usted?

—Es evidente su presencia, y no sólo en la riqueza de su magisterio y de sus escritos. Sigue siendo muy amado por millones de personas. Casi se diría que continúa su misión recibiendo cada día en las Grutas Vaticanas decenas de miles de visitantes.

—Pero ¿no echa en falta su presencia física?

—Pocos días después de su fallecimiento me preguntaron en una rueda de prensa si lo echaba de menos. Ya entonces dije: “No, no le echo de menos, sencillamente porque antes, según el trabajo que había, estaba con él dos o tres horas al día. Ahora, en cambio, puedo estar en contacto con él 24 horas al día. Le pido consejo, le pido que me ayude…”.

—Veintidós años trabajando con Juan Pablo II es un período muy largo. ¿Qué le han dado esos años? ¿Qué le han dejado como herencia?

—Juan Pablo II era el mejor testigo de lo que él mismo decía. Por eso su ejemplo es su mejor herencia. Pero si debiera reducir a una idea toda su riqueza, diría que se aprendía con él a tratar a la persona humana por lo que cada uno es y no por lo que cada uno tiene como simpatía, belleza, recursos etc.

—¿Cuál es su recuerdo más intenso?

—Quizá el último, la despedida ya sin palabras, cuando su final era muy próximo. Como todos los días, yo estaba en la habitación, entre otras cosas porque había que seguir informando sobre su estado. Fue una despedida silenciosa. Nos miramos a los ojos y quedó todo dicho: no se sentía la falta de las palabras. Cuando murió, sucedió en esa habitación algo muy revelador. Al fallecer el Papa no se inició una oración por su alma sino un «Te Deum» de acción de gracias por su vida, una vida muy rica que terminaba su fase terrena en ese momento.

—¿Cómo era Karol Wojtyla en privado?

—En privado era como se le veía en público. Pero diría que era aún mejor: un hombre enamorado y un cristiano cuya peculiaridad personal era su intensa relación directa con Dios

—Juan Pablo II decía que sólo se le podía entender «desde dentro». ¿Cuál era el rasgo principal de su personalidad?

—La que puede tener una criatura que es consciente de quién proviene y con quién permanece unido continuamente. Por eso su persona y su espiritualidad eran magnéticas, atractivas. Poseía muchas virtudes, que mejoraban cada día porque nunca dejó de luchar por vivir lo que esas virtudes exigían. Pero esa gama extraordinaria de virtudes no entraban en colisión unas con otras: había entre ellas una integración magnífica. Por ejemplo, no sabía perder un minuto pero, al mismo tiempo, nunca tenía prisa; nunca le vi tenso o ansioso. Yo recuerdo de modo especial su buen humor, su sonrisa. Incluso en ocasiones en las que todo parecía requerir las lágrimas.


—En sus 104 viajes internacionales, Karol Wojtyla enseñó al mundo a rezar en público. ¿Era también intenso cuando rezaba en privado? ¿Es cierto que rezaba postrado en el suelo?

—Una vez, cuando se creía solo en su capilla privada, le vi cantar frente al sagrario. No eran canciones litúrgicas sino baladas populares en polaco. En algunas ocasiones se le veía efectivamente rezar postrado en el suelo.

—¿Era un místico?

—Tenía una intensa presencia de Dios, pero alimentaba su oración con las necesidades de los demás. Le llegaban mensajes de todo el mundo, y los tenía en el reclinatorio de su capilla. Le he visto pasarse horas de rodillas con estos mensajes, uno a uno, en la mano, sobre todo tipo de sufrimientos y necesidades. Pero sabía también dar gracias por tantas cosas buenas. Creo que en la oración no se ocupaba de las cosas «suyas» sino de las de los demás. Y confiaba mucho en la misericordia de Dios. Por eso su beatificación va a tener lugar en el Domingo de la Divina Misericordia, una fiesta que él instituyó y en cuya víspera falleció.

—¿Se puede decir que fuese también un estoico? ¿Cómo era su mortificación?

—No era un moralista rígido ni un estoico. Sus mortificaciones eran muy frecuentes, pero sobre todo, ordinarias. Pequeños sacrificios como rechazar sin darle mayor importancia la cama que le ofrecen en un vuelo intercontinental, retrasar beber agua en países de calor sofocante y cosas así. En algunos períodos del año hacia una sola comida al día. Y la víspera de una ordenación episcopal o sacerdotal ayunaba siempre.

—¿Cuál era su secreto de comunicador?

—Su eficacia comunicativa se basaba más en lo que decía, que no en como lo decía. Diría que la verdad de lo que decía se veía también en el modo expresivo como lo decía.

—¿Pero cómo conseguía capturar siempre las cámaras?

—En 1987, durante un viaje a Estados Unidos, un periodista del New York Times dijo «el Papa domina la televisión simplemente ignorándola». No preparaba la escenografía, no aceptaba maquillaje, no prestaba atención a las cámaras ni a las luces, sino sólo a la gente. La gente que, para él, era siempre una persona concreta junto a otras personas singulares.

—¿Le daba a usted indicaciones concretas sobre lo que tenía que decir como portavoz?

—Confiaba en la profesionalidad de las personas que tenía a su alrededor. Por ejemplo, en 1991, me comunicó con detalle que le habían diagnosticado un tumor en el colon que, entonces, se presumía maligno. Su propósito era anunciar días después en el Ángelus, con pocas palabras, que iba a ser internado y que rezaran por él. Y añadió: “Luego, usted, que conoce los detalles, diga lo que le parezca oportuno”. Tenía mucha confianza en el criterio de cada uno de nosotros. En 22 años no recuerdo que, después de haber tratado a fondo algún tema, me dijera ni una sola vez: “pero esta información es sólo para usted, no la comunique”.

—Juan Pablo II es una de las personas que más ha hablado en público en toda la historia. ¿Sabía también escuchar?

—Escuchaba mucho y atentamente, a veces durante largas horas, tanto a los visitantes como a quienes frecuentemente invitaba a su mesa. Más que dar indicaciones, lo que solía hacer era pedir consejos o sugerencias. Luego, naturalmente, sabía decidir.

—Los santos suelen tener buen humor. ¿Lo tenía Juan Pablo II?

—Entre tantas cualidades humanas tenía también un extraordinario buen humor que iba más allá de un simple rasgo de carácter. Era también el resultado de una convicción, de un interpretar todo con el parámetro de la fe. Era optimista, no obstante todo, porque sabía que al final de la historia humana está Dios, y no el vacío de la nada.

—Usted le acompañó en muchas escapadas “secretas” a las montañas cerca de Roma. ¿Cómo era Juan Pablo II en un día de excursión?

—Es una pena que no hubiésemos hecho algunas más, pues el peso del trabajo y de la responsabilidad en aquel mundo tenso de los años ochenta era tremendo. Solíamos salir por la tarde en un coche anónimo, atravesábamos el tráfico endiablado de Roma y tomábamos una autopista hasta una casita pequeña en las montañas. Dormíamos allí, y a la mañana siguiente el Papa esquiaba unas horas o caminaba. Y nadie le reconocía porque nadie podía imaginarse al Papa esperando el telesilla. Eran pocas horas, pero era una delicia.

—Usted le acompañó en viajes a 160 países. ¿Cómo preparaba esos viajes?

—Dedicaba más tiempo a prepararlos que a hacerlos. Se enteraba en profundidad sobre la situación de cada país, su geografía, su historia, sus etnias, sus idiomas, etc. Dedicaba meses o semanas a estudiar el idioma de un país, incluso los más difíciles. Recuerdo que en Japón pronunció todos sus discursos y homilías en japonés… Una vez me explicó de modo sencillo por qué viajaba tanto: “Antes la gente iba a las parroquias. Ahora es el párroco el que tiene que ir a visitar a la gente”.

—¿Cuál fue el viaje más importante?

—Hubo muchos muy importantes, como los de Polonia, por ejemplo. Pero a mí me impresiona el que hizo a Azerbaiján, una ex república soviética en el Cáucaso, cuando ya no podía caminar, tenía más de 80 años y muchas dificultades para hablar. El número de católicos en ese país era inferior a 200, pero quiso ir porque consideraba que ese puñado de católicos tenía también derecho a estar con el Papa

—¿Y el viaje más peligroso?

—Probablemente la visita a Sarajevo, que sufrió retrasos y fue muy difícil de preparar por motivos de seguridad. Poco antes de aterrizar nos informaron que Juan Pablo II no podría ir en papamóvil sino en helicóptero desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, pues las fuerzas de Naciones Unidas acababan de descubrir en un puente una cantidad alta de explosivos. Se lo dije al Papa, pero él preguntó: «¿Hay gente esperando en el recorrido?». Le dije que sí, y entonces respondió: «Pues se hace como estaba planeado».

—Usted negoció personalmente con Fidel Castro el histórico viaje de Juan Pablo II a Cuba en 1998. ¿Fue una oportunidad perdida para Castro?

— Yo tuve que ir antes para clarificar con Castro varios aspectos que no estaban claros. Fue un encuentro muy largo, desde las ocho de la noche hasta las dos de la madrugada. Durante el viaje, Castro mostró gran cortesía y agradeció los discursos del Papa, incluso en los temas en que no estaba de acuerdo. Aquella visita fue el inicio de un reconocimiento más pleno de la Iglesia y de los católicos en Cuba. .

—Usted viajó a Moscú en 1988 para entregar a Mijail Gorbachov una larga carta personal del Papa. ¿Cómo fue la posterior visita de Gorbachov al Vaticano y su juicio sobre el papel de Juan Pablo II en la caída del Muro de Berlín?

—La visita de Gorbachov fue un encuentro extraordinario: la primera vez que un Secretario General del Partido Comunista Soviético visitaba a un Papa, y el modo en que se entendieron. Aquel mismo día el Papa me dijo: «Es un hombre de principios». Aunque Gorbachov ha reconocido en público el mérito del Papa, el gran protagonista de la caída del muro de Berlín fue él, ya que mantuvo la promesa de no intervenir militarmente en los países del Pacto de Varsovia y evitó también una reacción militar de Berlín.

—¿Se puede decir que fue el Papa de la dignidad de la persona, el Papa de los derechos humanos?

—Todo su pontificado ha sido una defensa de la dignidad trascendente de la persona humana. Y lo reconocen incluso personajes muy alejados de la fe católica. Las únicas veces que le vi “indignado” lo estaba ante las situaciones de violencia como en el Líbano o en los Balcanes. Sufría viendo que no lograba impedir la invasión de Irak, a la que se oponía con todas sus fuerzas.

—Desde la primera misa como Papa en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II siempre tuvo un rato para saludar a los enfermos. ¿Qué significaban para él?

—El tema es muy profundo: hizo del sufrimiento humano y la enfermedad los grandes cómplices de su Pontificado. Por eso tenía un gran amor a los débiles y los enfermos. Les sonreía, les acariciaba, les saludada siempre uno a uno. No tenía miedo del sufrimiento físico, que a veces es inevitable, ni de los sufrimientos morales grandes o pequeños: el hijo que te da un disgusto, el amigo que te traiciona… Tampoco tenía miedo al dolor o a la vejez, como se vio a raíz del atentado de 1981 y en los últimos años de su vida, cada vez más afectado por el Parkinson.

—Era también el Papa de la «teología del cuerpo»…

—Fue una de sus grandes contribuciones, junto con muchas otras. Amaba el cuerpo humano porque es a través del cuerpo como el ser humano se inserta en la historia. Y ese cuerpo, el propio y el de los demás, merece respeto pues no es sólo un conjunto de tejidos sino la condición histórica de la persona. No tenía miedo al cuerpo sino al contrario. Tocaba a los enfermos, acariciaba y bendecía a las mujeres embarazadas. Besaba, abrazaba, hacia deporte, aplaudía, cantaba... Yo creo que su libro sobre la teología del cuerpo – “Hombre y mujer los creó” – es ya un clásico no sólo del pensamiento cristiano sino de la antropología filosófica.

—¿Hablaban alguna vez en español?

—Hablábamos en italiano, que él había declarado «nuestro idioma» la primera vez que se asomó al balcón de la basílica de San Pedro. Pero de vez en cuando iniciaba conversaciones conmigo en castellano. Y siempre era que me iba a gastar una broma. Como ya dije, tenía el don del buen humor.

—¿Cómo veía Juan Pablo II a España?

—El hecho de que visitara España cinco veces es ya elocuente. Conocía muy bien su historia y su literatura: recuerdo todavía estupendas conversaciones con él hablando de autores clásicos y modernos españoles. También era consciente de algunas ambivalencias en su historia.

—Ahora que sube a los altares, ¿Escribirá usted su libro de recuerdos personales de un santo?

—Toca usted un tema que me pesa y que siento como un imperativo moral. Tengo unas 600 páginas de notas tomadas a lo largo de aquellos años… Mucho se ha ya escrito sobre él, pero su persona, su rico perfil humano está todavía, al menos en parte, por descubrir.

—En abril del 2005, los fieles gritaban «Santo súbito!», «¡Santo, ya!». La beatificación es el primer paso. Y después… ¿santo cuándo?

—Cuando Dios quiera. Pero entre tanto hay algo que podemos hacer: aprender de él a vivir.

Fuente:
Reportaje en ABC de Madrid, Abril 2011

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